sábado, 29 de junio de 2013
DOMINGO XIII - C (30/Jun/2013)
PALABRA DE DIOS: DOMINGO XIII - C (30/Jun/2013): DOMINGO XIII – C / 30 DE Junio 2013 San Lc. 9,51-62: En aquel tiempo, sucedió que como se iban cumpliendo los días de su ascensi...
DOMINGO XIII - C (30/Jun/2013)
DOMINGO XIII – C / 30 DE Junio 2013
San Lc. 9,51-62:
En aquel tiempo, sucedió que como se iban cumpliendo los
días de su ascensión, Él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén, y envió
mensajeros delante de sí, que fueron y entraron en un pueblo de samaritanos
para prepararle posada; pero no le recibieron porque tenía intención de ir a
Jerusalén. Al verlo sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: "Señor,
¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?" Pero
volviéndose, les reprendió; y se fueron a otro pueblo.
Mientras iban caminando, uno le dijo: "Te seguiré
adondequiera que vayas." Jesús le dijo: "Las zorras tienen guaridas,
y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la
cabeza." A otro dijo: "Sígueme." Él respondió: "Déjame ir primero
a enterrar a mi padre." Le respondió: "Deja que los muertos entierren
a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios." También otro le dijo:
"Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi casa." Le
dijo Jesús: "Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto
para el Reino de Dios."
PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXIÒN:
Muy estimados amigos en
el Señor Paz y Bien.
¿Nos sentimos aludidos con
el Evangelio de hoy o somos de los que son indiferentes a quienes les da lo mismo
estar con Dios o con el demonio? Dice la Biblia que Dios quiere el corazón del
hombre sincero: “Cuando me invoquen y vengan a suplicarme, yo los escucharé; y
cuando me busquen me encontrarán, siempre que me imploren con un corazón puro y
sincero” (Jer 29,12-13). Bien, presumo que se dieron cuenta de que el relato
del Evangelio de hoy tiene dos partes pero que en el fondo son el complemento
de una sola realidad: el estar con Dios, ya de camino, ya en la alegría, o en
la tristeza y en toda circunstancia. Al respecto Pedro dijo: “Maestro, ¡qué bueno que estemos aquí!
Levantemos tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Pero
no sabía lo que decía. Estaba todavía hablando, cuando se formó una nube que
los cubrió con su sombra, y al quedar envueltos en la nube se atemorizaron. Pero
de la nube llegó una voz que decía: Este es mi Hijo, mi Elegido; escúchenlo”
(Lc 9,33-35).
En la primera escena es
de advertirse que los apóstoles reflejan el lado humano, una reacción violenta
de los discípulos que quieren pedir fuego para quemar vivos a aquellos
samaritanos que no quieren dar alojamiento a Jesús por la sencilla razón que va
camino de los judíos (Lc. 9,53). Los discípulos llevaban fuego más que amor.
Ante el rechazo de Jesús por los samaritanos, tratan de solucionar el problema
"pidiendo fuego para que acabe con ellos". La gran tentación de hoy
es esto precisamente, hacer las cosas como se nos parezca. Estar con Dios, pero
hacer como nosotros queremos.
Ya había advertido Jesús a
los apóstoles: “No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán
condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará... Porque con la
medida que ustedes midan, serán medidos ustedes” (Lc 6,36). Las revoluciones
necesitan sangre, pero es el criterio humano. Por eso todas las revoluciones
terminan dividiendo: vencedores y vencidos. Comprométete en una revolución en
la que todos terminemos siendo más hermanos. Las revoluciones se hacen con
violencia, pero tú puedes hacer una revolución diferente: la revolución del
amor. La revolución del amor no necesita sangre, le basta el amor (Jn 13,34).
El reto nuestro es esto:
Si queremos un mundo distinto, no
esperemos el cambio de los demás, comencemos a cambiar nosotros mismo. El mundo
comienza a ser distinto cuando tú has cambiado. No pretendas cambiar el mundo
con el sacrificio de los demás eso no es querer de Dios. Jesús también quiso
cambiar el mundo, pero para ello comenzó por ofrecerse a sí mismo hasta la
muerte. Cuando alguien es capaz de morir por el otro, el otro comienza a ser
diferente. “Estamos subiendo a Jerusalén y el Hijo del Hombre va a ser
entregado a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la Ley; lo
condenarán a muerte y lo entregarán a los extranjeros y lo mataran, pero al
tercer día resucitara” (Mc 10,33)
Si anhelamos una sociedad
más justa, comencemos por ser justo con los demás: “Traten a los demás como
quieren que ellos les traten a ustedes” (Lc 6,31). Así pues, se justo con tu
esposa, con tu esposo. Justo con tus hijos. Justo con tus padres y tus
hermanos. Justo con todos. Ahí comienza la justicia del mundo.
No exijas porque
encontrarás resistencias. Ofrece y verás cómo los corazones se te abren y se
hacen más blandos. No pidas, no reclames. Haz de tu vida un ofrecimiento y un
regalo, verás que alguien comenzará ya diciéndote: gracias. Cuando alguien te
dice gracias, algo está cambiando dentro de su corazón. ¿No creen ustedes que
todos llevamos dentro también mucha violencia (fuego) contra todos, pero
sobretodo contra aquellos que atacan a la Iglesia, hablan más de la Iglesia o
atacan a la Iglesia o incluso a nuestras ideas políticas? Habría que mirar bien
dentro de nosotros. Es posible no seamos tan mansos como parecemos. Jesús había
dicho: “El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena
semilla en su campo. Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró
encima cizaña entre el trigo, y se fue. Cuando brotó la hierba y produjo fruto,
apareció entonces también la cizaña. Los siervos del amo se acercaron a
decirle: "Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que
tiene cizaña?" El les contestó: "Algún enemigo ha hecho esto." Le
dice los siervos: "¿Quieres, pues, que vayamos a recogerla?" Les dice:
"No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquen a la vez el trigo. Déjenlo
que ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los
segadores: Recojan primero la cizaña y atenla en gavillas para quemarla, y el trigo
recojan en mi granero" (Mt 13,24-30).
Como complemento de lo
tratado, en la parte segunda se nos plantea el problema fundamental de nuestra
fe y nuestra relación con Jesús. Con frecuencia, damos mucha importancia a
nuestras devociones, sobretodo, aquellas que nos ofrecen seguridad, pero nos
olvidamos que lo esencial del cristiano es el "seguimiento de Jesús".
Esto es lo serio del Evangelio, de ahí que nos encontremos con tres situaciones
que, de alguna manera nos marcan el camino y el sentido de lo que significa
"seguir a Jesús". Digamos que aquí hay algo más que estampitas
bonitas con bonitas oraciones. Aquí hay decisiones radicales donde el sí es sí
y el no es no. Jesús no anda con medias tintas. Ni el cristiano está llamado a
"vivir a la moda" o según soplan los vientos. Ello presupone
renunciar radicalmente a los peros que en decir verdad vienen de nuestros
caprichitos. Y es que nos gusta engreírnos y Dios como nos gustaría o quisiéramos
que nos engría. Pero mucho cuidado, estas cositas personales no tienen nada que
ver con el querer de Dios o sino recordemos aquel caprichito de Pedro:
Cuando llegó a Simón
Pedro, éste le dijo: «¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?» Jesús le
contestó: «Tú no puedes comprender ahora lo que estoy haciendo. Lo comprenderás
más tarde.» Pedro replicó: «Jamás me lavarás los pies.» Jesús le respondió: «Si
no te lavo, no podrás tener parte conmigo.» Entonces Pedro le dijo: «Señor,
lávame no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.» Jesús le dijo:
«El que se ha bañado, está completamente limpio y le basta lavarse los pies. Y
ustedes están limpios, aunque no todos.» (Jn 13,6-10)
Hay un radicalismo donde
se trata de nadar contra corriente, muchas veces, ni se trata de agarrarnos al
pasado. El seguimiento es siempre un camino que hay que andar y que
constantemente nos desinstala de nuestras seguridades. El seguimiento de Jesús
no nos asegura contra nada sino que nos sitúa frente al desafío con frecuencia
de la imprevisible.
