domingo, 20 de agosto de 2023

DOMINGO XXI – A (27 de Agosto del 2023)

 DOMINGO XXI – A (27 de Agosto del 2023)

Proclamación del santo evangelio según San Mateo: 16, 13-20:

13 En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?".

14 Ellos le respondieron: "Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas".

15 "Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?".

16 Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo".

17 Y Jesús le dijo: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo.

18 Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella.

19 Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo".

20 Entonces ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías. PALABRA DEL SEÑOR.

 Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz Bien.

 El domingo anterior decíamos que: Hallar los favores de Dios tiene su proceso: La mujer cananea comenzó a gritar desde la distancia: 1) "Señor, Hijo de David, ten piedad de mí" (Mt 15,22). 2) Ante Jesús se postra y le dijo: "¡Señor, socórreme!" (Mt 15,25). 3) Insiste al decir “Señor, los perros también comen las migas que caen de la mesa de su amo" (Mt 15,27). Como se ve, se resalta con claridad la fortaleza espiritual en la fe: Seguridad, firmeza, perseverancia y humildad. La fe con estos elementos suscita en la mujer la respuesta inmediata de Jesús: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!" Y en ese momento su hija quedó curada” (Mt 15,28). Complementando el hecho, dijo también Jesús: “Si yo echo los demonios con el poder de Dios, significa que el reino de Dios ya está entre ustedes” (Lc 11,20). En Jesús se despliega el reino de Dios, misterio que hoy queda de manifiesto bajo dos elementos fundamentales: 1) "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo"(Mt 16,16); 2); “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16,18).

Dios se propone y dice: “No quiero la muerte del pecador si no que se convierta y viva” (Ez 33,11). El Mesías, tiene la misión de salvar: “Te llamé según mi plan salvador, te tomé de la mano, te formé y te destiné a ser mediador del pueblo, la luz de las naciones, para abrir los ojos de los ciegos, para hacer salir de la prisión a los cautivos y de la cárcel a los que habitan en las tinieblas” (Is 42,6-7). Jesús, validando lo que Dios dijo por el profeta dice: “El Espíritu del Señor esta sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4,18; Is 61). ¿Por qué dice Jesús que el Señor me ungió? “El espíritu santo bajo en forma de paloma y se posó sobre Él y una voz del cielo se oyó: Tu eres mi hijo amado yo te he engendrado hoy” (Lc 3,22).

 Dios cumple lo que dijo: “Esta es la nueva alianza que pacte con la casa de Israel, después de aquellos días: Pondré mi Ley en su mente, la escribiré en sus corazones, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (Jer 33,11). ¿En qué consiste la alianza entre Dios y su pueblo?" Dice Dios: He aquí que yo salvo a mi pueblo del país del oriente y del país donde se pone el sol; voy a traerlos para que moren en medio de Jerusalén. Y serán mi pueblo y yo seré su Dios fiel y salvador."  (Zac 8,7).Y para tal cometido, Dios dijo a Moisés: “Suscitaré entre tus hermanos un profeta semejante a ti, pondré mis palabras en su boca, y él dirá todo lo que yo le ordene” (Dt 18,18). “Hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hombre” (ITm2,5).

 El evangelio de  hoy se divide en dos partes: La revelación de la identidad del Mesías (Mt 16,13-17). La identidad de la iglesia (Mt 16,18-20).

La identidad del Mesías: En Cesarea de Filipo, un lugar alejado de Jerusalén y reconocido abiertamente como región pagana es el lugar concreto donde Jesús es reconocido por los suyos como “el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). Hasta este momento en el Evangelio, han sido los otros quienes continuamente se preguntaban sobre la Persona de Jesús: Juan Bautista manda a sus discípulos que preguntasen a Jesús: "¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?" (Lc 7,19); otros, “¿Quién es éste a quien el viento y la mar obedecen?” (Mt 8,27),  “¿Quién es este que hasta perdona pecados?” (Mc 2,7;  Mt 9,3). Ahora Jesús pregunta a los suyos: ¿Quién dicen la gente que soy yo?: Ellos le dijeron: unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o algunos de los profetas” (Mt 16,14).

“¿Uds. quien dicen que soy y?” (Mt 16,15): Cuando alguien plantea una pregunta así de directa en una reunión, se suele producir un denso silencio. Todos esperan a que conteste el que más sabe, el que habla mejor... Quizá suceda que a alguno de los presentes le queme la respuesta en los labios y responda incluso sin llegar a entender todo el alcance de sus palabras, o dándole otro sentido. Es lo que le sucedió a Pedro.

La respuesta de Pedro es común en los tres evangelistas en su primera mitad: "Tú eres el Mesías". Mateo añade: "El Hijo de Dios vivo" (Mt 16,16). Jesús es el Mesías y el Hijo de Dios vivo. No se trata de dos títulos distintos, sino de dos expresiones que responden a la misma realidad. Porque si Jesús pudo vivir tan perfectamente, tan profundamente, la vida humana, fue porque en él habitaba el mismo ser de Dios.

Es posible que la respuesta de Pedro se limitara sólo a la primera parte, con lo que esta confesión, según Mateo, sería un resumen o síntesis de la fe de la primera comunidad cristiana en Jesús. Decir que Jesús es "el Hijo" significa reconocer su relación filial única con el Padre, que le ha confiado su misión, también única, de ser la respuesta plena a todas las esperanzas de los hombres, ser el Salvador del mundo.

La respuesta de Pedro sólo la puede dar de verdad un creyente en Jesús, un hombre que ha tenido la experiencia de no bastarse a sí mismo, que sabe que sus criterios son siempre relativos y parciales, que es consciente de no poseer la verdad y que busca la salvación -la respuesta a sus profundas inquietudes-. Pedro reconoce con sus palabras que Jesús es el cumplimiento de todas las esperanzas humanas, de todas las promesas del Antiguo Testamento. Ha hablado en nombre de todos los discípulos y de todos los que en lo sucesivo quisiéramos ser seguidores del "Hijo del hombre".

Jesús no es uno más; es el último y mayor enviado del Padre. Ya no vendrá nadie que lo supere. Su palabra y su vida transparentan al mismo Dios. Es la gran señal que Dios pone en el mundo para decirnos que la única forma de ser hombre verdadero es imitando al Hijo, que seremos hombres en la medida en que vivamos como él, porque su vida es la realización de las aspiraciones más profundas y auténticas del hombre. Jesús nos conduce a la vida plena, nos muestra por dónde hay que ir para que nuestra vida merezca la pena, para que realicemos las esperanzas de vida que los hombres llevamos dentro.

¿Qué entendía Pedro cuando decía que Jesús era el Mesías? En el capítulo siguiente veremos que no daba a este título el mismo sentido que Jesús, que no había superado las tentaciones del desierto.

Ser cristiano es dar la respuesta que dio Pedro, es creer que Jesús es la respuesta a la pregunta más honda que hay en el hombre, la respuesta a la gran esperanza en la posibilidad de un reino universal de fraternidad, de vida, de amor, de justicia, de bien, de verdad... Porque sólo seremos hombres cuando lo sean también todos los demás. Lo mismo libres, justos, verdaderos, fraternales... El camino que él vivió es el único para lograrlo. Lo veremos detenidamente en el apartado siguiente, al explicarnos las condiciones del seguimiento.

"Tú eres Pedro": La respuesta de Jesús a la profesión de fe de Pedro solamente la tenemos en el texto de Mateo. Aunque Pedro ha hablado en nombre de los discípulos, Jesús ahora le dirige la palabra sólo a él. Le llama "dichoso" por las palabras que acaba de pronunciar. "Eso te lo ha revelado mi Padre que está en el cielo". El que ha realizado esa profesión de fe, el que ha reconocido públicamente que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo, ha sido precisamente Pedro, el apóstol que pocas jornadas antes se hundía en el agua y al que Jesús le había echado en cara su "poca fe" (Mt 14,31). Eso nos indica que el reconocimiento de Jesús como Mesías no es producto, ni en Pedro, ni en nosotros, ni en nadie, de las propias capacidades de discernimiento. A esta profesión de fe cristiana no es posible llegar a través de la lógica y raciocinio humanos. Se hace posible únicamente gracias a la revelación del Padre. Y es frecuente que el mismo que recibe esa revelación no entienda todo el alcance de sus propias palabras, como es el caso de Pedro, que ha buscado las palabras más fuertes de su vocabulario para definir aquello que estaba por encima de todas sus ideas.

Pedro pertenece a la categoría de los sencillos, no a la de los sabios y entendidos (Mt 11,25), y ha podido recibir esta revelación. Aunque su fe es pequeña, está en el camino que lleva a su plenitud. El que anda por este camino es dichoso porque alcanzará el pleno conocimiento y la verdadera sabiduría: el misterio del reino de Dios, el sentido profundo de las obras de Jesús.

"Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia". Según la mentalidad antigua en Oriente, el nombre de una persona no era algo convencional para distinguir a unos de otros, como sucede entre nosotros. Para ellos el nombre expresaba la naturaleza íntima de esa persona, de forma que conocer el nombre de un individuo significaba conocer su esencia profunda y ejercer una especie de dominio sobre esa persona. Por eso, imponer un nombre significa, en esa mentalidad, el conocimiento de una persona, de un animal, de una cosa; y un poder que se ejerce sobre esa persona, animal o cosa. Es el sentido que tiene en la Biblia la imposición de nombres a todos los animales por Adán (Gén 2,20), o el cambio de nombres, hecho por Dios, de Abrán y de Saray por los de Abrahán y Sara (Gén 17,5.15): expresa la doble realidad de conocimiento y de dominio.

Cuando Dios cambia el nombre a una persona, significa que esta persona se encuentra en una encrucijada de su existencia, que está frente a una vocación nueva, una misión especial. Este sentido tiene el cambio de nombre en el elegido papa y el cambio en algunas órdenes religiosas. El nombre nuevo es portador de una fuerza que ayuda a la persona que lo recibe a no defraudar las esperanzas que Dios tiene sobre ella.

