DOMINGO XX – B (18 de agosto del 2024)
Proclamación del santo evangelio según san Juan 6,51-58:
6:51 Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de
este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del
mundo".
6:52 Los judíos discutían entre sí, diciendo: "¿Cómo
este hombre puede darnos a comer su carne?"
6:53 Jesús les respondió: "Les aseguro que si no comen
la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.
6:54 El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida
eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
6:55 Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la
verdadera bebida.
6:56 El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo
en él.
6:57 Así como, el que me envió posee la vida, y yo vivo por
el Padre, de la misma manera, el que come mi carne vivirá por mí.
6:58 Este es el pan bajado del cielo; no como el que
comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá
eternamente". PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados(as) hermanos(as) en el Señor Paz y bien.
¿Qué es y a que venimos a la misa? Quizá, venimos a la misa
como quien va al mercado a buscar esto o aquello. Lo primero es lo que nosotros
buscamos, no lo que la misa es. Nuestra actitud debería ser todo lo contrario:
Lo primero es la eucaristía, no somos nosotros y nuestras necesidades. Lo
primero, en la Eucaristía, ES EL SEÑOR JC. La misa es sobre todo esto: EL
ENCUENTRO CON JC, (Jn 6,56). El reunirnos en torno a la mesa para renovar su
memorial, su recuerdo vivo, mediante la participación en el Pan que es su
Cuerpo, su Carne entregada por nosotros, para dar vida al mundo. El pan del que
habla JC, antes de ser este pan de la eucaristía, es él mismo. JC que nos da el
Pan de vida; nos da su Cuerpo. Sería mejor decir: JC SE NOS DA EL MISMO, EL PAN
ES EL. No comulgamos en el Cuerpo de JC, sino en JC, que tiene cuerpo y que se
hace pan y viatico para la vida eterna.
LA EUCARISTÍA ES EL MEMORIAL DE UN HOMBRE AJUSTICIADO: “EL
ES EL DORDERO DE DIOS QUE QUITA EL PECADO DEL MUNDO” (Jn 1,29). Por eso
hablamos de la carne de JC atravesada en la cruz, por eso hablamos de la sangre
derramada hasta el fin. Pero al mismo tiempo la Eucaristía es también es el
acto de fe en la resurrección. En la de JC y en la nuestra. Es lo que hemos
leído en el evangelio de hoy: hay una carne y una sangre que son comida y
bebida que da vida. Por eso utilizamos estos signos sencillos que expresan
comunicación de vida: El pan que alimenta y el vino que alegra el alma.
Comulgamos en la Vida de JC, en una vida que creemos es una realidad, una
fuerza, un camino. Mejor dicho: creemos que es la Vida, la Fuerza, el Camino.
Esto es para los creyentes la santa misa: injertarnos en la vida santa de JC,
lucha y entrega. Pero que por eso mismo creemos que es realidad y esperanza de
vida eterna y absoluta
Dijo Jesús a los judíos: “Si no creen cuando les hablo de
las cosas de la tierra, ¿cómo creerán cuando les hable de las cosas del cielo?
Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre
que está en el cielo” (Jn 3,12-13). Más aun, pusieron férrea resistencia ante
las palabras de Jesús cuando dijo “He bajado del cielo no para hacer mi
voluntad sino la voluntad de aquel que me envió” (Jn 6,38). Ellos reaccionaron
en el nivel humano y dijeron: pero si conocemos a la mamá, al papá, si este es
Jesús y como dice que ha bajado del cielo. Como ya sabemos también, la
encarnación (Jn 1,14) suscitó una gran dificultad en el entendimiento de los
judíos.
Hoy nos encontramos con otra resistencia según la lógica de
la razón humana de los judíos. Cuando Jesús les dijo “Yo soy el pan vivo bajado
del cielo, el que coma de este pan vivirá para siempre” (Jn 6,51). Inmediatamente
la gente reaccionó y se preguntaron: “¿Cómo puede éste hombre darnos a comer su
carne?” (Jn 6,52). La gente no entendía (Mc 6,52). Y si no entendían en aquella
época las palabras dichas por el mismo Señor, menos hoy nosotros si aún persistimos
en tomar las cosas de Dios con razones humanas y no con el don de la fe (Lc
17,5).
El evangelio de este domingo contiene siete afirmaciones que
como resumen recapitula el discurso del pan de vida. Hay siete preguntas que
sirven de hilo conductor y que dan la estructura de todo el discurso del pan de
vida, de esta bella catequesis sobre el pan trascendente. Hay siete preguntas y
siete afirmaciones.
