domingo, 7 de julio de 2024

DOMINGO XV – B (14 de julio de 2024)

 DOMINGO XV – B (14 de julio de 2024)

Proclamación del Santo Evangelio según San Marcos 6,7-13:

6:7 Entonces llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros.

6:8 Y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero;

6:9 que fueran calzados con sandalias y que no tuvieran dos túnicas.

6:10 Les dijo: "Permanezcan en la casa donde les den alojamiento hasta el momento de partir.

6:11 Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos".

6:12 Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión;

6:13 expulsaron a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

“Jesús los llamó a los Doce y los envió de dos en dos” Mc 6,7). Ser cristiano es una vocación. Muchos recordaran aquellas  inefables sentencias del viejo catecismo: somos cristianos por la gracia de Dios. Y así es. Ser cristiano es responder con un sí a la llamada de Dios. Pablo les recordaba esta verdad  entrañable a los cristianos de Éfeso. “Antes de que fuese creado el mundo, ya Dios nos  había llamado, nos había elegido en la persona de Cristo para fuésemos santos a irreprochable ante El por el amor” (Ef 1,4). En el correr de los tiempos, en Jesús y por Jesús Dios ha  derrochado su gracia para que pudiésemos conocer el misterio de su voluntad. Nos ha manifestado y nos ha asociado a su plan de recapitular todas las cosas, las del  cielo y las de la tierra, en Cristo. Con Cristo se ha abierto el último capítulo de la historia de  la humanidad, el principio de la nueva tierra en que habita la justicia, el germen de la familia  de los hijos de Dios, la fraternidad universal. Pues en la persona de su Hijo ha querido que  todos los hombres seamos sus hijos. “Dios, no nos llamó a una vida de impureza, sino a la vida de santidad” (I Tes 4,7).

La misión del cristiano. Cristo es el punto y aparte en la historia. Y es, además, el punto final. Es alfa y omega, el  principio de la misión y su recapitulación final. En medio está el cristianismo, estamos los  cristianos y nuestra misión como continuación de la de Cristo: el reino de Dios. Para esa  tarea, Jesús eligió primero, formó luego y envió después a sus discípulos, a los cristianos.  La misión del cristiano es, en consecuencia, anunciar el reino de Dios y echar del mundo y  de los hombres a los demonios. Mal podemos cumplir la misión de anunciar el reino del  poder, del dinero, del bienestar, del placer. Y no podemos exorcizar al mundo y a los  hombres, si nosotros mismos vivimos encantados de la vida, poseídos de los demonios del  egoísmo, de la injusticia, de la insolidaridad, del pecado.

Para esa misión no hacen falta alforjas. Jesús envió a sus discípulos de dos en dos.  Pero les recomendó que fueran a cuerpo limpio, sin provisiones. Dios proveerá. La palabra  de Dios es eficaz por ser de Dios. Los discípulos de Jesús no podemos confundir el  evangelio con una campaña publicitaria. Predicar no es vender nada, no es abrir mercado,  ni es forzar a nadie al consumo indiscriminado. Tampoco es un modus vivendi para obtener  beneficios. Bien lo reconoció el profeta Amós frente a la insolencia del sacerdote Amasías.  El profeta, que vivía y se ganaba la vida cuidando rebaños y cultivando higos, no predicaba  por gusto ni por conveniencia, sino para obedecer a Dios, para seguir su vocación. Bien es verdad que Jesús les permitió utilizar un bastón, pero sólo para sostener la marcha y no  desfallecer, en modo alguno no para dominar y someter por la fuerza, haciendo proselitismo con engaños o amenazas.

Los misioneros no llevan consigo nada más que el mensaje que anuncian y el poder dado por Jesús: "La paz esté con ustedes. Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y les dijo reciban el Espíritu Santo”(Jn 20,21-22). Todo lo demás pasa a segundo plano. Pedro dijo al paralítico de la Puerta Hermosa en el Templo: “No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, ponte a caminar” (Hch 3,6).

En el pasaje distinguimos las siguientes partes: 1) Convocatoria a los Doce (Mc 6,7). 2) Instrucciones para la misión (Mc 6,8-11): Acerca de lo que se debe llevar consigo (Mc 6,8-9). Acerca del comportamiento que hay que tener en caso de acogida o de rechazo (Mc 6,10-11). 3) La realización de la misión (Mc 6,12-13). Aunque la mirada está puesta en la acción misionera que van a realizar los Doce, es notable que la persona de Jesús está en el centro de todo: él llama, él envía, él les reviste de poder y él es quien determina cómo deben comportase los misioneros.

1. Convocatoria y envío de los Doce (Mc 6,7): “Llama a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos”. Tres breves frases en progresión temporal abren el relato: Él llamó a los Doce, y los envío de dos en dos  dándoles poder sobre los espíritus impuros. Jesús está en el centro de todo: llama hacia él, les capacita y envía al mismo tiempo.

Jesús llama a los Doce (Mc 6,7). En el inicio del Evangelio ya se menciona lo que hoy leemos en estos términos: “Jesús subió a la montaña y llamó a su lado a los que Él quiso. Ellos fueron hacia él, y Jesús instituyó a Doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con el poder de expulsar a los demonios” (Mc 3,13-15). En otro episodio dice Jesús: “No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá” (Jn 15,16). “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen” (Jn 10,27). La vocación a la vida consagrada al servicio de Dios no es de uno sino de Dios. En esta línea también manifiestan los profetas, así por ejemplo se dice: "Antes de formarte en el vientre materno, yo te conocía; antes de que salieras del seno, yo te había consagrado, te había constituido profeta de las naciones. Yo respondí: ¡Ah, Señor! Mira que no sé hablar, porque soy demasiado joven. El Señor me dijo: No digas: 'Soy demasiado joven', porque tú irás adonde yo te envíe y dirás todo lo que yo te ordene. No temas delante de ellos, porque yo estoy contigo para librarte —oráculo del Señor—. El Señor extendió su mano, tocó mi boca y me dijo: Yo pongo mis palabras en tu boca. Yo te establezco profeta en este día sobre las naciones y sobre los reinos, para arrancar y derribar, para perder y demoler, para edificar y plantar" (Jer 1,5-10).

Jesús advierte dificultades en la misión cuando dice: “Yo los envío como a ovejas en medio de lobos…  Cuídense de la gente, porque los entregarán a los tribunales y los azotarán en sus sinagogas a causa de mí, los harán comparecer ante gobernadores y reyes, pero así darán testimonio delante de ellos y de los paganos. Cuando los entreguen a los tribunales, no se preocupen de cómo van a hablar o qué van a decir: lo que deban decir se les dará a conocer en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre hablará en ustedes. El hermano entregará a su hermano para que sea condenado a muerte, y el padre a su hijo; los hijos se rebelarán contra sus padres y los harán morir. Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará” (Mt 10,16-22).

“Los envió de dos en dos” (Mc 6,7). De aquí entendemos que los misioneros: No van en nombre propio, sino como testigos de un mensaje recibido de Jesús. Deben ayudarse y apoyarse entre sí (incluso corregirse). Tienen una visión comunitaria de la misión: parte de la comunidad, se realiza en comunidad y apunta a la formación de la comunidad y una vida fraterna. La vida de hermandad es el talante fortaleza de la Iglesia y lo que caracteriza a la comunidad es el amor cuando dice Jesús: “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros" (Jn 13,34-35). En suma – Dice el Señor- “Todos Uds. son hermanos” (Mt 23,8). Y por algo decimos “Padre Nuestro que estas en el cielo” (Mt 6,9).

2) Jesús les da poder sobre los espíritus impuros (Mc 6,7). Esta prerrogativa suya (Mc 1,22-27) ahora Jesús se la transfiere al grupo de los Doce. Se entiende que dicho poder es para expulsar los demonios, tal como se afirma al final: “Expulsaban a muchos demonios” (Mc 6,13). Hasta ahora se han mencionado seis veces los exorcismos de Jesús en el evangelio de Marcos: 1,22-27.34.39; 3,11-12.22; 5,1-20; esto muestra que dentro del anuncio del Reino ésta es una actividad esencial. Pues bien, siguiendo a Jesús en la misión el cristianismo también tendrá como tarea la expulsión de los demonios del mundo, enfrentar las diversas manifestaciones del mal y vencerlo con el poder de Jesús. En este episodio es contundente cuando Jesús dice: “Si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes” (Lc 11,20).

Jesús Resucitado se apareció a los 11 y les dijo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan" (Jn 20,21-23). Aquí se entiende que los apóstoles ahora tiene el poder a autoridad sobre los demonios. Al principio la acción principal de los misioneros son los exorcismos, pero al final del relato vemos que Jesús también les confió, junto a esta, otras dos tareas: la predicación de la conversión y la curación de los enfermos (Mc 6,13).

En la práctica los aspectos de la misión son tres, los cuales se refieren a la obra eficaz del acontecer del Reino rescatando al hombre de una dirección equivocada en la vida y de las garras destructoras del mal que desfigura su belleza, para que el hombre sea lo que está llamado a ser según el proyecto divino: Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20).

3) ¿Qué llevar para la misión? (Mc 6,8-9): “Les ordenó que nada tomasen para el camino, fuera de un bastón: ni pan, ni alforja, ni calderilla en la faja; sino: Calzados con sandalias y no lleven dos túnicas”. Porque la riqueza, poder y fuerza para misión está en la misma fuente del Evangelio. Más aun dice el Señor: “No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban. Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben. Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón” (Mt 6,19-21). El tesoro del misionero es el mismo Señor (Jn 1,41). Y porque el mismo Señor manifiesta que: “Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien, se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero” (Mt 6,24).

