DOMINGO XXXI – A (02 de Noviembre del 2014)
Proclamación del Santo Evangelio según San Lucas 24,1-8:
El primer día de la semana, al amanecer, las mujeres fueron
al sepulcro con los perfumes que habían preparado. Ellas encontraron removida
la piedra del sepulcro y entraron, pero
no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. Mientras estaban desconcertadas a causa
de esto, se les aparecieron dos hombres con vestiduras deslumbrantes. Como las
mujeres, llenas de temor, no se atrevían a levantar la vista del suelo, ellos
les preguntaron: "¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No
está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que él les decía cuando aún estaba en
Galilea: "Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de
los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día". Y las
mujeres recordaron sus palabras. PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXIÓN
Estimados amigos en el Señor, Paz y Bien.
San Pablo nos cuenta sobre el evangelio que hoy hemos leído del
siguiente modo: “Cristo murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura.
Fue sepultado y resucitó al tercer día, de acuerdo con la Escritura. Se
apareció a Pedro, luego se apareció a más de quinientos hermanos al mismo
tiempo, la mayor parte de los cuales vive aún, y algunos han muerto. Además, se
apareció a Santiago y a todos los Apóstoles. Por último, se me apareció también
a mí, que soy como el fruto de un aborto. Porque yo soy el último de los
Apóstoles, y ni siquiera merezco ser llamado Apóstol, ya que he perseguido a la
Iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy” (I Cor 15,3-10)… “Si
anunciamos que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo algunos de ustedes
afirman que los muertos no resucitan? ¡Si no hay resurrección, Cristo no
resucitó! Y si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también
la fe de ustedes… Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y
si Cristo no resucitó, la fe de ustedes es inútil y sus pecados no han sido
perdonados. En consecuencia, los que murieron con la fe en Cristo han perecido
para siempre. Si nosotros hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solamente
para esta vida, seríamos los hombres más dignos de lástima. Pero no, Cristo
resucitó de entre los muertos, el primero de todos” (I Cor 15,12-20).
Hoy celebramos a los fieles difuntos, ayer celebramos a
todos los santos. ¿Por quiénes es necesario orar, por los santos, por los
condenados o por los del purgatorio? Por los santos no hace falta orar, porque
el lugar de los santos es el cielo (Ap 21,2-4;27), por tanto los santos ya están
santificados por eso, a lo sumo podemos pedir que ellos intercedan por nuestra salvación.
Por los condenados tampoco hace falta orar, porque el lugar de los condenados
es el infierno y es imposible que los condenados salgan del infierno (Lc
16,23-26). Por los del purgatorio si es necesario nuestra oración. Porque el
purgatorio no es un estado al igual que el cielo que es eterno y en la medida
que es eterno el cielo es también eterno el infierno, en cambio el purgatorio
es un estadio momentáneo situado entre el cielo y el infierno (II Mac 12,45; Jn
5,29; Icor 3,13-15).
El catecismo de nuestra Iglesia enseña que: “Los que mueren
en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque
están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una
purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría
del cielo. La Iglesia llama Purgatorio a esta purificación final de los
elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados. La
Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al Purgatorio sobre todo en los
Concilios de Florencia (DS 1304) y de Trento (DS 1820; 1580). La tradición de
la Iglesia, haciendo referencia a ciertos textos de la Escritura, (por ejemplo,
1 Cor 3,15; 1P1,7) habla de un fuego purificador: Respecto a ciertas faltas
ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador,
según lo que afirma Aquel que es la Verdad, al decir que si alguno ha
pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado
ni en este siglo, ni en el futuro (Mt 12,31). En esta frase podemos entender
que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero otras en el siglo
futuro” (NC 1030-1031).
Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración
por los difuntos, de la que ya habla la Escritura: "Por eso mandó Judas
Macabeo hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos en el combate,
para que quedaran liberados del pecado" (2 Mac 12, 46). Desde los primeros
tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido
sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico, (DS 856) para
que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La
Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de
penitencia en favor de los difuntos:
Cuando oramos por nuestros difuntos les llevamos socorro
como cuando el abogado defiende al interno de la cárcel en su pronta liberación,
así nuestras oraciones abogan en la liberación del purgatorio de las almas de
nuestros hermanos difuntos. Si los hijos de Job fueron purificados por el
sacrificio de su padre, (Jb 1,5) ¿por
qué habríamos de dudar de que nuestras ofrendas por las almas de nuestros
difuntos les lleven un cierto consuelo en su liberación? No dudemos, pues, en socorrer
a los que hermanos nuestros difuntos. Y además, porque el mismo Señor nos lo
dice: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque
todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá”
(Mt 7,7-8).