El Evangelio de hoy nos
plantea un problema al que posiblemente le estamos dando poca importancia. Se
habla aquí de tres pretensiones de seguimiento y de tres respuestas que pueden
sonarnos algo extrañas. Jesús que pone dificultades a quien, sin ser llamado,
pretende seguirle. A otro lo invita a seguirle, no se niega, pero pone
condiciones que en sí parecen razonables, pero que Jesús no acepta. Un tercero
que también se ofrece, pero con ciertas condiciones. Total que ninguno de los tres
termina siguiendo a Jesús. El seguimiento es ante todo una llamada y nuestra
condición de cristianos es la de "seguidores de Jesús", pero aquí
surgen serios problemas. Seguir a Jesús no es nada fácil porque seguirle es
andar su propio camino y es correr los mismos riesgos que Él. Seguir a Jesús no
puede quedarse en simple buena voluntad ni en simples actos de piedad, seguir a
Jesús es poner en riesgo lo que somos y lo que tenemos, nuestro presente y
nuestro futuro. Seguir a Jesús requiere un convencimiento radical por el que
estamos dispuestos a no tener donde reclinar la cabeza, no tener una cama para
descansar tranquilo, sino vivir constantemente a impulsos del Espíritu.
Pero, además, cuando
decimos seguirle asumimos la decisión de romper con todo y comprometernos con
la libertad del Reino por encima de todos los demás intereses. Tendríamos que
preguntarnos la razón por la que somos cristianos y tendríamos que preguntarnos
si nuestro ser cristiano nos lleva realmente a jugarnos enteros porque Dios en
su Hijo se jugó todo por el hombre y su salvación (Jn3,16).
Puede que muchos seamos
cristianos para asegurarnos la benevolencia de Dios y estar seguros de que Dios
no nos fallará. Puede que le sigamos para asegurarnos la salvación. Cumplimos
para salvarnos. En el fondo, decidimos ser cristianos como quien quiere
asegurar su futuro y su salvación. Es un precio que tenemos que pagar. En tanto
que cuando hablamos de seguimiento implica que hemos descubierto de verdad el tesoro
que es Jesús y que estamos dispuestos a vivir en la inseguridad, porque cada
día la ponemos en riesgo por fidelidad al Evangelio. La religión no puede ser
ni una caja de seguridad, ni tampoco pensar que con ello Dios está obligado a
escucharnos y sacarnos de nuestras dificultades. Pero eso sí, quede muy claro,
quien sigue sin peros a Jesús tendrá su recompensa: “Pedro dijo a Jesús: Nosotros
lo hemos dejado todo para seguirte. Y Jesús contestó: En verdad les digo:
Ninguno que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o campos
por mi causa y por el Evangelio quedará sin recompensa. Pues, aun con
persecuciones, recibirá cien veces más en la presente vida en casas, hermanos,
hermanas, hijos y campos, y en el mundo venidero la vida eterna” (Mc. 10,28).
Terminamos nuestra reflexión
con la misma cita con la que Jesús terminaba en el domingo anterior: “El Hijo
del Hombre tiene que sufrir mucho y ser rechazado por las autoridades judías,
por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la Ley. Lo condenarán a
muerte, pero tres días después resucitará. También Jesús decía a toda la gente:
Si alguno quiere seguirme, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz de
cada día y que me siga. Les digo: el que quiera salvarse a sí mismo se perderá,
y el que pierda su vida por causa mía, se salvará. ¿De qué le sirve al hombre
ganar el mundo entero si se pierde o se disminuye a sí mismo? Si alguien se
avergüenza de mí y de mis palabras, también el Hijo del Hombre se avergonzará
de él cuando venga en su gloria y en la gloria de su Padre con los ángeles
santos (Lc. 9,22-26).
Por tanto vale la pena
seguir a Jesús porque él es todo en todo y así lo dicen San Pablo: “Den gracias
al Padre que nos preparó para recibir nuestra parte en la herencia reservada a
los santos en su reino de luz. Él nos arrancó del poder de las tinieblas y nos
trasladó al Reino de su Hijo amado Cristo Jesús. En él nos encontramos
liberados y perdonados. Porque él es la imagen del Dios que no se puede ver, y
para toda criatura es el Primogénito, porque en él fueron creadas todas las
cosas, en el cielo y en la tierra, el universo visible y el invisible, Tronos,
Gobiernos, Autoridades, Poderes. Todo fue hecho por medio de él y para él. El
existía antes que todos, y todo se mantiene en él. Y él es la cabeza del
cuerpo, es decir, de la Iglesia, él que renació primero de entre los muertos,
para que estuviera en el primer lugar en todo. Así quiso Dios que «el todo» se
encontrara en él y gracias a él fuera reconciliado con Dios, porque la sangre
de su cruz ha restablecido la paz tanto sobre la tierra como en el mundo de
arriba… Pero con su muerte Cristo los reconcilió y los integró a su mismo ser
humano mortal, de modo que ahora son santos, sin culpa ni mancha ante él” (Col
1,12-22). Así, Jesús es modelo de vida a seguir para toda la humanidad, por eso
san Pablo mismo exclamó de gozo: “Más aún, todo lo considero al presente como
peso muerto, en comparación con eso tan extraordinario que es conocer a Cristo
Jesús, mi Señor. A causa de él ya nada tiene valor para mí, y todo lo considero
basura con tal de ganar a Cristo” (Flp 3,8).
lunes, 24 de junio de 2013
DOMINGO XII - CICLO C
DOMINGO XII – CICLO C T.O. – (23 de Junio)
Evangelio según San Lucas 9,18 - 24:
En aquel tiempo sucedió que mientras Jesús estaba orando a
solas, se hallaban con Él los discípulos y Él les preguntó: "¿Quién dice
la gente que soy yo?" Ellos respondieron: "Unos, que Juan el
Bautista; otros, que Elías; otros, que un profeta de los antiguos había
resucitado."
Les dijo: "Y uds. ¿quién dicen que soy yo?" Pedro
le contestó: "Tu eres el Cristo de Dios." Pero les mandó enérgicamente
que no dijeran esto a nadie. Dijo: "El Hijo del hombre debe sufrir mucho,
y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser
matado y resucitar al tercer día."
Decía a todos: "Si alguno quiere venir en pos de mí,
niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera
salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la
salvará."
PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.
Ayer en el domingo XII del tiempo Ordinario el Evangelio nos
presentaba esta escena en la que Jesús pregunta ¿Quién dicen la gente que
soy?... directamente: Y uds. ¿quién dicen que soy yo? Una pregunta que debió
despertar gran interés en las primeras comunidades ya que lo traen los tres
Evangelios sinópticos. Pero antes de dar nuestro parecer conviene dar una
mirada panorámica en los evangelios respecto al tema. Respuestas diversas, que
nos permiten situarnos en sintonía con la palabra de Jesús, que es la misma
Palabra de Dios.
Antes resaltamos que la espera del Mesías, el Cristo está
muy latente por la comunidad. Pero la escena después de la respuesta correcta de
Pedro que pone en tela de juicio es aquello que Jesús mismo pone:
El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por
los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al
tercer día" (Lc9,22). Es decir, la aclaración muy precisa que hace Jesús
sobre la concepción del Mesías que el pueblo judío espera no está en
concordancia con el Mesías que Dios envía por eso el descontento a esta: “Jesús
hablaba de esto con mucha seguridad. Pedro, pues, lo llevó aparte y comenzó a
reprenderlo (que esto de la derrota en manos de tus enemigo no puede pasarte,
lo evitaremos). Pero Jesús, dándose la vuelta, vio muy cerca a sus discípulos.
Entonces reprendió a Pedro y le dijo: “¡Pasa detrás de mí, Satanás! Tus
ambiciones no son las de Dios, sino de los hombres” (Mc 8,32-33).
Pero no solo suscita discordias esta corrección al modo de
pensar respecto al Mesías, sino también el modo como tienen que seguir, quienes
quieren seguir: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome
su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá;
pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará" (Lc.9,23). Este precio
lo pone Jesús, es el precio del cielo, no es nada barato, ahí que no topamos
con este episodio: “Al escucharlo, cierto número de discípulos de Jesús
dijeron: «¡Este lenguaje es muy duro! ¿Quién querrá escucharlo? Jesús se dio
cuenta de que sus discípulos criticaban su discurso y les dijo: «¿Les
desconcierta lo que he dicho? ¿Qué será, entonces, cuando vean al Hijo del
hombre subir al lugar donde estaba antes? El espíritu es el que da vida, la
carne no sirve para nada. Las palabras que les he dicho son espíritu, y son
vida… A partir de entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y
dejaron de seguirle. Jesús preguntó a los Doce: «¿Quieren marcharse también
ustedes?» Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de
vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (Jn
6,60-70).