"Tú eres Pedro". Jesús le cambia el nombre para encargarle una misión única en la iglesia. La promesa se la hace en un juego de palabras perceptible claramente en la lengua aramea, hablada por Jesús: Pedro significa piedra. Será la "piedra" sobre la que se construirá el nuevo pueblo de Dios, representado por los doce apóstoles, de la misma forma que el antiguo estaba formado por doce tribus.

Jesús, a la vez que se reconoce como Mesías, dice a Pedro que va a edificar su comunidad mesiánica sobre esa "piedra", ya que no puede entenderse un Mesías sin comunidad mesiánica: ¿quién continuaría el camino de transformación de la sociedad? Pedro en la primera comunidad y el papa, como sucesor suyo a través de las generaciones, son los encargados de animar la fe de los hermanos, de confirmar su fidelidad en las dificultades, de ser el "pastor" de todos, en nombre de Cristo, como signos visibles suyos. Al presentar a la iglesia bajo la imagen de una construcción, es lógico hablar de cimiento o fundamento que consolide y haga posible esa construcción. Pero tengamos en cuenta que estamos hablando de fundamento o cimiento visible; el invisible y único es siempre Cristo. Pedro y el papa visibilizan ese verdadero fundamento, al que deben hacer siempre referencia, del que deben ser testigos en todo momento; testigos transparentes por su fidelidad. Papa o primado no significa el que domina o el señor. El único Señor es Jesús. Significa el servidor, el animador de la comunidad.

Obra de Jesús, la iglesia es una comunidad de creyentes que confiesan a Jesús como Mesías, como "el Hijo de Dios vivo", confesión que la obliga a vivir de acuerdo con ella. La comunidad cristiana no es del papa, sino de Jesús. Pero es el papa el que más urgentemente ha recibido la misión de animar, discernir, unir, confirmar en la fe a sus hermanos, en comunión con todo el episcopado. Y son el papa y los obispos los que tienen más peligro de desviar hacia sí mismos el objetivo de sus actividades, como les sucedió a los dirigentes religiosos de Israel.

Apoyada en Pedro, la comunidad de Jesús podrá resistir todos los embates de las fuerzas enemigas, simbolizadas en la frase: "El poder del infierno no la derrotará". Mientras se mantenga fiel a Jesús, el poder del mal y de la muerte no podrá nada contra la comunidad mesiánica reunida por Jesús.

Jesús promete a su iglesia una duración indefinida: hasta la parusía del Señor. Así como la muerte -último enemigo que será derrotado- ya no tiene dominio sobre él (Rom 6,9), tampoco lo tendrá sobre su comunidad. Porque la muerte es una consecuencia del pecado (Rom 5,12), vencido ya por Jesús, y que iremos venciendo sus seguidores según seamos fieles a su camino. Viviendo como Jesús vivió, siguiendo su camino humano, la vida del hombre desemboca en la vida para siempre.

Son unas palabras victoriosas de Jesús. No para hacer de ellas ostentación de triunfalismo, pero sí para tener una confianza ilimitada en Dios. Jesús define la función de Pedro con tres metáforas: la piedra, las llaves y atar y desatar. Vimos la primera.

Jesús da a Pedro "las llaves del reino de los cielos" con poder de "atar y desatar" (abrir y cerrara), con lo que le confía una autoridad verdadera y plena: todo lo que ate o desate en la tierra será atado o desatado por Dios. Esta autoridad se manifestará principalmente en el perdón de los pecados y en la admisión o exclusión de la comunidad; sin que podamos darle la interpretación de poder excluir de la salvación a una persona por el hecho de no admitirla o separarla de la iglesia. Permanece oculto quien pertenece al número de los predestinados para el reino consumado de Dios. Se deja en manos de Pedro y de sus sucesores quien pertenece ahora a la comunidad de salvación que se prepara para ese reino. Comunidad que debe posibilitar la oportunidad de encontrar esa salvación para todos los hombres. ¿Qué son las llaves del reino de los cielos? Jesús ha ideado la iglesia como una edificación, una casa. Las llaves simbolizan la autoridad sobre esa casa.

El auténtico poseedor de las llaves es Jesús: él es el que abre y nadie puede cerrar, cierra y nadie puede abrir (Ap 3,7). Se las deja a Pedro como fundamento visible de su casa de piedras vivas (Iglesia).

Atar y desatar tiene el sentido de permitir y prohibir, de separar y perdonar. Lo que él ate o desate quedará convalidado por Jesús. Atar y desatar, según los rabinos, quiere decir que algunos tienen poder de declarar verdadera o falsa una doctrina y de excluir a alguien de la comunidad de Israel (de excomulgar) o de acogerlo en la misma. Es la autoridad que Jesús confía aquí a Pedro hasta su vuelta al final de los tiempos. Estas mismas palabras las repetirá Jesús más adelante, pero referidas al conjunto de los apóstoles (Mt 18,18).

Mesías del dolor y del rechazo: "Les mandó a los discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías". En esta orden de guardar silencio sobre su mesianismo quiso decirles: Sí, soy el Mesías, pero no el que  Uds. pretenden; jamás enseñaran ese Mesías que piensan. El Cristo que deben de anunciar siempre es el que Jesús mismo les va a revelar, un Cristo que aún no están preparados para comunicar, porque no creen en él. Un Mesías con dos características: el dolor y el rechazo. No sólo sufrirá mucho, sino que sentirá en carne propia la incomprensión de los suyos y la radical oposición de los altos dirigentes religiosos de la nación.

Jesús no podía permitir que se hablase de él como Mesías de una forma equívoca. Y para evitar toda tergiversación, prefiere esperar a la cruz. Será desde ella cuando los discípulos comprenderán que Jesús no era un mesías triunfador y político, un guerrero en lucha contra los romanos para liberar a Israel, sino un Mesías en la línea profética más genuina: la del Siervo de Dios (Is 52,13 - 53,12).

Si Jesús hubiera permitido que la gente manifestara su entusiasmo, que los apóstoles divulgasen su falso descubrimiento, habría acabado en el triunfo, pero lejos de la voluntad del Padre.

Son las tentaciones del desierto surgiendo constantemente a su alrededor. Ya tendrán tiempo de proclamarlo Mesías después de su muerte y resurrección, cuando no exista peligro de una comprensión errónea. ¿Cuándo no existirá ese peligro? Cuando alguien nos pregunte: ¿Quién es Jesús para ti?, ojalá podamos responder como llegó a responder Pedro al final de su vida -no es este texto- y como han respondido tantos y tantos cristianos que se lo han jugado todo por seguirlo: Jesús está siendo la respuesta a todas mis preguntas, el ideal de todos mis anhelos, la plenitud de todas mis esperanzas, el camino que conduce a la verdadera humanidad,  el Mesías de Dios (Jn 14,6).

lunes, 14 de agosto de 2023

DOMINGO XX - A (20 de Agosto del 2023)

 DOMINGO XX - A (20 de Agosto del 2023)

Proclamación del Santo Evangelio Según San Mateo 15,21-28:

15:21 Jesús se dirigió hacia el país de Tiro y de Sidón.

15:22 Entonces una mujer cananea, que salió de aquella región, comenzó a gritar: "¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio".

15:23 Pero él no le respondió nada. Sus discípulos se acercaron y le pidieron: "Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos".

15:24 Jesús respondió: "Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel".

15:25 Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: "¡Señor, socórreme!"

15:26 Jesús le dijo: "No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros".

15:27 Ella respondió: "¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!"

15:28 Entonces Jesús le dijo: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!" Y en ese momento su hija quedó curada. PALABRA DEL SEÑOR.

 

Estimados(as) hermanos(as) en el Señor Paz y Bien.

 El evangelio del domingo pasado nos constato cómo JC decía a Pedro -dándole la  mano cuando acobardado creía hundirse-: "¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?"(Mt 14,31) . Quien  merecía esta reprimenda era el discípulo que había ido siempre con el Señor, el que se  adelantaba para hablar en nombre de los apóstoles, el que -como escucharemos el  domingo próximo- es el primero en proclamar su fe en Jesús como Mesías, como Cristo.  Pero Jesús le dice: ¡Qué poca fe! En cambio hoy hemos escuchado una exclamación  totalmente diversa de JC: "Mujer, qué grande es tu fe"(Mt 15,28). Toda la narración que hemos  escuchado está dirigida a presentarnos con una expresión mordiente la admiración de  Jesús ante la fe de aquella mujer. Y quien merece esta admiración no es un apóstol, ni un  discípulo, ni un judío piadoso... sino una mujer extranjera, de otra religión. Una mujer  extranjera que con la tenacidad de su fe consigue, primero, crispar a los discípulos y,  después, variar la línea de conducta de JC.

Señor ¿Serán pocos los que se salven? (Lc 13,23); “Quien cree y se bautice se salvara, quien no cree se condenara” (Mc 16,16). Israel, sí; pero también todos cuantos creen (Mt 15, 21-28)  No hay más que leer un poco atentamente este pasaje para darse cuenta de la intención  de S. Mateo: poner de relieve el universalismo de la salvación. Sus lectores son sobre todo  judeo-cristianos y sin duda están orgullosos de haber sido elegidos como Pueblo de Dios. Una mujer no-judía pide un milagro. Jesús no le responde. Esta actitud provoca la  intervención de los discípulos que siguen situándose en el nivel material de los  acontecimientos. S. Mateo, evidentemente, hace resaltar la respuesta que les da Jesús:  "Sólo he sido enviado a las ovejas perdidas de Israel". Esta dura respuesta debería, de  suyo, contentar a los judíos y a los judeo-cristianos.

Pero sucede que la mujer no-judía hace una profesión de fe conmovedora en su  humildad. Y Jesús queda visiblemente impresionado: "Mujer, grande es tu fe; que se realice  lo que deseas".

El anuncio del Evangelio, la salvación se ofrece también a los paganos que creen. Esto  es lo que quiere enseñar, principalmente, el Evangelio de hoy. No se requiere ser del  pueblo elegido, pues también los que no lo son pueden acceder a la salvación si creen  activamente. Su fe termina por vencer todos los obstáculos.

