viernes, 28 de julio de 2017

DOMINGO XVII - A (30 de Julio del 2017)

DOMINGO XVII - A (30 de Julio del 2017)

Proclamación del santo evangelio según Mateo 13,44-52:

13:44 El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo.
13:45 El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas;
13:46 y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.
13:47 El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces.
13:48 Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve.
13:49 Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos,
13:50 para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.
13:51 ¿Comprendieron todo esto?" "Sí", le respondieron.
13:52 Entonces agregó: "Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados amigos en el Señor y Paz y Bien.

La búsqueda de perlas finas (Mt 13,45), el hallazgo del tesoro escondido (Mt 13,44), los peces buenos (Mt 13,48), y las cosas nuevas (Mt 13,52) nos encaminan entrar en sintonía con aquella enseñanza de Jesús: “Si yo expulso los demonios con el poder de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes” (Mt 12,28; Lc 11,20). Y el tema central: el tesoro escondido en el campo: Es Cristo Jesús el tesoro escondido porque en él hallamos el reino de Dios. ¿Cómo hacernos de este tesoro? Que es lo mismo preguntarnos: “¿Qué obras buenas debo hacer para conseguir la salvación eterna? Jesús le dijo: Si quieres entrar en la Vida eterna, cumple los Mandamientos. El joven rico dijo ya lo cumplí desde pequeño ¿Qué más me faltara? Dijo Jesús; vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres así tendrás un tesoro en el cielo, luego vente conmigo, (Mt 19,16-21).

Las enseñanzas de este domingo son el complemento a las enseñanzas del domingo anterior donde nos hemos preguntado como los apóstoles: “¿Cuándo llegara el reino de Dios?” (Lc 17,20), Jesús respondió: “Si yo expulso los demonios con el poder de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes” (Mt 12,28; Lc 11,20). “Yo soy la puerta, el que entra por mí se salvará” (Jn 10,9). Es decir que el Reino de Dios tiene que ver con nuestra salvación y Cristo Jesús es nuestra salvación. De ahí que propios y  extraños preguntan al  Señor: “¿Qué hare para obtener la salvación eterna?” (Mc 10,17). “¿Serán pocos los que se salven” (Lc 13,23). “¿Quién podrá salvarse” (Mt 19,25). En la enseñanza de hoy nos preguntamos: ¿Qué o quién es nuestro tesoro, dónde y cómo lo buscamo?

Hemos resaltado la enseñanza: “Déjenlos crecer juntos (Trigo y cizaña) hasta la cosecha, y entonces diré a los segadores: Arranquen primero la cizaña y échenlo al fuego, y luego recojan el trigo en mi granero" (Mt 13,30). “Así como se arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga!” (Mt 13,40-43). Hoy se nos reitera de otro modo: “Los pescadores sacan la red a la orilla y, sentándose, recogen los buenos peces en canastas y tiran lo que no sirve. Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos, para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes” (Mt 13,48-50).

Como hipótesis de nuestra reflexión: Si soy buen pez, entonces obtengo mi salvación (canasta=cielo); y si soy inservible, entonces obtengo mi condenación (tiran=infierno). “El hombres está situado entre la vida y la muerte: a cada uno se le dará lo que escoja” (Eclo 15,17). Dios dice a Israel: “Yo pongo ante ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Elige la vida, y vivirás, tú y tus descendientes, con tal que ames al Señor, tu Dios, escuches su voz y le seas fiel” (Dt 30,19). Lo viejo y lo nuevo (Mt 13,52).

El texto de la primera parábola dice: «El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel” (Mt 13,44). Aquí, el término de comparación es para aclarar las cosas del Reino de Dios que es el tesoro escondido en el campo. Ninguno sabe que en el campo hay un tesoro. No sabía que lo encontraría. Lo encuentra y se alegra y acoge con gratitud lo imprevisto. El tesoro descubierto no le pertenece todavía, será suyo sólo si consigue comprar el campo. Así eran las leyes de la época. Por esto va, vende todo lo que posee y compra aquel campo. Comprando el campo, se hace dueño del tesoro. Jesús no explica la parábola. Vale aquí lo que ha dicho antes: “Quien tenga oídos oiga” (Mt 13,9.43). O sea: “El Reino de Dios es esto. Lo han escuchado. ¡Ahora, traten de entenderlo! Es tarea de cada uno de nosotros preguntarnos en la vida ¿Qué buscamos? El campo es nuestra vida, en la vida de cada uno de nosotros hay un tesoro escondido, tesoro precioso, más precioso que todas las cosas de valor. ¿Qué es el tesoro en nuestra vida que vamos buscando? ¿Será riqueza? ¿Será un título? En este sentido nos dice Jesús: “No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban. Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben. Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón” (Mt 6,19-21).

¿Cuál es el tesoro de tu vida que buscas? Será ese tesoro que se marchita? Si buscas un tesoro como el oro, entonces solo sirve para esta vida y Como el Señor dice, los ladrones acechan para robar. Quien lo encuentra da todo lo que posee para comprar aquel tesoro ¿Lo has encontrado tú? Y si aún no lo has encontrado ¿Por qué crees que no lo encuentras? ¿En qué falla la estrategia de tu búsqueda? Y ¿Dónde y cómo la buscas? Pedro y los demás buscan toda la noche el tesoro de la pesca pero nunca cogieron peces y Jesús se presentó de madrugada y dijo a Simón: "Rema mar adentro, y echen las redes". Simón le respondió: "Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las redes".  Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse… Pero Jesús dijo a Simón: No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres. Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron” (Lc 5,4-11). Los apóstoles,  habían hallado el tesoro: Cristo Jesús.

“También es semejante el Reino de los Cielos a un mercader que anda buscando perlas finas, y que, al encontrar una perla de gran valor, va y vende todo lo que tiene y la compra” (Mt 13,45-46). En la primera parábola, el término de comparación era “el tesoro escondido en el campo”. En esta parábola, el acento es otro. El término de comparación no es la perla preciosa, sino la actividad, el esfuerzo del mercader que busca de perlas preciosas. Todos saben que tales perlas existen. Lo que importa no es saber que esas perlas existen, sino buscarlas sin descanso, hasta encontrarla. Por eso la pregunta es ¿Dónde, cómo y con qué busco ese perla preciosa?.

Las dos parábolas tienen elementos comunes y elementos diversos. En los dos casos, se trata de una cosa preciosa: tesoro y perla. En los dos casos hay un encuentro, y en los dos casos la persona va y vende todo lo que tiene para poder comprar el valor que ha encontrado. En la primera parábola, el encuentro se sucede por casualidad. En la segunda, el encuentro es fruto del esfuerzo y de la búsqueda. Tenemos dos aspectos fundamentales del Reino de Dios:

El Reino existe, está escondido en la vida, en espera de quien lo encuentre. Y segundo, el Reino es fruto de una búsqueda y de un encuentro. Son las dos dimensiones fundamentales de la vida humana: la gratitud de amor que nos acoge y nos encuentra y la observancia fiel que nos lleva al encuentro.

