sábado, 10 de enero de 2015
EVANGELIO VIVIENTE: DOMINGO DEL BAUTISMO DEL SEÑOR - B (11 de Enero de...
EVANGELIO VIVIENTE: DOMINGO DEL BAUTISMO DEL SEÑOR - B (11 de Enero de...: BAUTISMO DEL SEÑOR - B (11 de Enero del 2015) Proclamación del santo Evangelio según san Marcos 1,7-11: En aquel tiempo Juan ...
DOMINGO DEL BAUTISMO DEL SEÑOR - B (11 de Enero del 2015)
BAUTISMO DEL SEÑOR - B (11 de Enero del 2015)
Proclamación del santo Evangelio según san Marcos 1,7-11:
En aquel tiempo Juan proclamaba: Detrás de mí viene el que
es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus
sandalias. Yo os eh bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu
Santo. Y sucedió que por aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y
fue bautizado por Juan en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse los
cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde
los cielos: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco” PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.
En el domingo anterior hemos celebrado y meditado la actitud
reverente de los reyes magos, quienes guiados por la luz de la estrella dieron
con la casa, encontraron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo
adoraron. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y
mirra” (Mt 2,11). Es eso precisamente lo que hacemos en cada misa o el domingo que guiados por
la luz de la fe, hallamos a Jesús en el altar cuando ante nuestros ojos toma
carne (Jn 1,14). Y recordemos lo que el mismo Señor nos dice: “El que me envió
está conmigo y nunca me ha dejado solo” (Jn 8,29). Y es más contundente aun al
decir: “El que me ha visto, ha visto al Padre” (Jn 14,9). Luego
dice en la última cena: “Tomen y coman que esto es mi cuerpo, tomen y beban,
este es el cáliz de mi sangre” (Mt 26.26). Así, en cada santa misa caemos de
rodillas y lo adoramos. Hoy celebramos otro gesto
amoroso del Padre que nos envió a su Hijo al mundo por el amor que nos tiene
(Jn 3,16) con el siguiente tenor:
1. En este domingo celebramos la coronación de la gloria del
Hijo por parte del Padre: El Bautismo de Jesús. Y esta fiesta grandiosa cierra
el ciclo de navidad, y por lo mismo abre el tiempo ordinario que seguirá hasta el
inicio de la Cuaresma con el Miércoles de Ceniza, que este año cae el día 18 de
febrero. Recordemos que el tiempo ordinario es el tiempo más largo que abarca
el ciclo litúrgico y tiene dos partes, la primera que es más corto: del lunes
que sigue al domingo del bautismo del Señor hasta el miércoles de ceniza. Luego
se hace un alto y la cuaresma nos prepara para la semana santa, después del
tiempo de pascua, retomaremos el tiempo ordinario hasta el domingo XXXIV en que
celebraremos la fiesta de Jesucristo rey del universo.
2.- “Por aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea
y fue bautizado por Juan en el Jordán” (Jn 1,9). El Bautismo del Señor, no es un
episodio fortuito en la cadena de su vida porque Dios no hace nada de improviso.
El Bautismo es un acontecimiento que parte la vida de Jesús en dos: la vida
oculta (Infancia) y la vida pública del Señor. De aquí arranca definitivamente
esa trayectoria que describen los Evangelios como la vida del Salvador. Del
bautismo irá al desierto (Mc 1,12-13); del desierto a la predicación itinerante
por sinagogas y aldeas. La predicación de Jesús crea una comunidad, la
comunidad de discípulos (Mc 3,13), que es la comunidad mesiánica del Reino, y
en esta comunidad están los Doce elegidos, los Apóstoles. El final fue la Cruz
(Mc 10,33) y la Resurrección (Lc 24,6), y de la Resurrección de Jesús esa
comunidad de discípulos suyos, que somos sus testigos en el mundo (Mc
16,15-16). Todo arrancó de aquel momento en que Jesús, por decisión propia
inició su camino con una Bautismo. Jesús pidió a Juan que lo bautizara: "Ahora
déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos todo lo que es
justo". Y Juan se lo permitió” (Mt 3,15).
3. Jesús dijo. “He bajado del cielo, no para hacer mi
voluntad, sino la de aquel que me envió” (Jn 6,38). Según ello, el Bautismo de Jesús está dentro
de la vocación de Jesús y es el acto inicial de su misión. El Evangelio de hoy
enlaza el bautismo de Jesús con la predicación de Juan: “Detrás de mí viene el
que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle al correa de sus
sandalias. Yo os eh bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu
Santo” (Jn 1,8). Jesús va a bautizar con Espíritu Santo. Nadie había bautizado
con Espíritu Santo. Y Juan tampoco. Juan reconoce que empieza la hora
definitiva de Dios. En esta hora de Dios, se rasgan (abre) los cielos. Vio
rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma (Mc 1,10).
4. Entonces se “oyó una voz desde los cielos: “Tú eres mi
Hijo amado, en ti me complazco” (Mc 1,11). El Bautismo es la primera teofanía
que acontece en la misión de Jesús. Hoy se rasgan los cielos. Se están
cumpliendo aquello que pedía el profeta: “¡Ojalá rasgases los cielos y descendieses!”
(Is 63.19). San Marcos, el evangelista que nos da el testimonio más antiguo,
nos dice que en aquella experiencia – que ninguno de nosotros podrá ni
comprender ni explicar – vio y oyó. Todo su ser, que había bajado a lo profundo
del pecado del hombre, solidarizándose con él, al subir del agua, entró en
trance: vio y escuchó (Mc 1,10). ¿Qué es lo que vio? Vio que el Espíritu baja
sobre él en forma de paloma; era alguien real ante sus ojos. Y escuchó. No
hablaba la Paloma, sino aquel que enviaba a la Paloma: Tú eres mi Hijo amado,
en ti me complazco” (Mc 1,11). Cuando Jesús oye la palabra “Tu eres mi Hijo” lo
oye del Padre y es la conformación de lo que el ángel había dicho a la virgen María:
"El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá
con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc
1,35). Por otro lado fíjense que el Dios lejano que pregonaban los profetas en
el A.T. se nos ha manifestado como “Padre”. Es decir en el Hijo hecha carne (Jn
1,14), Dios se nos ha acercado lo más que puede como “Papá” en el Hijo único.
San Pablo lo describe así: “Cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió
a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la Ley, para redimir a los que
estaban sometidos a la Ley y hacernos hijos adoptivos. Y la prueba de que
ustedes son hijos, es que Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su
Hijo, que clama a Dios llamándolo: ¡Abbá!, es decir, ¡Padre!” (Gal 4,4-6).
5. “Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al
Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos:
“Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco” (Mc 1,10-11). Sin duda, estamos
ante el misterio insondable de la Trinidad vivido por Jesús como constitutivo
de su ser: Él era el Hijo. El Padre le hablaba. El Espíritu le invadía. ¿Qué le
decía el Padre? En ti me complazco. Al
final de su misión, Jesús nos dejará esta tarea: “Vayan, y hagan que todos los
pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo, y enseñándoles (Evangelio) a cumplir todo lo que yo les he
mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20). Por
otro lado resaltamos que Jesús no era un pecador: “Él fue probado en todo igual
que nosotros, excepto en el pecado” (Heb 4,15). El Bautismo se administraba en relación con el
pecado. Pero Jesús no era un pecador, como yo lo siento de mí mismo. Jesús
había nacido de la santidad de Dios (Lc1,35), y era capaz de transmitir el
Espíritu de Dios que él mismo recibía del Padre.
6. El misterio del bautismo de Jesús (Mc 1,9) es la primera
forma en que se revela el misterio de la Trinidad que ha de culminar en la
resurrección de Jesús (Mt 28,6). Desde ahora ya no se podrá ver a Jesús sino como el consagrado por Dios para
la misión divina del Reino (Jn 6,38). Por eso es impresionante la frase
siguiente que escribe el evangelista para iniciar la vida de Jesús. Dice. “A
continuación, el Espíritu lo empujó al desierto” (Mc 1, 12). Jesús lleva dentro
una fuerza divina que no le ha de abandonar en ningún instante de su vida.
Jesús no podrá hacer nada que no esté inspirado por el Espíritu, que no esté en
obediencia amorosa a la voluntad del Padre. Lo que ocurre en el bautismo es la
revelación total de su persona: El Hijo con el Padre y el Padre con el Hijo (Jn
10,30), unidos en el Espíritu.
7. Los judíos preguntaron a Jesús: ¿Quién eres tú? (Jn 8,25).
¿Quién es realmente Jesús, Jesús infante, que lo acabamos de contemplar en su
nacimiento, Jesús niño, Jesús joven, Jesús adulto…? “Jesús, al empezar, tenía
unos treinta años” (Lc 3,23), escribirá Lucas justamente cuando acaba de narrar
el Bautismo. Anterior al bautismo solo se menciona en una oportunidad:
Discutiendo con los maestros en la sinagoga, y cuando fue hallado su madre le
dijo: “Hijo porque nos tratas así, yo y tu padre te buscamos angustiados. Jesús
respondió: ¿No sabían que debían ocuparme de los asuntos de mi Padre? (Lc 2,49).