Los misioneros son caminantes que van en busca de la gente, ellos no se permiten acomodaciones e instalaciones. Este también es un rasgo esencial de la misión cristiana. La itinerancia requiere previsiones, mucho más en un contexto en que los trayectos son largos y escabrosos y las vías son inseguras. Por tanto, ¿qué es lo que deben llevar consigo? La respuesta ya hemos dicho y con mucha razón un buen día San Pablo exclamó: “Todo lo que hasta ahora consideraba una ganancia, nada tiene valor para mí, todo estimo por basura a causa de Cristo. Más aún, todo me parece una desventaja comparado con el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él, he sacrificado todas las cosas, a las que considero como desperdicio, con tal de ganar a Cristo” (Flp 3,7-8).

4) La radicalidad en el desprendimiento: Primero Jesús les ordena que no lleven nada para el camino: “Les ordenó que nada tomasen para el camino” (Mc 6,8). La renuncia total a las posesiones exigida para el seguimiento también lo es para la misión: “Pedro se puso a decirle: ‘Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido y Jesús respondió, ninguno que haya dejado casa, campos, familia, hijos en por mí en este mundo quedará sin recompensa, pues recibirá cien veces más y en la otra la vida eterna” (Mc. 10,28).

Los apóstoles “salieron a predicar, exhortando a la conversión; expulsaron a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo” (Mc 6,12-13). En los Hechos se narra un episodio: “En la puerta Hermosa del Templo Pedro y los demás apóstoles se encontraron con un paralitico y le dijeron: “No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, ponte a andar” (Hch 3,6).

“Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos” (Mc 6,10-11). Las cosas de Dios no imponen, no se hacen por obligación, sino por amor y convicción. Pero en caso que el misionero sea rechazado asuma su responsabilidad porque dice el Señor: “El que los escucha a ustedes, me escucha a mí; el que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y el que me rechaza, rechaza a aquel que me envió" (Lc 10,16).

La regla de la constancia (Mc 6,10): Se debe presuponer que, en principio, el misionero que viene en son de paz, completamente desprendido de todas las cosas, encuentre la benévola acogida de familias que le ofrecen un espacio en sus casas. Si ocurre así, se le prohíbe al misionero cambiar de alojamiento. Con esto se busca que el misionero: No ande buscando espacios más cómodos y más bien se contente con lo que una pobre familia tiene para compartirle. Se dé el tiempo suficiente para acompañar a una familia que inicia un camino de fe (no hay que abrir procesos para dejarlos rápidamente); esto exige constancia y cierta estabilidad por parte del misionero, sólo así se podrá formar una comunidad. No haga distinción de personas en pro de sus propias preferencias.

¿Qué hacer cuando hay rechazo?  Hay que partir “de allí”, pero esto no quiere decir que se le cierren todos los horizontes a la misión, se abrirán nuevos espacios. Pero el momento de partida está marcado por un gesto significativo: “sacudiendo el polvo de la planta de vuestros pies, en testimonio contra ellos” (Mc 6,11). El gesto quiere decir el fin de toda relación. Quitarse el polvo de los pies o de la ropa pertenecía a un ritual simbólico con el que el israelita se purificaba cuando regresaba de tierra pagana; puesto que se pensaba que la tierra participaba del carácter de sus habitantes (Números 5,17), había que liberarse de él. El israelita no entraba en comunión con estilo de vida del pagano ni mucho menos participaría del destino que le aguardaba. Por eso el gesto, ahora realizado por misioneros cristianos, tenía el valor de un testimonio de advertencia de no estar de acuerdo con su actitud negativa y un último llamado a la conversión, ya que el rechazo del anuncio del Reino traería consecuencias funestas. Quien rechaza al misionero rechaza también la Buena Nueva que anuncia.

domingo, 30 de junio de 2024

DOMINGO XIV – B (07 de Julio del 2024)

 DOMINGO XIV – B (07 de Julio del 2024)

Proclamación del Santo Evangelio según San Marcos  6,1 - 6:

6:1 Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos.

6:2 Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: "¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos?

6:3 ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?". Y Jesús era para ellos un motivo de tropiezo.

6:4 Por eso les dijo: "Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa".

6:5 Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos.

6:6 Y él se asombraba de su falta de fe. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

LA FE ES ASOMBROSA: Porque si la falta de fe impide actuar a Jesús -no pudo allí hacer ningún milagro-, aun entre gentes religiosas, en cambio no hay situación imposible para que el cree. No olvidemos que el evangelio de hoy nos habla de personas religiosas, pero con falta de fe. ¿No habrá entre nosotros tan pocos "milagros" porque somos, sí, religiosos, pero en el fondo no creemos y desconfiamos! ¿Somos conscientes del enorme horizonte que se abre al que cree? Precisamente, para que el contraste sea bien claro, la escena de hoy es continuación de otra en que la fe ha obrado lo que parecía imposible. "No temas, basta que tengas fe" (Mc 5,36), dijo Jesús a Jairo. El y la mujer hemorroisa, experimentaron asombrados el efecto de su confianza. Quizá será también bueno que hoy volvamos a escuchar el reproche de Jesús a sus discípulos, aterrorizados en la tempestad: "¿Aún no tienen fe?" (Mc 4,40). Somos gente religiosa, sí, discípulos de Jesús, también, pero ¿de verdad tenemos fe?

Este trozo (Mc 6, 1-6) tiene, en la economía del evangelio de Marcos, una gran importancia cristológica: constituye una etapa fundamental en el camino de Jesús hacia el abandono y la cruz. Desde ahora en adelante Jesús abandona la enseñanza en las sinagogas; seguirá hablando, pero en medio de la gente, lejos de todo ambiente oficial.

Cuando se lee este episodio, no es posible dejar de pensar en aquella afirmación del prólogo de Juan: "Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron" (Jn 1,11). Leído de esta manera, este episodio va mucho más allá de la repulsa de una oscura aldea de Galilea: figura la repulsa de todo Israel, una repulsa que por lo demás parece acompañar a toda la historia del pueblo de Dios. Incluso las motivaciones de esta repulsa van mucho más allá de la resistencia particular de los habitantes de Nazaret: son las resistencias de siempre, arraigadas en el corazón del hombre. Por este trozo de Marcos puede afectarnos también seriamente a nosotros.

Los habitantes de Nazaret no niegan la sabiduría de Jesús, sus milagros, la lucidez de su predicación; incluso se muestran sorprendidos por todo eso. Pero discuten su origen (versículo 3). Ha trabajado de carpintero como cualquier otro, ha crecido entre nosotros, conocemos a su madre y a sus hermanos; ¿cómo es posible que venga de Dios? Esta es la primera y la fundamental razón de su repulsa: la invisibilidad de Dios, su manera de hacerse presente bajo las apariencias comunes. La grandeza de Dios parece contradecirse a sí misma, y esto constituye un escándalo. Nos parece oir la pregunta de los nazarenos: "De dónde le viene todo esto? ¿Qué pensar de su sabiduría?" (Mc 6,2).  En otras palabras, ¿cómo se explica su ciencia, la novedad y la eficacia de sus enseñanzas? La respuesta está ya en la misma pregunta: es una sabiduría que se le ha dado, que no viene de un hombre o de una escuela, sino de Dios (Jn 10,38).


Dios continúa siempre fiel aunque nosotros no le seamos fieles, ya que no puede negarse a sí mismo (2Tm 2,13). Su palabra está siempre viva entre nosotros, y su llamada siempre resuena. Aunque no nos diga lo que esperamos oír sino cosas muy distintas. Somos nosotros los que debemos afinar nuestra mirada y nuestro oído y acoplarnos al rostro de Dios y a su mensaje, y no esperar que sea él el que venga a nosotros y se acople a nuestros deseos y a nuestras rutinas.

Los judíos, admirados, decían: "¿Cómo conoce las Escrituras sin haber estudiado?  Jesús les respondió: Mi enseñanza no es mía, sino de aquel que me envió” (Jn 7,15-16). Jesús les dijo: “Sé de dónde vine y a dónde voy; pero ustedes no saben de dónde vine, y a donde voy” (Jn 8,14). Ellos preguntaron a Jesús: ¿Dónde está tu Padre? Jesús respondió: Ustedes no me conocen ni a mí ni a mi Padre; si me conocieran a mí, conocerían también a mi Padre" (Jn 8,19). Jesús les dijo: “El que es de Dios escucha las palabras de Dios; si ustedes no las escuchan, es porque no son de Dios" (Jn 8,47).

San Pablo resume en pocas palabras toda la figura del Hijo de Dios: “Tengan entre ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús. Porque Él siendo de condición divina, no hizo alarde de su categoría Dios; sino, todo lo contrario, se rebajó a sí mismo, tomando la condición de esclavo y haciéndose semejante a los hombres… se humilló hasta someterse por obediencia la muerte y una muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre” (Flp 2,5-11). Las mismas palabras de Jesús resaltan la humildad y sencillez como don y querer de Dios al decir: "Te alabo, Padre, Señor de cielo y tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así lo has querido” (Mt 11,25-26). Y en muchos pasajes vamos constatando que efectivamente Dios se revela en la sencillez de las cosas.