“También es semejante el Reino de los Cielos a una red que se echa en el mar y recoge peces de todas clases; y cuando está llena, la sacan a la orilla, se sientan, y recogen en cestos los buenos y tiran los malos. Así sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre los justos y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes” (Mt 13,47-50). Aquí el Reino es semejante a una red, no una red cualquiera, sino una red echada en el mar y que pesca de todo. Se trata de algo típico en la vida de aquéllos que escuchaban, donde la mayoría eran pescadores, que vivían de la pesca. Una experiencia que ellos tienen de la red echada en el mar y que captura de todo, cosas buenas y cosas menos buenas. El pescador no puede evitar que entren cosas malas en su red. Porque él no consigue controlar lo que viene de abajo, en el fondo del agua del mar, donde se mueve su red. Sólo lo sabrá cuando tire de la red hacia lo alto y se sienta con sus compañeros para hacer la separación. Entonces sabrán qué es lo que vale y lo que no vale. De nuevo, Jesús no explica la parábola, pero da una indicación: “Así será al final de mundo”. Habrá una separación entre buenos y malos. En el domingo anterior decía: “Así como se arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga!” (Mt 13,40-43).

La bondad y misericordia del Señor tiene límites y el límite de la misericordia es la Justicia divina. Quienes merecen estar en el cielo, lo estarán y quienes merecen estar en el fuego eterno que es el infierno lo estarán sin dudas, y al respecto dice Jesús: “Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas. El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado. En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó: Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan. Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí" (Lc 16,19-26).

Conclusión del discurso parabólico: Jesús pregunto: ¿Comprendieron todo esto? "Sí", le respondieron. Entonces agregó: "Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo" (Mt 13,51-52). Otra cita al respecto nos dice: “Nadie usa un pedazo de tela nueva para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido viejo y la rotura se hace más grande. Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres, y ya no servirán más ni el vino ni los odres. ¡A vino nuevo, odres nuevos!" (Mc 2,21-22).

Las parábolas: “Las cosas nuevas y las cosas antiguas (Mt 13,52), semillas arrojadas en el campo (Mt 13,4-8), el grano de mostaza (Mt 13,31-32), la levadura (Mt 13,33), el tesoro escondido en el campo (Mt 13,44) el mercader de perlas finas (Mt 13,45-46), la red echada en el mar (Mt 13, 47-48). Nos induce hacia la búsqueda del tesoro escondido que es el reino de Dios y el que lo encuentra es hombre nuevo, vino nuevo.


Si has hallado tu tesoro que es Cristo Jesús o que es lo mismo el reino de Dios, disfruta de ese tesoro hallado  siendo o actuado como hombre nuevo (Ef 4,23). Los santos han hallado su tesoros en Cristo, el Señor por eso han sido las personas más felices y contentos. Los apóstoles han hallado el tesoro y dejándolo todo lo siguieron (Lc 5,11). San Pablo halló su tesoro y dijo: “Para mi Cristo lo es todo” (Col. 3,11). “A causa del Señor, nada tiene valor para mí en este mundo. Todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo” (Flp 3,8). Por eso, quien supo hallar el tesoro en su vida tiene que estar alegre, como nos recomienda San Pablo: “Estén alegres en el Señor, os lo repito estén alegres” (Flp 4,4).

lunes, 17 de julio de 2017

DOMINGO XVI – A (23 de Julio del 2017)

DOMINGO XVI – A (23 de Julio del 2017)

Proclamación del Santo Evangelio según San Mateo 13,24-43:

En aquel tiempo Jesús les propuso otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras todos dormían vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue. Cuando creció el trigo y aparecieron las espigas, también apareció la cizaña. Los peones fueron a ver entonces al propietario y le dijeron: "Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él?" Él les respondió: "Esto lo ha hecho algún enemigo". Los peones replicaron: "¿Quieres que vayamos a arrancarla? No. Les dijo el dueño.  Porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero".

También les propuso otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto, de tal manera que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas".

Después les dijo esta otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a la levadura que una mujer mezcla con tres medidas de harina, hasta que fermenta toda la masa".

Todo esto lo decía Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas, para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: Hablaré en parábolas, anunciaré cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo.

Entonces, dejando a la multitud, Jesús regresó a la casa; sus discípulos se acercaron y le dijeron: "Explícanos la parábola de la cizaña en el campo". Él les respondió: "El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los que pertenecen al Reino; la cizaña son los que pertenecen al Maligno, y el enemigo que la siembra es el demonio; la cosecha es el fin del mundo y los cosechadores son los ángeles. Así como se arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga! PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

Las premisas de nuestra reflexión respectos a las parábolas son ya bien conocidas: “¿Cuándo llegara el reino de Dios?” (Lc 17,20) “Si yo expulso los demonios con el poder de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes” (Mt 12,28; Lc 11,20). “Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará” (Jn 10,9). Es decir que el Reino de Dios tiene que ver con nuestra salvación y Cristo Jesús es nuestra salvación. De ahí que propios y  extraños preguntan al  Señor: “¿Qué hare para obtener la salvación eterna?” (Mc 10,17). “¿Serán pocos los que se salven” (Lc 13,23). “¿Quién podrá salvarse” (Mt 19,25). En la enseñanza de hoy nos preguntamos: ¿Nos salvaremos siendo trigo o siendo cizaña?.

“Déjenlos crecer juntos (Trigo y cizaña) hasta la cosecha, y entonces diré a los segadores: Arranquen primero la cizaña y échenlo al fuego, y luego recojan el trigo en mi granero" (Mt 13,30). Como hipótesis de nuestra reflexión: Si soy trigo, entonces obtengo mi salvación (granero=cielo); y si soy cizaña, entonces obtengo mi condenación (fuego=infierno). “El hombres está situado entre la vida y la muerte: a cada uno se le dará lo que escoja” (Eclo 15,17). Dios dice a Israel: “Yo pongo ante ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Elige la vida, y vivirás, tú y tus descendientes, con tal que ames al Señor, tu Dios, escuches su voz y le seas fiel” (Dt 30,19).

El domingo anterior, Jesús nos decía: "El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. Otras cayeron en terreno pedregoso y brotaron, pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz. Otras cayeron entre espinas y estas, al crecer, las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta” (Mt 13,4-8). Y nos preguntábamos: ¿Qué tipo de terreno somos: tierra dura como del camino, tierra pedregosa, tierra de maleza o tierra fértil? Y nos decíamos que no conviene engañarnos, porque tarde o temprano todo quedará al descubierto, todo se sabrá (Mt 10,26). Y el mismo Señor nos adelantó al decirnos: “A Uds. los reconocerán por sus frutos” (Mt 7,15).

En la parábola de la cizaña distinguimos cuatro momentos: 1) La parábola del trigo y la cizaña (Mt 13,24-30). Luego su explicación (Mt 13,36-43). 2) La parábola del grano de mostaza (Mt 13,31-32). 3) La parábola de la levadura (Mt 13,33). Y 4) El ¿por qué? de las enseñanzas por medio de parábolas (Mt 13,34-35). De las tres parábolas, la de la cizaña ocupa la enseñanza central de este domingo: Mt 13,24-30.36,43. El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo.  La mención a una semilla buena nos coloca a la expectativa de una buena cosecha. Pero, mientras la gente dormía, vino el enemigo, sembró cizaña entre el trigo, y se fue (Mt 13,25). Hay que estar siempre vigilantes, no podemos descuidarnos porque el enemigo siempre se encuentra al acecho, esperando el momento para sembrar la cizaña. Al respecto San Pedro nos dice: “Sean sobrios y estén siempre alerta, porque su enemigo, el demonio, ronda como un león rugiente, buscando a quién devorar. Resístanlo firmes en la fe” (I Pe 5,8).