En el bautismo, a los treinta años una persona ya ha dado la orientación
definitiva de su vida. ¿Quién puede aclararnos el silencia de esta vida que se
hunde en la intimidad de Dios? Justamente acabamos de pronunciar la palabra
clave, a intimidad con Dios. De aquellos treinta años de silencio apenas emerge
un episodio: “En los asuntos de mi Padre”(Lc 2,49). La figura de Jesús es esta:
el que vive dedicado en los asuntos de Dios. De él no sabemos nada sino esto:
que vivía con Dios (Jn 10,30). Precisamente esa vida con Dios es la que le
lleva al Bautismo. Jesús quiere estar donde nosotros, en las raíces de nuestro
ser, allí donde bulle nuestro pecado, del cual él nos ha liberado (Jn 10,17).
8. Y finalmente hemos de preguntarnos: ¿Si soy bautizado, qué
hago de mi bautismo, vivo como consagrado a Dios? El señor nos dice: “El que no
nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace
de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes de
que te haya dicho: Ustedes tienen que renacer de lo alto. El viento sopla donde
quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo
sucede con todo el que ha nacido del Espíritu" (Jn 3,5-8). El bautizado
debe tener esta meta que muy bien lo resumen San Pablo: “Yo estoy crucificado
con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gal 2,29-20). Porque:
“Todos ustedes, que fueron bautizados en Cristo, han sido revestidos de Cristo.
Por lo tanto, ya no hay judío ni pagano, esclavo ni hombre libre, varón ni
mujer, porque todos ustedes no son más que uno en Cristo Jesús” (Gal 3,27-28).
sábado, 3 de enero de 2015
DOMINGO DE LA EPIFANÍA - (4 de Enero del 2015)
DOMINGO DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR - B (4
de Enero del 2015)
Proclamación del Santo Evangelio según San
Mateo: 2,1-12
Cuando nació Jesús, en Belén de Judea,
bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén y
preguntaron: "¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque
hemos visto su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo". Al
enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén. Entonces
reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para
preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías. "En Belén de Judea, le
respondieron, porque así está escrito por el Profeta:
Y tú, Belén, tierra de Judá,
ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de
ti surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel". Herodes mandó
llamar secretamente a los magos y después de averiguar con precisión la fecha
en que había aparecido la estrella, los envió a Belén, diciéndoles: "Vayan
e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado,
avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje".
Después de oír al rey, ellos partieron.
La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el
lugar donde estaba el niño. Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría, y
al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose,
le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro,
incienso y mirra. Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al
palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino. PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXIÓN:
Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.
Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.
El domingo anterior hemos celebrado
la fiesta de la sagrada familia y en ella hemos reflexionado entre otros puntos
el parecer de Simeón que exclamó: "Ahora,
Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque
mis ojos han visto la salvación que preparaste ente todos los pueblos: luz para
iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel" (Lc 2,29-32).
Además, agregó y dijo a María: "Este niño será causa de caída y
de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma
una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos
íntimos de muchos"(Lc 2,34-35).
Hoy celebramos la manifestación o la
Epifanía del Señor, pero que también es la manifestación o la epifanía de la fe
de la humanidad representado en los reyes magos. Porque los tres Reyes representan
a la humanidad que busca a Dios, y su
vez es el símbolo del hombre que no puede vivir sin la experiencia de Dios;
dado que, sin fe el hombre es simplemente un “don nadie” y su vida sin sentido
(Jn 15,5).
Como vemos la enseñanza tiene
complemento con lo del domingo pasado y hoy en sentido de que Simeón dijo al
tomar al niño en sus brazos:
“Es luz para iluminar a las naciones paganas y gloria
de tu pueblo Israel” (Lc, 2,32) y su vez dijo que: "Este niño será causa
de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción” (Lc
2,34). Y el evangelio de hoy complementamos a estas ideas de modo siguiente:
Los reyes magos preguntaron "¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de
nacer? Porque hemos visto su estrella en Oriente y hemos venido a
adorarlo"(Mt 2,2). Después que Herodes hizo el “papelón” con los reyes al oír
semejante noticia. “A los reyes, la estrella que habían visto en Oriente los guía,
hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño. Cuando vieron la estrella
se llenaron de alegría, y al entrar en la casa, encontraron al niño con María,
su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le
ofrecieron dones: oro, incienso y mirra” (Mt 2,9-11).
Los reyes se dejan guiar por “La
estrella que habían visto” (Mt 2.9). Esta luz tiene connotación particular
respecto a la fe. No podemos vivir sin la fe. Porque la vida necesita de un
sentido, de un horizonte que le marque el camino y le señale la mate por
alcanzar. Estos tres personajes han descubierto señales de Dios, pero ¿solo
señales?, Claro que no. Ahora quieren encontrar la propia fuente de luz: "¿Dónde
está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque hemos visto su estrella en
Oriente y hemos venido a adorarlo" (Mt 2,2). La fe, no es un razonamiento.
La fe es un encuentro, es una experiencia personal de encontrarnos con Él: “El Rey
de los Judíos”. La fe autentica nos tiene que poner a todos en camino siguiendo
las señales de la luz de la estrella (Mt ,2.9). Lo malo es cuando las señales
se oscurecen y nos quedamos en la oscuridad. Hay momentos en los que no sabemos
a dónde ir porque han desaparecido las señales. Y es cuando empieza el camino
de tropiezo para el hombre sin la luz de la fe: “Al enterarse, el rey Herodes
quedó desconcertado y con él toda Jerusalén” (Mt 2,3). Asì, sucede hoy, ¿Cuántos Herodes modernos
que se despojan de la luz de la fe y buscan guiar al pueblo?: “Herodes los
envió a Belén, diciéndoles: "Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del
niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a
rendirle homenaje" (Mt 2,8). ¿Cuántas autoridades han hecho de la mentira
una verdad para hacer daño al pueblo religioso?: “Son ciegos que guían a otros
ciegos. Pero si un ciego guía a otro, los dos caerán en un pozo" (Mt
15,14) Con esto, razón tuvo Jesús al reiterarnos.
Los reyes magos: “Al ver la estrella se
llenaron de alegría, y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su
madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le
ofrecieron dones: oro, incienso y mirra” (Mt 2,10-11). Necesitamos creyentes
que hayan encontrado la luz de la fe y cuya vida nos marque el camino. Cada uno
de nosotros es testigos de ellos. Comenzamos a creer porque la vela de nuestra
fe se enciende en la vela de la fe de nuestros padres (Mt 12,33). El mundo de
hoy trata de apagar esas estrellas (Mt 2,8). Por eso, son muchos los que
pierden el rumbo del camino. Sin embargo, esos momentos de oscuridad no borran
la presencia de Dios. El Niño sigue en el pesebre, solo que ellos no encuentran
el camino del pesebre porque buscan por caminos diversos a la voluntad de Dios:
Razón. Herodes no era el mejor testigo para llegar a Belén; sin embargo, quien
luego querrá matar a Dios para que no estorbe sus planes y proyectos y no ponga
en riesgo su ansia de poder, termina siendo el que señale el camino que él no
anduvo (Mt 2,8). Es que Dios se manifiesta en todo y en todos, incluso en
aquellos que se dicen ateos. Muchos creen que cuando todo se oscurece en sus
vidas han perdido la fe. No la han perdido, sencillamente que se ha oscurecido
en sus vidas. La fe necesita testigos (Hch 1,8). La fe nace del encuentro con
el Dios vivo, que nos llama y nos revela su amor, un amor que nos precede y en
el que nos podemos apoyar para estar seguros y construir la vida (Hch 22,6-10).
La fe de cada uno es capaz de despertar la fe de los demás.
“La fe es la certeza de lo que no se
ven y convicción de lo que se espera;” (Heb 11,1). Así, pues, la fe no se
transmite por bonitas ideas, por libros, o teorías; se transmite con el contacto
entre las personas y transmitiendo experiencia de vida. Puede que muchos quieran
apagar nuestra fe con teorías y racionalismos, como sucede en la cultura secular
de hoy y con frecuencia en los Centros Educativos, pero mientras haya testigos en
la sociedad, en el colegio, que siguen creyendo habrá posibilidad de que otros
descubran su fe.
Después de resaltar la luz de la fe que
guió a los reyes magos, conviene que se resalte la actitud de los reyes magos
ente el Rey de los Judíos: “Guiados por la
estrella y muy alegres dieron con la casa, encontraron al niño con María, su
madre, y cayendo de rodillas, le adoraron. Luego, abriendo sus cofres, le
ofrecieron dones: oro, incienso y mirra” (Mt 2,10-11). Uno de los gestos que
suele pasar como desapercibido es lo que nos dice el Evangelio de Mateo:
“Cayendo de rodillas, le adoraron. Luego abriendo sus cofres le ofrecieron oro,
incienso y mirra. Subrayamos la actitud: “Cayendo de rodillas, le adoraron” La
adoración como la auténtica actitud del hombre frente a Dios que es una actitud
de complemento al abajamiento de Dios, (Enmauel Is. 7,14). A Dios le rezamos mucho,
e incluso nuestros rezos a menudo pueden recibir el calificativo; cuando Jesús
dijo a los Fariseos: ¡Hipócritas, que bien saben justificar sus apariencias!