Para nosotros, hoy, la actitud de esta mujer, que insiste con toda la penetración que le da  su fe, es una lección muy importante que debemos recibir con gratitud. Vemos en ella una  seguridad en su esperanza que nos deja confundidos. La cananea acepta ser considerada  como un "perro", una mera "pagana" en relación con los hijos que son los judíos. Pero no se  resigna a creer que ella no pueda recibir una gracia de Jesús si cree en El, como  efectivamente cree.

Una casa en la que recen todos los pueblos (Is 56, 1.6-7). Puede surgir la pregunta de por qué el autor de este texto hace tanto hincapié en la  situación religiosa de los extranjeros. Se debe a que al ser muchos, se creaba un verdadero  problema, tanto para los mismos judíos como para ellos que se veían excluidos de la vida  de la ciudad.

El autor recuerda que la salvación esta ligada, sobre todo, a una actitud que hay que  tomar y no depende, en primer lugar, de la pertenencia a una nación. Lo fundamental es  practicar el derecho y la justicia. Y esto lo pueden hacer también los extranjeros, que se  transforman así en siervos del Señor y pueden observar el sábado y vincularse a la  Alianza.

Cuantos conducen así su vida, pueden acceder a la montaña santa del Señor. Serán  felices en la casa de oración y sus holocaustos y sacrificios serán aceptados. La afirmación es importante. Es una ruptura con todo lo que pueda ser nacionalismo de la  salvación y pretensión de monopolizar la Alianza y la oración. El autor pone en boca del  Señor: "Mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos". Es verdad que este  texto universalista no es ni el único, ni el primero en el Antiguo Testamento. Ya en Amós  podemos ver que el Señor invita al Templo a los Filisteos y a los Arameos (9, 7), como en el  texto que leemos hoy, los extranjeros pueden acceder a la salvación si se someten al Señor  (Am 1, 3.2, 3). Hay otros pasajes en los que vemos a extranjeros llegar a Jerusalén para  conocer la salvación que procede de Dios y de su Ley, y les vemos, también, convertirse al  Dios vivo (Is 45, 14-17.20-25). Podemos asistir a la conversión de Egipto y de Asiria (Is 19,  16-25). El Señor reúne a todas las naciones y a todas las lenguas (Is 66, 18-21). Pero los  judíos están lejos de admitir este universalismo; los peligros de corrupción que han  experimentado, no sin graves perjuicios, durante su cautividad, les empujan a encerrarse en  sí mismos. Lo que más predomina, entre ellos, es un fuerte exclusivismo (Esd 9-10) y un  cierto proselitismo, cosas que también podemos constatar en el texto que hoy  proclamamos.

El salmo 66, responsorial de hoy, canta el universalismo, y nosotros, cristianos, lo  debemos cantar pensando en lo que significa la palabra "católica" referida a la Iglesia.

¡Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben. Ilumine su rostro sobre nosotros, conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación! 

Todos los pueblos pueden alcanzar misericordia (Rm 11, 13-32). La carta de S. Pablo se expresa en términos fuertes y podemos imaginar la conmoción  del Apóstol al escribir estas líneas que escuchamos hoy. Está hasta tal punto convencido  de la llamada a los paganos y de su misión para con ellos, que desea provocar la envidia  de los judíos cuando caigan en la cuenta de la salvación dada a los paganos.  Efectivamente, la cosa es dolorosa para los judíos. Infieles y rechazados, constatan ahora  que la Alianza ha pasado a los paganos. El mundo ha sido reconciliado con Dios y el Señor  no ha reservado sus privilegios en exclusiva para el pueblo que en otro tiempo eligió. Pero  S. Pablo afronta también el tema de la vuelta de los judíos y la considera como una  reintegración, semejante a la vida para los que murieron. Vida de Dios para los que no  creyeron. Existe pues un doble movimiento: Por un lado, los paganos no participaban de la  vida; ahora viven la vida de Dios por su fe y su conversión. Por otro lado, los judíos que  habían sido elegidos, murieron a la vida de Dios porque no aceptaron la Palabra enviada  por Dios. Pero también a ellos se les ofrece la reintegración y aunque están muertos  pueden volver a vivir.

De este modo nos presenta S. Pablo admirablemente, el plan de Dios en la historia: la  desobediencia da ocasión al Señor de actuar con misericordia para con los paganos  primero y de ofrecerla, ahora, a los judíos.

También para nosotros tiene gran importancia esta presentación de la salvación universal  por parte de Dios. Tenemos que abandonar un cierto exclusivismo cristiano. Aunque  tengamos que seguir afirmando la necesidad absoluta de entrar en la Iglesia para alcanzar  la salvación y aunque esta afirmación sea de fe, estamos hoy mejor capacitados para ver  los matices que hay que introducir en esta aseveración: "fuera de la Iglesia no hay  salvación". Los cristianos estamos divididos. Pues aunque felizmente sentimos cada vez  más el escándalo de la división, no por eso deja de existir y no se la puede superar con  actitudes simplistas. Tenemos que sufrirla y tener la paciencia de esperar. Esta paciencia  supone la apertura y el diálogo,. que no consisten en renegar de lo que es la verdad, sino  en comprender al otro y en buscar una expresión de nuestra fe, que sin dimitir de nada. sea  más accesible a aquellos que no siempre nos han comprendido y a los que nosotros no  siempre hemos aceptado.

De todas formas, el universalismo de la salvación sigue siendo un gran misterio: el de la  voluntad de Dios que quiere salvar a todos los hombres, en relación con la profundidad de  su fe y de su búsqueda. Esto supera los límites de todo lo que nosotros podamos  establecer y marca como dirección única la Sabiduría de Dios.

Fe de un centurión: “Cafarnaúm había un centurión que tenía un sirviente enfermo, a punto de morir, al que estimaba mucho. Como había oído hablar de Jesús, envió a unos ancianos judíos para rogarle que viniera a curar a su servidor. Cuando estuvieron cerca de Jesús, le suplicaron con insistencia, diciéndole: "El merece que le hagas este favor, porque ama a nuestra nación y nos ha construido la sinagoga". Jesús fue con ellos, y cuando ya estaba cerca de la casa, el centurión le mandó decir por unos amigos: "Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres en mi casa; por eso no me consideré digno de ir a verte personalmente. Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque yo —que no soy más que un oficial subalterno, pero tengo soldados a mis órdenes— cuando digo a uno: "Ve", él va; y a otro: "Ven", él viene; y cuando digo a mi sirviente: "¡Tienes que hacer esto!", él lo hace". Al oír estas palabras, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la multitud que lo seguía, dijo: "Yo les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe". Cuando los enviados regresaron a la casa, encontraron al sirviente completamente sano (Lc 7,2-10). Los apóstoles le dijeron: “Señor, auméntanos la fe. El Señor dijo: Si tuvierais fe como un grano de mostaza diríais a este sicomoro: "Arráncate y échate al mar", y les obedecería. Nada es imposible para quien cree y tiene fe” (Lc 17, 5). Los discípulos preguntaron: “Señor ¿Por qué no pudimos echar ese demonio? Les respondió: porque tienen muy poca fe. Yo os aseguro que si tuvieran fe como un grano de mostaza, dirían a este monte (...) y nada les será imposible. (Mt 17, 20).

 En el evangelio de hoy, y en resumidas palabras ¿Qué nos ha querido decir Jesús con todo esto en su enseñanza? Dos cosas fundamentales y que como en el domingo anterior destacamos la importancia de la fe y la oración porque son dos elementos fundamentales de la vida espiritual: En primer lugar, una lección de auténtica y verdadera fe, incluso tratándose de una mujer pagana. Acababa de criticar a Pedro por su falto de fe: “Que poca fe tienes” (Mt 14,31).  Ahora viene esta mujer que no es creyente, sino pagana, y Jesús termina reconociendo que es una profunda creyente. “¡Mujer, qué grande es tu fe!” (Mt 15,28).

 En segundo lugar,  nos da toda una lección de la auténtica y verdadera oración. Una oración constante, persistente y perseverante que no se echa atrás por más que sienta primero el silencio de Dios porque pareciera que no nos escuchase. Recuerden aquel pedido de los apóstoles: “Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos".  Él les dijo entonces: "Cuando oren, digan así: Padre nuestro… (Lc 11,1-4). Luego, Jesús agrega la actitud perseverante que uno debe asumir en la oración: "Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: "Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle", y desde adentro él le responde: "No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos". Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario” (Lc 11,5-8).

 ¿Cómo haces tu oración? Tanto en la vida consagrada como en el matrimonio solemos caminar muy atareados en tantas cosas y dejar de lado las cosas de la vida espiritual, somos como Martha que: Andaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: "Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude". Pero el Señor le respondió: "Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas. Sin embargo, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada" (Lc 10,38-42). A veces solemos quejarnos que rezamos y Dios no nos escucha. Entonces tiramos la toalla y lo peor es que tiramos también a Dios de nuestras vidas. Le pedí y no me hizo caso. ¿Para qué me sirve Dios y para qué me sirve pedir? Estamos acostumbrados a hacer de nuestra oración una especie de “tocar el timbre” y que alguien nos responda de inmediato. Sería bueno volver a preguntarnos: ¿Cómo, cuándo, con qué medios hago mi oración? ¿Será cierto que Dios no nos escucha? El evangelio de hoy nos comprueba que Dios si escucha y sin mayores demoras.

 Dios nos escucha siempre que lo pidamos con fe pero con un corazón sincero: “Cuando ustedes me busquen, me invoquen y vengan a suplicarme, yo los escucharé;  pero siempre que me invoquen con un corazón puro y sincero” (Jer 29,12). Por el profeta Isaías dice Dios: “Cuando extienden sus manos, yo cierro los ojos; por más que multipliquen las plegarias, yo no escucho: ¡las manos de ustedes están llenas de sangre! ¡Lávense, purifíquense, aparten de mi vista la maldad de sus acciones! ¡Cesen de hacer el mal, aprendan a hacer el bien! ¡Busquen el derecho, socorran al oprimido, hagan justicia al huérfano, defiendan a la viuda! Vengan, y discutamos —dice el Señor—: Aunque sus pecados sean como la escarlata, se volverán blancos como la nieve; aunque sean rojos como la púrpura, serán como la lana. Si están dispuestos a escuchar, comerán los bienes del país; pero si rehúsan hacerlo y se rebelan, serán devorados por la espada, porque ha hablado la boca del Señor“ (Is 1,15-20).

