lunes, 9 de junio de 2025

DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD – C (15 de Junio de 2025)

 

DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD – C (15 de Junio de 2025)

Proclamación del santo evangelio segun San Juan 16,12-15:

16:12 Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora.

16:13 Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo.

16:14 Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes.

16:15 Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: "Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes". PALABRA DEL SEÑOR.

Reflexión:

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

Dijo Jesús a Felipe: “Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí” (Jn 14,11). Hoy nos ha dicho:  “Todo lo que es del Padre es mío" (Jn 16,15). Y luego: “Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo” (Jn 16,13). EL Espíritu no solo es Inteligencia o fuerza sino que es también conocimiento de Dios. Por el Espíritu conocemos al Hijo: “Nadie puede decir Jesús es el Señor si no es movido por el Espíritu Santo” (I cor 12,3). Y Por el Hijo conocemos lo que es el Padre. Y las tres divinas personas nos constituye en ser Imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26), cuando somos bautizados: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19).

Si nos preguntan por ser creyentes al ser bautizados: ¿Cuál es el principio de tu fe? ¿Qué concepto de Dios manejas? O si te piden descríbeme a ese Dios en quien crees. ¿Por dónde empezarías? El art. 27del Nuevo Catecismo dice: “El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar: “La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador” (GS 19,1).

Hasta el día de hoy, el hombre ha expresado su búsqueda de Dios por medio de sus creencias y sus comportamientos religiosos (oraciones, sacrificios, cultos, meditaciones, etc.). A pesar de las ambigüedades que pueden entrañar, estas formas de expresión son tan universales que se puede llamar al hombre un ser religioso: “Dios creó, de un solo principio, todo el linaje humano, para que habitase sobre toda la faz de la tierra y determinó con exactitud el tiempo y los límites del lugar donde habían de habitar, con el fin de que buscasen a Dios, para ver si a tientas le buscaban y le hallaban; por más que no se encuentra lejos de cada uno de nosotros; pues en él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17, 26-28).

Por tanto, para dar razón de nuestra fe no hemos de mirar al cielo, ni tomarnos la cabeza, sino ponernos de rodillas y empezar a recitar la oración del credo: “Creo en solo Dios Padre todo poderoso, creador del cielo y de la tierra… Creo en el Hijo único de Dios… Creo en el Espíritu Santo dador de vida…” Ahí está el principio y el fundamento de nuestra fe. Creemos en un Solo Dios pero que tuvo a bien revelarse de tres diversas formas: Como Padre cuya función es la de crear. En el Hijo cuya función es la de Redimir (salvar a la humanidad). En el Espíritu Santo que tiene la función de santificar y hacer actual las cosas sagradas (Ap 21,5). De estas tres divinas personas solo el Hijo asumió la naturaleza humana: “La palabra de Dios se hizo hombre y habito entre nosotros” (Jn 1,14). Jesús nos dice: “Yo y el Padre somos una sola realidad” (Jn 10,30). Jesús resucitado mismo dijo: “La paz este con Uds. Como el Padre eme envió así también les envío yo. Dicho esto soplo sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu santo” (Jn 20,21-22).

Dios es amor (I Jn 4,8). Si Dios es amor, entonces con razón quiso el hombre entrara en esta sintonía de su amor, por eso le dio el título de ser su: “Imagen y semejanza” (Gn 1,26). Lo que significa que el misterio de la Trinidad (Padre, Hijo, Espíritu Santo) es el despliegue de su amor para la humanidad. Con razón la segunda divina persona Cristo Jesús en su enseñanza central nos exhorta: “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen unos a otros como yo les he amado” (Jn 13,34). Cuando pregunta  a Jesús un doctor de la ley “Maestro bueno ¿cuál es el mandamiento principal de la ley? Jesús respondió: Ama a Dios sobre todas las cosas con toda tu alma y con todo tu ser, el segundo es similar, ama a tu prójimo como a ti mismo, este mandato es lo principal de la Dios y los profetas” (Mc 12,28). Luego San Juan Dice: “Si alguno dice, Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Porque el que no ama a su hermano a quien ve, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? (IJn 4,20). Estos dos argumentos nos dan pie para decir con certeza que la fiesta de la Santísima Trinidad es la fiesta de la manifestación del amor pleno de Dios.