Bien profetizó de ustedes el profeta al decir: Este pueblo me honra con los
labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto: las
doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos” (Mt 15,7-9).
Solemos adorar poco o casi nada. A Dios
le pedimos muchas cosas, pero le adoramos poco. Dos gestos que ponen de
manifiesto la auténtica relación entre el hombre y Dios: “ponernos de rodillas
delante de Él” y “adorarlo” (Mt.2,10-11). Y lo más resaltante: adorar a Dios
contemplando tan solo en un niño como cualquier otro niño del pueblo. Un niño
nacido en la pobreza de un pesebre (Lc 2,6). La adoración significa admiración,
rendimiento, maravillarse ante el misterio. Un misterio que solo podremos
aceptar de rodillas. Es posible que este sea para muchos de nosotros el
problema de nuestra fe. Nos ponemos de rodillas, pero adoramos poco. Guardamos
poco silencio en el corazón para contemplar el misterio. Los Magos no hablan,
no dicen palabra, adoran en el silencio. Luego en actitud de donación los magos
orecen lo que trajeron (Mt 2,11).
Como los reyes magos se hacen parte de
la luz, parte del niño por las ofrendas, ¿Cómo nosotros podemos ser parte del
niño o parte de la luz? Pues, ¿No crees que podemos ser el cuarto rey mago, para
convertirnos en el testigo de la luz? San Francisco en la oración de la Paz
quiso ser testigo fiel de esa luz y así se refleja en la Oración por la Paz: ¡”Oh
Señor haced de mi un instrumento de tu paz, que donde haya odio, ponga yo tu
amor; que ahí donde haya ofensa, ponga yo tu perdón, que ahí donde haya tinieblas
ponga yo tu luz...”
De esta
actitud de los Reyes magos que se sienten comprometidos con el sentir del niño,
de ese cuarto rey mago requiere nuestra Iglesia hoy para cumplir con la misión de
anunciar el evangelio por el mundo (Mt 28,19-20). La educación o la catequesis desde nuestros
colegios o parroquias ofrecen amplias posibilidades. Pero lo que falta es tener
criterios de experiencia de vida cristiana. Porque la religión cristiana no es
una ciencia abstracta de conocimientos sino un conocimiento existencial de
Cristo, una relación personal con Dios que es amor (IJn 4,8). Hoy más que nunca
es sumamente necesario insistir en la formación de acuñar una experiencia de
vida en relación. Porque Dios nos ha manifestado en el nacimiento de su hijo
una experiencia de su amor hacia la humanidad: “Tanto amó Dios al mundo, que envió
a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida
eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el
mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya
está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18).
Pero, hoy hemos reducido demasiado la educación
o la catequesis a conocimientos. Sabemos que son necesarios, pero los
conocimientos no nos hacen cristianos, las ideas no nos hacen cristianos, las
ideas no son medios adecuados para escalar el cielo. Uno puede sacar sobresaliente
en religión y no ser religioso, uno puede ser teólogo y no creer en Jesús. Todo
es puede o pasa porque nuestra labor educativa o catequesis, son de poca o casi
nada de experiencia de Dios. Y una educación o una catequesis sin experiencia
de Dios, no hacen cristianos, no salvan al hombre. La prueba la tenemos en la
experiencia: ¿cuántos jóvenes de confirmación o niños de primera comunión se comprometen
de verdad con su fe? ¿Cuántos alumnos de
Colegios Católicos son luego practicantes de su fe? Seguramente habrá honrosas
excepciones, pero en la mayoría de los trabajos desplegados en nuestra Iglesia
han dado muy pocos resultados y ¿por qué? Jesús nos dice muy claro refiriéndose
a los fariseos: “Ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les enseñen, pero no
se guíen por sus obras, porque no hacen lo que enseñan. Atan pesadas cargas y
las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas
ni siquiera con el dedo” (Mt 23,3-4).
La
religión no es cuestión meramente de saber sino también de sentir, de
experimentar, de vivir. Es cuestión de experimentar a Dios, de sentir a Dios de
vivir a Dios. Las ideas quedan en la cabeza, pero con frecuencia no llegan al
corazón. Lo mejor es una educación o de catequesis “como relación” personal con
Dios y relación con el prójimo. Recordemos lo que Jesús respondió a una
pregunta: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?
respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu
alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El
segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos
dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profeta” (Mt 22,36-40). Y esto vale
para educación y la catequesis tanto parroquiales o educativas.
¿Estaremos aun a tiempo para asumir una
actitud del encuentro de los reyes magos con el Hijo de Dios hecho hombre? (Jn
1,14). Claro que si, todavía estamos a tiempo para cambiar nuestra actitud y pasar
de una fe pasivo a una fe activa y de compromiso, de ser personas en relación a Dios y al prójimo
pero eso será posible cuando hagamos lo que Dios nos dice por el profeta: “Les
daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de
su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi
espíritu en ustedes y haré que sigan mis preceptos, y que observen y practiquen
mis leyes. Ustedes habitarán en la tierra que yo he dado a sus padres. Ustedes
serán mi Pueblo y yo seré su Dios” (Ez 36,26-28). Todo dependerá si permitimos
que Dios opere en nuestras vidas y transforme nuestras vidas. Todavía estamos a
tiempo para que Dios nos quite este corazón de piedra que llevamos y nos de
otro corazón de carne, capaz de amar de verdad.
sábado, 27 de diciembre de 2014
DOMINGO I DE T DE NAVIDAD (28 de dic del 2014)
SAGRADA FAMILIA - B (28 de diciembre del 2014)
Proclamamos
el Evangelio según San Lucas Capítulo 2, versículos del 22 al 40
En aquel tiempo, cuando llegó el día fijado por la
Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para
presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será
consagrado al Señor. También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o
de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón,
que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo
estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del
Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de
Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón
lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: "Ahora, Señor, puedes
dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han
visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para
iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel".
Su padre y su madre estaban admirados por lo que
oían decir de él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre:
"Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será
signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así
se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos". Había
también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser,
mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años
con su marido. Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro
años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y
oraciones. Se presentó en ese mismo
momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los
que esperaban la redención de Jerusalén. Después de cumplir todo lo que
ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret. El niño iba
creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con
él. PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados(as)
amigos(as) en el Señor paz y bien.
Juan
en el evangelio nos dice: “Tanto amó Dios al mundo, que envió a su Hijo único para
que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no
envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El
que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no
ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18). Este episodio bien
puede resumir lo que estamos celebrando: La fiesta de la Navidad, que como bien
el profeta mayor nos ha dicho: “El Señor mismo dará una señal: Miren, la virgen
está embarazada y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Emmanuel”
(Is 7,14) que significa "Dios con nosotros" (Mt 1, 23).
Hoy
el evangelio (Lc 2, 22-40) nos ilustra el misterio de la sagrada familia y que
tiene diferentes escenas: La presentación del Niño Jesús en el templo (Lc
2,22-24); el cántico de Simeón (Lc 2,25-32); la profecía de Simeón (Lc
2,33-35);la profecía de Ana (Lc 2,36-38); la infancia de Jesús en el cuidado de
María y José (L2,39-40). Como vemos, en el centro del relato está la sagrada
familia y por la sencilla razón: el Angel anunció a los pastores: “Hoy, en la
ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto
les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y
acostado en un pesebre" (Lc 2,11-12). Después que los ángeles volvieron al
cielo, los pastores se decían unos a otros: "Vayamos a Belén, y veamos lo
que ha sucedido y que el Señor nos ha anunciado" (Lc 2,15). Los pastores fueron
rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre”
(Lc 2,16).
Fue
querer de Dios Padre, (I divina persona) quien en su libertad quiso que su Hijo,
Jesús (II Divina persona) viniera a este mundo para “que el mundo se salve por
él” (Jn 3,17) y quiso que viniera de una familia: San José y la Virgen María
(Lc 2,16).
La
familia en el plan de Dios
En
el catecismo de la Iglesia se dice que la familia es la comunidad conyugal que está
establecida sobre el consentimiento de los esposos. El matrimonio y la familia
están ordenados al bien de los esposos y a la procreación y educación de los
hijos. El amor de los esposos y la generación de los hijos establecen entre los
miembros de una familia relaciones personales y responsabilidades primordiales.
Un hombre y una mujer unidos en matrimonio forman con sus hijos una familia.
Esta disposición es anterior a todo reconocimiento por la autoridad pública; se
impone a ella. Se la considerará como la referencia normal en función de la
cual deben ser apreciadas las diversas formas de parentesco (NCI 2202).
Al
crear al hombre y a la mujer, Dios instituyó la familia humana y la dotó de su
constitución fundamental. Sus miembros son personas iguales en dignidad. Para
el bien común de sus miembros y de la sociedad, la familia implica una
diversidad de responsabilidades, de derechos y de deberes. La familia no es sino
el efecto de una causal, la cual es el matrimonio. Y Jesús instituyó el matrimonio
cuando dijo: “Ya no son dos sino una sola carme. Por eso lo que Dios ha unido
que no solo separe el hombre” (Mt 19,6).