 Como es de ver, la oración tiene que expresar la insistencia de nuestro corazón y de nuestra confianza. Luego, la oración tiene que ser insistente aun cuando sintamos que Dios está sordo y no nos escucha. Nosotros desistimos demasiado fácilmente, nos cansamos de pedir. Ese cansancio significa que no pedimos con verdadera confianza y con verdadera fe. Es preciso pedir sin cansarnos ni desalentarnos, incluso si sentimos que "Dios no nos escucha". Nosotros tenemos que seguir orando. No porque Dios nos escuche por nuestra insistencia, sino porque la insistencia implica que tenemos fe y confianza, incluso a pesar de su silencio. No es que la oración sea mejor porque oramos gritando, no se trata de volumen de voz: “Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas: a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan” (Mt 6,5-8).

Muchas veces nuestra oración resulta siendo un fracaso porque nos cansamos, porque no seguimos insistiendo, porque creemos que molestamos a los demás con nuestros gritos salidos del corazón. ¿Cuántas veces hemos orado a gritos? ¿Cuántas veces hemos orado, incluso sintiendo el silencio de Dios que no nos responde? Jesús no la alaba por sus gritos, pero sí por su constancia y por su fe. ”Mujer, qué grande es tu fe” (Mt 15,28). Nuestra oración no se mide por las palabras que decimos, sino por la fe de nuestro corazón. Si quieres medir la eficacia de tu oración, no te preguntes cuánto pides sino cómo pides y con qué fe pides. ¿Pides con una fe capaz de perforar el silencio y el aparente rechazo de Dios? Tenemos que orar hasta cansarnos, porque sólo así se expresa nuestra confianza en Él que nos lo dará tarde o temprano, pero ¿Qué pedimos? Tenemos que pedir que nos enseñe a orar (Lc 11,1).

Jesús mismo nos dice: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Quién de ustedes, cuando su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez, le da una serpiente? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre de ustedes que está en el cielo dará cosas buenas a aquellos que se las pidan! (Mt 7,7-11). Y este detalle es lo que hoy constatamos en el evangelio: Se trata de una mujer pagana en diálogo de fe con Jesús. Luego, un Jesús que quiere poner a prueba la fe de esta mujer, como había puesto a prueba la fe de Pedro (Mt 14,32). Con la diferencia de que Pedro “tenía poca fe y comenzó a titubear”, mientras que esta mujer pagana demostró más fe (Mt 15,28) que el mismo Pedro que es cabeza de la Iglesia. ¿Cómo esta nuestra fe? ¿Podrá Jesús decirnos a nosotros hoy: qué grande es tu fe? Nuestra oración, ¿será así de constante y perseverancia que logremos cansar a Dios y al fin tenga que escucharnos?

domingo, 6 de agosto de 2023

DOMINGO XIX – A (13 de agosto del 2023)

 DOMINGO XIX – A (13 de agosto del 2023)

Proclamación del Santo Evangelio según San Mateo: 14,22-33

14:22 En seguida, obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud.

14:23 Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo.

14:24 La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra.

14:25 A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar.

14:26 Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. "Es un fantasma", dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar.

14:27 Pero Jesús les dijo: "Tranquilícense, soy yo; no teman".

14:28 Entonces Pedro le respondió: "Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua".

14:29 "Ven", le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él.

14:30 Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: "Señor, sálvame".

14:31 En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?"

14:32 En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó.

14:33 Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: "Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios". PALABRA DEL SEÑOR.

 REFLEXIÓN:

 Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

"¡Animo, soy yo; no tengan miedo!" (Mt 21,47). Es la frase central de la narración, el fundamento de toda lucha cristiana. No da ninguna señal para ser reconocido ni menciona ningún nombre. Sólo dice: "Soy yo". Dos palabras que lo dicen todo, porque sólo hay un hombre que puede hablar de un modo tan incondicional y absoluto. Los discípulos no debían reconocerlo ni por su voz, ni por su figura, ni por un gesto. Sólo deben saber que quien habla así tiene que ser él. "Yo soy" evoca la respuesta de Dios a Moisés a la pregunta ¿Cuál es tu nombre?: "Yo soy el que soy" (Ex 3,14). Alude a su condición divina; por eso ante él sólo es válida la confianza sin reservas y la entrega total, que eliminan el miedo.

 

El evangelio de hoy nos sitúa en dos perspectivas de complemento: oración y fe: “Subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí solo en oración” (Mt 14,23); “Jesús tendió la mano a Pedro y lo sostuvo, mientras le decía: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?" (Mt 14,31). Y estos dos temas como son la fe y la oración son ingredientes básicos para entrar en comunión con Jesús glorificado en la Santa Eucaristía que instituye para nuestra santificación al decir: “Toman y coman todos de él, porque esto es mi cuerpo. Toman y beban que este el cáliz de mi sangre… para el perdón de los pecados; hagan esto en conmemoración mía” (Mt 26,26).

El texto de hoy lo dividimos en 4 partes:

1) El enlace con la multiplicación de los panes del domingo anterior con los actos de fe: “Inmediatamente obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de él a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí en oración” (Mt 14,22-23).

 2) Jesús camina sobre las aguas. Acto que solo corresponde a Dios (Causa de nuestra vida): “La barca se hallaba ya distante de la tierra muchos estadios, zarandeada por las olas, pues el viento era contrario. Y a la cuarta vigilia de la noche vino él hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, viéndole caminar sobre el mar, se turbaron y decían: «Es un fantasma», y de miedo se pusieron a gritar. Pero al instante les habló Jesús diciendo: «¡Ánimo!, soy yo; no tengan miedo” (Mt 14,24-27).

 3) El episodio de Pedro. La gran tentación del hombre, ser igual que Dios (Solo somos efecto de la obra creadora de Dios): “Pedro le respondió: Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti caminando sobre las aguas. ¡Ven!, le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: ¡Señor, sálvame!. Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste? Subieron a la barca y amainó el viento” (Mt 14,28-32).

 4) La profesión de fe de la comunidad (Barca = Iglesia): “Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: «Verdaderamente eres Hijo de Dios” (Mt 14,33).

 En la primera parte, fíjense que Jesús ora: En la soledad y en la noche (Mt 14,23; Mc 1,35; Lc 5,16), a la hora de las comidas (Mt 14,19; 15,36; 26,26-27). Con ocasión de los acontecimientos más importantes: el bautismo: (Lc 3,21), antes de escoger a los doce (Lc 6,12), antes de enseñar a orar (Lc 11,1; Mt 6,5), antes de la confesión de Cesarea (Lc 9,18), en la Transfiguración (Lc 9,28-29), en el Getsemaní (Mt 26,36-44), sobre la cruz (Mt 27,46; Lc 23,46). Ruega por sus verdugos (Lc 23,34), por Pedro (Lc 22,32), por sus discípulos y por los que le seguirán (Jn 17,9-24). Ruega también por sí mismo (Mt 26,39; Jn 17,1-5; Heb 5,7). Enseña a orar (Mt 6,5), manifiesta una relación permanente con el Padre (Mt 11,25-27), seguro que no lo dejará nunca solo (Jn 8,29) y lo escuchará siempre (Jn 11,22.42; Mt 26,53). Ha prometido (Jn 14,16) continuar intercediendo en la gloria (Rm 8, 34; Heb 7,25; 1 Jn 2,1). Y es que la oración es el alimento de la vida espiritual. asi, cono el pan material es la fuente de energía par el cuerpo, la oración es el pan de la vida espiritual.

 En la segunda parte se suscita el encuentro entre los discípulos y Jesús: “Ellos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. Es un fantasma, dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Pero Jesús les dijo: Tranquilícense, soy yo; no teman" (Mt 14,26-27): El miedo, el pánico no es sino manifestación de la falta de fe y nos hace ver fantasmas. El relato del Evangelio de hoy, nos presenta una de las realidades de la vida personal, familiar o eclesial. Como paso a los discípulos, no siempre el viento está a su favor y, con frecuencia, encuentra muchos vientos en contra. Es ahí cuando pensamos estar solos, cuando en realidad Jesús está con nosotros, pero nuestro miedo nos impide reconocerle y somos capaces de ver fantasmas donde deberíamos ver que Él viene a echarnos una mano. Pero casi siempre olvidamos lo que ya nos había dicho: “Yo estaré con uds. todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).

 En tercer lugar: “Pedro le respondió: Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua. Jesús le dijo ven. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: Señor, sálvame. Jesús le tendió la mano increpándolo: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste? (Mt 14,28-32). Pedro, en vez de fiarse de la Palabra de Jesús, le exige de prueba un milagro. Poder acercarse a Él, ir hacia Él, caminando como Él sobre las aguas. Es la gran tentación de muchos de nosotros que, en vez de creer en la Palabra de Jesús, le exigimos a Dios milagros para creer. La fe no nace de los milagros; al contrario, cuando Jesús quería hacer algún milagro pregunta si tenían fe, por eso les decía: “Tu fe te ha salvado” (Mc 5,34). Pedro siente que se está hundiendo. Es que una fe que pide milagros es una fe demasiado débil y a las primeras dificultades, el miedo nos invade y nos hundimos fácilmente. Pero es entonces que Pedro reconoce al Señor y le grita: “¡Sálvame!”. Fíjense qué actitud de Jesús, que está al tanto de nosotros, como un papá que cuida del hijo que empieza a caminar, que ni bien tropezamos nos tiende la mano de auxilio. Pero mientras no clamemos su ayuda, no intervendrá porque respeta la libertad del hombre. Ese clamor tiene que nacer de nuestra fe.