Jesús redujo toda la Ley a dos cosas: el amor a Dios y el amor al prójimo. Con lo cual quiso decirnos que no podemos amar a uno sin amar al otro y que lo que hagamos a uno se lo hacemos al otro. De ahí entendemos que Benedicto XVI escribió en su primera Encíclica: "Amor a Dios y amor al prójimo se funden entre sí." Y aún añade más: "Lo que subraya es la inseparable relación entre amor a Dios y amor al prójimo. Ambos están tan estrechamente entrelazados, que la afirmación de amar a Dios es en realidad una mentira si el hombre se cierra al prójimo o incluso lo odia. El versículo de Juan se ha de interpretar más bien en el sentido de que el amor del prójimo es un camino para encontrar también a Dios, y que cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también ciegos ante Dios." (DC n. 16).

Cuando decimos que "no vemos a Dios" tendríamos que preguntarnos si "realmente vemos al prójimo". Por tanto el prójimo es el camino del hombre hacia Dios. Si yo no creo en ti, ¿creeré de verdad en Dios? Si tú me eres indiferente, ¿no que también Dios termina siéndome indiferente? Si yo te margino a ti de mi vida, ¿no estaré marginando también a Dios?

La Trinidad es una. No confesamos tres dioses sino un solo Dios en tres personas: "la Trinidad consubstancial" (Concilio de Constantinopla II, año 553). Las personas divinas no se reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas es enteramente Dios: "El Padre es lo mismo que es el

Hijo, el Hijo lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza" (Concilio de Toledo XI, año 675). "Cada una de las tres personas es esta realidad, es decir, la substancia, la esencia o la naturaleza divina" (Concilio de Letrán IV, año 1215).

Las tres Personas divinas son realmente distintas entre sí. "Dios es único pero no solitario" (DS 71). "Padre", "Hijo", Espíritu Santo" no son simplemente nombres que designan modalidades del ser divino, pues son realmente distintos entre sí: "El que es el Hijo no es el Padre, y el que es el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu Santo el que es el Padre o el Hijo" (Concilio de Toledo XI, año 675). Son distintos entre sí por sus relaciones de origen: "El Padre es quien engendra, el Hijo quien es engendrado, y el Espíritu Santo es quien procede" (Concilio de Letrán IV, año 1215). La Unidad divina es Trino.

Las Personas divinas son relativas unas a otras. La distinción real de las Personas entre sí, porque no divide la unidad divina, reside únicamente en las relaciones que las refieren unas a otras: "En los nombres relativos de las personas, el Padre es referido al Hijo, el Hijo lo es al Padre, el Espíritu Santo lo es a los dos; sin embargo, cuando se habla de estas tres Personas considerando las relaciones se cree en una sola naturaleza o substancia" (Concilio de Toledo XI, año 675). El padre crea, el hijo redime y el espíritu santifica. Pero una sola sustancia, una sola esencia, una sola naturaleza. Ninguno precede en grandeza, eternidad y potestad. Absolutamente simple, por eso indivisible, inseparable, inconfundible, e inmutable.

Por tanto el Padre es creador en cuanto que el Hijo redime y el Espíritu santifica, y el Hijo es redentor en cuanto que el Padre crea y el Espíritu santifica y el Espíritu santifica en cuanto que el Padre crea y el Hijo redime. De ahí concluimos que, el Padre no es el Hijo ni el Espíritu santo y el Hijo no es ni el Padre ni el Espíritu Santo y Espíritu Santo no es ni el Hijo ni el Padre. No son tres Dioses sino tres Divinas personas distintas y un solo Dios.

