DOMINGO DE RAMOS – A (02 de Abril del 2023)
Anuncio del Evangelio de San Mateo: 26,14-27,54.
26:14 Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue
a ver a los sumos sacerdotes
26:15 y les dijo: "¿Cuánto me darán si se lo
entrego?" Y resolvieron darle treinta monedas de plata.
26:16 Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable
para entregarlo.
26:17 El primer día de los Ácimos, los discípulos fueron a
preguntar a Jesús: "¿Dónde quieres que te preparemos la comida
pascual?"
26:18 Él respondió: "Vayan a la ciudad, a la casa de
tal persona, y díganle: "El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a
celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos"".
26:19 Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y
prepararon la Pascua.
26:20 Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce
26:21 y, mientras comían, Jesús les dijo: "Les aseguro
que uno de ustedes me entregará".
26:22 Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle
uno por uno: "¿Seré yo, Señor?"
26:23 Él respondió: "El que acaba de servirse de la
misma fuente que yo, ese me va a entregar.
26:24 El Hijo del hombre se va, como está escrito de él,
pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría
no haber nacido!"
26:25 Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó:
"¿Seré yo, Maestro?" "Tú lo has dicho", le respondió Jesús.
26:26 Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la
bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomen y coman,
esto es mi Cuerpo".
26:27 Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó,
diciendo: "Beban todos de ella,
26:28 porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que
se derrama por muchos para la remisión de los pecados.
26:29 Les aseguro que desde ahora no beberé más de este
fruto de la vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino
de mi Padre"…
27:31 Después de haberse burlado de él, le quitaron el
manto, le pusieron de nuevo sus vestiduras y lo llevaron a crucificar.
27:32 Al salir, se encontraron con un hombre de Cirene,
llamado Simón, y lo obligaron a llevar la cruz.
27:33 Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota, que
significa "lugar del Cráneo",
27:34 le dieron de beber vino con hiel. Él lo probó, pero no
quiso tomarlo.
27:35 Después de crucificarlo, los soldados sortearon sus
vestiduras y se las repartieron;
27:36 y sentándose allí, se quedaron para custodiarlo.
27:37 Colocaron sobre su cabeza una inscripción con el
motivo de su condena: "Este es Jesús, el rey de los judíos".
27:38 Al mismo tiempo, fueron crucificados con él dos
bandidos, uno a su derecha y el otro a su izquierda.
27:39 Los que pasaban, lo insultaban y, moviendo la cabeza,
27:40 decían: "Tú, que destruyes el Templo y en tres
días lo vuelves a edificar, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja
de la cruz!"
27:41 De la misma manera, los sumos sacerdotes, junto con
los escribas y los ancianos, se burlaban, diciendo:
27:42 "¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí
mismo! Es rey de Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en él.
27:43 Ha confiado en Dios; que él lo libre ahora si lo ama,
ya que él dijo: "Yo soy Hijo de Dios"".
27:44 También lo insultaban los bandidos crucificados con
él.
27:45 Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, las
tinieblas cubrieron toda la región.
27:46 Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó en alta voz:
"Elí, Elí, lemá sabactani", que significa: "Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?"
27:47 Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo,
dijeron: "Está llamando a Elías".
27:48 En seguida, uno de ellos corrió a tomar una esponja,
la empapó en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña, le dio de beber.
27:49 Pero los otros le decían: "Espera, veamos si
Elías viene a salvarlo".
27:50 Entonces Jesús, clamando otra vez con voz potente,
entregó su espíritu.
27:51 Inmediatamente, el velo del Templo se rasgó en dos, de
arriba abajo, la tierra tembló, las rocas se partieron
27:52 y las tumbas se abrieron. Muchos cuerpos de santos que
habían muerto resucitaron
27:53 y, saliendo de las tumbas después que Jesús resucitó,
entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a mucha gente.
27:54 El centurión y los hombres que custodiaban a Jesús, al
ver el terremoto y todo lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron:
"¡Verdaderamente, este era Hijo de Dios!" PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXION:
Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.
Toda la Cuaresma de nuestra vida es y ha sido un
camino hacia la Pascua (el paso de la vida a la muerte, de la muerte a la vida).
Durante este tiempo (40 días), en nuestra vida, familias, parroquias e
instituciones católicas se han celebrado cultos extraordinarios, ejercicios
espirituales, predicaciones, retiros, convivencias, viacrucis, etc. Todo ello
ha ido encaminado al único fin importante: la conversión del corazón (Mc 1,15) que
se requiere para participar dignamente en los misterios centrales de nuestra
fe, que son la pasión, muerte y resurrección del Hijo de Dios.