 En cuarto lugar: “Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios". (Mt 14,33). Cuando Jesús amaina la tormenta, solo entonces todos se postran en una confesión comunitaria diciendo: “Realmente eres el Hijo de Dios.” Los momentos más difíciles ponen a prueba nuestra fe. Muchos confiesan que tienen dudas de fe, dudas en la Iglesia, dudas en los sacerdotes dudas de sí. En alguna medida la duda es buena, porque la duda siempre es el comienzo de una fe más sólida. Donde sí hay que despertar nuestra preocupación es cuando no se tiene dudas respecto a nuestra fe, porque o es señal de que hemos perdido por completo la fe o tenemos certezas de la fe, si es así, que bien y si no es así, hay que pedírselo al Señor como los apóstoles: “Los Apóstoles dijeron al Señor: Auméntanos la fe. Él respondió: Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa montaña: "Arráncate de raíz y plántate en el mar", ella les obedecería” (Lc 17,5-6). Pero hay que hacerla mediante la oración: Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos.  Él les dijo entonces: Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino…” (Lc 11,1-4).

¿Quién, en algún momento de su vida, no ha pasado por la prueba de la duda? Sólo no duda el que no cree, porque quien no cree de verdad, no tiene por qué dudar. No se duda de aquello que no se cree. Muchos se imaginan que están perdiendo la fe porque han comenzado a tener dudas, cuando en realidad, sus dudas pueden manifestar la verdad de su fe. Las dudas pueden nacer de uno mismo o pueden proceder del entorno en el que se vive y de las mismas verdades en que se cree. De uno mismo, porque la fe no es simplemente un conjunto de verdades que uno tiene en la cabeza, la fe es un estilo de vida y de vivir. Y cuando uno comienza a vivir al margen de su fe, es lógico que comience a poner en dudo sus propias creencias.

Ojala que nuestra fe, no tiemble a los vientos contrarios que la vida nos ofrece. Solo unidos en una fe autentica en Jesús podemos ir por el camino correcto y por eso El mismo nos ha insistido mucho:  “Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán” (Jn 15,4-7).

Los éxitos no ayudan a madurar. Mientras que los momentos difíciles siempre ayudan a tomar conciencia de la realidad, ayudan a pensar y también a sentir la necesidad de Jesús que no anda lejos pero cuesta verlo.

 Es preciso desterrar los miedos de la Iglesia porque los miedos no ayudan a nada. Los miedos paralizan e impiden caminar. Los miedos, también en la Iglesia, nos impiden mirar hacia delante y nos obligan a echar las anclas en el pasado.

 En los Hechos de los Apóstoles se habla del coraje y la valentía de los primeros cristianos. Hoy es posible que tengamos que hablar más de nuestros miedos e inseguridades que de nuestras valentías. Una Iglesia con miedo, no camina, es como barca atada al puerto. Sin embargo, Jesús le sigue pidiendo: “Rema mar adentro.”

 El miedo nos hace ver fantasmas por todas partes, hasta convierte a Jesús en un fantasma en la noche. Los fantasmas nos impiden caminar. Cuando vemos fantasmas por todas partes, nos entran escalofríos en el alma y las piernas se nos paralizan.

 También hoy necesitamos escuchar la voz de Jesús que nos grita en la noche: “¡Animo, soy yo, no tengáis miedo!” Sería triste que nos diga como a Pedro: “¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?” ¿No es ésta una invitación a mirar para adelante y arriesgarnos?

domingo, 30 de julio de 2023

DOMINGO XVIII - A (06 de Agosto del 2023)

 DOMINGO XVIII - A (06 de Agosto del 2023)

Proclamación del santo evangelio según Mateo 17,1-9:

17:1 Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado.

17:2 Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz.

17:3 De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús.

17:4 Pedro dijo a Jesús: "Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías".

17:5 Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: "Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo".

17:6 Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor.

17:7 Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: "Levántense, no tengan miedo".

17:8 Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo.

17:9 Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: "No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigo en el Señor Paz y Bien.

Dice Jesús: “Uds. no han oído nunca la voz de mi Padre, ni han visto nunca su rostro” (Jn 5,37). “El que escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida” (Jn 5,24); “Tu eres mi Hijo amado yo te he engendrado hoy” (Lc 3,22); La voz de Dios devuelve a Pedro a la situación presente: "Este es mi Hijo, el que yo quiero: escúchenlo a él" (Mt 17,5). Moisés y Elías ya no tienen nada que decir a los discípulos (de hecho no hablan con ellos); sólo a él, a Jesús, a quien Dios llama Hijo suyo, hay que escuchar; Porque la Ley y los Profetas ya están cumplidos en el Hijo. Para el momento presente Dios tiene una oferta nueva que presenta por medio de Jesús: convertir este mundo en un mundo de hermanos (Mt 23,8) en el que todos los hombres puedan vivir felices (Jn 13,17). Esa posibilidad sólo se ofrece por medio de Jesús, "y de pronto, al mirar alrededor, ya no vieron a nadie más que a Jesús sólo con ellos", y el camino para lograr que se realice pasa por la entrega sin condiciones, hasta la muerte, si es preciso. No porque Dios exija sangre, sino porque los responsables de la injusticia y del sufrimiento que padece la mayoría de la humanidad van a utilizar toda la violencia de que dispongan para que ese mundo de hermanos nunca se haga realidad; y porque esa violencia sólo podrá ser vencida con el amor llevado hasta la entrega de la propia vida superando la tentación de huir ante las dificultades o ante el fracaso, manteniendo firme la confianza en Dios, que hará que la vida venza a la muerte.

Hoy celebramos la fiesta de la transfiguración del Señor. ¿Qué significa para los creyentes la transfiguración? Para responder a esta inquietud es conveniente situarnos en un contexto soteriológico o salvífico. Ya en su primer discurso el Señor nos adelantó algo importante respecto al Reino de Dios al decirnos: “Felices los que tienen el corazón puro y limpio, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8). Además nos dijo “Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí (Cruz). Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas” (Mt 5,10-12). Pero también nos dijo: “Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará” (Mt 10,22). Y en ¿qué consiste la salvación? Ver el rostro glorificado resplandeciente de Dios, que no es sino Jesús transfigurado.

Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, y los llevó a un monte alto, y se transfiguró ante ellos, de modo que su rostro se puso resplandeciente como el sol y sus vestidos blancos como la luz. En esto se le aparecieron Moisés (Ley) y Elías (Profeta) hablando con Él (Mt 17, 1-3). Esta visión produjo en los Apóstoles una felicidad incontenible; Pedro la expresa con estas palabras: Señor, ¡qué bien estamos aquí!; si quieres haré aquí tres tiendas: una para Ti, otra para Moisés y otra para Elías (Mt 17, 4). Estaba tan contento que ni siquiera pensaba en sí mismo, ni en Santiago y Juan que le acompañaban. San Marcos, que recoge la catequesis del mismo San Pedro, añade que no sabía lo que decía (Mc 9, 6). Todavía estaba hablando cuando una nube resplandeciente los cubrió con y una voz desde la nube dijo: Éste es mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias: Escúchenlo (Mt 17, 5).

}¿QUÉ SIGNIFICA LA PALABRA “TRANSFIGURACIÓN”? La palabra “transfiguración” viene de las raíces latinas trans (“al otro lado”) y figura (“forma”). Por lo tanto, significa un cambio de forma o apariencia. Esto es lo que le sucedió a Jesús en el evento conocido como la Transfiguración: Su apariencia cambió y se convirtió en un cuerpo glorioso. ¿Qué es gloria o glorioso? El actuar de Dios para redimir o salvar a la humanidad. Esta transfiguración se suscita en dos partes: 1) la Palabra se hizo carne (Jn 1,14), es decir Dios cambia del estado glorioso al estado humano (Hipostasis), 2) Del estado humano al estado glorioso: “De pronto, se produjo un gran temblor de tierra: el Ángel del Señor bajó del cielo, hizo rodar la piedra del sepulcro y se sentó sobre ella. Su aspecto era como el de un relámpago y sus vestiduras eran blancas como la nieve. Al verlo, los guardias temblaron de espanto y quedaron como muertos. El Ángel dijo a las mujeres: No teman, yo sé que ustedes buscan a Jesús, el Crucificado. No está aquí, porque ha resucitado como lo había dicho” (M 28,2-6). Mismo Jesús glorificado les dijo: "Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos". Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: "Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto” (Lc 24,44-48). Esta escena del estado glorioso que es el estado natural del ser de Dios, es esta escena que ahora se nos muestra en unos segundos en sus apóstoles: Pedro, Santiago y Juan (transfigurado).

¿QUÉ SUCEDIÓ JUSTO ANTES DE LA TRANSFIGURACIÓN? En Lucas 9:27, al final de un discurso a los doce apóstoles, Jesús añade, enigmáticamente: “Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de ver el Reino de Dios”. Esto a menudo se ha tomado como una profecía que se produciría del fin del mundo antes que la primera generación de cristianos se extinguiera. La frase “reino de Dios” también puede referirse a otras cosas incluyendo la Iglesia – la expresión externa del reino invisible de Dios. El reino está encarnado en Cristo mismo y por lo tanto podría ser “visto” si Cristo se manifestara de una manera inusual, incluso en su propia vida terrenal.

En la montaña tres de ellos (Santiago, Pedro, Juan) ven la gloria del Reino de Dios que brilla fuera de Jesús y están eclipsados por la santa nube de Dios. En la montaña, en la conversación de Jesús transfigurado con la Ley (Moisés) y los Profetas (Elías), se dan cuenta de que la verdadera estadía o estar con Dios ha llegado.  En la montaña se enteran de que el mismo Jesús es la Palabra completa de Dios (Jn 1,14).  En la montaña ven el “poder” (dynamis) del Reino que viene en Cristo”(Jesús de Nazaret).