Nos preguntamos, si nosotros buscamos a Dios y quisiéramos encontrar a Dios de verdad, ¿Dónde y con qué lo buscamos? Buscamos guiados por nuestra razón porque pensamos que Dios tiene que acomodarse a nuestro modo de pensar y actuar, así los mismos apóstoles reflejan eso y por eso un buen día Pedro se ganó una llamada de atención: “Apártate de mi vista satanás, porque tú piensas como los hombre y no como Dios” (Mt 16,23). El evangelio de este domingo nos sitúa el modo de pensar de los judíos quienes con criterio humano se dan la libertad de analizar la identidad de Jesús (Mc 6,1-6). Jesús llega a su pueblo y nadie le hace una recepción. Entró como cualquier vecino del barrio, incluso ni se cita el nombre de Nazaret, sencillamente se dice, “su pueblo”. Hasta resulta curioso que no digan “el hijo de José”, ya que el padre era el que personificaba a la familia y a la tradición. Le reconocen como el “hijo de María”, que no lleva ni el apellido paterno. Primero, se admiran de sabiduría y hasta se cuestionan de dónde saca todo ese saber. Pero, luego le descubren la suela de la sandalia: “es el carpintero”. Por tanto, enviado de Dios. Dios no puede rebajarse a ser  tan poca cosa, en un triste carpintero del pueblo.

El mensaje del Evangelio nos ilustra ese conflicto interno de la gente. Por una parte, no pueden dudar de que allí hay un saber y una sabiduría distinta, superior; pero, a la vez, no están dispuestos a aceptarla. Entonces buscan todas las razones posibles para negarse a creer en Él. A Él le conocen, es el eterno problema. Para ser famoso hay que venir de lejos precedido de una gran campaña publicitaria porque si nos conocen, “lo nuestro no vale y todo lo de fuera, lo de extraño si vale y vale mucho”. Muchos quisiéramos un Dios llamativo, que nos haga milagros, y nos olvidamos de que Dios quiere hacer milagros, pero se siente defraudado porque no encuentra fe suficiente en nosotros para hacerlos. No nos quejemos de que “Dios no me escuchó”, preguntémonos más bien si “nuestra fe es capaz de hacer milagros”. El problema no es Él, sino nosotros porque queremos a menudo que Dios corresponda a  nuestros criterios y caprichos humanos.

Dios tiene diverso criterio de revelarse y acercarse a nosotros y lo hace con el vestido de la sencillez. Dios no es de los que nos abruma con sus trajes, sus ternos de última moda, sus zapatos último modelo. Dios nunca se manifiesta de estreno. Utiliza siempre el mismo vestido. Digámoslo así, Dios no es ningún exhibicionista ni presume de grandeza. Por eso mismo, Dios nunca pretende aplastarnos con lo maravilloso y lo extraordinario. Desde que decidió encararse (Jn 1,14), “se rebajó hasta hacerse uno cualquiera” (Flp 2,6-8). Es uno más del pueblo, uno más del barrio, uno más de la calle. Por eso Dios no inspira ni miedo. Así a Dios no tenemos que buscarlo ni lejos, ni en las alturas ni en las grandezas, y tenemos que protegernos de Él, al contrario, a Dios lo reconoceremos en las cosas simples y sencillas de la vida.

Los judíos lo vieron como el “hijo del carpintero”. Ese fue el pecado de Jesús. Mientras hablaba todos admiraban su sabiduría, pero cuando analizaron su real identidad todo se vino abajo. Un carpintero en Nazaret es un don nadie. ¿Qué tiene que decirnos un carpintero? ¿Qué importancia puede tener un carpintero? ¿Qué cosa buena puede salir de Nazaret? (Jn 1,45). Sin embargo, Dios se revistió de carpintero y desde entonces se le puede encontrar en cualquier carpintería de aldea. Como es de entenderse, nosotros nos dejamos llevar demasiado de la grandeza y del poder. Dios se deja llevar de la sencillez de las cosas de la vida. Él empeñado en manifestarse en lo pequeño y nosotros, tercos, empeñados en verlo en lo grande y llamativo. Por eso pasamos a su lado constantemente y no lo vemos porque brilla poco y deslumbra poco.

Un día preguntaron a Jesús sus discípulos: "¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos? Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: "Les aseguro que si ustedes no cambian o no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos” (Mt 18,1-4). ¿Hay algo más sencillo que un niño? En los niños juega Dios con los hombres. ¿Hay algo más sencillo que un anciano? En los ancianos se sienta Dios en el parque y reclama cuidados de una empleada para que no le atropelle un carro. Pero, nosotros necesitamos de un terremoto para gritarle pidiendo compasión y misericordia. No le reconocemos en ese enfermo que necesita le den de comer porque ya no tiene fuerzas. ¿Quieres encontrarte con Dios? Búscalo en lo sencillo, entre los maderos, los martillos y los clavos de una carpintería. La fe no es ver en la grandeza. La fe es ver en la pequeñez.

Si buscamos a Dios con el presupuesto de la sabiduría humana, no lograremos encontrar a Dios. Las cabezas infladas de saber, ya lo saben todo. No necesitan de nada. Nadie tiene nada que enseñarles. Ni Dios tiene nada que decirles porque la ciencia ya se lo ha dicho todo. Hoy todo lo justificamos con la ciencia o, mejor dicho, con lo que nosotros queremos llamar ciencia y marginamos la fe como fuente de conocimiento y fuente de verdad. Tenemos miedo a creer, a abrirnos a la verdad revelada, que es la otra dimensión de la verdad a la que la ciencia humana no puede llegar. Se busca incompatibilidades entre ciencia y razón, donde en realidad lo único que hay es ignorancia de la fe y no pocas veces, reduccionismos científicos. Y donde quedan las palabras del Señor: “Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos y conocerán la verdad, la verdad los hará libres" (Jn 8,31-32).

Jesús se encontró con esos científicos de la religión, dopados también ellos por sus propias convicciones y cerrados a la buena noticia del Reino. También, se encontró con esa gente simple del pueblo, la única que no está dopada de prejuicios ni de soberbia intelectual, esa gente hecha de una sola pieza, abría su corazón a las llamadas de Dios. «Gracias, Padre, porque has ocultado todo esto a los sabios y los prudentes intelectuales, pero se lo has revelado a los pequeños.» (Mt 11,25). Así con Jesús estamos llamados a clamar y decir: ¡Qué pequeños son los grandes! ¡Qué grandes son los pequeños! ¡Qué poco saben los que saben y cuánto saben los que no saben! Los sabios tienen la ciencia de los libros, pero la gente sencilla tiene la sabiduría de la vida.

San Pablo decía: “Hermanos, tengan en cuenta quiénes son los que han sido llamados: no hay entre ustedes muchos sabios, hablando humanamente, ni son muchos los poderosos ni los nobles. Al contrario, Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes; lo que es vil y despreciable y lo que no vale nada, para aniquilar a lo que vale. Así, nadie podrá gloriarse delante de Dios. Por él, ustedes están unidos a Cristo Jesús, que por disposición de Dios, se convirtió para nosotros en sabiduría y justicia, en santificación y redención, a fin de que, como está escrito: El que se gloría, que se gloríe en el Señor” (I Cor 1,26-31).

domingo, 23 de junio de 2024

DOMINGO XIII – B (30 de Junio de 2024)

 DOMINGO XIII – B (30 de Junio de 2024)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos 5,21-43:

5:21 Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y él se quedó junto al mar.

5:22 Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies,

5:23 rogándole con insistencia: "Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva".

5:24 Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados.

5:25 Se encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias.

5:26 Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor.

5:27 Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto,

5:28 porque pensaba: "Con sólo tocar su manto quedaré curada".

5:29 Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal.

5:30 Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó: "¿Quién tocó mi manto?"

5:31 Sus discípulos le dijeron: "¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado?"

5:32 Pero él seguía mirando a su alrededor, para ver quién había sido.

5:33 Entonces la mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a sus pies y le confesó toda la verdad.

5:34 Jesús le dijo: "Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad".

5:35 Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: "Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?"

5:36 Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: "No temas, basta que tengas fe".

5:37 Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago,

5:38 fue a casa del jefe de la sinagoga. Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba.

5:39 Al entrar, les dijo: "¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme".

5:40 Y se burlaban de él. Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba.

5:41 La tomó de la mano y le dijo: "Talitá kum", que significa: "¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!"

5:42 En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro,

5:43 y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que dieran de comer a la niña. PALABRA DEL SEÑOR.

Queridos(as) hermanos(as) en el Señor Paz y Bien.

El pasaje del evangelio de este domingo nos motiva e invita a que nuestra fe se traduzca en obras de caridad. “Así como el cuerpo sin el alma está muerto, así también está muerta la fe sin las obras” ( Stg 2,26). Nos exhorta a saber compartir los dones que tenemos -sean cuales sean- con los demás. El ejemplo que se nos propone es el de la generosidad de Jesús. Puesta la mirada en Jesús aprenderemos a ser solidarios con los demás. Lo cual significa que hemos de contemplarlo a él, a la vez que nuestra caridad está atenta a descubrir las necesidades concretas de los demás.

«Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible» (Mt 19,26). El apóstol Pablo enseñó que “la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” ( Heb 11:1 ).