Pero, curiosamente gente que no es de la cultura judía son
los que sin poner peros aceptan y descubren a Dios en Jesús: La mujer samaritana
dijo a Jesús: “Yo sé que el Mesías, (que es el Cristo), está por venir; cuando
venga, nos enseñará todo.” Jesús le dijo: “Ese soy yo, el que habla contigo”
(Jn 4,25). Y la mujer convoca al pueblo para que se acerquen a ver a Jesús: “Vengan
a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será éste el
Cristo?” Salieron, pues, del pueblo y fueron a verlo (Jn 4,29-30). Luego es el
mismo pueblo no judío que dice a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú has
contado. Nosotros mismos lo hemos escuchado y sabemos que éste es verdaderamente
el Salvador del mundo” (Jn 4,42).
Como vemos, no siempre es fácil creer en Dios, quizá nos es fácil
creer en un Dios Divino, pero creer en el Dios que se hizo hombre y que se
somete bajo sus leyes, no es siempre fácil. De ahí que Jesús saca una conclusión
que nos lo comparte: “Ningún profeta es bien recibido en su patria” (Lc 4,24).
Pero no obstante estas limitaciones, Jesús siempre fiel al proyecto de Dios: “Pues
él quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la
verdad. Dios es único, y único también es el mediador entre Dios y los hombres,
Cristo Jesús hombre, que en el tiempo fijado dio el testimonio: se entregó para
rescatar a todos” (ITm 2,4-6). Por eso Jesús al Padre por ser tan fiel porque
sabe que este proyecto no es suyo sino de Dios padre: “Yo te alabo, Padre,
Señor del Cielo y de la tierra, porque has mantenido ocultas estas cosas a los
sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, pues así
fue de tu agrado. Mi Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce
al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquellos a
quienes el Hijo se lo quiera dar a conocer” (Mt 11,25-27).
Para nuestra reflexión pastoral:
Hoy, mis estimados hermanos, también Cristo, el señor nos
pide una respuesta a cada uno de nosotros, pero esa respuesta tiene que nacer
de nuestra propia convicción porque si nos movemos bajo parámetros culturales o
sociales, es posible que tengamos problemas como las tuvo los apóstoles. Porque
resulta que, hay cristianos que todo lo dan por hecho y nunca se les ocurre
preguntarse, cuestionarse. Y una de las preguntas que debiéramos hacernos
constantemente es: "Yo creo en Dios", pero ¿qué es Dios para
mí?" "Yo creo en Jesús, pero, ¿qué es Jesús para mí?" "Yo
tengo fe, pero ¿qué es la fe para mí?" Quizá, incluso y antes de ensayar
estas preguntas convendría hacernos consigo mismo: ¿Quién soy yo para? ¿Quién quisiera
que yo fuera para la gente? ¿Qué quisiera que la gente pensara en mí? ¿Qué ofrezco
yo para que las cosas cambien? ¿Qué hago para que esto quede desmentido si no
me gusta lo que piensan de mí? ¿Qué hago para reafirmar lo que piensan de mí?
Estas preguntas de introspección tienen el propósito de
saber qué rumbo toma nuestra vida. Porque tanto en la vida cristiana, como en
la vida ordinaria de cada día, en la vida de matrimonio o, incluso, en la vida
sacerdotal, uno de los mayores peligros suele ser la rutina, el acostumbrarnos.
Eso por una razón muy sencilla. Una pareja que no se pregunta y cuestiona con
frecuencia sobre el amor es posible que termine en una especie de aburrimiento,
de un amor apagado o que se va apagando. Es que tanto el amor, como también la
fe, es preciso renovarlos constantemente, es preciso someterlos a autocrítica
con frecuencia, si es que queremos mantenerlos vivos y actualizados las
motivaciones que permitieron llegar a donde estamos o que faltan aún llegar a
aquello que soñamos alcanzar.
Porque no basta decir que creemos en Dios. La pregunta clave
es qué significa Dios hoy en mi vida.
Porque no basta decir que creemos en Jesús. La pregunta clave
es qué significa Jesús hoy en mi vida.
Porque no basta decir que estamos bautizados. La pregunta
clave es qué significa mi bautismo hoy en mi vida. Y dichas respuestas deben
comprometernos a apostar por lo que creemos alcanzar porque en ella se juega nuestra
propia vida, y si así no lo vemos, entonces perdemos tiempo en cosas que no van
con nosotros.
Como tampoco basta con decir "yo estoy casado",
sino qué significa el matrimonio y mi esposa en mi vida. Por eso Jesús pone las
condiciones para quien quiera seguirle. Primero, se define a sí mismo como el
rechazado de los hombres, y luego quien quiera seguirle tendrá que estar a
jugársela entera.
sábado, 15 de junio de 2013
DOMINGO XI - C (16/JUL/13)
PALABRA DE DIOS: XI DOMINGO - C T.O. (16/JUL/13): DOMINGO XI (TO – C) 16 de junio del 2013 San Lucas 7,36 - 50: En aquel tiempo, un fariseo le rogó a Jesús que comiera con él, ...
XI DOMINGO - C T.O. (16/JUL/13)
DOMINGO XI (TO – C) 16 de junio del 2013
San Lucas 7,36 - 50:
En aquel tiempo, un fariseo le rogó a Jesús que comiera con
él, y, entrando en la casa del fariseo, se puso a la mesa. Había en la ciudad
una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba comiendo en casa del
fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume, y poniéndose detrás, a los
pies de Él, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los
cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el
perfume. Al verlo el fariseo que le había invitado, se decía para sí: "Si
éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está
tocando, pues es una pecadora."
Jesús le respondió: "Simón, tengo algo que decirte."
Él dijo: "Di, maestro." Un acreedor tenía dos deudores: uno debía
quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían para pagarle, perdonó a
los dos. ¿Quién de ellos le amará más?" Respondió Simón: "Supongo que
aquel a quien perdonó más." Él le dijo: "Has juzgado bien", y
volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: "¿Ves a esta mujer? Entré en tu
casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con
lágrimas, y los ha secado con sus cabellos.
No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de
besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con
perfume. Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha
mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra." Y le
dijo a ella: "Tus pecados quedan perdonados." Los comensales
empezaron a decirse para sí: "¿Quién es éste que hasta perdona los
pecados?" Pero Él dijo a la mujer: "Tu fe te ha salvado. Vete en
paz."
PALABRA DEL SEÑOR
COMENTARIO:
Mis queridos amigos os
expreso mi saludo cordial y fraterno de Paz y Bien.
Estamos celebrando el XI
domingo del tiempo ordinario y la liturgia nos invita a meditar y reflexionar
sobre la actitud escandalosa del fariseo Simón y el escándalo que suscita la
actitud de Jesús al perdonar el pecado de la mujer más pecadora de la ciudad:
Simón “el buen fariseo” invitó
a Jesús a cenar a su casa. Jesús no tiene reparo alguno en aceptar dicha invitación.
Le importan poco las críticas y murmuraciones de la gente que se tiene por
buena. Jesús es de los que no tiene escrúpulos si se trata de amar ni siquiera
de entrar en casa de un fariseo que sabe piensa mal de Él. Lo que digan o no
los demás no le preocupa, su preocupación es acercarse a los que necesitan de
su ayuda, ya había dicho: “No es la gente sana la que necesita médico, sino los
enfermos. Vayan y aprendan lo que significa esta palabra de Dios: Me gusta la
misericordia más que las ofrendas. Pues no he venido a llamar a los justos,
sino a los pecadores” (Mt 9,12-13). Pero luego resulta muy curioso, una escena
que revela el corazón humano del anfitrión. No sabemos cuáles pudieron ser los
motivos por los que el fariseo, que se llamaba Simón, invitó a Jesús a su casa,
pero es de suponer que el fin era espiar a Jesús: “Los maestros de la Ley y los
fariseos espiaban a Jesús para ver si hacía una curación en día sábado, y
encontrar así motivo para acusarlo” (Lc 6,7). Pero es que durante la cena entra
una pecadora desesperada de vivir el vacío de una vida entregada al servicio de
muchos que se llamaban buenos y la utilizaban.