Aquí, podemos tener la clave para entender la declaración misteriosa de Jesús justo antes de la Transfiguración. Él no estaba hablando del fin del mundo. Estaba hablando de esto. De hecho, Lucas señala que la Transfiguración tuvo lugar “como ocho días después de estas palabras”, subrayando así su proximidad, lo que sugiere que fue el cumplimiento de esta sentencia.

El recuerdo de aquellos momentos junto al Señor en el Tabor fueron sin duda de gran ayuda en tantas circunstancias difíciles y dolorosas de la vida de los tres discípulos. San Pedro lo recordará hasta el final de sus días. En una de sus Cartas, dirigida a los primeros cristianos para confortarlos en un momento de dura persecución, afirma que ellos, los Apóstoles, no han dado a conocer a Jesucristo siguiendo fábulas llenas de ingenio, sino porque hemos sido testigos oculares de su majestad. En efecto Él fue honrado y glorificado por Dios Padre, cuando la sublime gloria le dirigió esta voz: Éste es mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias. Y esta voz, venida del cielo, la oímos nosotros estando con Él en el monte santo (2 Pdr 1, 16-18). El Señor, momentáneamente, dejó entrever su divinidad, y los discípulos quedaron fuera de sí, llenos de una inmensa dicha, que llevarían en su alma toda la vida. La transfiguración les revela a un Cristo que no se descubre en la vida de cada día, sino que está ante ellos como Alguien en quien se cumple la Alianza Antigua (Jer 31,33), y, sobre todo, como el Hijo elegido del Eterno Padre al que es preciso prestar fe absoluta y obediencia total, al que debemos buscar todos los días de nuestra existencia aquí en la tierra como el tesoro escondido (Mt 13,44).

¿Qué es el Cielo que nos espera, donde contemplaremos el rostro glorioso de Dios, si somos fieles, a Cristo glorioso, no en un instante, sino en una eternidad? Todavía estaba hablando, cuando una nube resplandeciente los cubrió y una voz desde la nube dijo: Éste es mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias: escúchenlo (Mt 17, 5). 

El misterio que celebramos no sólo fue un signo y anticipo de la glorificación de Cristo, sino también de la nuestra, pues, como nos enseña San Pablo, el Espíritu da testimonio junto con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos también herederos: herederos de Dios, coherederos de Cristo; con tal que padezcamos con Él, para ser con Él también glorificados (Rom 8, 16-17). Y añade el Apóstol: Porque estoy convencido de que los padecimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria futura que se ha de manifestar en nosotros (Rom 8, 18). Cualquier pequeño o gran sufrimiento que padezcamos por Cristo nada es si se mide con lo que nos espera. El Señor bendice con la Cruz, y especialmente cuando tiene dispuesto conceder bienes muy grandes. Si en alguna ocasión nos hace gustar con más intensidad su Cruz, es señal de que nos considera hijos predilectos. Pueden llegar el dolor físico, humillaciones, fracasos, contradicciones familiares... No es el momento entonces de quedarnos tristes, sino de acudir al Señor y experimentar su amor paternal y su consuelo. Nunca nos faltará su ayuda para convertir esos aparentes males en grandes bienes para nuestra alma y para toda la Iglesia. “No se lleva ya una cruz cualquiera, se descubre la Cruz de Cristo, con el consuelo de que se encarga el Redentor de soportar el peso” (J. Escrivá de Balaguer, “Amigos de Dios”). Él es, Amigo inseparable, quien lleva lo duro y lo difícil. Sin Él cualquier peso nos agobia.

Si nos mantenemos siempre cerca de Jesús, nada nos hará verdaderamente daño: ni la ruina económica, ni la cárcel, ni la enfermedad grave, mucho menos las pequeñas contradicciones diarias que tienden a quitarnos la paz si no estamos alerta. El mismo San Pedro lo recordaba a los primeros cristianos: ¿quién los hará daño, si no piensan más que en obrar bien? Pero si sucede que padecen algo por amor a la justicia, son bienaventurados (1Pdr 3, 13-14). La Iglesia celebra la Transfiguración del Señor, que ocurrió en presencia de los apóstoles Juan, Pedro y Santiago. Es aquí donde Jesús conversa con  Moisés y Elías, y se escucha desde una nube la voz de Dios Padre que dice “Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo” (Lc. 9, Mc. 9, Mt. 17).

En el Catecismo de la Iglesia Católica (555), en referencia al pasaje bíblico, se menciona que “Por un instante, Jesús muestra su gloria divina, confirmando así la confesión de Pedro. Muestra también que para ‘entrar en su gloria’ (Lc 24, 26), es necesario pasar por la Cruz en Jerusalén. Moisés y Elías habían visto la gloria de Dios en la Montaña; la Ley y los profetas habían anunciado los sufrimientos del Mesías (Lc 24, 27). La Pasión de Jesús es la voluntad por excelencia del Padre”, señala el Catecismo.

Escuchadlo... Los hombres ya no tenemos tiempo para escuchar. Nos resulta difícil acercarnos en silencio, con calma y sin prejuicios al corazón del otro para escuchar el mensaje que todo hombre nos puede comunicar. Encerrados en nuestros propios problemas, pasamos junto a las personas, sin apenas detenernos a escuchar realmente a nadie. Se diría que al hombre contemporáneo se le está olvidando el arte de escuchar.

En este contexto, tampoco resulta tan extraño que a los cristianos se nos haya olvidado que ser creyente es vivir escuchando a Jesús. Y sin embargo, solamente desde esa escucha cobra su verdadero sentido y originalidad la vida cristiana. Más aún. Sólo desde la escucha nace la verdadera fe.

Un famoso médico siquiatra decía en cierta ocasión: «Cuando un enfermo empieza a escucharme o a escuchar de verdad a otros... entonces, está ya curado». Algo semejante se puede decir del creyente. Si comienza a escuchar de verdad a Dios, está salvado. La experiencia de escuchar a Jesús puede ser desconcertante. No es el que nosotros esperábamos o habíamos imaginado. Incluso, puede suceder que, en un primer momento, decepcione nuestras pretensiones o expectativas.

Su persona se nos escapa. No encaja en nuestros esquemas normales. Sentimos que nos arranca de nuestras falsas seguridades e intuimos que nos conduce hacia la verdad última de la vida. Una verdad que no queremos aceptar.

Pero si la escucha es sincera y paciente, hay algo que se nos va imponiendo. Encontrarse con Jesús es descubrir, por fin, a alguien que dice la verdad. Alguien que sabe por qué vivir y por qué morir. Más aún. Alguien que es la Verdad.

Entonces empieza a iluminarse nuestra vida con una luz nueva. Comenzamos a descubrir con él y desde él cuál es la manera más humana de enfrentarse a los problemas de la vida y al misterio de la muerte. Nos damos cuenta dónde están las grandes equivocaciones y errores de nuestro vivir diario. Pero ya no estamos solos. Alguien cercano y único nos libera una y otra vez del desaliento, el desgaste, la desconfianza o la huida. Alguien nos invita a buscar la felicidad de una manera nueva, confiando ilimitadamente en el Padre, a pesar de nuestro pecado. ¿Cómo responder hoy a esa invitación dirigida a los discípulos en la montaña de la transfiguración? "Este es mi Hijo amado. Escúchenlo" (Mt 17,5). 

lunes, 24 de julio de 2023

DOMINGO XVII - A (30 de Julio del 2023)

 DOMINGO XVII - A (30 de Julio del 2023)

Proclamación del santo evangelio según Mateo 13,44-52:

13:44 El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo.

13:45 El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas;

13:46 y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.

13:47 El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces.

13:48 Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve.

13:49 Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos,

13:50 para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.

13:51 ¿Comprendieron todo esto?" "Sí", le respondieron.

13:52 Entonces agregó: "Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados amigos en el Señor y Paz y Bien.

“El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo” (Mt 13,44). “Donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mt 6,21). El Tesoro más grande que tiene la Iglesia es la Santa Eucaristía. Jesús les dijo: “El pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo. Le dijeron: Señor, danos siempre de ese pan. Les dijo Jesús: Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed” (Jn 6,33-35). Dijo también: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él” (Jn 6,55-56).

¿Cuál es el presupuesto requerido para buscar el tesoro (Mt 13,44)?: La sabiduría: “¡Feliz el hombre que encuentra la sabiduría y obtiene la inteligencia, porque la sabiduría vale más que la plata y es más rentable que el oro fino!” (Prv 3,13-14); La fe: “Jesús le dijo: Todo es posible para el que cree y tiene fe. Inmediatamente el padre del niño exclamó: Creo, pero aumenta mi fe" (Mc 9,24-25).

“Donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mt 6,21). Jesús dijo al joven rico: “Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven, y sígueme” (Mt 19,21). “A causa del sublime conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, todo lo considero basura en este mundo con tal de ganar a Cristo” (Flp 3,8).

La primera lectura nos habla del rey Salomón, hijo de David y vivió en pleno siglo X a. de JC. Aprovechó la obra realizada por su padre y supo mantener con gran esplendor a su pueblo sin ninguna guerra. En cambio, creó una red de relaciones internacionales muy enriquecedoras con los reinos vecinos.

El relato que hoy hemos leído nos transporta al día de su entronización. Es un testimonio que nos puede estimular. En aquel primer día de su reinado, supo pedir el regalo más valioso: "Pídeme lo que quieras", le dice el Señor. Entonces, consciente de su responsabilidad como gobernante, Salomón comprende que Israel no es una propiedad particular suya, sino que es el pueblo de Dios y sabe que tendrá que responder ante Dios sobre su administración. Por eso le responde: "Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el bien del mal".

Salomón elige la sabiduría. Para él, este es el mejor regalo que puede recibir del Señor. No le pide riqueza, ni muchos años de vida, ni victorias sobre los enemigos. Le pide sabiduría. El rey conseguirá la gracia que pide, y muchas más.

Jesús, en el evangelio, nos habla de un hombre que encontró un tesoro en un campo. Sabía que aquello le resolvería los problemas para siempre. El campo era muy caro. Pero él lo quería. Recogió todo lo que tenía, todas las demás propiedades, y las vendió. Se quedó sin nada para poder adquirir aquel campo y hacerse con el tesoro. Como Salomón. Lo olvida todo para conseguir la sabiduría. Para Salomón, la sabiduría es el tesoro escondido en el campo de la v ida.