El misterio de la Santísima Trinidad solo es posible entender si el hombre es revestido por la fuerza del Espíritu Santo (Hch 1,8). Así nos lo ha reiterado hoy: “Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá a la verdad plena” (Jn 16,12-13).

Nuestras relaciones con Dios, el Hijo y el Espíritu. ¿Cómo podemos nosotros estar en Dios, y Dios en nosotros? ¿Cómo nosotros formamos una cosa con él? ¿Cómo se distingue el Hijo en cuanto a su naturaleza de nosotros?... Escribe, pues, Juan lo siguiente: «En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu» (1 Jn 4, 13). Así pues, por el don del Espíritu que se nos ha dado estamos nosotros en él y él en nosotros. Puesto que el Espiritu es de Dios, cuando él viene a nosotros con razón pensamos que al poseer el Espiritu estamos en Dios. Así está Dios en nosotros: no a la manera como el Hijo está en el Padre estamos también nosotros en el Padre, porque el Hijo no participa del Espíritu ni está en el Padre, por medio del Espíritu; ni recibe tampoco el Espíritu: al contrario, más bien lo distribuye a todos. Ni tampoco el Espíritu junta al Verbo con el Padre, sino que al contrario, el Espíritu es receptivo con respecto al Verbo. El Hijo está en el Padre como su propio Verbo y como su propio resplandor: nosotros, en cambio, si no fuera por el Espíritu, somos extraños y estamos alejados de Dios, mientras que por la participación del Espíritu nos religamos a la divinidad.

Asi pues, el que nosotros estemos en el Padre no es cosa nuestra, sino del Espíritu que está en nosotros y permanece en nosotros todo el tiempo en que por la confesión (de fe) lo guardamos en nosotros, como dice también Juan: Si uno confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios» (I Jn 4, 15). ¿,En qué, pues, nos asemejamos o nos igualamos al Hijo?... Una es la manera como el Hijo está en el Padre, y otra la manera como nosotros estamos en el Padre. Nosotros no seremos jamás como el Hijo, ni el Verbo será como nosotros, a no ser que se atrevan a decir... que el Hijo está en el Padre por participación del Espíritu y por merecimiento de sus obras, cosa cuyo solo pensamiento muestra impiedad extrema. Como hemos dicho, es el Verbo el que se comunica al Espiritu, y todo lo que el Espíritu tiene, lo tiene del Verbo.

domingo, 1 de junio de 2025

DOMINGO DE PENTECOSTES – C (08 de Junio de 2025)

 DOMINGO DE PENTECOSTES – C (08  de Junio de 2025)

Proclamación del santo evangelio según San Juan 20, 19-23:

20:19 Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!"

20:20 Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.

20:21 Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes".

20:22 Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo.

20:23 Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en la fe Paz y Bien.

“En el principio la tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, el Espíritu de Dios aleteaba por encima de las aguas” (Gn 1,2). “Vivan según el Espíritu de Dios, y así no serán arrastrados por los deseos de la carne. Porque la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos luchan entre sí, y por eso, ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren” (Gal 5,16-17). Un cristiano sin Espíritu Santo es como un fuego que no quema, que no calienta. Pero con el Espíritu Santo, ¡qué diferencia!: “Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad” (Jn 14,15-17). El Espíritu Santo les dio un poder espiritual: el de perdonar los pecados (Jn 20,23). Aquí vemos cómo el Espíritu Santo les da la facultad de hacer lo que Cristo hacía durante su vida. Es el Espíritu Santo quien les dará el poder de predicar y de santificar como hacía Cristo. La misión de la Tercera Persona es secundar la obra de Cristo, llevar a los hombres a transformarse en Cristo.

El Espíritu Santo es la fuente de la santidad de la Iglesia. Porque se ha derramado el Espíritu, la Iglesia es santa, e incluso podríamos decir que si hay santos es porque el Espíritu continúa obrando hoy como ayer. “Los discípulos quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse” (Hch 2,4).