Mientras ella se echa a
los pies de Jesús, los riega con sus lágrimas y se los seca con su larga
cabellera, alguien está condenando a esta mujer y condenando a Jesús. "Si
este fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo estás tocando y lo que
es: una pecadora"(Lc. 7,39). Jesús, que conoce la verdad del corazón
humano: La mujer samaritana exclamó: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho
todo lo que he hecho. ¿No será éste el Cristo?” (Jn 4,29) y por eso sale en
defensa de la pecadora, marginada por aquellos mismos que la utilizaban para
saciar sus propias pasiones. Cuando se trata de defender al débil o al pecador
arrepentido, Jesús no le importa poner al descubierto el corazón podrido y que
apesta de los buenos fariseos (Jn 11,39). No tiene vergüenza en poner al
descubierto los pensamientos del que le invitó a la cena, no tiene vergüenza en
desacreditar a quien le había regalado una cena, porque de por medio está el
amor al pecador que busca llenar su vacío y limpiar su vida de tanta basura.
Me gusta el atrevimiento
de Jesús de poner al descubierto los pensamientos del fariseo que le ofrece la
cena, dejándolo al descubierto de todo el mundo. Me gusta también el
atrevimiento de Jesús que da cara por una pecadora pública, de mala reputación
y marginada por todos los buenos. Me encanta el atrevimiento de Jesús de
defender a los malos desprestigiando a los buenos. Me encanta el atrevimiento
de Jesús de poner al descubierto la maldad del corazón de los buenos y la
bondad que aún queda en el corazón de los malos. Con frecuencia condenamos en
los demás lo que escondemos dentro de nosotros y Dios termina destapándolo. “Nadie
te condeno? Yo tampoco te condeno” había dicho a la mujer adúltera (Jn 8,11).
Y qué tal si en tu misa
de fiesta o matrimonio sube al altar una mujer que todo el mundo sabe que es la
prostituta más conocida de tu pueblo para presentar su ofrenda. La verdad que
no sé si el mayor susto se lo llevaría el Sacerdote o la gente que participa en
la Eucaristía. Es que resulta curioso, mientras por una parte las calificamos
de malas mujeres, luego cuando se trata de prohibirles su presencia. Salimos a
defenderlas, pero defenderlas para que sigan con el mismo oficio, y no me dirán
que tampoco faltan quienes lo creen necesario. Es esta una escena evangélica
llena de contrastes. La actitud de Simón el fariseo que se escandaliza, aunque
se guarda bien de conservar las apariencias del bueno y noble, y la actitud de
Jesús que se deja tocar, se deja lavar los pies y perfumarlos y la recibe con
cariño y compasión.
El escándalo es mayor
cuando Jesús le dice: "Mujer tu fe te ha salvado." "Vete en
paz." Simón piensa mal de la mujer y piensa mal de Jesús. Mientras tanto,
Jesús siente el gozo de la compasión, siente el calor de aquellas lágrimas y
aquellos besos. Más aún cuando la ve levantarse nueva, perdonada, con un
corazón nuevo porque esta mujer estaba muerta en vida condenada gente que dicen
ser de corazón noble; al respecto dice Jesús a los fariseos: “Raza de víboras,
si ustedes son tan malos, ¿cómo pueden decir algo bueno? La boca siempre habla
de lo que está lleno el corazón. El hombre bueno saca cosas buenas del bien que
guarda dentro, y el que es malo, de su mal acumulado saca cosas malas. Yo les
digo que, en el día del juicio, los hombres tendrán que dar cuenta hasta de lo
dicho que no podían justificar”. (Mt 12,35-36)
¡Cuánto hablamos mal de
las pobres pecadoras! Pero, ¿qué hacemos por ellas? ¡Cuánto hablamos mal y
criticamos a todo el mundo Pero, ¿qué hacemos por ellos los que se portan mal? Los hemos convertido en objeto
de cantidad de chistes y marginaciones. Pero que levante la mano el que se haya
acercado a ellos para tenderles una mano y abrirlos a la esperanza. Hoy tendría
que sonar fuerte tanto en la sociedad como en la misma Iglesia las frases de
Jesús: "Misericordia quiero y no sacrificios" (Am 6,6).
"Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia"
(Mt 5,7). Un cristiano sin misericordia y sin sensibilidad para estos
marginados no lleva el corazón de Jesús dentro de sí. La misericordia hace
posible que hasta los malos puedan cambiar y sentir el gozo y la alegría del
perdón de Dios porque también ellos son objeto del amor de Dios, aunque no lo
sean del nuestro.
domingo, 9 de junio de 2013
X DOMINGO - CICLO C (T.O)
DOMINGO X
(T.O.) 9 DE JUNIO 2013
Evangelio: San Lucas 10 11- 17
En aquel tiempo, iba Jesús de camino de una ciudad llamada
Naím, e iban con él sus discípulos y una gran muchedumbre. Cuando se acercaba a
la puerta de la ciudad, sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre,
que era viuda, a la que acompañaba mucha gente de la ciudad. Al verla el Señor,
tuvo compasión de ella, y le dijo: "No llores." Y, acercándose, tocó
el féretro. Los que lo llevaban se pararon, y él dijo: "Joven, a ti te
digo: Levántate." El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo
entregó a su madre.
Todos sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo: "Un
gran profeta ha surgido entre nosotros", "Dios ha visitado a su
pueblo". Y la noticia se divulgó por toda la comarca y Judea entera.
PALABRA DEL SEÑOR.
COMENTARIO:
Muy estimados amigos en el señor Paz y Bien.
En este domingo el tema de nuestra reflexión es el tema de
la muerte y la resurrección. La resurrección
es efecto de la muerte y la muerte no es sino efecto del pecado y el pecado no
es obra de Dios. “Po un solo hombre entró
el pecado en el mundo, y con el pecado la muerte. Después la muerte se propagó
a todos los hombres, porque todos pecaron (Rm 5,12). Así pues, el pecado es obra
del hombre. “Si decimos que no tenemos pecado, nos estamos engañando a nosotros
mismos, y la verdad no está en nosotros. Pero si confesamos nuestros pecados,
él, que es fiel y justo, nos perdonará nuestros pecados y nos limpiará de toda
maldad. Si dijéramos que no hemos pecado, sería como decir que él miente, y su
palabra no estaría en nosotros” (IJn 1,8-10).
El daño está hecho, habrá que hacer frente al Pecado porque
conduce a muerte y la muerte no es sino el infierno. “Dios salvador nuestro
quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Dios
es único, y único también es el mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús
hombre” (ITm 2,4-5). Mismo Jesús dice. “Entonces Tomás preguntó: «Señor,
nosotros no sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino? Jesús
contestó: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí”
(Jn 14,6-7). Resáltese esta afirmación de
Jesús “yo soy la vida”. “Le dijo Jesús: «Yo soy la resurrección (y la vida). El
que cree en mí, aunque muera, vivirá. El que vive, el que cree en mí, no morirá
para siempre. ¿Crees esto?» Ella contestó: «Sí, Señor; yo creo que tú eres el
Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.» (Jn 11, 25-26).
Ahora bien, conviene situarnos en algunas escenas de la resurrección
las que suscita el mismo Señor Jesús salvador nuestro que ha venido a
arrancarnos del poder de la muerte:
1).-Naim: Jesús se dirigió poco después a un pueblo llamado
Naím, y con él iban sus discípulos y un buen número de personas. Cuando llegó a
la puerta del pueblo, sacaban a enterrar a un muerto: era el hijo único de su
madre, que era viuda, y mucha gente del pueblo la acompañaba. Al verla, el
Señor se compadeció de ella y le dijo: «No llores.» Después se acercó y tocó el
féretro. Los que lo llevaban se detuvieron. Dijo Jesús entonces: «Joven, yo te
lo mando, levántate.» Se incorporó el muerto inmediatamente y se puso a hablar.
Y Jesús se lo entregó a su madre: Mujer ahí tienes a tu hijo. (Lc. 7. 12-15).