Un hombre y una mujer postrados a los pies de Jesús. Saben que puede solucionar su problema, satisfacer sus deseos: Jairo anhela que su hija no muera. “Mi hija está enferma. Ven a imponerle las manos para que se salve y viva” (Mc 5,23). La mujer quiere verse curada de su enfermedad. “Si sólo tocara su vestido, quedaré sana” (Mc 5,28). Cuando Cristo al descubrir su fe, no se resiste: “Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y que se cure tu mal” (Mc 5,34). “La niña no ha muerto, está dormida... Levántate” (Mc 5,39-41). Ambas actitudes tiene su enunciado común en esta frase: "No temas, basta que creas" (Mc 5,36).

Qué grande es el hombre cuando, consciente de su pequeñez y de su indigencia, sabe buscar lo que necesita en aquel que es verdaderamente grande. El corazón del mismo Dios se conmueve al ver la actitud de sus hijos que acuden a Él como verdadero Padre. El que ama y se sabe amado, no tiene miedo de pedir y no se reserva nada cuando se trata de dar.

La enseñanza del evangelio de hoy resalta la fe de dos personajes: Jairo que pide de rodillas que cure a su hija que se muere (Mc 5 ,21-24), que bien puede ser resumido con este episodio: “Señor no soy digno que entres en mi casa, vasta que digas una palabra y mi criado quedará sano” (Mt 8,8). Y la fe de la mujer hemorroisa que curiosamente no tiene la plegaria como el de Jairo. Escena que puede ser resumida con este episodio: “Todos los que tocaban por lo menos el fleco del manto de Jesús quedaban completamente curados” (Mt 14,36).

Jesús al llegar con los Apóstoles a Cafarnaún, al bajar de la barca se le acercó mucha gente.  Entre la muchedumbre estaba el jefe de la sinagoga, llamado Jairo, quien le pide muy preocupado: “Mi hijita está muy grave.  Ven a poner tus manos sobre ella para que se cure y viva” (Mc 5,23).  Mientras comenzó su camino junto con Jairo, una multitud de gente seguía a Jesús y muchos lo tocaban y lo estrujaban. De entre la multitud una mujer que desde hacía 12 años sufría un flujo de sangre tan grave que había gastado todo su dinero en médicos y medicinas, pero iba de mal en peor (Mc 5,25).  Ella, llena de fe y esperanza en el único que podía curarla, se metió en medio de la multitud, pensando que si al menos lograba tocar el manto de Jesús, quedaría curada (Mc 5,27).  Corrió un riesgo esta mujer, pues según los conceptos judíos era “impura” y contaminaba a cualquiera que tocara, por lo cual no debía mezclarse con la gente, mucho menos tocar a Jesús.  Por ello toca el manto, “pensando que son sólo tocar el vestido se curaría” (Mc 5,28). ¡Así sería de fuerte su fe! Que nada le importo si la gente le descubriera que era impura, sino que su fe estaba bien firme en tocar por lo menos el manto de Jesús.

La primera representante es una mujer. Está herida en lo profundo de su vida. Porque "la sangre es la vida", enseña el Deuteronomio (12, 23), y el Levítico puntualiza: "La vida de la carne está con la sangre" (17, 11). El otro testigo, un hombre, sufre en su propia descendencia: su hija de doce años.

A causa de su dolencia, la mujer está excluida de la comunidad; una vez más desarrolla el Levítico (15, 19-30) la compleja casuística que relega a la mujer atacada de este mal a la marginación de las personas y hasta de las cosas. Es significativa la actitud -objetiva- adoptada por la multitud con respecto a ella: se la ignora. Jesús tiene que buscarla, pese a sus discípulos empeñados en relegar a la enferma al anonimato.

Ella misma se siente "asustada y temblorosa". El otro interlocutor, por el contrario, se halla en una situación opuesta: es un jefe de la comunidad. Es además persona conocida; se da su nombre: Jairo, de quien se dice y se repite (cuatro veces), que es "jefe de la sinagoga". Por último, se le ve muy rodeado de gente: "acompañado de mucha gente: Llegaron de su casa para... Llegaron a la casa y encontró (Jesús) el alboroto de los que...".

La primera padece un mal oculto; el segundo sufre de una manera que es confirmada por los que le rodean (v.35). Los dos se encuentran rodeados de gente trágicamente incapaz de solucionar nada: la mujer está arruinada por médicos ineficaces, y la casa de Jairo rebosa de testigos que adolecen de una "clamorosa" inutilidad.

Otro rasgo sugerente: la mujer lleva doce años enferma, que es la edad que tiene la niña. ¿Quiere el autor insinuar con esta coincidencia, que ambas están en la misma situación: en la de la humanidad enferma, mortalmente enferma, mientras no sea curada, "levantada" de la muerte por Jesús?.

Finalmente, lo que la mujer oyó decir de Jesús, despertó en ella alguna confianza (v. 27); lo que le dijeron a Jairo, contribuiría más bien al resultado opuesto (v.35). A estos personajes típicos se dirige Jesús. Actúa de dos maneras diferentes: la primera vez, como sin darse cuenta, la segunda, al término de una actuación muy consciente. Actúa mediante un contacto físico: la mujer toca su manto; él toma de la mano a la niña. Pero a este contacto le acompaña la palabra: interpela a la niña "despierta" y habla a la mujer identificada.

En este último caso, su palabra da sentido a la curación, precisando su verdadero motivo: la fe de quien se había echado estas cuentas: "Si toco...".

En el caso de Jairo, la eficaz es la palabra de Jesús: ella realiza el prodigio; y también es explicativa. Pues, si se juntan los versículos 39 y 41, se lee una catequesis cristiana sobre la acción de Jesús: "¡Levántate!", dice a la niña. El verbo utilizado aquí es idéntico al que significa la resurrección de los muertos, significado muy conocido por Marcos: "Los muertos resucitan" (12, 26), "Jesús de Nazaret... ha resucitado" (16, 6; cf 6. 14. 16).

Se presenta a Jesús como el que "levanta" a los muertos, los "resucita"; los muertos mismos están "dormidos" con el sueño que precede al último y decisivo levantamiento. Porque aquí, el "sueño" no es un eufemismo con el que se designa a la muerte, sino un término que expresa la orientación escatológica de la muerte, paso para la resurrección. "Por ser Jesús el que habla, el "sueño" de la niña está orientado a la curación.

Ante la niña "dormida", Jesús niega el poder de la muerte. Sus labios formulan una pretensión inaudita: sólo Dios puede hacer gala de ella, sólo él, que según Mc 12, 27, "no es un Dios de muertos, sino de vivos"". La palabra de Jesús se presenta con el lenguaje de la comunidad cristiana que predica a Jesús, fuente de vida, principio de la resurrección; es el lenguaje de 1 Ts 4, 13s.

Así se esclarece la página evangélica. Los dos milagros, tan parecidos entre sí que el autor ha intercalado el uno en el otro, muestran en Jesús al "médico" que él dice ser (cf. 2, 17); el único médico capaz (v. 26) de realizar la obra final: devolver la vida a los enfermos; o mejor aún: resucitar a los muertos. ¿Cómo posee el hombre Jesús tal poder?

Otro episodio similar: "Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo". Sus discípulos le dijeron: "Señor, si duerme, se curará". Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte. Entonces les dijo abiertamente: "Lázaro ha muerto y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo" (Jn 11,11-15).y cuando Jesús llegó a Betania, Marta sale a su encuentro y le dice: "Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas. Jesús le dijo: Tu hermano resucitará. Marta le respondió: Sé que resucitará en la resurrección del último día” (Jn 11,21-24). Ante el parecer de Marta Jesús es más contundente en su afirmación: "Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás” (Jn 11,25).Una vez que hace esta singular revelación fueron hacia la tumba de Lázaro y Jesús lloró (Jn 11,35). Pero en seguida viene lo más asombroso; Dijo Jesús: "Quiten la piedra". Marta, la hermana del difunto, le respondió: "Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto". Jesús le dijo: "¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?" (Jn 11,39-40). Y después de una pequeña oración Jesús gritó con voz fuerte: "¡Lázaro, ven afuera! El muerto salió con los pies y las manos atadas con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: "Desátenlo para que pueda caminar" (Jn 11,43).

martes, 18 de junio de 2024

DOMINGO XII – B (23 de Junio de 2024)

 DOMINGO XII – B (23 de Junio de 2024)

Proclamación del Santo Evangelio según San Marcos: 4,35-41

4:35 Al atardecer de ese mismo día, les dijo: "Crucemos a la otra orilla".

4:36 Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya.

4:37 Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua.

4:38 Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal.

4:39 Lo despertaron y le dijeron: "¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?" Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: "¡Silencio! ¡Cállate!" El viento se aplacó y sobrevino una gran calma.

4:40 Después les dijo: "¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?"

4:41 Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: "¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?" PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

Jesús dijo a sus discípulos: "¿Por qué tienen miedo hombres de poca fe?" (Mc 4,40). Pedro grito: “Señor, sálvame" (Mt 14,30). Jesús dijo a la mujer cananea: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!" (Mt 15,28).Jesús dijo a los que lo seguían: "Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe como el centurión” (Mt 8,10). Como es de ver, el tema de hoy es el de la fe.

Jesús les dijo a sus discípulos: "Crucemos a la otra orilla" (Mc 4,35). Dijo también: “La voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda nada de lo que él me dio, sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que el que ve al Hijo y cree en él, tenga Vida eterna y que yo lo resucite en el último día" Jn 6,39-40). Entre esta orilla (vida presente y terrena) y la otra orilla (vida eterna) estamos embarcados en la nave de la vida. Y en esta travesía estamos acompañados por Dios. Dos cosas nos resalta el evangelio: O Tenemos una fe despierta o una fe dormida: “Lo despertaron y le dijeron: ¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos? Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: ¡Silencio! ¡Cállate! El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. Después les dijo: ¿Por qué tienen miedo hombre de poca fe?” (Mc 4,39-40).