El viento en la Biblia, está asociado al Espíritu Santo: se trata del “Ruah” o “soplo vital” de Dios (Gn 2,7). Ya el profeta Ezequiel tambien había profetizado que como culmen de su obra Dios infundiría en el corazón del hombre “un espíritu nuevo” (Ez 36,26), también Joel 3,1-2; pues bien, con la muerte y resurrección de Jesús,  y con el don del Espíritu los nuevos tiempos han llegado, el Reino de Dios ha sido definitivamente inaugurado.

No sólo Lucas nos lo cuenta, también según Juan, el mismo Jesús, en la noche del día de Pascua, sopló su Espíritu sobre la comunidad reunida (ver el evangelio de hoy: Juan 20,22: “Sopló sobre ellos”; también Juan 3,8). Pero lo que aquí llama la atención es el “ruido”, elemento que nos reenvía a la poderosa manifestación de Dios en el Sinaí, cuando selló la Alianza con el pueblo y le entregó el don de la Ley (Éx 19,18; ver también Heb 12,19-20). El “ruido” se convertirá en “voz” en el versículo 6.  Éste es producido por “una ráfaga de viento impetuoso”, lo cual nos aproxima a un “soplo”.

El Espíritu Santo nos ayuda a asimilar la doctrina de Cristo. La misión de Cristo y del Espíritu Santo se realiza en la Iglesia, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo:  “El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho” (Jn 14,26). Esta misión conjunta asocia desde ahora a los fieles de Cristo en su comunión con el Padre en el Espíritu Santo: el Espíritu Santo prepara a los hombres, los previene por su gracia, para atraerlos hacia Cristo. Les manifiesta al Señor resucitado, les recuerda su palabra y abre su mente para entender su muerte y resurrección. Con frecuencia notamos que tenemos ideas claras sobre la doctrina católica. Si nos hicieran un examen, probablemente sacaríamos una buena nota. Pero una cosa es saber algo y otra es vivirla. Necesitamos una ayuda especial para poder ir formando nuestra conciencia moral, y esta ayuda viene del Espíritu Santo.

En realidad, el verdadero artífice de una conciencia bien formada es el Espíritu Santo (Jn 8,31): es Él quien, por un lado, señala la voluntad de Dios como norma suprema de comportamiento, y por otro, derramando en el alma las tres virtudes teologales y los dones, suscita en el corazón del hombre la íntima aspiración a la voluntad divina hasta hacer de ella su alimento. Con mucha frecuencia no vemos claramente el por qué la Iglesia nos exige ciertos comportamientos morales. En estas ocasiones tenemos que echar mano de una ayuda superior, la del Espíritu Santo. El puede doblar nuestro juicio para hacerlo coincidir con el de Dios.

El Espíritu Santo nos da la fuerza necesaria para vivir nuestros compromisos bautismales. La vida cristiana es una opción que debemos renovar todos los días. Dios nos deja libres. En cualquier momento cabe la posibilidad de echarnos atrás, de quedarnos indiferentes, de ser unos cristianos “domesticados” como ciertos animales que sólo sirven para adornar el hogar, pero que ya no son agresivos porque están domados. También la conciencia se puede domesticar y recortar a una medida cómoda. Una conciencia para andar por casa, es una conciencia mansa, que nos presenta los grandes principios morales suavizados, que nos ahorra sobresaltos, remordimientos y angustias. Ante las faltas, sabe encontrar justificantes y lenitivos: Estás muy cansado, todos lo hacen, obraste con recta intención, lo hiciste por un fin bueno, es de sentido común.