La
familia, hoy por hoy es signo de muchos gozos y “tropiezo” por sus problemas y
dificultades. La misma sagrada familia no está exenta de dificultades. El
Evangelio nos presenta hoy a la familia de Jesús en el templo de Jerusalén
cumpliendo con el ritual de la ley, sometida a la ley (Lc 2,22-24). Además nos
relata este encuentro tan simple y tan maravilloso de María y José con el viejo
Simeón, quien tiene la dicha de ser el único de quien se dice que “tomó en sus
brazos” al Niño Jesús (Lc 2, 28). Para él fue como poder ver la aurora o el
amanecer de las promesas de Dios cumplidas y realizadas. Pero también Simeón se
convierte en el profeta que anuncia desde el primer momento que el futuro del
niño y de la madre no será nada fácil: Jesús será puesto para caída elevación
de muchos en Israel, pero también como signo de contradicción (Lc 2,34), que el
alma de su madre será atravesada por una espada (Lc 2,35). En el fondo el
anuncio de la Pasión del Hijo y la Pasión de la madre (Jn 19,26).
La
familia no es una instancia exenta de la vida social y cultural. Por eso no
pretendamos que hoy que nuestras familias vivan al margen de la cultura del
momento, que vivan al margen de las realidades sociales y económicas. Maridos
sin trabajo, esposas sin trabajo, hijos sin trabajo. Familias que tienen que
vivir en casas muy poco dignas de las personas que las habitan. Es ahí donde
las familias necesitan contar con otra fuerza que las haga más fuertes y más
estables. Necesitan de la gracia del sacramento. Necesitan de la gracia de la
oración. Necesitan de la Palabra de Dios. No porque todo esto les solucione los
problemas, pero sí les ayudará a ser más que sus problemas. No les dará trabajo
porque Dios no tiene agencias de empleos, pero sí tendrán fuerza para seguir
luchando y buscando. Pero, muchas familias se han apartado de Dios y una
familia sin fe es una familia en ruinas o recordemos lo que dijo el Señor: “Yo
soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da
mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer” (Jn 15,5).
La
Sagrada Familia se hizo fuerte por la fe de María y José y la presencia del
Niño Jesús. En ningún momento vemos la desesperación de Jesús, sino siempre
obediente a las palabras del Ángel que le iba marcando el camino. La Sagrada
Familia fue grande por la experiencia de la fe en la Palabra de Dios, pero
siguió siendo una familia normal y con los problemas, a veces mayores, como el
resto de familias. ¿Qué haríamos nosotros si la madre tiene que dar a luz nada
menos que al Hijo de Dios en un pesebre? Nació en una familia sin casa, mejor
dicho, en un corral en compañía de los animales. ¿Ninguno de nosotros nació en un corral
verdad? ¿Qué haríamos si se nos dice que alguien quiere matar a nuestro hijo
recién nacido? San José está en este apuro ahora: “El Ángel del Señor se apareció
en sueños a José y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto
y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para
matarlo" (Mt 2,13) ¿Tendría siempre trabajo José en su carpintería? No la
mistifiquemos para que nuestras familias encuentren un modelo de familia. Hemos
de convencernos de algo, los problemas de la familia no se solucionan abriendo
el camino fácil del divorcio, los problemas de la familia se solucionan
ayudando a la familia a ser cada día más fuerte en sí misma.
Como en toda familia, en la sagrada familia hay
problemas pero también hay mucha ternura de los padres hacia el niño Jesús y
como hoy se menciona en el evangelio al abuelo: “Simeón lo tomó en sus brazos y
alabó a Dios, diciendo: Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en
paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que
preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones
paganas y gloria de tu pueblo Israel" (Lc 2,28-32). El símbolo de los viejos
abuelos con sus nietos, es el encuentro entre el ayer y el presente en un mismo
abrazo. ¿Hay algo más bello que ver cómo los viejos reciben con gozo en sus
brazos a lo nuevo? Aquí los viejos se sienten felices de ver retoñar lo nuevo.
Si quieres tener una familia feliz, una familia
como primera escuela de valores entonces cumple con los deberes familiares como
san Pablo dice: “Mujeres, sean dóciles a su marido, como corresponde a los
discípulos del Señor. Maridos, amen a su mujer, y no le amarguen la vida. Hijos,
obedezcan siempre a sus padres, porque esto es agradable al Señor. Padres, no
exasperen a sus hijos, para que ellos no se desanimen” (Col 3,18-21).
1.- El amor y el respeto a los padres (Mc 10,19)
En esta fiesta de la Sagrada Familia, la Iglesia
nos invita a contemplar la vida doméstica de Jesús, María y José. Dios hecho
hombre quiso nacer, vivir y ser educado en una familia. La familia es el primer
ámbito educativo y de integración en la sociedad. El “Enmanuel, Dios con
nosotros” (Is 7,14) quiso también vivir la experiencia de la vida familiar. La
primera lectura, del Eclesiástico, es un bello comentario al cuarto
mandamiento: «honrarás a tu padre y a tu madre». Dios bendice al que honra a
sus padres, y escucha sus oraciones. El libro del Eclesiástico nos dice cómo
Dios bendice al que honra y respeta a su padre y a su madre. Sin este respeto
no es posible la educación. Con la autoridad que Dios les ha confiado, los
padres deben asumir su grave responsabilidad educativa. A veces deberán
contradecir los caprichos de sus hijos para que aprendan el sacrificio, la
renuncia, el dominio propio, el respeto. Sin valores como estos, la convivencia
familiar y social se deteriora gravemente. En cambio, como dice el Salmo, quien
teme al Señor será bendecido con la prosperidad.
2.- Las virtudes domésticas (Col 3,14)
San Pablo habla de las virtudes domésticas y de la
unión en el amor que deben caracterizar la vida de la familia cristiana:
misericordia, bondad, humildad, dulzura, comprensión. El amor mutuo es el que
debe presidir todas las relaciones familiares. Nos habla también de la oración
de la familia, invitándonos a cantar a Dios, darle gracias de corazón con
salmos y cantos. San Pablo retoma el tema del cuarto mandamiento, «honrarás a
tu padre y a tu madre», como fundamento de las relaciones familiares: “Maridos,
amad a vuestras mujeres… Hijos, obedeced a vuestros padres en todo»( Col
3,18-19). De este amor y respeto mutuo brotan las bellas relaciones que san
Pablo enumera: la humildad, la comprensión, la dulzura, el perdón.
3.- Anticipo de la misión de Jesús. (Lc 2,34)
En el Evangelio se narra la Presentación del Niño
Jesús en el Templo de Jerusalén. El interés del relato no está ni en el rescate
del Hijo Primogénito ni en el rito de purificación de María, sino en la
Plegaria-Himno y en las Palabras Proféticas del Anciano Simeón y también las
palabras elogiosas de la Profetisa Ana. El anciano Simeón, iluminado por el
Espíritu Santo, reconoce en el Niño Jesús al "Mesías del Señor", al
"Salvador", "Gloria de Israel" y "Luz, para iluminar a
todas las naciones" (Lc 2,28-32). Al narrar los episodios en tomo a la
Infancia de Jesús a San Lucas le interesa sobre todo anticiparnos lo que iremos
comprobando a lo largo del relato evangélico: lo que el Señor hará, y le
pasará, en su Ministerio Mesiánico. Las palabras proféticas de Simeón sobre el
Niño Jesús recuerdan aquellas otras del Señor: "No he venido a traer paz,
sino división". La actividad mesiánica de Jesús, marcada por el signo de
la Cruz, afectará a María su madre: "A ti una espada te traspasará el
alma".
4.- Es difícil, más que nunca la educación de los
hijos, pero hay que predicar con el ejemplo (Mt 7,16). Es una tarea hermosa,
pero de una gran responsabilidad. Ante todo, los padres son los primeros
educadores de sus hijos y deben ir con el ejemplo por delante. Es muy
importante transmitir valores positivos. Esto lo que nos dice esta reflexión:
Los niños aprenden lo que viven. Si los niños viven con crítica, aprenden a
condenar. Si los niños viven con hostilidad, aprenden a pelear. Si los niños
viven con miedo, aprenden a ser aprensivos. Pero, si los niños viven en un
hogar lleno de ternura, amor, estímulo, aprenden a ser amoroso, tiernos llenos
de confianza. Y más aún, si los niños tienen padres que viven en honestidad,
sinceridad, respeto, transparencia, justicia entonces los niños aprenden serán
sinceros, transparentes y justos.
sábado, 20 de diciembre de 2014
DOMINGO IV DE ADVIENTO - B (21 de diciembre del 2014)
DOMINGO IV DE ADVIENTO – B (21 de diciembre del 2014)
Proclamación del Santo Evangelio, según san Lucas 1,26-38).
En aquel tiempo, al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado
por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con
un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la Virgen era María.
Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» Ella
se asustó por estas palabras, y se preguntaba qué significaría aquel saludo. El
ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas
a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre
Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará
el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su
reino no tendrá fin.» María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no
conozco varón?» El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el
poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será
santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha
concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban
estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios.» Dijo María: «He aquí la
esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel dejándola se
fue”. PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXIÓN:
Estimados(as) amigos(as) en el Señor que viene a salvarnos,
Paz y Bien.
En las vísperas de la fiesta más grande de la humanidad como
es la Navidad, que es la fiesta del encuentro entre Dios y la humanidad; Dios
se humanizó en el Hijo. Quiero recordar el mensaje del domingo anterior, el
domingo de gaudete: Juan Bautista dijo “Yo no soy el Mesías” (Jn 1,20), “Yo soy
testigo de la luz” (Jn 1,8). En este domingo cuarto de adviento el mensaje está
centrado propiamente en el misterio de la encarnación del Hijo de Dios (Lc
1,26-38).
En el inicio resalto la primera palabra del Ángel que dice a
María: “Alégrate” ¿Por qué María tiene que alegrarse? Porque está colmada de
gracia o favor de Dios, o sea el mismo Señor esta con María (Lc 1,28). María da
una respuesta a Dios pero después de un proceso de discernimiento
cuando exclama: “Mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador, porque ha mirado
la humillación de su esclava” (Lc 1,47-28). Y el mismo Señor nos advierte a la
alegría: “Estén alegres y muy contentos, porque su recompensa será grande en el reino de los cielos” (Mt 5,12).
Y propio San Pablo nos invita a la alegría: “Alégrense siempre en el Señor. Se
los repito, alégrense. Que la bondad de ustedes sea conocida por todos los hombres.
El Señor está cerca” (Flp 4,4-5). O aquella otra exhortación la alegría: “Estén
siempre alegres. Oren sin cesar. Den gracias a Dios en toda ocasión: esto es lo
que Dios quiere de todos ustedes, en Cristo Jesús” (I Tes 5,16-18). Y es que el
estar con Dios es alegría y gozo, no hay motivo por estar tristes y saben ¿por
qué? Porque:
“Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?
El que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros,
¿no nos concederá con él toda clase de favores? ¿Quién podrá acusar a los
elegidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién se atreverá a condenarlos?
¿Será acaso Jesucristo, el que murió, más aún, el que resucitó, y está a la
derecha de Dios e intercede por nosotros? ¿Quién podrá entonces separarnos del
amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre,
la desnudez, los peligros, la espada? Como dice la Escritura: Por tu causa
somos entregados continuamente a la muerte; se nos considera como a ovejas destinadas
al matadero. Pero en todo esto obtenemos una amplia victoria, gracias a aquel
que nos amó. Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los
ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes
espirituales, ni lo alto ni lo profundo,
ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado
en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm 8,31.39).
Además de la alegría que primera parte del tema de la
anunciación resaltamos tres anuncios por
parte del ángel Gabriel: 1) el saludo, 2) el anuncio del hijo de David, y 3) el
anuncio del Hijo de Dios. Todo el mensaje se apoya en un único signo: la
fecundidad (biológicamente imposible) de la anciana Isabel. Pero además de
estos tres elementos, en el relato de la anunciación no perder de vista las
tres reacciones por parte de María: 1) una emoción, una reacción de “temor”
(ante el saludo), 2) una pregunta, y 3) un acto de obediencia de una generosa
donación o entrega.
1) El saludo: El ángel entrando en su presencia: “Alégrate,
llena de gracia, el Señor está contigo” (L 1,28). Lo primero que destaca el
relato es que la vocación de María se apoya en el querer y la voluntad de Dios.
En cada una de las tres palabras del saludo del Ángel “Alégrate”, “llena de gracia”, “el Señor está
contigo” hallamos un contenido profundo en el que se delinea lo que Dios hace
en ella (Lc 1,28):
1.1 “¡Alégrate!” El Ángel le anticipa a María que el anuncio
será para ella motivo de inmensa alegría, que la palabra del Señor va a tocar
lo más íntimo de su ser y que su reacción al final no podrá ser otra que la
exultación. Es de notar que la alegría de María no es inmediata sino que
comienza, a partir de ahora, un camino interior que culmina en el canto feliz
del “Magníficat”: “mi espíritu se alegra en Dios mi salvador” (Lc 1,47). Se
podría decir que la alegría caracteriza una auténtica vocación.
1.2 La plenitud de la gracia divina: “¡Llena eres de
gracia!” Este es el motivo de la alegría, Dios le hace conocer la inmensidad de
su amor predilecto por ella, ¿cómo ha puesto Dios sus ojos en María?,
colmándola de su favor y de su complacencia. Su amor es definitivo e
irrevocable. Esta afirmación es tan importante que el Ángel se la va a repetir:
“No temas María, porque has hallado gracia delante de Dios” (Lc 1,30) y ¿en qué
consiste esa gracia?: “Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a
quien pondrás por nombre Jesús” Lc 1,31). Es decir, la confianza que se
necesita para poder responderle al Señor cuando nos llama viene de la certeza
de su amor.
1.3 La ayuda fiel de Dios: “¡El Señor está contigo!” (Lc
1,28). Porque Dios ama entrañablemente a María se pone a su lado y se
compromete a ayudarla de manera concreta en su misión. Dios le hizo esta
promesa también a los principales personajes del A.T: Jacob, Moisés, Josué,
Gedeón, David, Jeremías...
Lo que se anuncia en (Lc 1,28) se complementa con: “El
Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su
sombra” (Lc 1,35), aquí se dice cómo es
que Dios ayudará a María. Con su potencia vivificante, creadora, Dios hace
capaz a María de colocarse al servicio de la existencia de Jesús. La acción del
Espíritu nos remite a Génesis 1,1: “El espíritu de Dios revoloteaba sobre la
faz de la tierra” Por lo tanto María es el lugar donde se posa el Espíritu de
Dios y se cumple la acción poderosa del Dios creador. Jesús es el nuevo
comienzo, en quien se ofrecerá esta vida plena que viene de Dios y se realiza
en Dios. Con esta promesa María es interpelada: “Nada es imposible para Dios” (Lc
1,37), que traducimos literalmente y un signo de ello es lo que ha hecho en
Isabel, la mujer que no podía dar vida. Todo el anuncio del Ángel se apoya en
este signo de fecundidad de la mujer anciana. Lo mismo hará Dios con una
virgen.
2. La misión concreta de María con la persona del Mesías: “Vas
a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre
Jesús…” (Lc 1,30-33)
María es llamada para colocarse completamente al servicio de
Jesús dándole existencia humana a partir de su capacidad natural de mujer: “Vas
a concebir y dar a luz un hijo” (Lc 1,31). Pero su misión no se limita sólo dar
a luz, Dios le pide también que le dé un “nombre” al niño, “y le pondrás por
nombre Jesús”. En esta frase Dios le está solicitando que se ocupe de su
desarrollo plenamente humano del Hijo de Dios, que lo cuide y eduque. Así, el
servicio de María implica entrega total en el don de todo su ser, de todo su
tiempo, de su feminidad, de sus intereses, de todas sus capacidades, de su
proyecto de vida al servicio de Dios.
3. La operación creadora del Espíritu Santo en el vientre de
María: se engendra al Hijo de Dios (Lc 1,34-35). Cuando María le pregunta al
Ángel: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?” (Lc 1,34), el Ángel le
responde con el anuncio de la acción del Espíritu Santo que fecunda su vientre
virginal (Lc 1,35).
3.1 “El Espíritu Santo sobrevendrá sobre ti y el poder del altísimo
te cubrirá con su sombra” (Lc 1,35a).
El profeta Isaías había anunciado que el Espíritu Santo
debía “reposar” de manera especial sobre el Mesías (Is 11,1-6). La frase nos
recuerda la acción creadora de Dios en (Gn 1,1-2): el Espíritu de Dios genera
vida. El Señor decía: “La semilla en tierra, por sí misma produce primero un
tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Cuando el fruto
está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la
cosecha"(Mc 4,28-29).
2.2 “El poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc
1,35b). En esta frase tan importante tenemos el mensaje de la novedad de la
virginidad fecunda. La acción eficaz de Dios pone a María “bajo su sombra”. Esta frase
nos remite a Éxodo 40,35, en el
que aparece la imagen bíblica de la “shekiná”, que es la gloria de Dios que
desciende para habitar en medio de su pueblo en la “Tienda del Encuentro” o
“Tienda de las citas divinas”. Se trata de
una imagen muy significativa: la nube que “cubre” la Tienda del Encuentro
significaba la presencia de Dios en medio de su pueblo. Pues bien, ahora el
seno de María “cubierto por la sombra” es el lugar de la presencia divina. Retomando
lo esencial de estas dos expresiones puestas juntas, “el Espíritu vendrá sobre
ti” y “el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”, podemos decir que la
acción del Espíritu en María es la expresión concreta:
a) del auxilio de Dios en la misión que debe cumplir: ser
madre del Salvador,
b) del poder de Dios creador,
c) del tipo de relación que Dios quiere establecer con ella
y con la humanidad: una cercanía casi total, un abrazo amoroso que le da
plenitud a su existencia al sumergirla en su propia gloria.