Jesús les dijo también: “Sin mi nada pueden hacer” (Jn 15,5). Una noche los discípulos están en alta mar: “Jesús caminado sobre el agua se cerca a la barca y los apóstoles se asuntan, pero Jesús les dijo: Tranquilícense, soy yo; no teman. Entonces Pedro le respondió: Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua.  Ven, le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: Señor, sálvame. En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste? En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó” (Mt 14,27-32). La gran tentación nuestra es sentirnos igual a Dios, caminar también sobre el agua.

a) Tener fe dormida: “Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal” (Mc 4,28). En otro episodio leemos: Dijo Jesús a Pedro: Simón, ¿duermes? ¿No has podido quedarte despierto ni siquiera una hora? Permanezcan despiertos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu es fuerte, pero la carne es débil" (Mc 14,37-38). Además el apóstol San Pedro nos dice: “Sean sobrios y estén siempre despiertos, porque su enemigo, el demonio, ronda como un león rugiente, buscando a quién devorar. Resístanlo firmes en la fe” (IPe 5,8-9).

Está claro que si no tenemos una fe despierta o viva y por ende Jesús está dormido, tendremos siempre un viento en contra en la vida y los problemas nos ahogaran. Andamos por esta vida como en barcas que a veces van navegando bien, sin mayor problema aparentemente, cuando vamos por aguas tranquilas.  Sin embargo, los problemas se presentan cuando la navegación se hace difícil, por las tempestades y tormentas propias de la vida de cada uno. Y es cuando nos damos cuenta que teníamos una vida sin Jesús, un fe dormida o inerte.

“Al atardecer de ese mismo día, Jesús les dijo: Crucemos a la otra orilla" (Mc 4,35). Jesús ha venido a encaminarnos hacia la otra orilla, la vida eterna. En esta travesía de esta orilla hacia la otra, tendremos muchas dificultades. Y en esos momentos de navegación difícil comenzamos a flaquear y a temer.  Nos pasa lo mismo que sucedió a los Apóstoles en el Evangelio de hoy, el cual nos narra el conocido pasaje de la tormenta en medio de la travesía de una orilla a otra del lago:  “se desató un fuerte viento y las olas se estrellaban contra la barca y la iban llenando de agua” (Mc. 4, 35-41). Sucede que Jesús iba con ellos en la barca.  Pero  ¿qué hacía el Señor? ...  “Dormía en la popa, reclinado sobre un cojín”. Fue tan fuerte la borrasca y tanto se asustaron, que lo despertaron, diciéndole: “Maestro:  ¿no te importa que nos hundamos?”. En efecto, cuando estamos navegando bien, aparentemente sin problemas, sin tempestades, tal vez ni nos acordamos de Dios pero con una fe casi inerte.  Pero cuando la travesía se hace difícil y vienen las olas turbulentas, pensamos que Jesús está dormido y que no le importa la situación por la que estamos pasando.  Tal vez hasta lo culpemos de lo que nos sucede y hasta le reclamemos indebida e injustamente.  A los Apóstoles los reprendió por eso.  Podría reprendernos también a nosotros.

b) ¿Cómo tener fe despierta?: “Lo despertaron y le dijeron: ¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos? Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: ¡Silencio! ¡Cállate! El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. Después les dijo: ¿Por qué tienen miedo hombre de poca fe?” (Mc 4,39-40).  En este pasaje Cristo muestra a los Apóstoles el poder de su divinidad.  Con una simple orden divina, el viento calla, la tempestad cesa y sobreviene la calma. Pero sucede que ahora, salvados de la tormenta que amenazaba con hundirlos, surge en ellos un nuevo temor.  “¿Quién es éste, a quien hasta el viento y el mar obedecen?”(Mc 4,41)  Se quedan atónitos del poder del Maestro.  Ya ellos habían sido testigos de unos cuantos milagros de Jesús.  Quizá hasta el momento habían pensado que era un gran Profeta o simplemente alguien muy especial.  Pero de allí a ver a la naturaleza embravecida obedecerle así... Y ese Jesús, que ha mostrado un poder que sólo Dios tiene, les dirige unas preguntas que tienen sabor de reclamo: “¿Aún no tiene fe?  ¿Por qué tenían tanto miedo?”(Mc 4,40).   Es como si les dijera: ¿No les ha bastado ver los signos que he hecho ante ustedes?  ¿No se dan cuenta aún de Quién soy?  Sólo Dios puede dar órdenes al viento, a las olas y a las tempestades.  Por eso quedan con temor, atónitos, de ver el poder divino actuando delante de ellos y, además, reclamándoles su falta de fe.

La barca: Aunque el episodio tiene un claro sentido cristológico y se centra en la pregunta: "¿Quién es éste?", no es menos verdad que tradicionalmente se ha hecho de esta narración una lectura eclesiológica. Ya desde Tertuliano, la barca se entiende como imagen de la iglesia en la que Jesús debe acompañar a sus discípulos: “Sin mi nada podrán hacer” ( Jn 15,5).  

La comparación es muy gráfica y puede dar pie a numerosos paralelismos. Una cosa, sin embargo, es clara: solamente quienes tengan conciencia de pertenecer a la Iglesia (es decir, se sientan "embarcados"), podrán vivenciar y comprender la presencia de Jesús entre los suyos (Jn 3,5). Sólo formando parte de la comunidad, se puede tener experiencia de las dificultades de ésta y del sentido fortalecedor de la presencia del Maestro. Desde fuera no es posible comprenderlo.

-El mar: Para el pensamiento bíblico, el mar tiene el significado de guarida de las fuerzas del mal. La Iglesia navega en un entorno que no le es favorable y amenaza, a veces, con engullirla. En el mejor de los casos, como todo movimiento, ha de vencer resistencias y dificultades si quiere avanzar. Para eso es necesario orar: “Señor enséñanos a orar” (Lc 11,1);  auméntanos la fe” ( Lc 17,5). Y no oramos en el camino hacia la otra orilla y no tenemos fe podemos naufragar.

-Navegar: La finalidad de una barca es navegar. Esta comparación resalta el carácter dinámico y viajero de la iglesia. Se ha de mover hacia su puerto de destino. Si permanece demasiado tiempo anclada, correrá mayor peligro de que se pudra su casco.

Aun siendo deseable, no le vamos a pedir que su trayectoria sea una rígida línea recta, pero sí es absolutamente necesario que mantenga su rumbo por medio de las oportunas correcciones o golpes de timón. Si ello se logra sin cambios pendulares, mejor que mejor.

-El motor y la fuerza: El Espíritu de Jesús ha de ser el viento que sople las velas de esta nave de la Iglesia (Jn 20,21). Movidos por otras energías, no será fácil llegar al destino. Las corrientes de agua podrán ser aprovechadas para una mayor velocidad y suavidad mientras sigan la dirección del rumbo deseado. No han sido pocos los acercamientos a Jesús que le han venido a la Iglesia por medio de las corrientes sociales de una época determinada.

-Las dificultades: La Iglesia, en cuanto formada por hombres, no está exenta de las dificultades que afectan a cualquier sociedad humana. Unas provienen del entorno, pero otras surgen en el interior mismo de la comunidad. Aun huyendo de todo masoquismo o victimismo enfermizo, la historia de la Iglesia muestra que las dificultades externas suelen tener un efecto purificador. La realidad es que las dificultades, aun no siendo gigantescas, sí que son persistentes, fuertes y multiformes como las pequeñas olas del mar de Tiberíades.

-La tripulación: La Iglesia no es una sociedad de perfectos y hay que contar con los problemas surgidos de aquellos que forman parte de ella. El cansancio, el mareo, la pérdida del equilibrio en los golpes de timón, el nerviosismo y el miedo se hacen presentes. El mar siempre parece el mismo y da la impresión de que no avanzamos. ¿Qué hemos conseguido después de tanto esfuerzo? Más que el esfuerzo realizado, es la desilusión la que hace sentir el cansancio. Los cambios, hasta los mínimos, nos hacen perder la seguridad que da lo sabido de antemano. En el barco o en el avión, la impresión de inseguridad es mayor que en tierra firme.

El miedo puede hacer su aparición. Y el miedo (Mt 17,7), como causa y como signo, puede ser lo más peligroso. La falta de fe ilusionada, la sensación de estar perdidos o simplemente el negarnos a utilizar nuestra libertad pueden hacer que la travesía sea poco feliz. La barca no naufragará, pero ante unos rostros tan serios, pocos se animarán a subir a ella.

-El puerto de destino: Al igual que la barca de Pedro, la función de la iglesia consiste en llevar la palabra de Jesús a "tierra de paganos". Así era vista por los judíos de la Decápolis, meta de la travesía. La proporción de esfuerzos evangelizadores y solidarios debe ser mucho más alta que los destinados a conservar la institución. No es una barca refugio, sino una barca misionera.

-La presencia de Jesús: La importancia de la presencia de Jesús es que constituye la fuerza, la seguridad y la esencia de este navegar. El no es un amuleto que evite las incidencias molestas del viaje, ni siquiera cuando, como diría el salmista, "los enemigos se rían de nuestro daño", pero sí que garantiza el éxito final. Nuestras presencias al lado de Jesús suelen ser "presencias-ausentes", como la de los apóstoles en Getsemaní. Las ausencias de Jesús son siempre "ausencias-presentes", como su sueño en la tormenta. ¡Señor, auméntanos la fe! (Lc 17,5).

domingo, 9 de junio de 2024

DOMINGO XI – B (16 de Junio del 2024)

 DOMINGO XI – B (16 de Junio del 2024)

Proclamación del evangelio según San Marcos 4,26-34:

4:26 "El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra:

4:27 sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo.