El Espíritu Santo no deja de venir a nosotros constantemente. Experimentamos muchas venidas del Espíritu Santo durante nuestra vida. Las más fuertes son cuando recibimos los sacramentos. Por medio de cada sacramento el “artífice de nuestra santificación”, el Espíritu Santo, va acabando su gran obra en nosotros, nuestra transformación en Cristo. Además de estas venidas sacramentales del Espíritu Santo, hay otras que son menos espectaculares, pero no por eso pierden importancia: su influencia sobre nuestra conciencia moral. Para el alma en estado de gracia, la voz de la conciencia viene a ser la voz del Espíritu Santo, que ante ella se hace portador del querer del Padre celestial. Nuestra vida debería ser un constante diálogo con el Espíritu Santo. Es imposible vivir la vida cristiana, cumplir con el principio y fundamento... sin esta colaboración con el divino Huésped del alma, el Espíritu Santo.

En el Credo Niceno rezamos: “Creo en el ESPÍRITU SANTO, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo, recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas”. Jesús dijo antes de su ascensión: “En adelante el espíritu paráclito que mi padre enviara en mi nombre, el intérprete, les enseñará, y recordará todo lo que yo les he enseñado y le guiará a la verdad plena” (Jn 14,26).  Deseo destacar algunos rasgos que nos pueden ayudar a vivir mejor este acontecimiento y a vivir mejor el misterio de la Iglesia desde el sacramento del bautismo, tomados del Nuevo Catecismo de la Iglesia:

Jesús dijo a Nicodemo: "Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu” (Jn 3,5-6). El simbolismo del agua es significativo de la acción del Espíritu Santo en el Bautismo, ya que, después de la invocación del Espíritu Santo, ésta se convierte en el signo sacramental eficaz del nuevo nacimiento: del mismo modo que la gestación de nuestro primer nacimiento se hace en el agua, así el agua bautismal significa realmente que nuestro nacimiento a la vida divina se nos da en el Espíritu Santo. Pero "bautizados en un solo Espíritu", también "hemos bebido de un solo Espíritu"(1 Co 12, 13): el Espíritu es, pues, también personalmente el Agua viva que brota de Cristo crucificado (Jn 19, 34; 1 Jn 5, 8) como de su manantial y que en nosotros brota en vida eterna. "El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna” (Jn 4,13-14).

Jesús en el inicio de su vida pública dice: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4,18-19). El simbolismo de la unción es también significativo del Espíritu Santo, hasta el punto de que se ha convertido en sinónimo suyo (1 Jn 2, 20. 27; 2 Co 1, 21). 

En la iniciación cristiana es el signo sacramental de la Confirmación, llamada justamente en las Iglesias de Oriente "Crismación". Pero para captar toda la fuerza que tiene, es necesario volver a la Unción primera realizada por el Espíritu Santo: la de Jesús. Cristo (Mesías en hebreo) significa "Ungido" del Espíritu de Dios. En la Antigua Alianza hubo "ungidos" del Señor (Ex 30, 22-32), de forma eminente el rey David (1 S 16, 13). Pero Jesús es el Ungido de Dios de una manera única: la humanidad que el Hijo asume está totalmente "ungida por el Espíritu Santo". Jesús es constituido "Cristo" por el Espíritu Santo (Lc 4, 18-19; Is 61, 1). La Virgen María concibe a Cristo del Espíritu Santo, quien por medio del ángel lo anuncia como Cristo en su nacimiento (Lc 2,11) e impulsa a Simeón a ir al Templo a ver al Cristo del Señor (Lc 2, 26-27); es de quien Cristo está lleno (Lc 4, 1) y cuyo poder emana de Cristo en sus curaciones y en sus acciones salvíficas (Lc 6, 19; 8, 46). Es él en fin quien resucita a Jesús de entre los muertos (Rm 1, 4; 8, 11). Por tanto, constituido plenamente "Cristo" en su humanidad victoriosa de la muerte (Hch 2, 36), Jesús distribuye profusamente el Espíritu Santo hasta que "los santos" constituyan, en su unión con la humanidad del Hijo de Dios, "ese Hombre perfecto que realiza la plenitud de Cristo" (Ef 4, 13).