2.3 “Por eso el que ha de nacer será santo y será llamado
Hijo de Dios” (Lc 1,35c).
En la Biblia, la santidad es el atributo esencial de Dios.
En la visión de Isaías, lo serafines cantaban: “Santo, Santo, Santo, el Señor,
Dios del universo” (Is. 6,3). La santidad hará de Jesús un “Hijo de Dios”
diferente de los reyes de Israel quienes se consideraban “hijos adoptivos de Dios”
cuando ascendían al trono. El niño que va a nacer tendrá un punto en común con
los reyes de Israel: será rey. Pero también una gran diferencia: “reinará para
siempre sobre la casa de Jacob”. Curiosamente su reinado se ejercerá en la
pobreza, en la humildad y en la misericordia. Jesús es quien está revestido de
la santidad del Padre, así lo dispuso Dios: “Yo soy Yahveh, el Dios que os ha
subido de la tierra de Egipto, para ser vuestro Dios. Sed, pues, santos porque
yo soy santo” (Lev 11,45).
2.4. Ante la duda de María: El ángel acude y pone a su Prima
Isabel como garante (1,36-37)
El Ángel le da a María esta garantía: “Mira, también Isabel,
tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de
aquella que llamaban estéril, porque nada es imposible para Dios”(Lc 1,36-37). En
este punto se cruzan las dos escenas de anunciación, la que recibió Zacarías y
la que recibió María: se anuncian nacimientos en circunstancias prácticamente
imposibles. Una pareja estéril y una pareja que no ha tenido relaciones
conyugales no pueden dar vida. Por tanto: “Todo es posible para Dios” (Mt
19,26) El Ángel, citando las palabras de Dios a Abraham en Mambré que le dijo
cuando Sara se rió ante el increíble anuncio del nacimiento de Isaac (Gn
18,14). El anciano Zacarías dudó y pidió un signo. Dios le concedió uno, quizás
no el que esperaba: se quedó mudo. El Ángel lo reprendió ante su falta de fe
(Lc 1,20). María, por el contrario no tiene dudas, ella no pide un signo,
simplemente una aclaración (Lc 1,34). Con todo, sin que se haya pedido, María
es remitida al signo del vientre fecundo de la estéril.
2.5. María acepta la anunciación. “Aquí está la esclava del
Señor, hágase en mi según tu palabra” (Lc 1,38). Todo lo que el Espíritu hace
en María está en función de Jesús: el Mesías entra en la historia humana por
medio de la acción del Espíritu creador de Dios en María. De esta manera el relato de la vocación de
María ilumina nuestra comprensión del misterio del Hijo que toma carne en la
naturaleza humana. Dios se ha humanizado en las entrañas la Virgen María. Todo
se hace posible gracias al “sí” de María: “Hágase en mí según tu Palabra” (Lc 1,28).
Entonces María entra en el proyecto de Dios. Con sus mismas palabras se da el
título más bello del Evangelio: “servidora”. Jesús en la última cena se hará
llamar de la misma manera: “Yo estoy entre vosotros como el que sirve” (Lc 22,27).
Al ponerse al servicio de Dios, con entrega total como la de una esclava, María
se convierte en modelo de los discípulos y en modelo de toda la Iglesia.
Acogerá al Señor en su seno, pero no se lo guardará para ella: primero lo
llevará hasta la casa de Zacarías e Isabel, donde María recibirá la confirmación
por boca de su prima Isabel quien exclama ante el saludo de María: “¿Quién soy
yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el
niño saltó de alegría en mi seno. Dichosa tú por haber creído porque se
cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor" (Lc 1,43-45). Y la
virgen ahora si explota de gozo al decir: "Mi alma canta la grandeza del
Señor, y mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador, porque él miró con bondad
la pequeñez de su servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán
feliz” (Lc 1,46-48).
sábado, 13 de diciembre de 2014
DOMINGO III DE ADVIENTO - B (14 de Diciembre del 2014)
DOMINGO III DE ADVIENTO - B (14 de diciembre del 2014)
Proclamamos el Evangelio de Jesucristo según San Juan en el Capítulo 1, versículos del 6 al 8
y del 19-al 28:
Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino
como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio
de él. Él no era la luz, sino el testigo de la luz.
Este es el testimonio que dio Juan, cuando los judíos
enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén, para preguntarle: ¿Quién eres
tú? Él confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente: "Yo no soy el
Mesías". "¿Quién eres,
entonces?", le preguntaron: "¿Eres Elías?" Juan dijo:
"No". "¿Eres el Profeta?" "Tampoco", respondió. Ellos
insistieron: "¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que
nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?" Y él les dijo: "Yo soy una
voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor, como dijo el profeta
Isaías".
Algunos de los enviados eran fariseos, y volvieron a
preguntarle: "¿Por qué bautizas, entonces, si tú no eres el Mesías, ni
Elías, ni el Profeta?" Juan respondió: "Yo bautizo con agua, pero en
medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen: él viene después de mí, y yo no soy digno de
desatar la correa de su sandalia". Todo esto sucedió en Betania, al otro
lado del Jordán, donde Juan bautizaba" PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXIÓN:
Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.
Estamos ya celebrando el III domingo del tiempo de adviento.
En el I domingo hemos hecho referencia a Mc 13,33 donde Jesús nos decía: “Estén
despiertos y vigilantes porque Uds. no saben cuándo será el día y la hora en
que llegue el dueño de casa”. En el II domingo hemos hecho referencia a Mc 1,3
e el que Juan Bautista nos ha dicho “ Yo soy la voz que clama en el desierto,
preparen el camino del Señor” (Is 40,3). Hoy, en el III domingo se nos hacer referencia
a dos temas: Juan Bautista no es la luz sino testigo de la luz (Jn 1,8); y
luego sobre la identidad de Juan: “¿Tu, quién eres?” (Jn 1,19).
1Juan Bautista no es la luz, sino testigo de la luz (Jn 1,8).
Mejor aún, se presenta como testigo del que es la luz. Uno de los títulos más
bellos que le hemos dado a la Iglesia es la de ser “luz de las gentes”, porque
dijo el Señor “Uds. son la luz del mundo” (Mt 5,14). Sin embargo, creo que hubiese
sido mejor llamarla “testigo de la luz” porque la Iglesia no es la luz, sino
Jesús que vive en ella (Gal 2,20) Porque la Iglesia se conforma por cada uno de
los bautizados (Gal 3,27). Porque dijo bien el Señor: “Yo soy la luz del mundo,
quien me sigue no camina en tinieblas sino que tendrá luz y vida” (Jn 8,12).
Pero los que no conocen a Dios son los hijos de las tinieblas (Ef 5,5). Felizmente
vivimos unos momentos en los que la Iglesia tiene mejores testigos de la luz.
¿Quién negará, por ejemplo que el Papa Francisco no está siendo el gran testigo
de la luz para el mundo? ¿Qué decir de los santos que brillaron y brillan por
siempre por su santidad? (Mt 22,12): San Francisco de Asís, San Antonio de
Padua, Santa Clara; santa Rosa de Lima, San Martin de Porres, San Francisco
Solano etc.
Dijo Jesús: “Yo soy la luz del mundo” (Mt 8,12). Y Juan lo
reconoce: la luz es Él, yo soy simple testigo de la luz (Jn 1,7). Esa es
también la misión de cada cristiano. No es él la luz, pero él vive iluminado
por la luz de Jesús y del Evangelio y nos convertimos también nosotros en
“testigos de la luz” (Jn 1,8): Somos testigos de la luz, cuando vivimos
iluminados por Jesús, cuando vivimos en la verdad del Evangelio, cuando vemos a
los demás como hermanos, cuando defendemos la dignidad de los hermanos, cuando
amamos a los demás como a nosotros mismos y como Dios los ama (Mt 22,36). Somos
testigos de la luz, cuando somos sensibles a las necesidades de los demás,
cuando los demás pueden reconocer a Dios en nuestras vidas, cuando los demás se
sienten iluminados en su camino. Seamos la lámpara en la que arde la mecha del
Evangelio y de Jesús (Mt 5,14). Seamos testigos de la luz dejando que nuestra
vida sea una Navidad. Un principio de esperanza para sí y los demás.
2) El Evangelio de hoy nos plantea una pregunta directa y
personal a la que, de ordinario, no queremos responder. “¿Quién eres tú?” “¿Qué
dices de ti mismo?”(Jn 1,19). Todos sabemos muy bien quiénes son los demás,
todos sabemos muchas cosas de los otros, lo difícil es cuando alguien nos
pregunta: ¿Y tú quién eres? ¿Qué dices de ti mismo? Es una pregunta que muy
pocos son capaces de hacerse porque es preguntarse por su propia identidad, por
su propio ser y ¿Quién se conoce realmente a sí mismo?