En efecto, una vez que en el domingo pasado, descubrimos que
no solo Jesús es el verdadero pan del cielo (Jn 6,55) y que hoy nos reitera, el
pan de vida sino que hay que comerlo (Jn 6,53). Hay que pasar de comer el pan
que dura un día a comer la carne de Jesús que dura hasta la vida eterna (Jn
6,26). Y con esto se aludía al misterio de la Encarnación, porque el término
carne aquí evocaba “la Palabra se hizo carne” (Jn 1,14). Se añadió entonces una
especificación importantísima: “Yo la doy para la vida del mundo y es mi carne
para la vida del mundo” (Jn 6,51). De esta manera se nos estaba enseñando a
comprender, a acoger el misterio del sacrificio redentor de Cristo en la cruz
en el pan eucarístico, escena que resaltan los evangelios sinópticos: “Tomen y
coman que esto es mi cuerpo, tomen y beban que este es el cáliz de mi sangre”
(Mt 26,26; Mc22,19; Mc 14,22). Escenas que anteceden a la pasión de la cruz
redentora.
En las siete afirmaciones se repite siempre y ni una sola
vez falta, la palabra “comer”. Comer significa asimilar, significa saber decir
Amén que es un “si” eucarístico, significa hacer verdaderamente la comunión. No
un Jesús al cual contemplamos a distancia. Es Jesús a quien ahora encarnamos. A
quien ahora nosotros nos hacemos uno con Él. Y para mayores luces acudimos dos
afirmaciones textuales: 1) Dijo Jesús: “Yo y el Padre somos una sola cosa” (Jn
10,30). 2) San Pablo exclamó: “Vivo yo pero no soy yo el que vive, es Cristo
quien vive en mi” (Gal 2,20).
La primera afirmación que comienza en negativo, en
condicional. “Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no
tienen vida en Uds” (Jn 6,53).
La segunda afirmación, por el contrario es positiva: “El que
come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el
último día” (Jn 6,54).
La tercera afirmación es reiterativa: “Mi carne es verdadera
comida y mi sangre es verdadera bebida” (Jn 6,55).
La cuarta afirmación es de orden proposicional sobre la
alianza. “El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él” (Jn
6,56).
La quinta afirmación es una comparación: “Así como el Padre
que me ha enviado posee la vida y yo vivo por Él, así también el que me coma
vivirá por mí” (Jn 6,57). La naturaleza de la alianza entre el discípulo y el
Maestro viene de la comunión del Padre y del Hijo porque comulgar es hacer viva
alianza con Cristo y en Él con la Trinidad. Y esta afirmación corona toda la
enseñanza respecto a la sagrada comunión.
La sexta afirmación es de orden demostrativa, presencial y
comparativa cuando Jesús dice: “Este es el pan que ha bajado del cielo, no como
el pan que comieron sus antepasados y murieron” (Jn 6,58).
La séptima afirmación y la última, es de orden exclamativa y
definitiva, para aquel que entra en alianza y en comunión con Cristo a través
de la Eucaristía: “El que coma de este pan vivirá para siempre” (Jn 6,58b).
Estas siete afirmaciones categóricas respectico a la sagrada
comunión con Jesús eucaristía en necesario para el trabajo pastoral agregar dos
afirmaciones condicionales propuestas por San Pablo respecto a la sagrada
comunión: 1) “Que cada uno se examine a sí mismo antes de comer este pan y
beber esta copa” (I Cor 11,28). Se refiere al sacramento de la confesión. 2)
“Porque, quien come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su
propia condenación” (I Cor 11,29).
Las siete afirmaciones repiten una sola idea. Que Jesús es
el verdadero pan, el pan que da la vida, la vida eterna, vivimos de Él. Vivimos
de lo que recibimos y este pan tiene que ser comido, y comerlo significa no
solamente asimilarlo como palabra y como ejemplo, como modelo de vida sino
asimilarlo como víctima ofrecida en sacrificio por mí. Víctima con la cual hay
que entrar en una misteriosa comunión.
Cada vez que comulgamos (I Cor 11,26) nosotros estamos
invitados a asimilar el pan; Cristo. Tu no puede decir que desayunaste
simplemente colocando el pan sobre la mesa, mirándolo un par de minutos y
pensando que ya desayunaste, ¡No! Tienes que coger el pan y tienes que
masticarlo y comerlo. Pues bien, esa analogía explica la comunión. A Jesús hay
que comerlo. ¿Qué quiere decir eso? No basta únicamente con mirarlo y mirarlo y
mirarlo. Eso ocurre con los que van a la misa y no comulgan, solo miran y creen
que es suficiente que hayan ido a la misa el domingo y no comulgan. Para
comulgar válidamente y para que produzca gracia en mí, tengo que estar en
gracia. Y si la conciencia me acusa que estoy en pecado, debo de confesarme y
luego comulgar.