El trigo y la cizaña pueden estar juntas durante mucho tiempo, claro que no es lo ideal pero asì es en realidad muchas veces (Mt 13,30), ya sea en la vida de los demás como en nosotros mismos. Por lo general, es fácil advertir en los demás, pero en nosotros, no advertimos su presencia. Y no nos damos cuenta en qué momento empezó a germinar en nuestra vida el resentimiento por ejemplo y la venganza o cualquier otro mal; pero eso sí, nos damos cuenta del mal en el otro y muy rápido, y quisiéramos que Dios intervenga con todo su poder para colocarlo al malo en su lugar (Mt 13,28). Pero el Señor nos dice: “¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: Deja que te saque la paja de tu ojo, si hay una viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Mt 7,3-5). La cizaña es precisamente lo que nos motiva actuar como juez de los demás y ahoga en nosotros la enseñanza de Dios. Y tiene mucha razón Santiago en decirnos: “No hay más que un solo legislador y juez, aquel que tiene el poder de salvar o de condenar. ¿Quién eres tú para condenar al prójimo?” (Stg. 4,12).

Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él?  Él les respondió: "Esto lo ha hecho algún enemigo". Los peones replicaron: "¿Quieres que vayamos a arrancarla?" (Mt 13,27-28). Vemos que aunque la semilla es de buena calidad hay cosas a su alrededor que la ahogan y quizás el rendimiento no sea igual. Ante su preocupación: "¿Quieres, que vayamos a recogerla?" (Mt 13,28) y la respuesta del amo es:  "No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquen a la vez el trigo” (Mt 13,29).  Los discípulos quedan extrañados, pero la dinámica del Reino de Dios es otra, siempre estarán buenos y malas. Nuestra vida misma pasa por días llenas de cizaña, o días de buen trigo. Al respecto dijo con mucha sabiduría San Pablo: “Para que la grandeza de las revelaciones no me envanezca, tengo una espina clavada en mi carne, un ángel de Satanás que me hiere. Tres veces pedí al Señor que me librara, pero él me respondió: "Te basta mi gracia, porque mi poder se manifiesta en la debilidad. De ahí que, me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo. Por eso, me complazco en mis debilidades, en los oprobios, en las privaciones, en las persecuciones y en las angustias soportadas por amor de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (II Cor 12,7-10).

Para vivir en la senda del camino recto hemos de estar muy atentos y llevar una vida de constante discernimiento y para ello muy bien caen los consejos de Pablo: “Yo los exhorto a que se dejen conducir por el Espíritu de Dios, y así no serán arrastrados por los deseos de la carne. Porque la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos luchan entre sí, y por eso, ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren” (Gal 5,16-17). Así también, al lado de los buenos están los malos.  Esta convivencia continuará, según dice el patrón de la parábola “Dejen que ambos crezcan juntos hasta la ciega”  (Mt 13, 30).  Crecerán el trigo y la cizaña juntos, pero eso será solo hasta el tiempo de la cosecha, es decir mientras dure esta vida terrenal, pero aquí esta luego la manifestación del límite de la misericordia de Dios, es decir la Justicia divina. “Diré a los segadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero" (Mt 13,30). Es decir la cizaña al fuego del infierno y el trigo al granero, que es el cielo. 

Por el destino final que tiene cada una de las semillas se comprende que con las decisiones y acciones de cada persona se pone en juego el propio futuro, el destino final.  Por tanto hay que ser responsables con la vida y los dones que se nos dio porque: "Al que se le confió mucho, se le exigirá mucho más” (Lc 12,48). Junto a este sentido de responsabilidad que debe tener cada persona, esta parábola nos deja una bellísima lección sobre la paciencia: así como el patrón, Dios nos da tiempo a cada uno para que recapacitemos, y Dios está esperándonos por nuestra conversión hasta el final. Pero, también de nuestra parte, lo mismo debemos hacer con nuestros hermanos con los cuales hemos perdido la paciencia por su reticencia en el pecado; hay que insistir, darle una oportunidad, esperar por su conversión; Dios dice: “ Yo no quiero la muerte del pecador si no que se convierta y vida” (Ez 33,11).

Reiterando; sabemos todos por experiencia que, nadie es completamente trigo. Hay que escuchar a los santos por ejemplo: Ellos siempre se reconocen pecadores. Ni completamente somos cizaña porque, no hay nadie que, por muy malo que sea, no tenga en el fondo un buen corazón.  Por tanto no hay que caer en la actitud equivocada de quien separa tajantemente el mundo de los buenos y el mundo de los malos.  En cada persona hay un poco de todo. En fin, no nos corresponde a nosotros juzgar a los demás, porque un día cada uno dará cuentas de los suyo, sino más bien evaluarnos a nosotros mismos. La parábola enseña que en el campo hay buenos y malos, pero nosotros por lo general no estamos en condiciones de saber quiénes son los buenos y quiénes son los malos. La presencia de la cizaña no constituye una sorpresa. Y, sobre todo, no es señal de fracaso. La Iglesia no es la comunidad de los salvados, de los elegidos, sino el lugar donde podemos salvarnos. Pero al final cada a uno se nos reconocerá si somos trigo o cizaña por nuestros frutos (Mt. 7,16).

En resumen: Así como en Génesis se dice: Dios dio al hombre este mandamiento: "De cualquier árbol del jardín puedes comer, pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comas de él, morirás sin remedio" (Gn 2,16-17). Luego, sorpresivamente aparece un ser extraño, con parecer distinto al querer de Dios. Replicó la serpiente a la mujer: "Al comer del árbol prohibido, no morirán. Es que Dios sabe muy bien que el día en que coman de él, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal" (Gn 3.4-5). Es decir, no solo Dios siembra, que también hay otro que siembra. Y lo hacen de noche, mientras la gente está dormida o tergiversando la verdad, usando la mentira. Por eso mismo ya nos dijo el Maestro: “A Uds. los reconocerán por sus frutos” (Mt. 7,16). Si somos en verdad trigo o cizaña.

Jesús nos invita a no escandalizarnos de los malos que hay y que viven a nuestro lado. Lo cual implica la necesidad de la conversión y también la esperanza de que los malos puedan algún día ser buenos. O incluso nos invita a pensar que muchas veces la cizaña no siempre está en los demás, sino que en el momento menos pensado, ya está en nosotros germinando y a punto de echar mucha semilla. O ¿no es cierto que sin querer ya estamos en pleitos de odio, ira, rencor, envidia? Recordemos lo que Jesús nos dice: "El fariseo, de pie, oraba en voz baja: "Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas" (Lc 18,11-12). Es decir, creemos ser buen trigo, cuando eso no es cierto.

No somos los indicados en decidir la suerte de los malos. Dios como juez supremo sabe hacer sus cosas, espera el momento. Y el momento no es ahora, sino al final. Los apóstoles preguntaron al Señor ¿Cuándo será eso? Jesús respondió: nadie lo sabe, solo el Padre, pero estén preparados” (Mt 24,44). Porque sólo Dios es quien ha de juzgar a cada uno. Muchos nos quejamos del porqué Dios permite que haya tantos malos pero no decimos ¿Por qué soy malo? Nosotros hubiésemos preferido que los elimine, pero Dios actúa de otra manera. Ese juicio no se hará en el tiempo, sino al final de los tiempos cuando se decida la suerte de unos y de otros. Mientras tanto, tendremos que crecer juntos, a lado de la cizaña (Mt 13,30); pero con mucho criterio de discernimiento para que no se meta en nuestra vida como la maleza o la cizaña (Mt 13,7). Y porque tarde o temprano llegará el tiempo de la cosecha y cada quien tendrá que ocupar el lugar que merece: "Así como se arranca la cizaña y se quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga!" (Mt 13,40-43).