No tenemos día de entronización como Salomón, pero sí tenemos una vida, una vida que necesitamos vivir con plenitud. El mundo nos presenta muchos valores que deslumbran: dinero, fama, poder... Muchos valores también que van cambiando según las modas. Vemos a las personas que se mueven entusiasmadas, ahora con esto, ahora con aquello y, a menudo, después, las encontramos desencantadas, desorientadas, como si volasen sin norte. La vida necesita una razón que coordine todas nuestras actividades, que las impulse, que las ilumine. Necesita un tesoro. Pero muchas veces este tesoro está escondido.

-El tesoro del cristiano. Si no queremos hablar en términos jurídicos, podemos decir que el cristiano no es cualquier persona que haya sido bautizada. Cristiana es la persona que ha encontrado el tesoro auténtico, la persona que ha encontrado a JC. "Tanto ha amado Dios al mundo que le ha dado a su Hijo único" (Jn 3,16). Aquello que hace que seamos cristianos es habernos encontrado con Dios en su Hijo Cristo Jesús (Jn Jn 14,8).

No se trata solamente de ser seguidores (Jn 14,6). Se trata ante todo de ir descubriendo algo nuevo. Un descubrimiento que siempre es un don de Dios, aunque normalmente sólo se nos da después de la oración humilde y confiada, después del servicio generoso a los hermanos. Pero es un descubrimiento que, de una vez por todas, ilumina todos los rincones de la existencia y comienza una marcha definitiva, cargada de luz y de amor. Encontrar a JC es ir a lo más profundo, es poner los cimientos, es atarte al eje, es soldarte al cigüeñal.

Encontrar a JC, también es, una vez bien sujeto a Él, dejarte proyectar por Él a una lucha generosa y solidaria en favor de los demás, de manera que todos los intereses personales quedan revitalizados. El tesoro es Él y todo aquello que Él comporta.

Nos ayuda a desprendernos de todos los demás valores, a ponerlos al servicio de la causa más importante. Por esto, quien ha encontrado el auténtico tesoro que es JC no puede dejarse ganar por nadie cuando se trata de hacer un mundo más justo y más fraternal.

En la Eucaristía hoy el Padre nos dice como a Salomón: "Pídeme lo que quieras". Quien encuentra a Jesús se siente libre y experimenta una gran alegría. Se siente acogido por el Amor y libre para amar, libre para dar vida, para darse del todo. "Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien", nos ha dicho san Pablo.

En la Eucaristía, hoy, JC se nos da una vez más como el tesoro, para ser el motor, la luz, la alegría, la vida de nuestra vida. Así se va realizando el proyecto de Aquel que nos predestinó a ser imagen de su Hijo".

Si has hallado tu tesoro que es Cristo Jesús o que es lo mismo el reino de Dios, disfruta de ese tesoro hallado siendo o actuado como hombre nuevo (Ef 4,23). Los santos han hallado su tesoros en Cristo, el Señor por eso han sido las personas más felices y contentos. Los apóstoles han hallado el tesoro y dejándolo todo lo siguieron (Lc 5,11). San Pablo halló su tesoro y dijo: “Para mi Cristo lo es todo” (Col. 3,11). “A causa del Señor, nada tiene valor para mí en este mundo. Todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo” (Flp 3,8). Por eso, quien supo hallar el tesoro en su vida tiene que estar alegre, como nos recomienda San Pablo: “Estén alegres en el Señor, os lo repito estén alegres” (Flp 4,4).

domingo, 16 de julio de 2023

DOMINGO XVI – A (23 de Julio del 2023)

 DOMINGO XVI – A (23 de Julio del 2023)

Proclamación del Santo Evangelio según San Mateo 13,24-43:

13:24 Y les propuso otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo;

13:25 pero mientras todos dormían vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue.

13:26 Cuando creció el trigo y aparecieron las espigas, también apareció la cizaña.

13:27 Los peones fueron a ver entonces al propietario y le dijeron: "Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él?"

13:28 Él les respondió: "Esto lo ha hecho algún enemigo". Los peones replicaron: "¿Quieres que vayamos a arrancarla?"

13:29 "No, les dijo el dueño, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo.

13:30 Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero"".

13:31 También les propuso otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo.

13:32 En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto, de tal manera que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas".

13:33 Después les dijo esta otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa".

13:34 Todo esto lo decía Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas,

13:35 para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: Hablaré en parábolas, anunciaré cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo.

13:36 Entonces, dejando a la multitud, Jesús regresó a la casa; sus discípulos se acercaron y le dijeron: "Explícanos la parábola de la cizaña en el campo".

13:37 Él les respondió: "El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre;

13:38 el campo es el mundo; la buena semilla son los que pertenecen al Reino; la cizaña son los que pertenecen al Maligno,

13:39 y el enemigo que la siembra es el demonio; la cosecha es el fin del mundo y los cosechadores son los ángeles.

13:40 Así como se arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo.

13:41 El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal,

13:42 y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes.

13:43 Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga! PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

Las premisas de nuestra reflexión respectos a las parábolas son ya bien conocidas: “¿Cuándo llegara el reino de Dios?” (Lc 17,20) “Si yo expulso los demonios con el poder de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes” (Mt 12,28; Lc 11,20). “Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará” (Jn 10,9). Es decir que el Reino de Dios tiene que ver con nuestra salvación y Cristo Jesús es nuestra salvación. De ahí que propios y  extraños preguntan al  Señor: “¿Qué hare para obtener la salvación eterna?” (Mc 10,17). “¿Serán pocos los que se salven” (Lc 13,23). “¿Quién podrá salvarse” (Mt 19,25). En la enseñanza de hoy nos preguntamos: ¿Nos salvaremos siendo trigo o siendo cizaña? El momento de la cosecha es la manifestación de la justicia de Dios: “¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos? Así, todo árbol bueno produce frutos buenos y todo árbol malo produce frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo, producir frutos buenos. Al árbol que no produce frutos buenos se lo corta y se lo arroja al fuego. Por sus frutos, entonces, ustedes los reconocerán” (Mt 7,16-20).

“El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; conviértanse y crean en el evangelio” (Mc 1,15). El reinado de Dios ha comenzado en este mundo con la semilla del evangelio. La palabra de Dios, que es promesa, ha puesto en trance de esperanza a los que la escuchan con fe. En cierto modo, la creación entera está en dolores de parto y en los lugares más insospechados se está gestando el reinado de Dios. Pero en este mundo hay otras semillas. También dentro de la iglesia, que no debe confundirse con el reinado de Dios, crece la cizaña junto con el trigo.

"Déjenlos crecer juntos hasta la siega"(Mt 13,30) : La cizaña y el trigo, mientras crecen, apenas se distinguen. De ahí el peligro de escardar los campos, pues se puede arrancar lo uno por lo otro. Sin embargo, los criados de la parábola, dando señales de intolerancia, apenas empieza a formarse la espiga ya quieren hacer una limpieza de la sementera. La enseñanza de Jesús está muy clara: "Dejadlos crecer juntos". No es lícito juzgar a nadie antes de tiempo, el juicio está en las manos de Dios y mientras dura la historia todo está todavía "entre dicha". Convertir el mundo en una película de buenos y malos, pretender que nosotros tenemos toda la verdad y nada más que la verdad, y los otros están en el error y en el pecado, contradice el espíritu de Cristo y la tolerancia del evangelio.

Debemos ser conscientes, por otra parte, de que la mezcla del trigo y la cizaña no se realiza solamente en el espacio de la comunidad, sino también en cada uno de nosotros. El bien y el mal están muy repartidos. Esto tiene sus consecuencias. Si es verdad que no debemos juzgar a los otros, no lo es menos que cada cual debe cuidar su propio campo y someterlo constantemente a examen y a limpieza con la ayuda de la palabra de Dios. En la medida en que cada uno de nosotros seamos más críticos y responsables con nosotros mismos, seremos más comprensivos con la conducta de los demás.

“Déjenlos crecer juntos (Trigo y cizaña) hasta la cosecha, y entonces diré a los segadores: Arranquen primero la cizaña y échenlo al fuego, y luego recojan el trigo en mi granero" (Mt 13,30). Como hipótesis de nuestra reflexión: Si soy trigo, entonces obtengo mi salvación (granero=cielo); y si soy cizaña, entonces obtengo mi condenación (fuego=infierno). “El hombres está situado entre la vida y la muerte: a cada uno se le dará lo que escoja” (Eclo 15,17). Dios dice a Israel: “Yo pongo ante ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Elige la vida, y vivirás, tú y tus descendientes, con tal que ames al Señor, tu Dios, escuches su voz y le seas fiel” (Dt 30,19).

El domingo anterior, Jesús nos decía: "El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. Otras cayeron en terreno pedregoso y brotaron, pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz. Otras cayeron entre espinas y estas, al crecer, las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta” (Mt 13,4-8). Y nos preguntábamos: ¿Qué tipo de terreno somos: tierra dura como del camino, tierra pedregosa, tierra de maleza o tierra fértil? Y nos decíamos que no conviene engañarnos, porque tarde o temprano todo quedará al descubierto, todo se sabrá (Mt 10,26). Y el mismo Señor nos adelantó al decirnos: “A Uds. los reconocerán por sus frutos” (Mt 7,15).