La parte ultima similar a la escena de su propia muerte: Jesús, al ver a la
Madre y junto a ella al discípulo que más quería, dijo a la Madre: «Mujer, ahí
tienes a tu hijo.» (Jn 19,26).
2).- Casa de Jairo: Estaba aún Jesús hablando, cuando
alguien vino a decir al dirigente de la sinagoga: «Tu hija ha muerto; no tienes
por qué molestar más al Maestro.» Jesús lo oyó y dijo al dirigente: «No temas:
basta que creas, y tu hija se salvará.» Al llegar a la casa, no permitió entrar
con él más que a Pedro, Juan y Santiago, y al padre y la madre de la niña. Los
demás se lamentaban y lloraban en voz alta, pero Jesús les dijo: «No lloren; la
niña no está muerta, sino dormida.» Pero la gente se burlaba de él, pues sabían
que estaba muerta. Jesús la tomó de la mano y le dijo: «Niña, levántate.» Le
volvió su espíritu; al instante se levantó y Jesús insistió en que le dieran de
comer (Lc 8, 49-52)
3) Betania: Jesús ordenó: «Quiten la piedra.» Marta, hermana
del muerto, le dijo: «Señor, ya tiene mal olor, pues lleva cuatro días.» Jesús
le respondió: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios? Y quitaron
la piedra. Jesús levantó los ojos al cielo y exclamó: «Te doy gracias, Padre,
porque me has escuchado. Yo sabía que siempre me escuchas; pero lo he dicho por
esta gente, para que crean que tú me has enviado.» Al decir esto, gritó con fuerte
voz: «¡Lázaro, sal fuera!» Y salió el muerto. Tenía las manos y los pies atados
con vendas y la cabeza cubierta con un velo. Jesús les dijo: «Desátenlo y
déjenlo caminar.» Muchos judíos que habían ido a casa de María creyeron en
Jesús al ver lo que había hecho. (Jn 11,19-45).
4) Propia muerte y resurrección: y Jesús gritó muy fuerte:
«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Y dichas estas palabras, Jesús murió.
El capitán romano, al ver lo que había sucedido, reconoció la mano de Dios y
dijo: «Realmente este hombre era un justo.» Y toda la gente que se había
reunido para ver este espectáculo, al ver lo ocurrido, comenzó a irse
golpeándose el pecho. (Lc 23, 46-48) … (María de Magdala, Juana y María, la
madre de Santiago) al entrar en la tumba no encontraron el cuerpo del Señor
Jesús. No sabían qué pensar, pero en ese momento vieron a su lado a dos hombres
con ropas fulgurantes. Estaban tan asustadas que no se atrevían a levantar los
ojos del suelo. Pero ellos les dijeron: «¿Por qué buscan entre los muertos al
que vive? No está aquí. Resucitó. Acuérdense de lo que les dijo cuando todavía
estaba en Galilea: El Hijo del Hombre debe ser entregado en manos de los
pecadores y ser crucificado, y al tercer día resucitará.» Ellas entonces recordaron
las palabras de Jesús. Al volver del sepulcro, les contaron a los Once y a
todos los demás lo que les había sucedido. (Lc 26,4-9).
La pregunta exegética que nos hacemos es. ¿Por qué las
resurrecciones que hizo Jesús se describen con detalles pero hay tres puntos
suspensivos en la resurrección de nuestro Señor Jesucristo? L respuesta la
hallamos en la resurrección de Lázaro (Jn 11,41). Porque todas las
resurrecciones que hace Jesús es el cuarto día, es decir resucitan en el mismo
cuerpo mortal. En cambio la resurrección del Señor es el tercer día, una resurrección
en el estado glorioso. Y ¿en qué consiste este estado glorioso?. Veamos:
Jesús se Transfiguró:
“Unos ocho días después de estos discursos, Jesús tomó consigo a Pedro, a
Santiago y a Juan y subió a un cerro a orar. Y mientras estaba orando, su cara
cambió de aspecto y su ropa se volvió de una blancura fulgurante. Dos hombres,
que eran Moisés y Elías, conversaban con él. Se veían en un estado de gloria y
hablaban de su partida, que debía cumplirse en Jerusalén. Un sueño pesado se
había apoderado de Pedro y sus compañeros, pero se despertaron de repente y
vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él. Como éstos
estaban para irse, Pedro dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bueno que estemos aquí!
Levantemos tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» Pero
no sabía lo que decía. Estaba todavía hablando, cuando se formó una nube que
los cubrió con su sombra, y al quedar envueltos en la nube se atemorizaron. Pero
de la nube llegó una voz que decía: «Este es mi Hijo, mi Elegido; escúchenlo.»
(Lc 9,28-35). Esta explicación de la transfiguración del señor en el monte
Tabor es la que entra a tallar los puntos suspensivos dejados en la tumba vacía
(Lc 24,6) Jesús resucito y ahora está en estado glorioso ya no unos segundos
como se dejó ver con Pedro Santiago y Juan sino para siempre, este estado está
fuera del tiempo y es la eternidad.
Ahora estando en este estado glorioso Jesús se dejó ve
durante 50 días por sus apóstoles y una de ellas es esta: “Ese mismo día, el
primero después del sábado, los discípulos estaban reunidos por la tarde, con
las puertas cerradas por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se puso de pie en
medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!» Dicho esto, les mostró
las manos y el costado. Los discípulos se alegraron mucho al ver al Señor. Jesús
les volvió a decir: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envío a mí, así
los envío yo también.» Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban el
Espíritu Santo: a quienes descarguen de sus pecados, serán liberados, y a
quienes se los retengan, les serán retenidos.» Tomás, uno de los Doce, llamado
el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le
dijeron: «Hemos visto al Señor.» Pero él contestó: «Hasta que no vea la marca
de los clavos en sus manos, no meta mis dedos en el agujero de los clavos y no
introduzca mi mano en la herida de su costado, no creeré.» Ocho días después,
los discípulos de Jesús estaban otra vez en casa, y Tomás con ellos. Estando
las puertas cerradas, Jesús vino y se puso en medio de ellos. Les dijo: «La paz
esté con ustedes.» Después dijo a Tomás: «Pon aquí tu dedo y mira mis manos;
extiende tu mano y métela en mi costado. Deja de negar y cree.» Tomás exclamó:
«Tú eres mi Señor y mi Dios.» Jesús replicó: «Crees porque me has visto.
¡Felices los que no han visto, pero creen!» (Jn 20, 20-19).
San Pablo: En su teología de la Parusía parte propedéutica sostiene
este mismo principio: En primer lugar les he transmitido esto, tal como yo
mismo lo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, como dicen las
Escrituras; que fue sepultado; que resucitó al tercer día, también según las
Escrituras; que se apareció a Pedro y luego a los Doce. Después se dejó ver por
más de quinientos hermanos juntos, algunos de los cuales ya han entrado en el
descanso, pero la mayoría vive todavía. Después se le apareció a Santiago, y
seguidamente a todos los apóstoles. Y se
me apareció también a mí, iba a decir al aborto, el último de todos Porque yo
soy el último de los apóstoles y ni siquiera merezco ser llamado apóstol, pues
perseguí a la Iglesia de Dios. Sin embargo, por la gracia de Dios soy lo que
soy y el favor que me hizo no fue en vano; he trabajado más que todos ellos,
aunque no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo. Pues bien, esto es lo
que predicamos tanto ellos como yo, y esto es lo que han creído. Ahora bien, si
proclamamos un Mesías resucitado de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos ahí
que no hay resurrección de los muertos? Si los muertos no resucitan, tampoco
Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, nuestra predicación no tiene
contenido, como tampoco la fe de ustedes. Con eso pasamos a ser falsos testigos
de Dios, pues afirmamos que Dios resucitó a Cristo, siendo así que no lo
resucitó, si es cierto que los muertos no resucitan. Pues si los muertos no
resucitan, tampoco Cristo pudo resucitar. Y si Cristo no resucitó, de nada les
sirve su fe: ustedes siguen en sus pecados. Y, para decirlo sin rodeos, los que
se durmieron en Cristo están totalmente perdidos. Si nuestra esperanza en
Cristo se termina con la vida presente, somos los más infelices de todos los
hombres. Pero no, Cristo resucitó de entre los muertos, siendo él primero y
primicia de los que se durmieron.