4:28 La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga.

4:29 Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha".

4:30 También decía: "¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo?

4:31 Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra,

4:32 pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra".

4:33 Y con muchas parábolas como estas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender.

4:34 No les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba todo. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

“El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Porque, lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu” (Jn 3,5). En dos palabras: el día de nuestro bautismo nacemos de agua y espíritu y por el reino de Dios es el mismo cielo. Para entrar en el cielo hay que estar bautizado. Jesús en todas sus parábolas habla sobre el reino de Dios, cuando nos habla sobre el cielo.

En un contexto de incomprensión Marcos introducía el domingo pasado el tema de la nueva familia de Jesús (Mc. 3. 20-35). Sigue a continuación el capítulo 4, del que está tomado el texto de hoy. Hasta ese capítulo el contenido de la enseñanza de Jesús ha sido el formulado en Mc. 1, 15: “El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios ha llegado...” En el capítulo 4 este contenido es formulado y ampliado por medio de parábolas. Marcos nos ofrece unas cuantas, una selección, y además nos informa de que el sentido de estas parábolas no es obvio ni inmediato.

La primera parábola habla de la semilla de cereal desde su siembra hasta la siega, pasando por las etapas intermedias (Mc 4,26). La segunda habla de la semilla de mostaza desde su pequeñez como semilla hasta su magnitud como hortaliza, capaz de dar cobijo a los pájaros Mc 4.31). Ambas parábolas presentan ciclos completos, totalidades en el sentido panorámico. El Reino de Dios es comparado con una totalidad, simplemente constatada en la primera parábola; exuberante y rica en la segunda.

Si en vez del abstracto "totalidad" empleamos el concreto "todos", probablemente habremos dado un paso importante para la comprensión que Marcos tiene de la enseñanza de Jesús en parábola. El texto del domingo pasado marca el final de una concepción del Reino de Dios restringida a unos pocos; las parábolas de hoy señalan el comienzo de un Reino de Dios universal, abierto a todos. De la familia según la carne a la familia según el espíritu (Mc 3,33): de la semilla a la siega; de lo pequeño a lo grande; de lo limitado a lo espacioso, de lo pasajero a lo eterno. Donde hay totalidad no hay restricción y donde hay pájaros hay libertad de movimientos (Espiritu). Con el lenguaje de las imágenes Jesús habla de un espacio donde todos podemos volar. ¡Y Jesús sabía mucho de esto: pasó mucho tiempo al aire libre! La literatura judía contemporánea de Jesús era más bien reacia a dar cabida a los no judíos en el Reino de Dios. Incluso un escrito, el cuarto libro de Esdras, obra de talante pesimista, consideraba difícil la salvación de los propios israelitas.

A las parábolas de hoy se las suele denominar parábolas del crecimiento progresivo. Queda por ver si la elección de este título es atinada o no, se pregunta un comentarista actual de Marcos.

No es ciertamente atinada la elección si por crecimiento entendemos algo que nosotros podemos forjar con nuestras buenas obras. Si fuese éste el punto de vista de las parábolas, ciertamente no constituiría una novedad reseñable dentro del judaísmo. Es preciso, pues, superar una interpretación de corte moral que relaciona el proceso del Reino de Dios con el progreso del cristiano en el bien.

En realidad, las dos parábolas de hoy se sitúan en una óptica distinta y radical: ¿Es o no el Reino de Dios una realidad abierta a todos? Sirviéndose del lenguaje de las imágenes, Jesús abre el Reino de Dios a todos de una vez por todas. El centro de atención de las imágenes es la totalidad de los ciclos, su cumplimiento, no el crecimiento. Desde una óptica así carece de sentido hablar de crecimiento progresivo. En Jesús y gracias a Jesús el Reino de Dios está abierto a todos, es un espacio donde todos podemos volar y anidar. No es, pues, de extrañar que las concepciones religiosas de corte exclusivistas sientan que sus fundamentos se resienten con estas dos parábolas.

Hay muchas escenas en las que Jesús en sus enseñanzas se vale de gestos pequeños para hacer ver la grandeza del ser: “Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes” (Jn 13,13-15). El gesto pequeño, de humildad y sencillez hace grande a la persona. Ya Dios dijo también por el profeta: “Así como el alfarero amolda la arcilla en sus manos y saca el cántaro a su gusto, así soy contigo pueblo de Israel —oráculo del Señor—. Tu eres como la arcilla en mi mis manos  pueblo de Israel” (Jer18,6).

Así, todo lo explicaba Jesús a la gente por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas (Mt 13,34). Así hoy, Jesús nos plantea dos parábolas sobre el Reino de Dios (Mc 4,26-34): La parábola de la semilla que crece por sí sola (Mc 4,26-29) y la parábola del grano de mostaza (Mc 4,30-32)

Les decía: "El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra… la tierra por sí misma produce (Mc 4,26-28).  Así es, la semilla hace su trabajo sola, quien la planta se acuesta a dormir y de la noche a la mañana, la semilla ha germinado y la planta va creciendo sola, sin que éste sepa cómo sucede este crecimiento.

En otro episodio dice Jesús: “No se inquieten por su vida, pensando qué van a comer, ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir. ¿No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido? Miren los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, y sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen ustedes acaso más que ellos? ¿Quién de ustedes, por mucho que se inquiete, puede añadir un solo instante al tiempo de su vida? (Mt 6,25-27). Y vamos comprendiendo que en efecto no todo depende del hombre, hay cosas que no están a nuestro control, por ejemplo: Como bien nos dice el Señor: La vida no depende de nosotros ni de nuestros bienes (Lc 12,15), así, pues nosotros no sabemos cuándo terminaremos nuestra existencia en este mundo (Mt 24,44).

El Reino de Dios crece de manera escondida, como la semilla escondida bajo la tierra.  Nadie se da cuenta, pero eso de tan pequeñito como la semilla tiene una vitalidad y una fuerza de expansión inigualable. Efectivamente, el Reino de Dios va creciendo en las personas que se hacen terreno fértil para el crecimiento de la semilla.  Y a veces ni nos damos cuenta, igual como le sucede al labrador que sembró, sólo se da cuenta cuando ve el brote que sale de la tierra. Hacernos terreno fértil es requisito para dejar que Dios penetre en nuestra alma para que, El haga germinar su Gracia dentro de nosotros.  Así, la semilla del Reino va germinando y creciendo secretamente dentro de cada uno.

Venga a nosotros tu Reino (Mt 6,10), rezamos en el Padre Nuestro.  ¿Cómo viene ese Reino?  Con la siguiente frase del mismo Padre Nuestro: Hágase tu Voluntad.  El Reino va creciendo en nosotros, secretamente, pero con la fuerza vital de la semilla, cuando buscamos y hacemos la Voluntad de Dios en nuestra vida, tratando de que aquí en la tierra se cumpla la voluntad divina como ya se cumple en el Cielo:  Hágase tu Voluntad así en la tierra como en el Cielo (Mt 6,10).Y ese crecimiento del Reino de Dios es obra del Mismo Señor que hace crecer como la planta, haciendo que primero la semilla se abra, luego vaya formando su raíz debajo de la tierra, para luego dar paso a las ramas, las hojas y el fruto.

El establecimiento del reino de Dios sobre la tierra, ha tenido ya un inicio, un inicio que se puede percibir como pequeño, cuando Dios mismo se ha hecho carne en Jesús el Hijo de Dios (Jn 1,14), vino al mundo, naciendo en un humilde pesebre (Lc 2,6), muy lejos de los honores para establecer su reino como Señor de Señores y Rey de Reyes (como Rey sobre todos los reyes de las naciones del mundo). Normalmente en la realeza se dan grandes festejos y honores cuando nace algún hijo ó hija del rey, pero no pasó así cuando Jesús llegó al mundo.

El inicio del establecimiento del reino de Dios sobre la tierra con Jesús, Dios Hijo hecho carne, viniendo sin honores típicos de la realeza de su época, y con la muerte de Jesús en la cruz como si fuera criminal sin serlo, fue un inicio pequeño, pero Jesús resucitó dijo sus apósteles: "Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía que, es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos. Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: Así estaba escrito que, el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto” (Lc 24,44-47).

Las dos parábolas: La semilla que crece por si sola y el grano de mostaza, tratan acerca del crecimiento de la semilla. Pero mientras que en la parábola del crecimiento de la semilla el énfasis está en que la semilla de "suyo tiene vida" y por esta razón crece, en la parábola de la mostaza nos va a explicar hasta dónde llega este crecimiento.

El grano de mostaza: La semilla de mostaza que es del tamaño de la cabeza de un alfiler. En los tiempos de Jesús se usaba frecuentemente para referirse a la cosa más pequeña que se pudiera imaginar. De hecho, la expresión "pequeño como una semilla de mostaza" había llegado a ser un proverbio. Por ejemplo, el Señor Jesucristo lo usó para referirse a la fe de sus discípulos: "Si tuvieran fe como un grano de mostaza..." (Mt 17:20). A pesar de que la semilla es tan pequeña, la planta de mostaza puede llegar a alcanzar hasta cerca de cuatro metros de altura con un tallo grueso como el brazo de un hombre.