Respecto a la identidad, Hay Varios pasajes o citas en las
que se hace referencia al tema, así tenemos por ejemplo: Los judíos lo rodearon
a Jesús y le preguntaron: "¿Hasta cuándo nos tendrás en suspenso? Si eres el
Mesías, dilo abiertamente. Jesús les respondió: Ya se lo dije, pero ustedes no
lo creen. Las obras que hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí, pero
ustedes no creen, porque no son de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, yo
las conozco y ellas me siguen” (Jn 10,24-27). Los discípulos de Juan el Bautista
preguntaron a Jesús ¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro? En
aquel momento curó a muchos de sus enfermedades y dolencias, y de malos
espíritus, y dio vista a muchos ciegos. Y les respondió: Digan a Juan lo que
han visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios,
los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva;
¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!” (Lc 7,20-23). Pero la inquietud
más importante de la identidad es:
Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a
sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen
que es? Ellos le respondieron: Unos dicen que es Juan el Bautista; otros,
Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas. Y ustedes, les preguntó,
¿quién dicen que soy? Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: Tú eres el
Mesías, el Hijo de Dios vivo". Y Jesús le dijo: Feliz de ti, Simón, hijo
de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi
Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella” (Mt
16,13-18; Mc 8, 29; Lc 9, 20; Jn 6,
68-69). Y la afirmación contundente de la nueva identidad lo trae san Pablo al
afirmar: “En virtud de la Ley, he muerto a la Ley, a fin de vivir para Dios. Yo
estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. La
vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me
amó y se entregó por mí” (Gal 2,19-20).
Así pues, nosotros
mismos, cuando un día tengamos que presentarnos en el cielo, nos pedirá nuestra identidad, el Justo Juez que es Cristo Jesús (Hch 10,42): ¿Usted quién
es? Si le decimos, mire yo soy el ingeniero... Él nos dirá: Yo no le he
preguntado por el oficio, sino quién es. Yo ayudé a construir muchas Iglesia.
Yo no le preguntado qué ha construido sino quién es usted. Soy un padre de
familia. Por favor, Señor, yo no le he preguntado si tiene hijos, sino quién
es. No se enfade, Señor, pero a decir verdad es lo único que sé de mí mismo.
Esto es lo que le pasó a Juan cuando los interlocutores le
preguntaron: “¿Quién eres, que dices de ti mismo?” (Jn 1,19). Juan dijo: Yo no
soy Elías, ni soy el profeta, yo no soy el Mesías. Pero, ¿quién demonios es
usted? Yo soy el que bautiza y abre caminos al que está por venir porque en
medio de vosotros hay uno a quien no conocen y al que no soy digno de desatarle
la corre de sus sandalias (Jn 1,25-27). Yo no soy yo, sino que soy en relación
al otro. ¿Quién soy yo? La respuesta nos la da Pablo: “Ya no soy yo, sino
Cristo que vive en mí.” (Gal 2,20) Eso es ser cristianos comprometidos con la misión
de anunciar el evangelio (I Cor 9,16).
miércoles, 3 de diciembre de 2014
DOMINGO II DE ADVIENTO - B (07 de Diciembre del 2014)
DOMINGO II DE ADVIENTO –CICLO B (07 de Diciembre del 2014)
Proclamación del Santo Evangelio según San Marcos 1,1-8:
Comienzo de la Buena Noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios.
Como está escrito en el libro del profeta Isaías: Mira, yo envío a mi mensajero
delante de ti para prepararte el camino.
Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen
sus senderos, así se presentó Juan el Bautista en el desierto, proclamando un
bautismo de conversión para el perdón de los pecados. Toda la gente de Judea y
todos los habitantes de Jerusalén acudían a él, y se hacían bautizar en las
aguas del Jordán, confesando sus pecados.
Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de
cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo: Detrás
de mí vendrá el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de
ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado
a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo". PALABRA
DEL SEÑOR.
REFLEXIÓN:
Queridos(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.
Juan Bautista hoy nos ha dicho en gritos: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos, (Is 40,
3)
“Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor,
allanen sus senderos. Los valles serán rellenados, las montañas y las colinas serán
aplanadas. Serán enderezados los senderos sinuosos y nivelados” (Is 40:3-5).
Juan es la voz que clama “en el desierto.” Se presenta al modo de los antiguos
profetas, que insisten en la “conversión”. Probablemente el dar la cita
completa es para acentuar el final “universalista” de la misma con la venida
del Mesías: “todos los hombres verán la salvación de Dios.”(Lc 3,6).
El evangelista Marcos (Mc 1, 1-8), presenta al precursor que
bautiza, donde “Toda la gente de Judea y todos los habitantes de Jerusalén
acudían a él, y se hacían bautizar en las aguas del Jordán, confesando sus
pecados”. Juan Bautista, invita a los hombres a preparar el camino del Señor,
pero sólo después de haberla preparado él en sí mismo retirándose al desierto y
viviendo separado de todo lo que no era Dios. Recordemos también que Juan
Bautista (Mateo 3,1) se presentó en el desierto predicando: “Conviértanse,
porque está cerca el reino de los cielos”. Es decir, era un llamado a que
cambiar de vida, porque ya estaba muy cerca Jesús, y hoy es para nosotros la
misma necesidad, transformar nuestras vidas, volvernos a Dios, porque El se ha
vuelto a los hombres. Y nos pide también
hoy “Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos”, ¿Cómo? Podríamos
decir de muchas formas, y una de ellas es que nos pongamos de acuerdo entre
nosotros, acojamos con paciencia y alegría, a nuestros hermanos, del mismo modo
como Cristo nos ha acogido.
En este pasaje podemos distinguir: 1) Enunciado del evangelio
según san Marcos (1,1). 2) El ministerio de Juan Bautista como realización de
las antiguas profecías (Mc 1,2-4). 3) La respuesta de la gente ante la
predicación de Juan Bautista (Mc 1,5). 4) Descripción de la persona de Juan
Bautista: su atuendo y su alimento (Mc 1,6). 5) La proclamación del Mesías (Mc 1,7-8).
En suma, Marcos está orientado a la confesión de fe, uno de sus hilos
conductores más importantes es la cuestión: ¿Quién es Jesús? Ya desde de las primeras líneas se empieza a
responder. La entrada de la persona de Jesús en el escenario, el protagonista
del Evangelio, se realiza de manera solemne.
Esta primera voz que resuena evoca la voz ya extinta de los
profetas y se centra en la persona de Jesús, es él quien realizará el camino
del Dios en la historia, él es el Señor. La voz de Juan Bautista, el mensajero
de los nuevos tiempos: Jesús vence el mal y nos introduce en su comunión con el
Padre creador. Es Dios mismo quien le da la Palabra a Juan (Mc 1,3).
La “voz que clama (que grita) en el desierto” aparece
históricamente en la persona de Juan, de quien dos veces consecutivas se dice
que “proclamaba” (Mc 1,4 y 7). El
contenido de su anuncio es: La efectiva preparación del “camino del Señor”
mediante el bautismo de conversión (Mc 1,4-5); y la presentación de la persona
de Jesús, el que ya está a punto de comenzar a recorrer su camino. Lo hace
profetizando (Mc 1,7-8).
Mc 1,6, justamente el versículo central de la sección que
describe la misión del Bautista, nos presenta el núcleo que caracterizaban al
profeta como un nuevo Elías, es decir, el profeta de los nuevos tiempos. Se
describe así la vida austera del profeta, un estilo que también caracterizará a
los misioneros de Jesús (Mc 6,8-9). Distingamos: Su habitación: el desierto. Sus hábitos: los del profeta Elías (2 Reyes
1,8), el cual el profeta (Malaquías 3,23) anunció que iba a volver. Su
alimento: la de un asceta. Su actividad: predicar la conversión y bautizar en
las aguas del Jordán. Pero una vez que se nos ha presentado a Juan con su
atuendo y hábitos de profeta, lo que más quiere subrayar Marcos es el contenido
de su profecía acerca de Jesús (Mc 1,7-8).
El profeta de los nuevos tiempos habla aquí por única vez en todo el
Evangelio y sus pocas palabras son precisas y claras. Todas ellas apuntan a una
sola pregunta: ¿Quién es Jesús de Nazareth?
Destaquemos brevemente los tres rasgos que caracterizan a
Jesús según la voz del profeta:
(1) “Detrás de mi viene...” Jesús es EL QUE VIENE.
La expresión es casi un título y su sentido es: Jesús es el
que viene recorriendo un camino que parte de Dios y que conduce a Dios; Jesús
es Dios que viene al encuentro de los hombres y solicita la apertura del corazón
para acoger su llegada. Probablemente la expresión tenga un sentido todavía más
profundo si la releemos desde la profecía de Daniel 7,13: “He aquí que en las
nubes del cielo venía como un Hijo del Hombre” (profecía que el mismo Jesús
citará en la pasión para confesar su identidad: “veréis al Hijo del Hombre...
venir...”, (Mc 14,62).
Como hemos comentado antes, la profecía presenta a Jesús
como Juez Escatológico, aquél con quien todo hombre tendrá que confrontarse
porque él, el modelo, el paradigma del hombre. Pero también la idea es
presentarnos a un Jesús siempre en movimiento (como de hecho sucede a lo largo
del Evangelio: rara vez se sienta), expresando así la cercanía de Dios al
hombre.