Un hombre trajo la muerte, y un hombre también trae la
resurrección de los muertos. Todos mueren por estar incluidos en Adán, y todos
también recibirán la vida en Cristo. Pero se respeta el lugar de cada uno:
Cristo es primero, y más tarde le tocará a los suyos, cuando Cristo nos visite.
Luego llegará el fin. Cristo entregará a Dios Padre el Reino después de haber
desarmado todas las estructuras, autoridades y fuerzas del universo. Está dicho
que debe ejercer el poder hasta que haya puesto a todos sus enemigos bajo sus
pies, y el último de los enemigos sometidos será la muerte. Dios pondrá todas
las cosas bajo sus pies. Todo le será sometido; pero es evidente que se excluye
a Aquel que le somete el universo. Y cuando el universo le quede sometido, el
Hijo se someterá a Aquel que le sometió todas las cosas, para que en adelante,
Dios sea todo en todos. Pero, díganme, ¿qué buscan esos que se hacen bautizar
por los muertos? Si los muertos de ningún modo pueden resucitar, ¿de qué sirve
ese bautismo por ellos? Y nosotros mismos, ¿para qué arriesgamos continuamente
la vida? Sí, hermanos, porque todos los días estoy muriendo, se lo juro por
ustedes mismos que son mi gloria en Cristo Jesús nuestro Señor. Si no hay más
que esta existencia, ¿de qué me sirve haber luchado contra leones en Éfeso? Si
los muertos no resucitan, comamos y bebamos, que mañana moriremos. No se dejen
engañar: las doctrinas malas corrompen las buenas conductas. Despiértense y no
pequen: de conocimiento de Dios algunos de ustedes no tienen nada, se lo digo
para su vergüenza.
Algunos dirán: ¿Cómo resurgen los muertos? ¿Con qué clase de
cuerpo vuelven? ¡Necio! Lo que tú siembras debe morir para recobrar la vida. Y
lo que tú siembras no es el cuerpo de la futura planta, sino un grano desnudo,
ya sea de trigo o de cualquier otra semilla. Dios le dará después un cuerpo
según lo ha dispuesto, pues a cada semilla le da un cuerpo diferente. Hablamos
de carne, pero no es siempre la misma carne: una es la carne del hombre, otra
la de los animales, otra la de las aves y otra la de los peces. Y si hablamos
de cuerpos, el resplandor de los «cuerpos celestes» no tiene nada que ver con
el de los cuerpos terrestres. También el resplandor del sol es muy diferente
del resplandor de la luna y las estrellas, y el brillo de una estrella difiere
del brillo de otra.
Lo mismo ocurre con la resurrección de los muertos. Se
siembra un cuerpo en descomposición, y resucita incorruptible. Se siembra como
cosa despreciable, y resucita para la gloria. Se siembra un cuerpo impotente, y
resucita lleno de vigor. Se siembra un cuerpo animal, y despierta un cuerpo
espiritual. Pues si los cuerpos con vida animal son una realidad, también lo
son los cuerpos espirituales. Está escrito que el primer Adán era hombre dotado
de aliento y vida; el último Adán, en cambio, será espíritu que da vida. La
vida animal es la que aparece primero, y no la vida espiritual; lo espiritual
viene después. El primer hombre, sacado de la tierra, es terrenal; el segundo
viene del cielo. Los de esta tierra son como el hombre terrenal, pero los que
alcanzan el cielo son como el hombre del cielo. Y del mismo modo que ahora
llevamos la imagen del hombre terrenal, llevaremos también la imagen del
celestial. Entiéndanme bien, hermanos: lo que es carne y sangre no puede entrar
en el Reino de Dios. En la vida que nunca terminará no hay lugar para las
fuerzas de descomposición. Por eso les enseño algo misterioso: aunque no todos
muramos, todos tendremos que ser transformados cuando suene la última trompeta.
Será cosa de un instante, de un abrir y cerrar de ojos. Al toque de la trompeta
los muertos resucitarán como seres inmortales, y nosotros también seremos
transformados. Porque es necesario que nuestro ser mortal y corruptible se
revista de la vida que no conoce la muerte ni la corrupción. Cuando nuestro ser
corruptible se revista de su forma inalterable y esta vida mortal sea absorbida
por la inmortal, entonces se cumplirá la palabra de la Escritura: ¡Qué victoria
tan grande! La muerte ha sido devorada. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?
¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado, y la
Ley lo hacía más poderoso. Pero demos gracias a Dios que nos da la victoria por
medio de Cristo Jesús, nuestro Señor. Así, pues, hermanos míos muy amados,
manténganse firmes y no se dejen conmover. Dedíquense a la obra del Señor en
todo momento, conscientes de que con él no será estéril su trabajo.
REFELXION PASTORAL:
Solo quien ha experimentado el dolor auténtico de la muerte
es el que ha perdido un ser querido en este mundo. Nadie sabe el dolor del
corazón de una madre que ha perdido a su hijo. Su camino más doloroso es sin
duda el del cementerio. De ahí las dolorosas escenas de despedida cuando ven
que meten a su hijo en la tumba. Incluso, a veces, es preciso tomarla de la
mano porque no quiere soltarse del último abrazo en el ataúd. Pero todos somos
testigos del dolor de las madres que sienten que también están perdiendo a su
hijo, no porque la gente cargue con el ataúd. Es el dolor de las madres que ven
que sus hijos se alejan del hogar en busca de otras compañías, que andan por
otros caminos de muerte en la vida.
El dolor de las madres que ven a su hijo dominado por el
alcohol y que regresa a casa de madrugada, cuando no se queda por ahí todo el
fin de semana. El dolor de las madres que ven como su hijo se está hundiendo en
el infierno de la droga. El dolor de las madres que sienten que su hijo se
niega a abrir sus ojos a un futuro digno y que los haga hombres signos en la
sociedad. Todos, de alguna manera, hemos sido y somos testigos del dolor de
muchas madres. Engendraron al hijo con todo el cariño de su corazón y ahora ven
cómo se les escapa de las manos.
A estas madres no podemos mirarlas con indiferencia y muchos
menos con críticas y reproches. También ellas necesitan de un Jesús que sienta
compasión por ellas y les devuelva a su hijo medio muerto en vida. Hijo no
camino del cementerio, pero sí camino de una vida que cada día se va
destruyendo. También ellas necesitan de una palabra de consuelo por parte
nuestra. También ellas necesitan de esa ayuda que pueda devolverles al hijo.
Felizmente existen hoy distintos movimientos de ayuda, pero necesitan también
ellas de mucha fe en Jesús que es capaz de decir: "Muchacho, a ti te lo
digo: "Levántate." Todas las terapias son de alabar y apreciar, pero
no podemos olvidar a ese Jesús que, a veces como quien no hace nada, sale a
nuestro encuentro. Hay muertes que sólo Él puede devolverlas la vida. Jesús no
puede ser indiferente ante las lágrimas de las madres.
sábado, 1 de junio de 2013
CUERPO Y SANGRE DEL SEÑOR
SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI
Evangelio según San Lucas 9,11 - 17:
En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar a la multitud sobre
el reino de Dios y curó a los que necesitaban. Caía la tarde y los Doce se le
acercaron para decirles: "Despide a la gente para que vayan a los pueblos
y aldeas del contorno y busquen alojamiento y comida, porque aquí estamos en un
lugar deshabitado."
Pero él les dijo: "Denles Uds. de comer." Pero
ellos respondieron: "No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser
que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente." Pues había
como cinco mil hombres. Él dijo a sus discípulos: "Hagan que se acomoden
por grupos de unos cincuenta." Lo hicieron así, e hicieron acomodarse a
todos. Tomó entonces los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al
cielo, pronunció sobre ellos la bendición y los partió, y los iba dando a los
discípulos para que los fueran sirviendo a la gente. Comieron todos hasta
saciarse. Se recogieron los trozos que les habían sobrado: doce canastos. PALABRA
DE DIOS.
COMENTARIO
Estimados hermanos(as) en el
señor sacramentado Paz y Bien.