Pregunta para nuestra reflexión: ¿Si soy cizaña o mala hierba, aún podre convertirme en trigo o ya será muy tarde? Recordemos cuando los discípulos quedaron muy sorprendidos al oír esto y dijeron: "Entonces, ¿quién podrá salvarse? Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible" (Mt 19,25-26). Dios te puede convertir de cizaña en trigo, claro que si es posible mientras estemos en esta vida hasta la cosecha. Pero cuando llegue el tiempo de cosecha ya no será posible la conversión. Solo con la ayuda de Dios podemos pasar de cizaña a trigo como bien Jesús nos demostró con un grito y con voz fuerte: "¡Lázaro, ven afuera! y el  muerto se levantó” (Jn 11,43). Paso Lázaro de hombre muerto a hombre con vida. El problema está cuando el hombre quiere llegar al cielo fiado por su propio medio como su riqueza, su honor, fama, etc. Olvidando lo que ya nos dijo Jesús: “No jures ni por tu cabeza, porque no puedes convertir en blanco o negro uno solo de tus cabellos” (Mt 5,36). Por qué no nos acogemos al clamor de San Pablo cuando dijo: “Todo lo puedo en Cristo que me conforta” (Flp 4,13). Pero para ello requiere llevar una vida: “En todo lo que es verdadero y noble, todo lo que es justo y puro, todo lo que es amable tenedla por virtud y honor” (Flp 4,8).  “Yo los exhorto a que se dejen conducir por el Espíritu de Dios, y así no serán arrastrados por los deseos de la carne. Porque la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos luchan entre sí, y por eso, ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren” (Gal 5,16). “Si ustedes viven según la carne, morirán. Al contrario, si viven según el Espíritu, entonces vivirán” (Rm 8,13).

martes, 11 de julio de 2017

DOMINGO XV - A (16 de Julio del 2014)

DOMINGO XV - A (16 de Julio del 2014)

Proclamación del Santo Evangelio según San Mateo 13,1-23:

En  aquel tiempo, Jesús salió de la casa y se sentó a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca y sentarse en ella, mientras la multitud permanecía en la costa. Entonces él les habló extensamente por medio de parábolas.

Les decía: "El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron.  Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron. Otras cayeron entre espinas, y estas, al crecer, las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta. ¡El que tenga oídos, que oiga!

Los discípulos se acercaron y le dijeron: ¿Por qué les hablas por medio de parábolas? Él les respondió: A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no. Porque a quien tiene, se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Por eso les hablo por medio de parábolas: porque miran y no ven, oyen y no escuchan ni entienden. Y así se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: Por más que oigan, no comprenderán, por más que vean, no conocerán. Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos, para que sus ojos no vean, y sus oídos no oigan, y su corazón no comprenda, y no se conviertan, y yo no los cure. Felices, en cambio, los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen. Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven, y no lo vieron; oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron.

Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador. Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino. El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría, pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe. El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto. Y la semilla que cae en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz Y Bien.


Con este episodio de Mt 13,1-23 Jesús, comienza una nueva sección. Se trata del tercer gran discurso formativo para con sus discípulos. Los dos primeros: el Sermón de la Montaña (Mt 5-7) y el Manual de la Misión (Mt 10), constituyen dos elementos en el camino de maduración de la fe los discípulos que bien se puede resumir así: “Ustedes serán felices si, practican lo que les enseño” (Jn 13,17); o “El que cumple lo que  enseñe, será grande en el Reino de los Cielos” (Mt 5,19). Así pues, haciendo eco de las enseñanzas de Jesús sobre el reino de los cielos es como encontramos la respuesta a las preguntas: “¿quién podrá salvarse?" (Mt 19,25).  ¿Qué obras buenas debo hacer para conseguir la Vida eterna?" (Mt 19,16). “Serán poco los que se salven?” (Lc 13,23).

Esta sección de enseñanza, que también tiene que ver con el reino de Dios, se puede iniciar con un enunciado: “Si no entienden  y creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo entenderán y creerán cuando les hable de las cosas del cielo?” (Jn 3,12). Las parábolas que Jesús emplea como estrategia de su catequesis es para ahondar o hacer entender la importancia del reino de Dios.

En efecto, Jesús no sólo dice lo que hay que hacer para ser parte del reino de Dios; también los enseña a discernir la voluntad de Dios en cada circunstancia de la vida.  Para ello se sirven de las parábolas (Mt 13,34) las cuales son verdaderos ejercicios de discernimiento espiritual que tratan de captar el acontecer discreto del Reino en medio de las diversas circunstancias de la vida y motivan para hacer la elección correcta de la voluntad de Dios que tiene que ver con nuestra felicidad (Lc 9,33).

La enseñanza de Jesús se despliega a lo largo de siete parábolas bien ordenadas. Después de una breve introducción (Mt 13,1-2), comienzan las parábolas: 1) El sembrador (Mt 13,1-9). 2) El trigo y la cizaña (Mt 13,24-30). 3) El grano de mostaza (Mt 13,31-32). 4) La levadura (Mt 13,33). 5) El tesoro escondido en el campo (Mt 13,44). 6) La perla del mercader (Mt 13,45-46). 7) La pesca en la red que atrapa todo (13,47-50). Finalmente encontramos conclusión igualmente breve (Mt 13,51-52).

Las cuatro primeras parábolas, se basan en trabajos del campo, educan en el discernimiento propiamente dicho; las otras tres están dichas para motivar el paso, la decisión, ya que es posible tener claro lo que hay que hacer pero nunca llegar a hacer. La última parábola confirma que éstas están presentadas en clave de discernimiento: es como el pescador que cada día se sienta a la orilla del mar a recoger de la red lo que le sirve y devolver al mar lo que no sirve o todavía no está maduro. Así la vida del discípulo todos los días y en este esfuerzo continuo debe perseverar para conducir una vida según la voluntad del Dios del Reino.

Hoy, Jesús empieza sus enseñanzas con la parábola del sembrador: Sale de la casa en la que estaba y se va a la orilla del mar (Mt 13,1). Y como mucha gente se le juntó, se subió a una barca, la gente sentada a la orilla. En este bello escenario comienza con su enseñanza (Mt 13,3b-9), la primera en resaltarse, son los diversos tipos de terreno en los cuales caen las semillas arrojadas por el sembrador, destacando al final un terreno que es apto para la inmensa producción de que es capaz una simple semilla.

Diversos tipos de terreno: Unas semillas cayeron a lo largo del camino; vinieron las aves y se las comieron (Mt 13,4). Al caer en el camino donde no hay cuidado, cae de superficialmente; así somos muchas personas que escuchamos la palabra, pero no llega al corazón, no se arraiga no tiene raíz y el maligno la arranca. Por eso dice Jesús: “No todos los que me dicen: Señor, Señor, entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?.  Entonces yo les manifestaré: Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal. Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca. Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande" (Mt 7,21-27).