En la parábola de la cizaña distinguimos cuatro momentos: 1) La parábola del trigo y la cizaña (Mt 13,24-30). Luego su explicación (Mt 13,36-43). 2) La parábola del grano de mostaza (Mt 13,31-32). 3) La parábola de la levadura (Mt 13,33). Y 4) El ¿por qué? de las enseñanzas por medio de parábolas (Mt 13,34-35). De las tres parábolas, la de la cizaña ocupa la enseñanza central de este domingo: Mt 13,24-30.36,43. El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo.  La mención a una semilla buena nos coloca a la expectativa de una buena cosecha. Pero, mientras la gente dormía, vino el enemigo, sembró cizaña entre el trigo, y se fue (Mt 13,25). Hay que estar siempre vigilantes, no podemos descuidarnos porque el enemigo siempre se encuentra al acecho, esperando el momento para sembrar la cizaña. Al respecto San Pedro nos dice: “Sean sobrios y estén siempre alerta, porque su enemigo, el demonio, ronda como un león rugiente, buscando a quién devorar. Resístanlo firmes en la fe” (I Pe 5,8).

El trigo y la cizaña pueden estar juntas durante mucho tiempo, claro que no es lo ideal pero asì es en realidad muchas veces (Mt 13,30), ya sea en la vida de los demás como en nosotros mismos. Por lo general, es fácil advertir en los demás, pero en nosotros, no advertimos su presencia. Y no nos damos cuenta en qué momento empezó a germinar en nuestra vida el resentimiento por ejemplo y la venganza o cualquier otro mal; pero eso sí, nos damos cuenta del mal en el otro y muy rápido, y quisiéramos que Dios intervenga con todo su poder para colocarlo al malo en su lugar (Mt 13,28). Pero el Señor nos dice: “¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: Deja que te saque la paja de tu ojo, si hay una viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Mt 7,3-5). La cizaña es precisamente lo que nos motiva actuar como juez de los demás y ahoga en nosotros la enseñanza de Dios. Y tiene mucha razón Santiago en decirnos: “No hay más que un solo legislador y juez, aquel que tiene el poder de salvar o de condenar. ¿Quién eres tú para condenar al prójimo?” (Stg. 4,12).

Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él?  Él les respondió: "Esto lo ha hecho algún enemigo". Los peones replicaron: "¿Quieres que vayamos a arrancarla?" (Mt 13,27-28). Vemos que aunque la semilla es de buena calidad hay cosas a su alrededor que la ahogan y quizás el rendimiento no sea igual. Ante su preocupación: "¿Quieres, que vayamos a recogerla?" (Mt 13,28) y la respuesta del amo es:  "No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquen a la vez el trigo” (Mt 13,29).  Los discípulos quedan extrañados, pero la dinámica del Reino de Dios es otra, siempre estarán buenos y malas. Nuestra vida misma pasa por días llenas de cizaña, o días de buen trigo. Al respecto dijo con mucha sabiduría San Pablo: “Para que la grandeza de las revelaciones no me envanezca, tengo una espina clavada en mi carne, un ángel de Satanás que me hiere. Tres veces pedí al Señor que me librara, pero él me respondió: "Te basta mi gracia, porque mi poder se manifiesta en la debilidad. De ahí que, me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo. Por eso, me complazco en mis debilidades, en los oprobios, en las privaciones, en las persecuciones y en las angustias soportadas por amor de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (II Cor 12,7-10).

Para vivir en la senda del camino recto hemos de estar muy atentos y llevar una vida de constante discernimiento y para ello muy bien caen los consejos de Pablo: “Yo los exhorto a que se dejen conducir por el Espíritu de Dios, y así no serán arrastrados por los deseos de la carne. Porque la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos luchan entre sí, y por eso, ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren” (Gal 5,16-17). Así también, al lado de los buenos están los malos.  Esta convivencia continuará, según dice el patrón de la parábola “Dejen que ambos crezcan juntos hasta la ciega”  (Mt 13, 30).  Crecerán el trigo y la cizaña juntos, pero eso será solo hasta el tiempo de la cosecha, es decir mientras dure esta vida terrenal, pero aquí esta luego la manifestación del límite de la misericordia de Dios, es decir la Justicia divina. “Diré a los segadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero" (Mt 13,30). Es decir la cizaña al fuego del infierno y el trigo al granero, que es el cielo. 

Por el destino final que tiene cada una de las semillas se comprende que con las decisiones y acciones de cada persona se pone en juego el propio futuro, el destino final.  Por tanto hay que ser responsables con la vida y los dones que se nos dio porque: "Al que se le confió mucho, se le exigirá mucho más” (Lc 12,48). Junto a este sentido de responsabilidad que debe tener cada persona, esta parábola nos deja una bellísima lección sobre la paciencia: así como el patrón, Dios nos da tiempo a cada uno para que recapacitemos, y Dios está esperándonos por nuestra conversión hasta el final. Pero, también de nuestra parte, lo mismo debemos hacer con nuestros hermanos con los cuales hemos perdido la paciencia por su reticencia en el pecado; hay que insistir, darle una oportunidad, esperar por su conversión; Dios dice: “ Yo no quiero la muerte del pecador si no que se convierta y vida” (Ez 33,11).

Reiterando; sabemos todos por experiencia que, nadie es completamente trigo. Hay que escuchar a los santos por ejemplo: Ellos siempre se reconocen pecadores. Ni completamente somos cizaña porque, no hay nadie que, por muy malo que sea, no tenga en el fondo un buen corazón.  Por tanto no hay que caer en la actitud equivocada de quien separa tajantemente el mundo de los buenos y el mundo de los malos.  En cada persona hay un poco de todo. En fin, no nos corresponde a nosotros juzgar a los demás, porque un día cada uno dará cuentas de los suyo, sino más bien evaluarnos a nosotros mismos. La parábola enseña que en el campo hay buenos y malos, pero nosotros por lo general no estamos en condiciones de saber quiénes son los buenos y quiénes son los malos. La presencia de la cizaña no constituye una sorpresa. Y, sobre todo, no es señal de fracaso. La Iglesia no es la comunidad de los salvados, de los elegidos, sino el lugar donde podemos salvarnos. Pero al final cada a uno se nos reconocerá si somos trigo o cizaña por nuestros frutos (Mt. 7,16).

En resumen: Así como en Génesis se dice: Dios dio al hombre este mandamiento: "De cualquier árbol del jardín puedes comer, pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comas de él, morirás sin remedio" (Gn 2,16-17). Luego, sorpresivamente aparece un ser extraño, con parecer distinto al querer de Dios. Replicó la serpiente a la mujer: "Al comer del árbol prohibido, no morirán. Es que Dios sabe muy bien que el día en que coman de él, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal" (Gn 3.4-5). Es decir, no solo Dios siembra, que también hay otro que siembra. Y lo hacen de noche, mientras la gente está dormida o tergiversando la verdad, usando la mentira. Por eso mismo ya nos dijo el Maestro: “A Uds. los reconocerán por sus frutos” (Mt. 7,16). Si somos en verdad trigo o cizaña.

Jesús nos invita a no escandalizarnos de los malos que hay y que viven a nuestro lado. Lo cual implica la necesidad de la conversión y también la esperanza de que los malos puedan algún día ser buenos. O incluso nos invita a pensar que muchas veces la cizaña no siempre está en los demás, sino que en el momento menos pensado, ya está en nosotros germinando y a punto de echar mucha semilla. O ¿no es cierto que sin querer ya estamos en pleitos de odio, ira, rencor, envidia? Recordemos lo que Jesús nos dice: "El fariseo, de pie, oraba en voz baja: "Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas" (Lc 18,11-12). Es decir, creemos ser buen trigo, cuando eso no es cierto.

No somos los indicados en decidir la suerte de los malos. Dios como juez supremo sabe hacer sus cosas, espera el momento. Y el momento no es ahora, sino al final. Los apóstoles preguntaron al Señor ¿Cuándo será eso? Jesús respondió: nadie lo sabe, solo el Padre, pero estén preparados” (Mt 24,44). Porque sólo Dios es quien ha de juzgar a cada uno. Muchos nos quejamos del porqué Dios permite que haya tantos malos pero no decimos ¿Por qué soy malo? Nosotros hubiésemos preferido que los elimine, pero Dios actúa de otra manera. Ese juicio no se hará en el tiempo, sino al final de los tiempos cuando se decida la suerte de unos y de otros. Mientras tanto, tendremos que crecer juntos, a lado de la cizaña (Mt 13,30); pero con mucho criterio de discernimiento para que no se meta en nuestra vida como la maleza o la cizaña (Mt 13,7). Y porque tarde o temprano llegará el tiempo de la cosecha y cada quien tendrá que ocupar el lugar que merece: "Así como se arranca la cizaña y se quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga!" (Mt 13,40-43).

 Pregunta para nuestra reflexión: ¿Si soy cizaña o mala hierba, aún podre convertirme en trigo o ya será muy tarde? Recordemos cuando los discípulos quedaron muy sorprendidos al oír esto y dijeron: "Entonces, ¿quién podrá salvarse? Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible" (Mt 19,25-26). Dios te puede convertir de cizaña en trigo, claro que si es posible mientras estemos en esta vida hasta la cosecha. Pero cuando llegue el tiempo de cosecha ya no será posible la conversión. Solo con la ayuda de Dios podemos pasar de cizaña a trigo como bien Jesús nos demostró con un grito y con voz fuerte: "¡Lázaro, ven afuera! y el  muerto se levantó” (Jn 11,43). Paso Lázaro de hombre muerto a hombre con vida. El problema está cuando el hombre quiere llegar al cielo fiado por su propio medio como su riqueza, su honor, fama, etc. Olvidando lo que ya nos dijo Jesús: “No jures ni por tu cabeza, porque no puedes convertir en blanco o negro uno solo de tus cabellos” (Mt 5,36). Por qué no nos acogemos al clamor de San Pablo cuando dijo: “Todo lo puedo en Cristo que me conforta” (Flp 4,13). Pero para ello requiere llevar una vida: “En todo lo que es verdadero y noble, todo lo que es justo y puro, todo lo que es amable tenedla por virtud y honor” (Flp 4,8).  “Yo los exhorto a que se dejen conducir por el Espíritu de Dios, y así no serán arrastrados por los deseos de la carne. Porque la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos luchan entre sí, y por eso, ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren” (Gal 5,16). “Si ustedes viven según la carne, morirán. Al contrario, si viven según el Espíritu, entonces vivirán” (Rm 8,13).