Estamos Celebrando la fiesta de las
fiestas Jesús eucaristía porque hablar de Cuerpo y Sangre de Cristo es hablar
de Eucaristía y hablar de Eucaristía es hablar del ágape celestial, porque la
santa misa es eso realmente: “Dichos los invitados al banquete de bodas del
cordero celestial” (Ap. 19,9). Hablar de Eucaristía es hablar de un nuevo
estilo de encarnación de Jesús, como un nuevo estilo de estar presente entre
los hombres, porque nos había dicho “No os dejare huérfanos, sino que volveré”
(Jn 14,18). Pero estas palabras del Señor tienen sentido real a lo dicho más
luego: “Salí del Padre, vine al mundo; ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre”
(Jn 16,28). Sería bueno ahora preguntarnos ¿A qué vino Jesús? El gran Teólogo
san Pablo lo define sabiamente esta revelación del amor de Dios y lo dice: “Dios
salvador nuestro quiere que todos los hombres se salven llegando al
conocimiento de la verdad” (I Tm 2,4). Y ¿Qué es pues la verdad? Jesús dijo “yo
soy la verdad, camino y vida. Nadie va al Padre son por mi” (Jn 14,6). Es decir
Jesús vino a salvarnos a toda la humanidad.
¿Por qué, cómo y de qué nos salvó
Jesús?
San Juan ha dicho: “Quien ama a
Dios conoce a Dios, quien no ama a Dios no conoce Dios, porque Dios es amor” (I
Jn 4,8) Luego san Juan es más enfático al decir: “Si uno dice Yo amo a Dios y
odia a su hermano, es un mentiroso. Si no ama a su hermano, a quien ve, no
puede amar a Dios, a quien no ve” (I Jn 4,20). Mismo Jesús lo ha dicho en este sentido: “Les
doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Ustedes deben
amarse unos a otros como yo los he amado. En esto reconocerán todos que son mis
discípulos, en que se amen unos a otros” (Jn 13,34). Por tanto la única motivación
que tiene Dios para con la humanidad es esto: su amor a la humanidad.
Ahora el cómo de la salvación en
favor nuestro por parte de Dios es lo que no detiene. Al sexto mes el ángel
Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una
joven virgen que estaba comprometida en matrimonio con un hombre llamado José,
de la familia de David. La virgen se llamaba María. Llegó el ángel hasta ella y
le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» María quedó muy
conmovida al oír estas palabras, y se preguntaba qué significaría tal saludo. Pero
el ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado el favor de Dios. Concebirás
en tu seno y darás a luz un hijo, al que pondrás el nombre de Jesús. Será
grande y justamente será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el
trono de su antepasado David; gobernará por siempre al pueblo de Jacob y su
reinado no terminará jamás.» María entonces dijo al ángel: «¿Cómo puede ser
eso, si yo soy virgen?»
Contestó el ángel: «El Espíritu
Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por
eso el niño santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios…Porque para Dios,
nada es imposible.» Dijo María: «Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí
tal como has dicho.» (Lc 1,26-38). Pero en gran teólogo san Juan lo resume en
estos términos: “La palabra de Dios se hizo hombre a habitó entre nosotros”
(Jn, 1,14). Dios Padre lo reafirma su identidad en el bautismo de Jesús: “Tu
eres mi hijo amado, yo te he engendrado hoy” (Lc. 3,22). Por eso mismo Jesús más
tarde dirá: “¿No creen que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras
que yo les digo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que vive
en mí es el que hace las obras” (Jn 14,10). En el inicio de su ministerio Jesús
se valió de los profetas del A.T. quienes anunciaron la cercanía y llegada del Mesías
(Is 61 1ss). Mismo Jesús Dijo: “El Espíritu del Señor está sobre mí: Por cuanto
me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres: Me ha enviado para sanar a
los pobres, Para predicar libertad a los cautivos. Y a los ciegos vista. Para
poner en libertad a los cautivos y anunciar
el año de gracia de Dios” (Lc.4,18).
Jesús la segunda divina Persona
como sabemos que es el salvador nuestro en resumidas cuentas dio tres pasos:
1) Inicio con la proclamación del
evangelio: “El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado;
arrepentíos y creed en el evangelio” (Mc 1,15). Y algunos pescadores son los
primeros que siguen a Jesús: “Jesús subió al monte y llamó a los que él quiso,
y se reunieron con él. Así instituyó a los Doce (a los que llamó también
apóstoles), para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar, dándoles
poder para echar demonios. Estos son los Doce: Simón, a quien puso por nombre
Pedro; Santiago y su hermano Juan, hijos de Zebedeo, a quienes puso el sobrenombre
de Boanerges, es decir, hijos del trueno; Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo,
Tomás, Santiago, el hijo de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo,
y Judas Iscariote, el que después
lo traicionó” (Mc 3,13-19).
2) Fundó una única iglesia: “Y
ahora yo te digo tú eres Pedro (o sea Piedra), y sobre esta piedra edificaré mi
Iglesia; el poder del infierno jamás la podrá vencer. Yo te daré las llaves del
Reino de los Cielos: lo que ates en la tierra quedará atado en el Cielo, y lo
que desates en la tierra quedará desatado en el Cielo.» (Mt 16,18-19). Pero no
fue solo los doce quienes siguen a Jesús sino una muchedumbre inmensa de gente:
“Después Jesús pasó a la otra orilla del lago de Galilea, cerca de Tiberíades. Le
seguía un enorme gentío, a causa de las señales milagrosas que le veían hacer
en los enfermos. Jesús subió al monte y se sentó allí con sus discípulos. Se
acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús, pues, levantó los ojos y,
al ver el numeroso gentío que acudía a él, dijo a Felipe: «¿Dónde iremos a
comprar pan para que coma esa gente?» Felipe le respondió: «Doscientas monedas
de plata no alcanzarían para dar a cada uno un pedazo.» Otro discípulo, Andrés,
hermano de Simón Pedro, dijo: Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de
cebada y dos pescados. Pero, ¿qué es esto para tanta gente? «Hagan que se
sienta la gente. Entonces Jesús tomó los panes, lo bendijo y los repartió entre
los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, y todos recibieron
cuanto quisieron. Cuando quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos:
«Recojan los pedazos que han sobrado para que no se pierda nada. Los recogieron
y llenaron doce canastos con los pedazos que no se habían comido: eran las
sobras de los cinco panes de cebada” (Jn
6,1-13).
Alguno muy ilusionado como el
joven rico corrió al encuentro con Jesús, se arrodilló delante de él y le
preguntó: «Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para conseguir la vida eterna?» Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie
es bueno, sino sólo Dios. Ya conoces los mandamientos: No mates, no cometas
adulterio, no robes, no digas cosas falsas de tu hermano, no seas injusto, honra
a tu padre y a tu madre.» El joven le contestó: «Maestro, todo eso lo he
practicado desde muy pequeño.» Jesús fijó su mirada en él, le tomó cariño y le
dijo: «Sólo te falta una cosa: vete, vende todo lo que tienes y reparte el
dinero entre los pobres, y tendrás un tesoro en el Cielo. Después, ven y
sígueme. Al oír esto se desanimó totalmente, pues era muy rico, y se fue triste”
(Mc 10,17-18). Pedro interviene y dijo: «Señor nosotros lo hemos dejado todo
para seguirte.» Y Jesús contestó: «En verdad les digo: Ninguno que haya dejado
casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o campos por mi causa y por el Evangelio
quedará sin recompensa. Pues, aun con persecuciones, recibirá cien veces más en
la presente vida y en el mundo venidero la vida eterna” (Mc 10,28-30). Alguno
vacilaron y dijeron: “¡Este lenguaje es muy duro! ¿Quién podrá escucharle?” Jesús
se dio cuenta de que sus discípulos criticaban su discurso y les dijo: «¿Quieren
marcharse también ustedes?» Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién iríamos? Tú
tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo
de Dios.» (Jn 6,60-69).