Dios creó los seres humanos para que disfruten de su Creador
viéndole en la Gloria. Sin embargo todos hemos pecado (Rm 5,12) y en esa
condición no se puede entrar en el cielo, pues nada manchado puede entrar en el
Cielo (Ap 21,27); por lo cual, todos necesitamos la redención de Jesucristo
para poder ir al cielo (Jn 14,1-3). Jesús nos purifica con el poder de su
Sangre para poder ser admitidos al cielo (I Pe 1,18). La salvación es posible
sólo por medio de Jesucristo (Jn 5,24). Si morimos en gracia de Dios es porque
hemos recibido esa gracia por los méritos de Jesucristo que murió por nosotros
en la cruz. La purificación del purgatorio también es gracias a Jesucristo.
El purgatorio es necesario porque pocas personas se abren
tan perfectamente a la gracia de Dios aquí en la tierra como para morir limpios
y poder ir directamente al cielo. Por eso muchos van al purgatorio donde los
mismos méritos de Jesús completan la purificación. Dios ha querido que nos ayudemos unos a otros
en el camino al cielo. Las almas en el purgatorio pueden ser asistidas con nuestras
oraciones.
Como ya dijimos: El texto del 2 Macabeos 12, 43-46 da por
supuesto que existe una purificación después de la muerte. Judas Macabeo
efectuó entre sus soldados una colecta... a fin de que allí se ofreciera un
sacrificio por el pecado... Pues... creían firmemente en una valiosa recompensa
para los que mueren en gracia de Dios... Ofreció este sacrificio por los
muertos; para que fuesen perdonados de su pecado. En en el mismo sentido se nos
dice: "Unos fueron torturados, rehusando la liberación por conseguir una
resurrección mejor"(Heb 11,35). Asimismo las palabras de nuestro Señor: “El
que insulte al Hijo del Hombre podrá ser perdonado; en cambio, el que insulte
al Espíritu Santo no será perdonado, ni en este mundo, ni en el otro” ( Mt
12,32).
En estos pasajes Jesús hace referencia a un castigo temporal
que no puede ser el infierno ni tampoco el cielo. Se llega a semejante
conclusión en la carta de San Pablo: “Pues la base nadie la puede cambiar; ya
está puesta y es Cristo Jesús. Pero, con estos cimientos, si uno construye con
oro, otro con plata o piedras preciosas, o con madera, caña o paja, la obra de
cada uno vendrá a descubrirse. El día del Juicio la dará a conocer porque en el
fuego todo se descubrirá. El fuego probará la obra de cada cual: si su obra
resiste el fuego, será premiado; pero, si es obra que se convierte en cenizas,
él mismo tendrá que pagar. Él se salvará, pero como quien pasa por el
fuego" (1 Cor 3, 12-13).
Muchas almas a la hora de la muerte tienen manchas de
pecado, es decir merecen castigo temporal por sus pecados, ya perdonados en
cuanto a la culpa. La Iglesia entiende
por purgatorio el estado o condición en que los fieles difuntos están sometidos
a purificación. Las almas de los justos son aquellas que en el momento de
separarse del cuerpo, por la muerte, se hallan en estado de gracia santificante
y por eso pueden entrar en la Gloria. El juicio particular les fue favorable
pero necesitan quedar plenamente limpias para poder ver a Dios "cara a
cara". El tiempo que un alma dure en el purgatorio será hasta que esté
libre de toda culpa y castigo. Inmediatamente terminada esta purificación el
alma va al cielo. El purgatorio no continuará después del juicio final.
Por estas razones suficientemente justificadas, es como la Iglesia recomienda orar por los fieles difuntos, oración que les ayuda en su purificación y por ende por su salvación. Y la oración efectiva es la Santa Eucaristía porque en ella está el mismo Señor, Juez de vivos y muertos cuando nos los dices: "Tomen y coman que esto es mi cuerpo... tomen y beban que este es el cáliz de mi sangre... para el perdón de los pecados" (Mt 26,26).