Otras cayeron en pedregal, donde no tenían mucha tierra, y brotaron enseguida por no tener hondura de tierra; pero en cuanto salió el sol se agostaron y, por no tener raíz, se secaron (Mt 13,5). La semilla que cae en un terreno rocoso donde no puede hacer raíz y con el sol inclemente se seca, es el hombre que oye la palabra y la acepta inmediatamente con alegría, pero no admite, la raíz es superficial, es incoherente en su actuar y por tanto no germina. Otras cayeron entre abrojos es decir entre espinos; crecieron los abrojos y las ahogaron (Mt 13,7). Aunque el suelo es bastante profundo para hacer raíz se encuentra con hierba, compara con el que oye la palabra, pero las preocupaciones personales y del mundo sofocan la palabra y no da frutos. ¿Quién sembró es mala hierba? Jesús en otro episodio explica: “El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras todos dormían vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue. Cuando creció el trigo y aparecieron las espigas, también apareció la cizaña. Los peones fueron a ver entonces al propietario y le dijeron: Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él? Él les respondió: Esto lo ha hecho algún enemigo. Los peones replicaron: ¿Quieres que vayamos a arrancarla? No, les dijo el dueño, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los segadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos echen al fuego, y luego recojan el trigo en mi granero" (Mt 13,24-30).

Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto, una ciento, otra sesenta, otra treinta (Mt 13,8). La semilla sembrada en la tierra es buena, en suelo profundo, no tiene maleza, es la persona que abre su corazón, escucha la palabra  y da diferentes frutos. Al respecto, en otro pasaje Jesús decía: “Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Él corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán (Jn 15,1-7).

El sembrador que es un profesional en la materia, ciertamente parece extraño cuando deja caer algunas semillas en terreno impropio para el cultivo.  Sin embargo, esto corresponde a la realidad del evangelio: antes que la calidad de la tierra, lo que vale es la calidad de la semilla. Así obraba Jesús: arrojaba su semilla en corazones sobre los cuales los fariseos ya habían dado su dictamen negativo y consideraban excluidas de la salvación. Entonces la imagen de un sembrador arrojando las semillas en los tres primeros terrenos es un retrato de la obra de Jesús quien no ha venido “a llamar a justos, sino a pecadores” (Mt 9,13). Ante todo se proclama la bondad de Dios, quien no tiene límites para ofrecer sus bendiciones (Mt 6,45), pero esto implica de parte de cada hombre el hacerse a sí mismo “buena tierra” para que la semilla de la Palabra pueda crecer. La Palabra de Dios se  nos da como un don, él no cuenta con la respuesta del hombre, la semilla cae en diferentes corazones pero a pesar de ello tendrá éxito en la mayor parte.  Es un relato que nos lleva a la esperanza.

Como vemos, la estrategia pedagógica que Jesús usó como buen maestro para enseñar era las parábolas que como dice las escrituras: “Todo esto lo enseña Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas, para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: Hablaré en parábolas, anunciaré cosas que estaban ocultas, desde la creación del mundo” (Mt 13,34-35). Hoy, Jesús usó la parábola del sembrador para explicarnos la importancia que tiene el escuchar la Palabra de Dios y vivirla como experiencia de vida (Mt 7,21-26). Porque es por ella como somos parte del reino de los cielos.

Jesús, el maestro supremo, no nos quiere dar una lección de agricultura, sino una lección de cómo están nuestros corazones para aceptar las semillas del Reino. El Reino de Dios se nos da en semillas. Dios todo lo da en semillas. Por tanto, hay que trabajarla. Pero la suerte del Reino y de la Palabra de Dios depende de cada uno de nosotros. Donde, Él es el sembrador, su Palabra es la semilla, nosotros somos la tierra donde se derrama la semilla. Como tal tenemos reacciones distintas frente a su Palabra. Unos somos tierra muy dura como los del camino, otros, tierras pedregosas, otro, tierras llenas de espinos o maleza, pero otros somos buena tierra que dará buen fruto, unos cien, otros setenta, otros treinta por uno.

El problema no está ni en la semilla ni en Dios que la siembra. El problema lo llevamos todos en el corazón porque hay que decir, y creo que todos tenemos nuestra propia experiencia, que hay corazones más duros que el asfalto de nuestras carreteras y también hay corazones con muy buena voluntad, tan llenos de enredos, tan lleno de cosas y de superficialidades que la palabra recibida brota por un momento, pero el fervor se nos apaga como un fósforo encendido. Aunque también tenemos que reconocer que hay corazones generosos, tierra fértil donde la palabra de Dios puede crecer en abundancia de frutos.

Lo extraño, y también lo bueno, es cómo Dios puede sembrar su palabra en corazones que sabe no van a responder y cómo Dios se expone al fracaso de muchas de sus semillas: Dios ama a todos por igual y a todos quiere darnos las mismas oportunidades. Su amor por nosotros es tal que no le importa se pierdan muchas semillas de gracia porque, al fin y al cabo, la respuesta de esos corazones grandes y generosos compensa con mucho lo que se ha perdido entre la maleza del campo. ¿No te parece interesante un Dios, que se atreve a correr el riesgo de su Palabra y de su Reino en nuestras debilidades? Pues, así es el amor de Dios (Jn 3,16).

Jesús es la palabra hecha carne entre nosotros (Jn 1,14). El Padre, Dios es el que siembra la Palabra, que era una semilla capaz de cambiar el mundo, pero no siempre encontraba tierra adecuada. Somos muchos los que cada día, o al menos cada domingo, escuchamos la Palabra de Dios. Para muchos es palabra perdida, para otros es toda una posibilidad. Aunque, a decir verdad, la Palabra de Dios no produce lo mismo en todos. En unos, sesenta, en otros treinta, en otros cien. Si lo pensamos bien, cada domingo Dios siembra infinidad de su Palabra. ¡Cuánta Palabra anunciada dominicalmente! El problema está cuánta de esa Palabra da fruto y cuánta se pierde en el aburrimiento y desinterés de la gente y también en lo mal que la sembramos. Jesús era buen sembrador, pero entre nosotros hay de todo. Hay quienes siembran de verdad y quienes simplemente decimos palabras que no tienen futuro alguno.

Dios no deja de hablarnos en su Hijo. Dios es Palabra hecha carne entre nosotros (Jn 1,14). Una palabra capaz de cambiarnos y dar frutos del Evangelio (Jn 15,5). El problema es cómo la anunciamos y también cómo la recibe la gente. ¿Se imaginan que cada domingo la Palabra de Dios diese el fruto del ciento por uno? ¿Y aunque no sea el sesenta? El éxito de la voluntad de Dios depende de tu voluntad y de tu cooperación. El querer de Dios depende de tu querer. Dios no es de los que utiliza su poder para imponernos las cosas. El amor no se impone, el amor se ofrece (Mt 11,28). Ese el gran misterio de Dios en el hombre. Dios quiere que todos nos salvemos (I Tm 2,4); sin embargo, muchos no tienen mayor interés en su salvación o incluso ni creen en eso de la salvación. ¿Cuáles son las condiciones para que la Palabra de Dios no se pierda inútilmente y pueda dar fruto abundante en nuestros corazones y en el mundo? Jesús nos propone varias. En primer lugar nos propone ser tierra fértil para dar frutos al cien, setenta o treinta; pero ello, requiere ser prevenidos, es decir no tener un corazón endurecido e impenetrable (Slm 94), sino un corazón sincero, noble, abierto siempre a las posibilidades de Dios en él. En segundo lugar, un corazón libre de ataduras que le impiden decir sí a Dios, que sea tierra sin piedras y maleza.