Lo que nosotros encarnamos, asimilamos, lo hacemos una sola
cosa con nosotros y es nada más y nada menos VIDA NUEVA. Vida nueva porque,
llevamos a Jesús eucaristía y porque Jesús dijo: “ Yo y el Padre somos una sola
realidad” (Jn 10,30). Por esta razón dijo Pablo: “Ya no vivo yo, es Cristo
quien vive en mi” (Gal 2,20). Ahora en una vida ceñida en Jesús glorificado,
mis actos tienen que reflejar esa vida nueva en cada acto de mi vida diaria que
en resumen nos lo dice Juan: “El que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El
que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (I Jn 4,7-8). Y algo
más: “El que dice: Amo a Dios, y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo
puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? Este
es el mandamiento que hemos recibido de él: el que ama a Dios debe amar también
a su hermano” (I Jn 4,20-21).
San Pablo dice: “El pan que partimos, ¿no es comunión con el
Cuerpo de Cristo? Ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos,
formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único pan” (Icor 10,16-17).
En efecto, el pan es unión cantidad de trigo; así el pan eucarístico nos une
con Dios y con los hermanos en la iglesia. De Ahí que, no podemos comulgar en
la Eucaristía y regresar a la casa egoístas ceñidos en el odio o rencor. Cuando
comulgamos hacemos alianza con Cristo, nos hacemos uno con Él: ‘Él en mí y yo
en Él’.
Jesús en su enseñanza subraya que el hombre: nosotros,
ustedes y yo, estamos llamados a alimentarnos del Verbo hecho carne (Jn 1,14),
alimentarnos de Él como Palabra en la que hay que creer, como ejemplo que hay
que seguir, como víctima propiciatoria a la que hay que adherirse. Adherirse
místicamente, profundamente en un acto sacramental. En términos más sencillos y
más pobres, Jesús es la vida del hombre y su enseñanza da sentido a lo que
hacemos cuando nos dice: “El que me envió esta en la verdad, y lo que El me
enseño, eso es lo que yo enseño al mundo” (Jn 8,26).
“Dios creó al hombre a imagen suya, a imagen de Dios
le creó, varón y mujer los creó” (Gn 1,27). El hombre ha sido creado para
vivir en y con Dios y el Hijo, Cristo Jesús es el medio para llegar a Dios.
Vivir de Él mediante la fe que escucha su Palabra. Que le recibe como un Hijo
de Dios, que cree que Él es el Hijo de Dios encarnado, el Hijo de Dios que ha
dado su vida por mí. Comulgar es encarnar el sentido de la muerte y
resurrección de Cristo, el acto salvífico por excelencia. Es traer a mí todo el
poder y la fuerza de la cruz y hacerme uno con el crucificado mediante la
comunión misteriosa con su sacrificio, su muerte, su cuerpo y su sangre
benditos, entregados por nosotros en la cruz. Nosotros estamos destinados a
vivir de Jesús. A encontrar en Cristo la plenitud de nosotros mismos y a
realizar su destino en la comunión y en la identificación con Él. Comulgamos
con sus opciones, con sus actitudes, con sus comportamientos, con todo el
evangelio. Y comulgamos con la mayor de todas sus opciones, la de dar la vida
por los demás.
Dios nos habla por el profeta que hará con su pueblo nueva
alianza: “No será como la Alianza que establecí con sus padres el día en que
los tomé de la mano para hacerlos salir del país de Egipto, mi Alianza que
ellos rompieron, aunque yo era su dueño —oráculo del Señor—. Esta es la Alianza
que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días —oráculo del
Señor—: pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré
su Dios y ellos serán mi Pueblo (Jer 31,32-33). Como es de ver, Dios hizo en su
Hijo Jesús esta nueva alianza y definitiva. Por eso el Hijo tiene la misión de
perdonar y reconciliar a la humanidad entera con Dios: “Porque yo habré
perdonado su iniquidad y no me acordaré más de su pecado” (Jer 31.34).
En la última cena Jesús tomó el pan, pronunció la bendición,
lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomen y coman, esto es mi
Cuerpo". Después tomó el cáliz, dio gracias y se la entregó, diciendo:
"Tomen y beban, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se
derrama por Uds. para el perdón de los pecados” (Mt 2,26). “Aquel día
comprenderán que yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y yo en
ustedes. El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y
al que me ama mi Padre lo amara, y vendremos y haremos morada en él" (Jn
14,20-21). En la sagrada comunión entramos en comunión con Jesús Eucaristía y
por Jesús entramos en comunión con Dios: “Así como, el que me envió posee la
vida, y yo vivo por el Padre, de la misma manera, el que come mi carne vivirá
por mí” (Jn 6,57). Porque –dice Jesús- mi carne es la verdadera comida y mi
sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y
yo en él” (Jn 6,55-56).