Repasemos brevemente lo que sucedió en aquella Semana de
hace más de dos mil años, que cambió el rumbo de la historia, y que hoy da
sentido a nuestras vidas, siendo lo único que justifica el rico caudal que va
desde las expresiones de la religiosidad popular, las de nuestras parroquias y
comunidades, como las austeras e íntimas celebraciones de la vida.
Sucedió que hace más de dos mil años, Dios (I Jn 4,7-8)
mostró su inmenso amor a la humanidad en la encarnación redentora de su Hijo
Jesucristo. Él, siendo el Justo, cargó con nuestros desatinos e injusticias
para rescatarnos del dominio del “misterio de la iniquidad” (Rm 5,12), que
domina el corazón humano, lo hace infeliz y lo condena a la muerte eterna.
El poder del mal tuvo en la Pasión de Jesús de Nazaret un
triple disfraz: cultural, político y religioso. Aunque Él, paso por este mundo
“haciendo el bien”(Hch 10,38). Pese a ello, fue condenado al mayor suplicio de
entonces: la muerte en Cruz (Flp 2,8).
Jesús fue acusado de blasfemo: Ante Caifás fue juzgado: “Tu
eres el hijo de Dios? Jesús respondió: “Tú Lo has dicho” (Mt 26,63). Como se
ve. Lo primero que se salta a la vista es esa causal para que la muerte
de Jesús sea meritoria. Fue fruto del conflicto
religioso. Las autoridades religiosas lo tildaron de blasfemo, ya
que se hizo “igual a Dios” y habló de “destruir el templo y edificarlo en
tres días” (Mc 14,58-65). Pero como los judíos desde el año 64 aC. Perdieron la
autoridad al ser subyugados por los romanos, no pueden condenar a nadie, y
remiten al procurador romano- Aquí las causales son otras. Tiene que ser de orden o un problema político: Ante Poncio
Pilato: “¿Tu eres el rey de los judíos?”(Mt 27,11) Porque se presentó como rey,
afirmando que “para eso nació y para eso vino al mundo”(Jn 18,37). Los judíos
aprovecharon esta afirmación para presionar a Pilatos: “Si no lo condenas no
eres amigo del César” (Jn 19,12). No faltan quienes hablan de que en el fondo
se trata de un cuestión cultural
porque dio un sentido nuevo a la Ley: “Se dijo desde antiguo... Pero yo les
digo...”(Mt 5,21ss.). Así, cambió la ley del talión por la ley del amor a los
enemigos (Mt 5,43).
La muchedumbre, que había escuchado sus enseñanzas y
había visto tantos signos y milagros, actuó contradictoriamente, como siempre
ocurre. Así, al inicio de su Semana decisiva, lo aclamaron en Jerusalén
como Mesías-Rey para, días más tarde, a instancia de los poderosos, pedir
vociferantes su crucifixión. De manera que se pasó del “¡Hosanna al hijo de
David!” (Mc 11,9) al “¡Crucifícalo, crucifícalo y crucifícalo!” (Jn 19,6).
El círculo de los íntimos no fue menos que la
muchedumbre. Sus discípulos y
seguidores, miraron para otro lado y "lo abandonaron". Judas,
con un beso lo traiciona y cuando recapacita no cree en la misericordia del Maestro
y se suicidó. El principal de ellos, Pedro, "lo negará tres veces"
(Jn 18,25-27) ante unas mujeres y luego llorara su pecado. El mismo discípulo
amado, en principio se escapa, más tarde recapacita y lo encontramos en el
Calvario. Tres maneras distintas de reaccionar ante la verdad del pecado
cometido: afectarse, no afectarse, ser indiferente.
El motivo principal de la Pasión de Cristo es únicamente el
amor: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que
crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16). Sólo sencillos de
corazón ven a Dios en el Crucificado. Ellos están representados en su Madre, en
aquel grupo de mujeres que le acompañaba, en el joven discípulo Juan y algunos
seguidores clandestinos como José de Arimatea y Nicodemo. Estos fueron los que
tuvieron valor para estar a los pies de la cruz y dar la cara por él ante
las autoridades para retirar el cadáver (Jn 19,25-27.38-42). ¡Pero no
todo terminó ahí!
De pronto, cuando todo parecía acabado, el crucificado
comenzó a ser confesado y reconocido como Kyrios, el Señor ¿Qué sucedió? Pues que, desde entonces,
no podemos buscar “entre los muertos al que vive”(Lc 24,5). Con ello, la
historia de Jesús no terminó, sino que perdura en la vida de su Iglesia. La
multitud de aquella primera Semana Santa se multiplicó, y hoy pasa de los mil
millones de hombres y mujeres que confiesan que Jesucristo es nuestro Salvador.