¿Qué tipo de tierra somos? ¿Tierra dura como del camino? ¿Tierra pedregosa? ¿Tierra con maleza? ¿Tierra fértil? Ojala que seamos tierra fértil, entonces la semilla derramada, que es la palabra de Dios dará el fruto del ciento por uno (Mt 13,8). luego la Palabra de Dios, Cristo Jesús no habrá venido en vano sino como el profeta dice: “Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al sembrador y el pan al que come, así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé” (Is 55,10-11). Dios nos anuncia por medio del Profeta Isaías que su Palabra no quedará sin resultado, sino que ella cumplirá su misión, la cual es el cumplimiento de la voluntad divina.  Y esto lo dice con el mismo paisaje campestre del Evangelio y del Salmo, es decir,  la siembra, la lluvia, la semilla, la germinación. El Salmo 64  que hemos rezado nos habla de la tierra y del agua que la riega, de pastos y de flores, de rebaños y trigales.  Y nos habla de la preparación de la tierra.  Y ¿quién prepara la tierra?  ¿Quién prepara nuestra alma para recibir la semilla y poder dar fruto?  La prepara el mismo Señor, el Sembrador.

En resumen: Dijo Jesús a sus discipulados: "Si no entienden  y creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo entenderán y creerán cuando les hable de las cosas del cielo?” (Jn 3,12). El reino de Dios amerita mucha atención y discernimiento y por eso Jesús acude a las parábolas. Dios sabe que el hombre a menudo tiene corazón duro como tierra del camino: “Escúchenme, hombres de corazón duro, Uds. que están lejos de la justicia, pero yo hago que se acerque a mi justicia y mi salvación no tardará” (Is 46,12). Para ablandar el corazón del hombre Dios se propone: “Arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que sigan mis preceptos, y que observen y practiquen mis mandamientos. Ustedes habitarán en la tierra que yo he dado a sus padres. Ustedes serán mi Pueblo y yo seré su Dios” (Ez 36,26). Luego Dios se propone: “Yo la volveré conquistar, la llevaré al desierto y le hablaré a su corazón” (Os 2,16). “Yo te desposaré conmigo para siempre, en justicia, derecho, amor, misericordia; fidelidad, y tú conocerás al Señor” (Os 2,21).Y lo hace en su Hijo Cristo Jesús, quien nos lo dice: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana" (Mt 11,28).Dios nos  enamora en su Hijo para ello, reitero busca diversos modos de hacernos entender sobre el reino de los cielos, por ejemplo por las parábolas. 

Jesús termina sus enseñanzas sobre el reino de Dios con esta sentencia: “Así sucederá al fin del mundo. Vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos, para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes” Mt 13,49-50).

jueves, 6 de julio de 2017

DOMINGO XIV - A (09 de Julio del 2017)

DOMINGO XIV - A  (09 de Julio del 2017)

Proclamación del Santo Evangelio según San Mateo: 11,25-30

En aquel tiempo, Jesús dijo: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así te ha parecido mejor. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy manso y humilde de corazón, y así encontrarán alivio.  Porque mi yugo es suave y mi carga liviana". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

Este misterio de unidad intima entre el padre y el Hijo nos resume en este enunciado: “Que todos sean uno. Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn 17,21).

El Evangelio nos presenta dos momentos en la vida de Jesús. 1) Jesús en diálogo u oración con el Padre (Mt 11,25-27). 2) Nos aconseja que todos nosotros comencemos a llevar una vida en Dios (Mt 11,28-30).

1) El Evangelio nos presenta a Jesús hablando con el Padre, en momentos de silencio y oración en los que Jesús desahoga su corazón hablándole de su experiencia al Padre. En este caso, el gozo y la alegría de ver cómo la Palabra de Dios que no es otra cosa que el mismo Reino de Dios va calando en el corazón de la gente sencilla y no precisamente en el corazón de aquellos que se creen superiores. Más bien, son los de abajo, los sencillos, los que significan poco para el mundo, son los más disponibles para abrir sus corazones a la voluntad y a la gracia y el amor del Padre. Ese es el gran misterio de la gracia.

2) Jesús que tiene la experiencia humana del cansancio de los caminos, nos hace una invitación a saber reposar, descansar, regalarnos un tiempo para respirar y dejar que nuestro espíritu se vacíe de tantas tensiones que hoy, elegantemente, llamamos el “estrés”. Dios no es de los que echa cargas encima de nosotros. Que a Dios no le gusta vernos derrumbados bajo el peso de las obligaciones, imposiciones y mandatos de la carne. Que Dios lo que quiere es vernos ligeros y libres en el camino y que las peores cargas ya las ha llevado Él. Que carguemos con el yugo que Él nos impone, la vida en el espíritu, porque es ligero y llevadero y no el yugo que con frecuencia nos imponemos asimismo como es el de la carne o pecados. San Pablo nos sugiere así:

“Yo les exhorto a que vivan según el Espíritu de Dios, y así no serán arrastrados por los deseos de la carne. Porque la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos luchan entre sí, y por eso, ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren… Se sabe muy bien cuáles son las obras de la carne: fornicación, impureza y libertinaje, idolatría y superstición, enemistades y peleas, rivalidades y violencias, ambiciones y discordias, sectarismos, disensiones y envidias, ebriedades y orgías, y todos los excesos de esta naturaleza. Les vuelvo a repetir que los que hacen estas cosas no poseerán el Reino de Dios. Por el contrario, el fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia. Frente a estas cosas, la Ley está de más, porque los que pertenecen a Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y sus malos deseos. Si vivimos animados por el Espíritu, dejémonos conducir también por él” (Gal 5,16-25).

¿Quién es Dios para Jesús sino el Padre, y quien es Jesús para Dios sino su Hijo?(Mt 11,27):Recordemos en el momento del bautismo: “Tú eres mi Hijo amado, yo te he engendrado hoy” (Lc 3,22). Refleja unida intima entre Padre-Hijo: “Yo y el Padre somos una sola realidad” (Jn 10,30).

¿Quién es Jesús para mí? La pregunta de Jesús es: ¿Uds quien dicen que soy? Pedro respondió y dijo: “Tu eres el Mesías, el hijo de Dios vivo” (Mt 16,15-16). Ahora Jesús nos ha dicho: “Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11,27). Jesús es, aún más tajante al decir: “Todo poder se me dio en el cielo y en la tierra” (Mt 28,18). Y en la tercera parte: ¿A quién se dirige Jesús? (Mt 11,28-30)? Se dirige a cada uno de los pobres y pequeños, es decir a cada uno de nosotros. Nos ha dicho:  “Vengan a mí todos los que están cansados y fatigados, y yo les daré descanso. Tomen sobre Uds. mi yugo, y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaran descanso para sus almas” (Mt11,28-29). ¿Cuál es el yugo que mayormente pesaba sobre el pueblo de aquel tiempo? Y ahora ¿cuál es el yugo que más pesa sobre ti? ¿No es el odio, el resentimiento, envidia, orgullo etc? Y ¿Cuál es el yugo que me da descanso? ¿No es el amor, la misericordia, la caridad, el perdón, la paz? ¿Cómo pueden las palabras de Jesús ayudar a nuestra familia a ser un lugar de reposo para nuestras vidas?