La parábola en relación al Reino de Dios es el punto esencial, es el contraste entre un comienzo pequeño y un resultado grande, entre el principio y el fin, entre el presente y el futuro del Reino. La semilla del Reino sembrada por Jesús en el campo del mundo, a pesar de su comienzo minúsculo e irrisorio, tendrá finalmente por su propia vitalidad interna, un crecimiento desmesurado y sobrenatural.

Seguramente tenía que ver con su propio ministerio público: un judío desconocido, en un rincón perdido de Palestina, rodeado de un puñado de discípulos sin demasiada cualificación y abandonado finalmente por las multitudes. Sin reconocimiento de los líderes religiosos y sin ninguna clase de influencia política. ¿Qué podía surgir de aquí? Pero todo esto no es nada comparado con la terrible debilidad manifestada en la cruz. ¿Quién podría imaginar que de un judío ajusticiado en una cruz por el imperio romano, rechazado por su propio pueblo y abandonado por sus discípulos, pudiera surgir un movimiento que dos mil años después siguiera creciendo por todos los países del mundo? Como Pablo resume: "Nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente escándalo, y para los gentiles locura"(1 Co 1:23).

“Hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándolos a cumplir todo lo que yo les he enseñado” (Mt 28,19). Aquel pequeño grupo de discípulos asustados y perseguidos (Jn 20:19), se convertirá en una multitud que nadie puede contar: "Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos" (Ap 7,9).

Así que, en el momento actual, Dios no reina manifestando todo su poder, sino que por el contrario, su presencia en este mundo, aunque real y viva, es humilde y muchas veces oculta. Incluso sus propios siervos, aunque ya tienen dentro de sí mismos la semilla que producirá estos resultados extraordinarios, son frágiles y débiles, expuestos a innumerables peligros. El apóstol Pablo lo expresó perfectamente: "Pero tenemos este tesoro en vasos de barro..." (2 Co 4:7), "Miren, hermanos, su vocación, que no son muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles"(1 Co 1:26-27). Esta falta de importancia, de influencia y de fuerza social de la Iglesia a través de los siglos ha venido a confirmar en cada momento las palabras de Jesús: "manada pequeña..." (Lc 12:32), "yo los envío como a ovejas en medio de lobos"(Mt 10:16).

Jesús dijo que ni aún un vaso de agua dado en su nombre quedaría sin recompensa (Mt 10:42). A menudo somos víctimas del engaño en el sentido de que para que algo sea importante debe acompañarse siempre de gran ruido. Dios es diferente en su modo de actuar. Él actúa de formas casi imperceptibles. Debemos animarnos en nuestro servicio al Señor sabiendo que las grandes cosas proceden de principios muy pequeños. No despreciemos nunca el día de los comienzos humildes (Zac 4:10) y no caigamos en la tentación de pensar que para lo poco que podemos hacer no vale la pena ni siquiera empezarlo. No nos desanimemos por el aparente fracaso y la pobreza presente, sino tengamos confianza en la Palabra del Señor que hará que todo esfuerzo honesto por servirle será finalmente multiplicado para su gloria.

Jesús llama a entrar en el Reino a través de las parábolas, rasgo típico de su enseñanza (Mc 4, 33-34). Por medio de ellas invita al banquete del Reino (Mt 22, 1-14), pero exige también una elección radical para alcanzar el Reino, es necesario darlo todo (Mt 13, 44-45); las palabras no bastan, hacen falta obras (Mt 21, 28-32). Las parábolas son como un espejo para el hombre: ¿acoge la palabra como un suelo duro o como una buena tierra (Mt 13, 3-9)? ¿Qué hace con los talentos recibidos (Mt 25, 14-30)? Jesús y la presencia del Reino en este mundo están secretamente en el corazón de las parábolas. Es preciso entrar en el Reino, es decir, hacerse discípulo de Cristo para "conocer los Misterios del Reino de los cielos" (Mt 13, 11). Para los que están "fuera" (Mc 4, 11), la enseñanza de las parábolas es algo enigmático (Mt 13, 10-15). (NC 546).

martes, 4 de junio de 2024

X DOMINGO T.O. CICLO B (09 de Junio de 2024)

 X DOMINGO T.O. CICLO B (09 de Junio de 2024)

Proclamación del Santo evangelio según san Marcos 3,20-35

3:20 Jesús regresó a la casa, y de nuevo se juntó tanta gente que ni siquiera podían comer.

3:21 Cuando sus parientes se enteraron, salieron para llevárselo, porque decían: "Es un exaltado".

3:22 Los escribas que habían venido de Jerusalén decían: "Está poseído por Belzebu y expulsa a los demonios por el poder del Príncipe de los demonios".

3:23 Jesús los llamó y por medio de comparaciones les explicó: "¿Cómo Satanás va a expulsar a Satanás?

3:24 Un reino donde hay luchas internas no puede subsistir.

3:25 Y una familia dividida tampoco puede subsistir.

3:26 Por lo tanto, si Satanás se dividió, levantándose contra sí mismo, ya no puede subsistir, sino que ha llegado a su fin.

3:27 Pero nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes, si primero no lo ata. Sólo así podrá saquear la casa.

3:28 Les aseguro que todo será perdonado a los hombres: todos los pecados y cualquier blasfemia que profieran.

3:29 Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás: es culpable de pecado para siempre".

3:30 Jesús dijo esto porque ellos decían: "Está poseído por un espíritu impuro".

3:31 Entonces llegaron su madre y sus hermanos y, quedándose afuera, lo mandaron llamar.

3:32 La multitud estaba sentada alrededor de Jesús, y le dijeron: "Tu madre y tus hermanos te buscan ahí afuera".

3:33 Él les respondió: "¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?"

3:34 Y dirigiendo su mirada sobre los que estaban sentados alrededor de él, dijo: "Estos son mi madre y mis hermanos.

3:35 Porque el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados hermanos en la fe Paz y bien.

“Nadie, movido por el Espíritu de Dios, puede decir: Maldito sea Jesús. Y nadie puede decir: Jesús es el Señor, si no está impulsado por el Espíritu Santo” (Icor 12,3). Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre” (Lc 1,41-42).

“Una familia dividida no puede subsistir” (Mc 3,25)… “El que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mc 3,35). “Les aseguro que todo será perdonado a los hombres: todos los pecados y cualquier blasfemia que profieran. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás: es culpable de pecado para siempre" (Mc 3,28-29). El evangelio de hoy nos habla de dos temas: La unidad en la familia y la blasfemia contra el Espíritu Santo que no se perdonara nunca. Otro episodio paralelo nos dice: “Al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en esta vida ni en el futuro” (Mt 12,32). En efecto, en este mundo se perdonan todos los pecados con tal que haya arrepentimiento y propósito de no volver a pecar; pero hay pecados que no se perdona ni aquí ni en la otra vida. Lo que significa que hay pecados que se perdonan en la otra vida.

Primero: “Una familia dividida no puede subsistir (Mc 3,25)… El que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mc 3,35). La cita paralela: "Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la practican" (Lc 8,21); nos contextualiza panorámicamente el tema. ¿Cómo saber si estamos unidos a Dios y unidos en una sola familia? Jesús nos dice: “Los que escuchan la Palabra de Dios y la practican" (Lc 8,21). “No son los que me dicen: Señor, Señor, los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo” (Mt 7,21). “Por sus frutos los reconocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos? Así, todo árbol bueno produce frutos buenos y todo árbol malo produce frutos malos” (Mt 7,16-17). “Uds. no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos” (Mt 23,8).

Dios nos dice: “Santifíquense guardando y poniéndolos en práctica mis mandamientos porque yo soy el Señor quien lo santifico” (Lv 20,7). La mejor estrategia para santificarnos es el amor: “El que dice que ama a Dios y no ama a su hermano es un mentiroso” (I Jn 4,20). Jesús nos dice. “Les doy un mandamiento nuevo. Ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros" (Jn 13,34-35).

Segundo: “Les aseguro que todo será perdonado a los hombres: todos los pecados y cualquier blasfemia que profieran. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás: es culpable de pecado para siempre" (Mc 3,28-29). “Al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en esta vida ni en el futuro” (Mt 12,32). Nos habla sobre pecados que en la otra vida si se perdonaran y pecados que no se perdonaran. Y el tema latente es el Purgatorio.

Hoy, el hombre se está acostumbrando a vivir sin responder a la cuestión más vital de su vida: por qué y para qué vivir. Lo grave es que, cuando la persona pierde todo contacto con su propia interioridad y misterio, la vida cae en la trivialidad y el sinsentido. Se vive entonces de impresiones, en la superficie de las cosas y de los acontecimientos, desarrollando sólo la apariencia de la vida. Probablemente, esta banalización de la vida es la raíz más importante de la increencia de no pocos. Cuando el ser humano vive sin interioridad, pierde el respeto por la vida, por las personas y las cosas. Pero, sobre todo, se incapacita para «escuchar» el misterio que se encierra en lo más hondo de la existencia.

El hombre de hoy se resiste a la profundidad. No está dispuesto a cuidar su vida interior. Pero comienza a sentirse insatisfecho: intuye que necesita algo que la vida de cada día no le proporciona. En esa insatisfacción puede estar el comienzo de su salvación. Pecar contra ese Espíritu Santo sería cargar con nuestro pecado para siempre. El Espíritu puede despertar en nosotros el deseo de luchar por algo más noble y mejor que lo trivial de cada día. Puede darnos la audacia necesaria para iniciar un trabajo interior en nosotros.