En la introducción del Evangelio se presenta solemnemente
esta venida: La primera vez que Jesús entra en escena se usa el verbo “venir”:
“Y sucedió que por aquellos días vino Jesús desde Nazareth de Galilea” (Mc
1,9). Luego, después de las tentaciones, se insiste en que Jesús es el que
“viene”: “Después que Juan fue entregado vino Jesús a Galilea” (Mc 1,14).
(2) “El que es más fuerte que yo”: Jesús es EL MAS FUERTE.
Inicialmente la frase podría ser entendida como que Jesús es
un profeta más poderoso que Juan. Sin
embargo dentro del mismo Evangelio se nos da la pista: el fuerte es Satanás, el
poder del mal que impide la realización del hombre, desdibujando su rostro y
arrastrando en contravía el proyecto creador y salvífico de Dios para la
humanidad. Si bien Satanás es el fuerte, con un poder que todos de hecho
experimentamos aunque no lo personalicemos de esa manera, Jesús es el más
fuerte: su poder es capaz de someter al que somete al hombre.
Ante el pecado y todas las fuerzas del mal que
experimentamos en la historia ha brotado una esperanza. Para esto ha venido
Jesús: El primer milagro que Jesús realiza en el Evangelio es un exorcismo (Mc
1,21-28). Su primera enseñanza que es
que ha venido a destruir el mal: “Un hombre poseído por un espíritu inmundo...
se puso a gritar: ¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazareth? ¿Has venido
a destruirnos?” (Mc 1,23-24). Y Jesús puede más que el mal, tiene autoridad
sobre él (Mc 1,25-27). En la controversia en la cual Jesús es acusado de ser un
endemoniado, su respuesta es tan lógica como contundente: “Nadie puede entrar
en la casa del fuerte y saquear su pertenencia, si no ata primero al fuerte” (Mc
3,27). Y eso es precisamente lo que Jesús realiza a través de sus numerosos
signos en el Evangelio. Ante la extraordinaria grandeza de Jesús, a Juan no le
queda más que declarar su pequeñez: “Y no soy digno de desatarle, inclinándome,
la correa de sus sandalias” (Mc 1,7).
(3) “Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con
Espíritu Santo” (Mc 1,8). Jesús es el
que BAUTIZA CON ESPIRITU SANTO.
La contraposición entre Juan y Jesús ahora es más clara, con
todo ello se pretende que descubramos la grandeza de la misión de Jesús.
Notemos los acentos del texto:
Juan Bautista y Jesús de Nazareth: Yo, Él. Os he bautizado (Ya
se da como un pasado) Os bautizará (Se trata de un futuro próximo). Con agua
Con Espíritu Santo: El bautismo de Juan aparece como un bautismo pasado, cuya
finalidad ha sido cumplida: sellar y validar ante Dios la actitud de conversión
pecados de aquellos que abrieron su corazón ante el mensaje (Mc 1,4-5). Ahora,
el bautismo de Jesús, que no es un rito sino la experiencia del camino,
completa lo que le que le falta al de Juan: el perdón de los pecados. Ese es el sentido de la expresión “bautizar”
(=sumergir) “con Espíritu Santo” (en la realidad de Dios mismo), indica que en
ella se ha eliminado la barrera que separaba al hombre con Dios y que ambos
viven ahora una perfecta comunión. Es en esta unión que el hombre crece y
madura para la vida nueva en Dios.
El mismo Espíritu que “impulsó a Jesús al desierto” (Mc 1,12),
impulsa también a cada hombre que se hace discípulo por los caminos de Dios
trazados por el ministerio terreno de Jesús de Nazareth. En Mc 3,28-29, Jesús
señala la relación estrecha que hay entre el bautismo en el Espíritu y el
perdón de los pecados: Dios desea perdonar todos los pecados y ninguno supera
su poder (El es “el más fuerte”), sin embargo el cerrarse libre y
conscientemente a la acción del Espíritu Santo (blasfemia contra el Espíritu
Santo), que es la acción creadora de Dios, no tiene posibilidad de perdón,
porque él mismo es el perdón.
HUMILDAD DEL BAUTISTA ANTE LO QUE ERA CRISTO: La figura del
Bautista causó una fortísima conmoción en Israel. Hasta Flavio Joséfo,
historiador Judío, se hace eco de ella, diciendo que Antipas “temió la grande
autoridad de aquel hombre.” Hubo un momento en que las gentes pensaron, ante
aquella figura ascética y profética que anunciaba la llegada inminente del
Reino, si él mismo no sería el Mesías. El mismo Sanedrín de Jerusalén le envió
una representación para que dijese si era él el Mesías (Jn 1:19-28). Y éste es
el momento, tanto en los evangelios sinópticos como en Juan, en que el Bautista
declara que él sólo es un “esclavo,” pues él no es digno de ejercer con El
oficio de los esclavos: “descalzarle.” El evangelio de Lucas, que es quien
mejor da la razón de la confesión de humildad del Bautista ante lo que era
Cristo, (Lc 3, 15), y en relato del evangelista Marcos, el que nos expresa que
Juan Bautista predicaba, diciendo: “Detrás de mí vendrá el que es más poderoso
que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa
de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará
con el Espíritu Santo”.
¿Cuál fue la función específica de Juan Bautista? El oficio
de Juan el Bautista fue anunciar la llegada del Mesías; Juan fue quien supo identificar
y señalar, entre la multitud, al Cordero de Dios que venía a quitar el pecado
del mundo. Juan enseñó a la gente a reconocer, entre los hilos y las telas de
una historia confusa, presencia del
Emmanuel, es decir, del Dios con nosotros, que se hizo historia y sangre, pueblo
y cultura, súplica y grito de protesta, en el vientre de María, la Virgen
fecunda, la llena de gracia y simpatía. Juan el Bautista predicó y bautizó en
las orillas del río Jordán, junto al desierto, actual zona fronteriza entre
Israel y Jordania.
¿Cuál fue el mensaje de Juan el Bautista? Juan viene a dar cumplimiento a la profecía de Isaías que
invitaba a levantar la voz medio del desierto: “Preparen el camino del Señor; ábranla un camino recto. Todo valle será rellenado, todo cerro y colina será
nivelado, los caminos torcidos serán enderezados, y allanados los caminos
disparejos. Todo el mundo verá la salvación que Dios envía”.
¿Qué tenemos que hacer hoy para preparar la venida de Jesús? Nuestras vidas están sembradas de obstáculos y resistencias
que impiden o dificultan la llegada de Dios a nuestros corazones y comunidades,
a nuestra Iglesia y a nuestro mundo. Dios está siempre cerca. Somos nosotros
los que hemos de abrir caminos para acogerlo encarnado en Jesús. Las imágenes
de Isaías invitan a compromisos muy básicos y fundamentales: cuidar mejor lo
esencial sin distraernos en lo secundario; rectificar lo que hemos ido
deformando entre todos…; afrontar la verdad real de nuestras vidas para recuperar
un talante de conversión. Hemos de cuidar bien los bautizos de nuestros niños,
pero lo que necesitamos todos es un “bautismo de conversión”. Quiero decir, que
el bautismo si ya lo hemos recibido, hace ahora falta el poner en práctica o
cultivar ese don del bautismo y el primer paso tiene que ser la conversión, que
es constante y permanente. Así por ejemplo se nos muestra en la primera
comunidad:
“Pablo, atravesando la región interior, llegó a Éfeso. Allí
encontró a algunos discípulos y les preguntó: "Cuando ustedes abrazaron la
fe, ¿recibieron el Espíritu Santo?" Ellos le dijeron: "Ni siquiera
hemos oído decir que hay un Espíritu Santo". "Entonces, ¿qué bautismo
recibieron?", les preguntó Pablo. "El de Juan", respondieron.
Pablo les dijo: "Juan bautizaba con un bautismo de penitencia, diciendo al
pueblo que creyera en el que vendría después de él, es decir, en Jesús"
(Mt 3,11). Al oír estas palabras, ellos se hicieron bautizar en el nombre del
Señor Jesús. Pablo les impuso las manos, y descendió sobre ellos el Espíritu
Santo. Entonces comenzaron a hablar en distintas lenguas y a profetizar. Eran
en total unos doce hombres” (Hc 19,1-7).
Para merecer los dones del bautismo que nos configura con Jesús,
que viene a salvarnos conviene también tener en cuenta las exhortaciones de
Juan bautista: "Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de
Dios que se acerca? Produzcan los frutos de una sincera conversión, y no
piensen: Tenemos por padre a Abraham. Porque yo les digo que de estas piedras
Dios puede hacer surgir hijos de Abraham. El hacha ya está puesta a la raíz de
los árboles; el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego.
La gente le preguntaba: ¿Qué debemos hacer entonces? Él les respondía: El que
tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro
tanto. Algunos publicanos vinieron también a hacerse bautizar y le preguntaron:
Maestro, ¿qué debemos hacer? Él les respondió: No exijan más de lo
estipulado". A su vez, unos soldados le preguntaron: Y nosotros, ¿qué
debemos hacer? Juan les respondió: No extorsionen a nadie, no hagan falsas
denuncias y conténtense con su sueldo". (Lc 3,7-14).
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