Fíjense que Jesús se nos presenta como revelador y como camino al Padre. Algo que ya nos dijo: “Yo soy camino, verdad y vida, nadie va al padre sino por mi” (Jn 14,6). Ahora bien conviene otra vez preguntarnos: ¿Quién es Jesús para mí? Y ojala nos respondiéramos como Pedro que respondió: “Tu eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16) y ten seguridad que Jesús nos diría también lo mismo que dijo a Pedro: “Feliz de ti Pedro, porque eso que me has dicho nadie te revelo de carne y hueso, sino mi Padre del cielo. Ahora te digo Tu eres Pedro y sobres esta piedra edificare mi Iglesia” (Mt 16,17-18). Pero esta respuesta por parte nuestra tiene que implicar un compromiso de ser el mensajero de Dios; al respecto el profeta dice: “Que hermoso son los pasos y los pies del mensajero que anuncia la palabra de Dios” (Is 52,7). Pero mismo Jesús nos dice: “Al que me anuncie abiertamente ante los hombres, yo lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo. Pero quien me niegue entre los hombres yo también lo najaré ante mi Padre que está en el cielo” (Mt 10,32). Este trabajo implica un compromiso serio, es el trabajo misionero.

En el Evangelio de Mateo, el discurso de la Misión ocupa todo el capítulo 10. En la parte narrativa que sigue después de los capítulos 11 y 12, donde se describe cómo Jesús realiza la Misión, aparecen incomprensiones y resistencias que Jesús debe afrontar. Juan Bautista, que miraba a Jesús con una mirada del pasado, no lo comprende (Mt 11, 1-15). El pueblo, que miraba a Jesús sólo por interés, no es capaz de entenderlo (Mt 11, 16-19). Las grandes ciudades en torno al lago, que habían oído la predicación y habían visto los milagros, no quieren abrirse a su mensaje (Mt 11, 20-24). Los escribas y doctores que juzgaban todo a partir de su ciencia, no son capaces de entender la predicación de Jesús (Mt 11,25). Ni siquiera los parientes lo entienden (Mt 12,46-50) Sólo los pequeños entienden y aceptan la buena nueva del Reino (Mt 11,25-30). Los otros quieren sacrificios, pero Jesús quiere misericordia (Mt 12,8). La resistencia contra Jesús lleva a los fariseos a intentar matarlo (Mt 12,9-14). Ellos lo llaman Beelzebul (Mt 12, 22-32). Pero Jesús no cede; él continúa asumiendo la misión del Siervo, descrito por el profeta Isaías (Is 43, 1-4) y citado al completo por Mateo (Mt 12, 15-31).

El contexto de los capítulos 10-12 de Mateo sugiere que la aceptación de la buena nueva por parte de los pequeños es la realización de la profecía de Isaías 53,3. Jesús es el Mesías esperado, pero es diverso de lo que la mayoría imaginaba. No es el Mesías glorioso nacionalista, ni siquiera un juez severo, ni un Mesías rey poderoso. Sino que es el Mesías humilde y siervo que "no rompe la caña cascada, ni apagará la mecha humeante" (Mt 12,20). Él proseguirá luchando, hasta cuando la justicia y el derecho prevalezcan en el mundo (Mt 12,18. 20-21). La acogida del Reino por parte de los pequeños es la luz que brilla (Mt 5,14), es la sal que da sabor (Mt 5,13), es el grano de mostaza que (una vez convertido en árbol grande) permitirá a las aves del cielo anidar entre sus ramas (Mt 13, 31-32).

El resultado del trabajo misionero de los discípulas ha suscitado en Jesús esta exclamación de gozo. En efecto, con la llegada de los enviados a la misión y la alegría de ver cómo la semilla ha comenzado a prender y echar raíces en el corazón de los sencillos, los pequeños, que son precisamente sus preferidos. Aquello que todos excluyen son los que abren la tierra de sus corazones a las semillas de la Palabra de Dios. Esta exclamación de gozo y alegría del Señor ¿No será una llamada de atención para todos y también para la Iglesia? Dar el valor real a la gente que dio cabida a la palabra de Dios. Todos damos gran importancia a las ideas de los sabios, de los grandes entendidos que es otro problema de hoy, pero escuchamos muy poco la sabiduría de la gente sencilla.  Todos consultamos a los grandes, a los intelectuales, a los teólogos, ¿cuándo será que escuchemos a la madre y al padre de familia que cada día luchan por el pan de sus hijos y que hasta pudiera darse que no sepan ni leer ni escribir, pero tienen un corazón lleno de Dios y lleno de la sabiduría de Dios? Además hay un segundo mensaje que me parece importantísimo: Jesús nos invita a cuantos estamos cansados, agobiados, nerviosos y preocupados a buscar en él un poco de descanso. Algo que nosotros ya no sabemos hacer, ¿verdad?

¿Quién sabe descansar hoy día que andamos como locos mirando siempre al reloj? Somos como Marta: “Marta, estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: "Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el servicio? Dile que me ayude. Pero el Señor le respondió: "Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas. Sin embargo, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada" (Lc 10,38-42).

Hay algo a lo que solemos dar poca importancia. Es que también nosotros leemos del Evangelio lo que nos conviene. Jesús nos dice que Él no ha venido a imponernos cargas pesadas, al contrario, ha venido a regalarnos el don de la libertad. Nos vino a liberar de las esclavitudes. La fidelidad al Evangelio no es hacer insoportables las cosas, sino hacerlas ligeras y llevaderas. Aquí todos tenemos mucho que aprender. La primera expresa la ternura de la relación de Jesús con el Padre, como en la casa la relación entre hijo y papá. Aquí es Jesús que acude a la oración lleno de gozo a contarle al Padre lo que está sucediendo con el anuncio del Reino (Mt 11,25-26). Yo no sé si alguna vez hemos hablado con Dios para contarle algún acontecimiento que hemos visto o nos ha sucedido. ¿No es nuestro Padre? ¿Por qué no tener esa libertad de espíritu y esa confianza para hablarle a Dios de las cosas que nos suceden cada día?. Por ejemplo, cuanto tenemos que aprender de los pobres como el ciego que ha sido curado por Jesús y luego le pregunto:"¿Crees en el Hijo del hombre? Él respondió: ¿Quién es, Señor, para que crea en él?. Jesús le dijo: "lo estás viendo: es el que te está hablando". Entonces él exclamó: "Creo, Señor", y se arrodilló y lo adoró” (Jn 9,35-38).


Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: "Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado" (Jn 11,41-42). Jesús dialoga con el Padre, Jesús le manifiesta y la confía su alegría por la reacción de la gente sencilla, la gente del pueblo. Jesús tiene una preferencia especial por los sencillos y los pobres y disfruta de la respuesta que esta gente sencilla da al Evangelio. Su alegría es tal que no puede quedarse con ella y va a contárselo al Padre. Además, le da las gracias porque también esas mismas son las preferencias de Dios. Jesús no se mueve entre los sabios, ni los grandes intelectuales que aplastan al resto con su saber y su ciencia y son los que se creen dueños de la verdad. Jesús prefiera a los que se sienten poca cosa para el mundo, y tienen un corazón simple y abierto al amor del Padre y al anuncio del reino. La pregunta está ahí mismo y no podemos desviarla para no sentirnos mal. ¿Cuáles son nuestras preferencias? ¿A quién invitamos a ser parte de nuestra vida? ¿Con quién nos sentimos más a gusto? ¿Tendremos las preferencias de Jesús o tendremos las preferencias del mundo? Si nuestras preferencias son de Jesús, entonces nos dice:"Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos” (Mt 5,3).

sábado, 1 de julio de 2017

DOMINGO XIII - A (02 de julio de 20117)

DOMINGO XIII – A  (02 de julio de 2017)

Proclamación del Santo Evangelio según san Mateo: 10,37-42:

10:37 En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí.
10:38 El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí.
10:39 El que trate de salvar  su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la salvarà.
10:40 El que los recibe a ustedes,  me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a aquel que me envió.
10:41 El que recibe a un profeta por ser profeta, tendrá la recompensa de un profeta; y el que recibe a un justo por ser justo, tendrá la recompensa de un justo.
10:42 Les aseguro que cualquiera que dé de beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa" PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados en amigos en el Señor Paz y Bien.

“El que trate de salvar  su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la salvará” Mt 10,39). Esta afirmación contundente nos da pie en situarnos en el tema de la salvación. Recordemos aquella inquietud del maestro de  la ley que debería a todos inquietarnos; se acercó y le preguntó: "Maestro, ¿qué obras buenas debo hacer para conseguir la salvación eterna?" (Mt 19,16). U otra inquietud: “ ¿Serán pocos los que se salven?” (Lc 13,23). O dígase lo mismo cuando los discípulos quedaron muy sorprendidos al oír esto y dijeron: "Entonces, ¿quién podrá salvarse?" (Mt 19,25).

¿Por qué tiene que ser también inquietante e importante para nosotros el tema de la salvación? Porque la salvación trae a colación otra idea opuesta, la condenación: Jesús les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán" (Mc 16,15-18).

¿Cómo asegurar nuestra salvación? Amándonos  más a nosotros mismos? a nuestros padres? Hijos? Bienes? Casas? Riqueza? Claro que no. Recordemos aquella cita: Jesús dijo a sus discípulos: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la salvará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?” (Mt 16,24-26).

Pareciera contraproducente la enseñanza de hoy, cuando el Señor nos recalca: El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí” (Mt 10,37). Nos prohíbe amar a nuestros padres o hijos? Claro que no. Debiera ser lo mismo que amando a nuestros padres es como amamos a Dios que por amor a Dios debemos amar a nuestros padres o prójimo. El problema está en que el amor a los padres o hijos, hoy se toma como causa final o ultima. El amor autentico siempre nos deja lugar a entender que la causa final de nuestra vida y por ende nuestra salvación es Dios y no nuestra vida  ni nuestros padres  ni nuestros hijos.

¿Por qué tiene que ser importante  para el creyente el amor autentico a Dios? Recordemos que de por medio está en juego nuestra salvación. Al respecto Jesús bien dijo a Nicodemo: “Tanto a amó Dios amó al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18). Además recordemos aquella escena cuando el doctor de la ley preguntó: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley? Jesús le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas" (Mt 22,36-40). Jesús se remite a las escrituras y la ley del A.T:

Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Graba en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Incúlcalas a tus hijos, y háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas de viaje, al acostarte y al levantarte. Átalas a tu mano como un signo, y que estén como una marca sobre tu frente. Escríbelas en las puertas de tu casa y en sus postes” (Dt 6,4-9).

Juan en su primera carta nos define algo importante: “Queridos míos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (I Jn 4,7-8). Pero ¿nuestro amor a Dios hace más o menos a Dios? ¿Será Dios más si lo amamos? Claro que no. Recordemos aquella cita: Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: "Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? Produzcan el fruto de una sincera conversión, y no se contenten con decir: Tenemos por padre a Abraham. Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham” (Mt 3,7-9). Así también Dios puede sacar de las piedras que lo amen.

San Juan nos dice también: “Nadie ha visto jamás a Dios, pero si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros” (I Jn 4,12).  Mismos Jesús nos dice: “Les doy un mandamiento nuevo que se amen unos otros como le he amado” (Jn 13,34). “Quien dice que ama a Dios y no ama a su hermano es un mentiroso” (I Jn 4,20). ¿Cómo nos amó Dios? Bonito? Jugando? Nada de eso. Dios nos amó en su Hijo hasta dar su vida por nosotros. Por eso es que, la causa final o última del amor autentico es el amor a Dios y no solo el amor a los padres y menos amar mas a los padre e hijos que a Dios. Amando a los padres o hijos es como amamos de verdad a Dios. En saber amarnos unos a otros es como amamos en verdad a Dios.

Reitero: ¿Cuál debe ser la actitud de aquel quien quiere seguir a Cristo? 1) "El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí” (Mt 10,37). 2) “El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí” (Mt 10,38).  3) “El que trate de salvar  su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la salvarà” (Mt 10,39). Ademas conviene agregar algo: 4) "Los apóstoles volvieron muy contentos y dijeron, Señor hasta los demonios se nos someten en tu nombre. Jesús les dijo: no se alegren porque los demonios se los someten; alégrense mas bien porque su nombre estén escrito en cielo" (Lc 10,20). ¿Cómo hacer que nuestros nombres estén escritos en el cielo? Anunciando el Evangelio por todo el mundo (Mc 16,15). Y recordemos también lo que nos dice Jesús: "Quien me confiese en este mundo ante los hombres, yo también lo confesare a el ante mi Padre que esta en el cielo, pero quien me niegue, yo también lo negare ante mi Padre" (Mt 10,32). Al respecto, San Pablo, quien cumplió esto como Cristo lo exige, pudo llegar a exclamar al decir: “Ya no soy yo quien vivo, sino es Cristo Quien vive en Mí” (Gál. 2, 20). 

Tras la enseñanza del amor a Dios que se alcanza amando al prójimo se acuña la idea de la vida de santidad. Porque dice Dios: “Yo soy su Dios, el que les ha sacado de la tierra de Egipto, para ser su Dios. Sean, pues, santos porque yo soy santo” (Lv 11,45). En eso consiste la santidad:  en ese morir continuamente a uno mismo para dejar que sea Dios Quien viva en uno.  Esa palabra “santidad” asusta.  Pero ...  ¿qué es la santidad?  No es algo inalcanzable ...  Tratar de ser santos es tratar de seguir la Voluntad de Dios para nuestra vida. Y ¿cómo se hace esto?  Se hace dejando de tener voluntad propia, dejando de tener planes y rumbos propios, dejando de tener criterios y pretensiones propias ...  Es cambiar todo eso por lo que Dios quiere para mí.   Es renunciar a la propia voluntad y asumir la Voluntad de Dios como propia.  Es dejar que Dios sea Quien haga, Quien muestre su plan, Quien indique rumbos, Quien proponga criterios, etc.

Jesús nos promete: “El que a causa de mi Nombre deje casa, hermanos o hermanas, padre, madre, hijos o campos, recibirá cien veces más  en esta vida y obtendrá la recompensa de la Vida eterna” (Mt 19,29). ¿En qué consiste esa recompensa? Al final de todo cada uno recibe la recompensa: “El Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras” (Mt 16,27). La paga cosiste en: "Donde estoy yo estén también uds” (Jn 14,3). Estar con Dios el Enmanuel (Mt 1,23).