“Vino a su casa, y los suyos no la recibieron” (Jn 1,11). “El amor une, el odio divide” (Prov 10,12).

Dos hechos que, de suyo, no tienen unidad entre sí ocupan el pasaje del evangelio de hoy: la familia de Jesús viene a hacerse cargo de él; pero el relato se ve interrumpido, pues Jesús debe responder a quienes le acusan de echar los demonios en virtud de Belcebú; después vuelve a relatarse el episodio de la familia de Jesús. En realidad. Como veremos, existe un cierto vínculo entre estos dos acontecimientos que, a primera vista, parecen complicar el relato.

Los milagros de Jesús, evidentemente, no pasan desapercibidos, lo cual no deja de inquietar a los escribas y a la familia misma de Jesús. Este se ve cada vez más rodeado por la muchedumbre, y sabemos por el evangelio de hoy que incluso le resulta imposible comer en la casa de la que tantas veces habla Marcos y en la que Jesús habitaba cuando vivía en Cafarnaún. En particular, los exorcismos realizados por Jesús habían impresionado a las autoridades religiosas. Para los judíos, el tener autoridad sobre los demonios, como Cristo la tenía, podía provenir del mismísimo Dios, como un poder otorgado a uno de sus enviados, o bien del demonio. La muchedumbre es más crédula y se inclina, sin especiales razonamientos, por la primera solución: el que expulsa de ese modo a los demonios y realiza tantos milagros no puede ser sino un enviado de Dios. Los jefes de la sinagoga y los escribas no piensan del mismo modo, y así lo manifiestan en el relato que hoy escuchamos.

La respuesta de Jesús equivaldría a declararse a sí mismo como enviado de Dios. Observemos que Jesús no responde directamente a la afirmación de lo que él es. Cristo utiliza, para su respuesta, dos ejemplos: el reino dividido y el ejemplo del hombre fuerte. El reino, la casa dividida. La respuesta es sencilla. Si Belcebú, príncipe de los demonios, expulsa a los demonios, entonces es que el reino de Satanás está dividido. Si los enemigos están divididos entre sí, es evidente que perderán la batalla. Por tanto, la "casa" de Satanás está a punto de hundirse.

El hombre fuerte. Se trata de una casa en la que vive un hombre fuerte. Es imposible entrar en ella y robar sus bienes si previamente no se le ha atado. Esto es lo que hace Jesús. Satanás es ese hombre fuerte que intenta tener el mundo en su poder. Para arrebatárselo, primero hay que maniatar a Satanás. Y en ese momento comienza el final de su reinado. Es lo que demuestran los exorcismos: el reino de Satanás ha llegado a su fin; se produce ahora la presencia del Mesías y del nuevo reinado anunciado ya a Juan Bautista.

Por lo que se refiere a los escribas, estos son reos de un "pecado eterno"... En efecto, a pesar de las diversas pruebas que Jesús ha dado de haber sido enviado por el Padre, ellos se niegan a creer. Pero no solamente se niegan a creer, sino que acusan a Jesús de que lo que realiza lo hace con la ayuda de un espíritu impuro. Y esto es una blasfemia grave e imperdonable, porque significa oponerse al Espíritu. Al proferir esa blasfemia, se niega uno a recibir al Enviado, se rechaza la salvación. Y para este rechazo, que no es sólo debilidad, sino perversidad y mala fe, no hay perdón posible: es un pecado eterno.

Marcos reanuda entonces el relato que había comenzado: la familia de Jesús le busca. Su Madre, María, está presente. Marcos la cita en primer lugar, como lo hace siempre que la Virgen interviene, junto con otros, en un relato. No vamos a insistir sobre el problema de "los hermanos y hermanas" de Jesús. Sabemos de sobra que, entre los semitas, se designa con este nombre tanto a los hermanos de sangre como a los primos y otros parientes. Para no citar más que el evangelio, digamos que Mateo llama hermanos de Jesús a Santiago y José (Mt 13, 55), los cuales son hijos de una tal María que no es la madre de Jesús (Mt 27, 56).

La respuesta de Jesús a propósito de su madre y sus hermanos podría hacer creer que estos no cumplen la voluntad del Padre. En realidad, no se dice nada de esto. Jesús no los excluye en absoluto, sino que mira a quienes están en torno a él y dice: "Todos los que hacen la voluntad de Dios son mi hermano, mi hermana y mi madre". Con lo cual pone de manifiesto la íntima vinculación que se crea entre él, enviado por el Padre, y los que cumplen la voluntad de Dios.

¿Tiene una resonancia actual este pasaje del evangelio? Cualquiera que sea el modo que hoy tengamos de concebir el problema del demonio, sin negar su existencia, no podemos ignorar las fuerzas que se aúnan siempre para luchar contra la Iglesia. Pero en esta lucha la Iglesia no libra un combate imposible: sabe que tiene a Cristo consigo; sabe que el infierno no puede prevalecer sobre ella. Pero esto no tiene por qué darle una seguridad triunfalista. Debe estar siempre en guardia y "purificarse cada año", como se lee en una oración del tiempo de Cuaresma. Si la Iglesia, en sus sacramentos, es una prolongación de Cristo, sin embargo no se confunde con él. Este triunfalismo lo rechaza la misma Iglesia, que se halla siempre en estado de lucha contra las potencias del mal. En este combate, la Iglesia sabe que puede conseguir la victoria; es más, está segura de ello. Cada uno de sus miembros es consciente de que, en la lucha, tiene consigo a su Jefe que venció la tentación en los cuarenta días del desierto. Pero se trata de vivir en intimidad con Cristo y, para ello, hay que creer que él es el Enviado y cumplir la voluntad del Padre para poder se llamado por él, con toda verdad, su hermano y su hermana.

Promesa de victoria sobre Satanás (Gn 3,9-15): El texto es de sobra conocido y sabemos perfectamente qué debemos pensar acerca del marco literario adoptado por el autor y de lo esencial que en dicho texto se nos enseña. El relato constituye a la vez el análisis psicológico y religioso de todo lo que, en el futuro, será tentación, pero también victoria. Una victoria que será la victoria de Dios, pero a la que se verá asociado el hombre. Podrá suceder que el hombre ceda ante el demonio, pero siempre recibirá la gracia para inmediatamente vencer por sí mismo, con las armas de Cristo, a ese mismo demonio que le ha seducido. Es la grandiosa historia de la salvación que siempre se ha vivido en la Iglesia. Es a partir del hombre pecador como el Señor juzga y conoce el pecado. A partir de la debilidad el Señor juzga y conoce la fuerza del mal. El relato del Génesis debe imbuirnos de optimismo desde el momento en que lo entendamos a la luz del Apocalipsis, donde se describe el triunfo del Cordero y nuestro triunfo en esperanza al final de los tiempos. El lugar de la Virgen María ha sido exaltado por la Iglesia dentro del marco de esta lucha y de la obtención de la victoria. La Encarnación de Cristo, para la que ella dio su consentimiento, nos dio un Salvador que ha compartido todas nuestras luchas y nuestros sufrimientos, a excepción del pecado, y que ha vencido a la muerte y ha resucitado.

La respuesta, formulada en el salmo 129, canta esta victoria sobre el mal: "En el Señor está el perdón y la abundancia de rescate".

Creemos y anunciamos (2 Co 4,13-5, 1): Como se sabe, esta segunda lectura no ha sido escogida con el mismo criterio que las anteriores. Pero, sin forzar el sentido de los textos, puede relacionarse con las otras dos, siempre que consideremos que el tema central de estas es la victoria sobre el mal.

San Pablo nos narra sus luchas y sus sufrimientos, su debilidad. Lo que le sostiene, en medio de las pruebas que tiene que soportar y que ofrece para el bien de los corintios, es la fe en Cristo, vencedor de la muerte y del mal y resucitado. Pablo cree en su propia resurrección con la de Jesús: sabe que será resucitado con Jesús y presentado ante el que le resucitó, juntamente con sus lectores, por quienes ofrece sus luchas.

Pero hemos de tener una clara visión del sentido de la vida actual. Aunque el hombre exterior que hay en nosotros se encamine hacia su ruina, el hombre interior se renueva cada día. Cristo, que expulsó a los demonios durante su existencia terrestre y ha vencido definitivamente sobre ellos en virtud de su pasión y su resurrección, renueva día tras día a nuestro hombre interior. San Pablo nos comunica aquí su experiencia personal. Una experiencia costosa. Pero hay que saber dar en la fe un juicio sereno sobre los verdaderos valores: nuestras pruebas del momento presente son insignificantes en comparación con la extraordinaria abundancia de gloria eterna que nos deparan. Nuestra mirada no debe detenerse en lo que se ve, sino en lo que no se ve y es eterno. La victoria de Cristo sobre el demonio y el mal es de tal calibre, que nuestro mismo cuerpo, arruinado por el pecado, aunque tenga que ser destruido resucitará para durar eternamente.

Esta experiencia que sólo es posible en la fe, este optimismo inquebrantable, es lo que quiere transmitirnos Pablo. El canto que introduce el evangelio de hoy nos hace alcanzar esta esperanza en la fe y proclama el triunfo de Cristo y el nuestro propio: "El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Es la mujer quien aplastará a la serpiente). "Por él se harán hijos de Dios todos cuantos le reciben" (Jn 1, 14, 12).