Aclarado algunos impases Jesús envía
a los doce a la misión con estas instrucciones: Por el camino proclamen que ¡El
Reino de los Cielos está ahora cerca! Sanen enfermos, resuciten muertos,
limpien leprosos y echen los demonios. Ustedes lo recibieron sin pagar, denlo
sin cobrar. No lleven oro, plata o monedas en el cinturón. Nada de provisiones
para el viaje, o vestidos de repuesto; no lleven bastón ni sandalias, porque el
que trabaja por el evangelio merece su alimento. En todo pueblo o aldea en que
entren, busquen alguna persona que valga, y quédense en su casa hasta que se
vayan. Al entrar en la casa, deséenle la paz. Y si en algún lugar no los
reciben ni escuchan sus palabras, salgan de esa familia o de esa ciudad, sacudiendo
el polvo de los pies. Yo les aseguro que esa ciudad, en el día del juicio, será
tratada con mayor rigor que Sodoma y Gomorra. Miren que los envío como ovejas
en medio de lobos: sean, pues, precavidos como la serpiente, pero sencillos
como la paloma. ¡Cuídense de los hombres! A ustedes los arrastrarán ante sus
consejos, y los azotarán en sus sinagogas. (Mt 10,5-17). “Quien crea en el evangelio y se bautice será salvo,
quien no crea será condenado” (Mc 16,15-16). “Vayan y hagan que todos los
pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el Nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado a
ustedes. Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia.» (Mt
28,19-20).
3) Jesús Instituyó los sacramentos
como la Santa Eucaristía: ¿Qué es la Eucaristía?
Jesús antes de su pasión
advierte: «Estamos subiendo a Jerusalén y el Hijo del Hombre va a ser entregado
a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la Ley; lo condenarán a
muerte y lo entregarán a los extranjeros, y que se burlarán de él, le
escupirán, lo azotarán y lo matarán. Pero tres días después resucitará” (Mc.
10,33-34). “El hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y dar
su vida en rescato por todos” (Mc 10,45). El último gesto de amor a su Iglesia
es la institución de la santa Eucaristía: Jesús tomó pan y, dando gracias, lo
partió y se lo dio diciendo: «Esto es mi cuerpo, que es entregado por ustedes.
(Hagan esto en memoria mía).» Hizo lo mismo con la copa después de cenar,
diciendo: «Esta copa es la alianza nueva sellada con mi sangre, que es derramada
por Uds. para el perdón de los pecados, hagan esto en conmemoración mía» (Lc
22,19-20). El Evangelio de san Juan es más explícito al respecto. Jesús dijo: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo…En
verdad les digo que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre,
no tienen vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre vive de vida
eterna, y yo lo resucitaré el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre
es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo
en él… El que coma este pan vivirá para siempre” (Jn 6,48-58). Y nuestro gran
amigo San pablo se expresa cuestionando al respecto: “La copa de bendición que
bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no
es comunión con el cuerpo de Cristo? Así, siendo muchos formamos un solo cuerpo,
porque el pan es uno y todos participamos del mismo pan” (Icor 10,16-17).
Requisitos para recibir la Santa Eucaristía:
San pablo previo recuerdo para la santa comunión: “Yo he recibido la tradición
lo que a mi vez les he transmitido. Que el Señor Jesús, la noche en que fue
entregado, tomó pan y, después de dar gracias, lo partió diciendo: «Esto es mi
cuerpo, que es entregado por ustedes; hagan esto en memoria mía.» De igual
manera, tomando la copa, después de haber cenado, dijo: «Esta copa es la Nueva
Alianza en mi sangre. Todas las veces que la beban háganlo en memoria mía.» (Icor
11,23-25).
San Pablo sigue y dice: Fíjense
bien, cada vez que comemos de este pan y bebemos de esta copa estamos
proclamando la muerte del Señor hasta que venga. Por tanto, el que come el pan
o bebe la copa del Señor indignamente peca contra el cuerpo y la sangre del
Señor. (Icor 11,26-27).
Por lo tanto: “Cada uno, pues,
examine su conciencia y luego podrá comer el pan y beber de la copa. En caso
contrario, el que come y bebe indignamente, come y bebe su propia condenación por
no reconocer al Señor en su cuerpo bendito y sacramentado”. (Icor 11,28-29).
Reflexión de la santa misa.
Como hemos sido explícitos según la
santa Biblia; esta multiplicación de los panes se sitúa en el contexto de la última
cena del Señor. La Misa celebrada en la falda del monte, al aire libre.
Posiblemente, un Evangelio escrito para recordarles a los primeros cristianos
cómo han de celebrar la Eucaristía. Una Eucaristía en la que Jesús vuelve a
preocuparse de los hombres necesitados y con el estómago vacío. Hasta la
actitud de Jesús pone de manifiesto este significado eucarístico de la
multiplicación. Los discípulos ponen lo que tienen, cinco panes y dos peces,
Jesús toma en sus manos los panes, levanta los ojos al cielo, pronuncia la
bendición y se los diciendo que los repartiesen entre todos hasta saciarse.
No se trata de dar una lección
teórica del significado de la Misa, se trata de realizar el sentido y la verdad
de la Misa. Levantar los ojos al cielo, como oración al Padre, y mirar a los
hombres para compartirse con ellos. Levantar los ojos al cielo, sí. Pero luego,
con esos mismos ojos, mirar de otra manera a los hombres, a los hermanos. ¿No
tendría que ser también nuestra Misa de cada domingo?
Jesús primero se hace hombre y al
final se hace pan. Cada vez acercándose más al hombre. Fue el último gesto de
Jesús antes de dar comienzo a su Pasión. Un estilo de vida de estar con el
hombre da comienzo a otro estilo nuevo. El primero fue en un pesebre. Este
segundo lo hace en una mesa de familia, en ambiente de familia.
La Eucaristía como presencia. En
primer lugar celebrar la Eucaristía es celebrar la continuación de su presencia
en medio de nosotros. "No os dejaré solos." "Esto es mi cuerpo y
esta es mi sangre." La primera era una presencia de quien camina con los
hombres. La segunda es la presencia de quien invita a los hombres a encontrarse
con El sentados a la misma mesa de la familia. Y ahí lo tenemos a diario en el
Sagrario. Y ahí lo tenemos cada vez que celebramos la Misa. Nunca está solo
quien quiera visitarlo en su Sagrario.
La Eucaristía como memoria. Pero
además, Jesús instituye la Eucaristía no solo como presencia sino como
sacramento que nos reúne a todos a hacer de memoria de Él, para que no nos
olvidemos de cuanto Él ha hecho por nosotros, para recordar, sobre todo el gran
momento de su amor por nosotros, el misterio pascual de la Cruz y la Resurrección.
"Haced esto en memoria mía." Por eso participar en la misa es algo
más que estar presente y responder a las invitaciones del Sacerdote. Es
recordar su amor, es recordar su Pasión, su Muerte y su Resurrección. Por eso
decimos: "Anunciamos tu muerte y proclamamos tu resurrección..."
Vivir la Eucaristía es vivir actualizando el misterio de su Muerte y
Resurrección, es revivirla en nuestros corazones y es comprometernos a
anunciarlas y proclamarlas luego en la vida a todos los hombres.
La Eucaristía es vivir la vida
eterna. "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna." No
es necesario esperar a morir para vivir ya en nosotros la vida de Dios. No la
podremos vivir en plenitud, pero ya la llevamos en germen dentro de nosotros.
Por eso, participar de la Eucaristía es ir a cargarnos de vida, es salir de la
Iglesia como con las pilas de la vida recargadas.
Por eso la vida no puede ser un
momento de aburrimiento y bostezo por el sermón del sacerdote, sino es vivir lo
que todos juntos celebramos. No celebramos Misa solo con estar presente, sino
viviendo lo que celebramos.
Resulta inquietante el hecho de
que fue precisamente cuando Jesús anuncia la Eucaristía se arma el escándalo.
¿A quién se puede ocurrir convertirse en pan para que comamos su cuerpo?
"Estas palabras son duras, ¿quién le puede hacer caso?" La gente se
fue alejando de él hasta quedarse solo con sus Discípulos. Y Jesús los reta:
"¿también vosotros queréis marcharos?"
Es que la Eucaristía es el
corazón de la Iglesia, una Iglesia sin corazón deja de ser Iglesia. Hasta
nosotros solemos morir muchos de infarto porque el corazón se nos paralizó.
¿No es también hoy la Eucaristía
uno de los momentos centrales de cuantos nos decimos creyentes? ¿No es la Misa
Dominical uno de los criterios de evaluación de la vida cristiana de las
parroquias?
Lo malo que la vemos más como
"una obligación" que como una vivencia y experiencia de fe. De ahí
que muchos jóvenes comienzan a alejarse en primer lugar de la Misa. Uno de los
problemas que suelen tener los padres es cómo "obligarlos" a ir a
Misa. La mejor opción es el testimonio de vida y la educación en la vida
espiritual.
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