Para nuestra reflexión de la semana: Aquí no vale culpar a
otros. Aquí no vale lavarse las manos. Aquí no vale decir yo no fui. ¿Alguien
se siente libre e inocente?: “Quien esté sin pecados que tire la primera
piedra” (Jn 8,7). No se nos ocurra lavarnos manos como Pilatos (Mt 27,24).
Mejor será decir “Oh Señor ten piedad de mí que soy un pecador” (Lc 18,13).
Porque con nuestras pecados claro que estamos actuando como el mismo fariseo,
el sanedrín, quienes crucifican al Señor.
Frente a la Pasión de Jesús tenemos muchas preguntas: ¿La
muerte de Jesús fue realmente un fracaso? ¿Fracaso de Dios o fracaso de los
hombres? Frente la Pasión y a la muerte de Jesús se pueden hacer infinidad de
interrogantes. La podremos explicar racionalmente como un crimen político o
religioso, pero su verdadero sentido sólo será posible desde nuestra experiencia
de fe. Hay cosas que sólo se entienden con el corazón. La Pasión y la Muerte de
Jesús solo podremos entenderla metiéndonos en el corazón de Dios y en el
corazón de Jesús. Por eso San Pablo nos dijo: “Tengan los mismos sentimientos
que Cristo” (Flp 2,5).
Es “Domingo de Ramos en la Pasión del Señor”, la entrada
triunfal de Jesús en Jerusalén. Nada de preparaciones, nada de comisión de
preparación de la fiesta. Todo se debe a la espontaneidad del pueblo sencillo y
como tal, tampoco nada de grandes solemnidades, nada de grandes arreglos y
manifestaciones. A Jesús le basta un burrito. El resto lo puso espontáneamente
la gente. Mantos echados como alfombra por el suelo. Ramas de olivo y palmas.
El resto salía de dentro, el canto, el grito de alabanza, los vivas, los
aplausos. El pueblo sencillo hace las cosas sencillamente, pero que resultan
simpáticas. Por lo demás, Jesús tampoco necesitaba de más.
Jesús no quiere entrar en Jerusalén como los conquistadores,
sino como el hombre sencillo, como el Salvador sencillo. Porque para Jesús era
una entrada que quería ser como una nueva oferta de la salvación y la salvación
no se ofrece con títulos de grandeza, pero eso sí se ofrece con cantos, con
bailes con alegría. Jesús quiere que descubran la novedad del Evangelio con
gozo y con sentido festivo. La entrada de Ramos termina en rechazo. La entrada
de esta Semana termina en la alegría de la Pascua. Hoy, viene a nosotros Jesús
en el Evangelio, y más aún estoy seguro que llega a través de la Cruz.
En los acontecimientos de nuestra coyuntura se suele clamar:
¿Dónde estará Dios? Todos, ricos y pobres, autoridades y súbditos. Hoy clamamos
todos con Jesús y decimos: "Dios mío, Dios Mío, por qué me has abandona”
(Slm 21; Mt 27,46). ¿Dónde está Dios en estos terribles momentos y horas de
nuestra pasión Pasión? Pareciera brillar por su ausencia. Jesús lo llama varias
veces y Dios responde con el silencio. La respuesta es clara: Dios está en la
Pasión misma del hijo y está identificado con su Hijo Jesús. Dios no es un
ausente en estas horas de dolor y agonía. Es la presencia de todo su ser en su
propio Hijo, por eso dijo: “Quien me ve, ve a quien me envió, yo estoy en el
Padre y el Padre en mi” (Jn 14,8-10). Esa es la gran lección de Dios que nos
deja en la Pasión para cada uno de nosotros, que quisiéramos ver a Dios en
nuestras oscuridades, ver a Dios en nuestros sufrimientos. Y Dios nos sorprende
con el silencio y en el silencio nos dice yo estoy contigo en tus
preocupaciones y sufriendo.
Sería bueno unirnos a los sentimientos de grandes santo como
San Pablo que exclamó rebosante de fe: “Yo sólo me gloriaré en la cruz de
nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí, como yo
lo estoy crucificado para el mundo. Estar circuncidado o no estarlo, no tiene
ninguna importancia: lo que importa es ser una nueva criatura. Que todos los
que practican esta norma tengan paz y misericordia, lo mismo que el Israel de
Dios. Que nadie me moleste en adelante: yo llevo en mi cuerpo las
huellas de Jesús crucificado. Hermanos, que la gracia de nuestro Señor
Jesucristo permanezca con ustedes. Amén” (Gal 6,14-18).