La mano. Imponiendo las manos Jesús cura a los enfermos (Mc 6, 5; 8, 23) y bendice a los niños (Mc 10, 16). En su Nombre, los Apóstoles harán lo mismo (Mc 16, 18; Hch 5, 12; 14, 3). Más aún, mediante la imposición de manos de los Apóstoles el Espíritu Santo nos es dado (Hch 8, 17-19; 13, 3; 19, 6). En la carta a los Hebreos, la imposición de las manos figura en el número de los "artículos fundamentales" de su enseñanza (Hb 6, 2). Este signo de la efusión todopoderosa del Espíritu Santo, la Iglesia lo ha conservado en sus epíclesis sacramentales. El dedo. "Por el dedo de Dios expulso yo los demonios" (Lc 11, 20). Si la Ley de Dios ha sido escrita en tablas de piedra "por el dedo de Dios" (Ex 31, 18), la "carta de Cristo" entregada a los Apóstoles "está escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del corazón" (2 Co 3, 3). El Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: "Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección" (Lc 3,22).

“Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes” (Jn 14,15-16). Jesús les dijo también: “Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo” (Jn 16,12-13).

Pentecostés, manifestación del misterio de Dios uno y trino: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Hemos celebramos a JC resucitado en todo tiempo de pascua, haciendo memoria "de la pasión salvadora" de Jesús, y de su "admirable resurrección y el domingo pasado su ascensión al cielo", como se dice en la Plegaria eucarística. Y esto lo podemos hacer por obra del Espíritu Santo, que es el Espíritu del Padre y del Hijo. Desde la tarde de la Resurrección a la mañana de Pentecostés, el efecto de la resurrección de Jesús es permanente: dar, comunicar su Espíritu; es decir que siempre es Pascua de Resurrección y siempre es Pentecostés. Con el "don" del Espíritu de JC resucitado podemos decir que Dios es definitivamente el "Emmanuel", el Dios-con-nosotros (Is 7,14). Y donde está el Espíritu, está también el Padre y el Hijo: “El espíritu consoladora quien el Padre enviara en mi nómbreles les enseñara y recodara todo” (Jn 14,26).

"Estaban los discípulos en casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos" (Jn 20,19). Es una descripción muy clara de una comunidad que no ha experimentado el Espíritu de JC resucitado.

Todavía estaban con el desconcierto de la pasión y de la muerte de Jesús. Pasión y muerte que para ellos fue también un escándalo. Por eso cuando experimentan y creen en JC resucitado "se llenaron de alegría" (Jn 20,20). Alegría, gozo, paz, son "dones" del Espíritu Santo (Is 11,1ss). 

Podríamos preguntarnos hoy, nosotros que somos la comunidad que vivimos y creemos en el Espíritu de Jesús resucitado, por nuestros miedos. Miedo porque quizás somos pocos; miedo porque parece que en nuestra sociedad vamos perdiendo influencia; miedo porque no vemos el camino claro; miedo porque tenemos pocas vocaciones... ˇComo si no tuviéramos la fuerza del Espíritu!

"Exhaló, soplo su aliento sobre ellos" (Jn 20,22). En este "exhalar" de JC resucitado sobre sus discípulos, contemplamos que son creados de nuevo. En la primera creación se nos dice que "Dios insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente" (Gn 2,7). Como nosotros por el bautismo y la confirmación hemos recibido el Espíritu para una vida nueva (Col,3,9). No la del hombre egoísta y pecador, sino la que valora y vive aquello que no pasará nunca. Nosotros, por el bautismo y la confirmación, nos hacemos portadores del Espíritu a los hombres hermanos, y trabajamos para que de hombres pecadores y dispersos vayamos construyendo el pueblo de Dios que es templo del Espíritu (Mt 28,19). 

"Se llenaron todos de Espíritu Santo" (Hc 2,4). El Espíritu Santo, que es el Espíritu de Jesús resucitado, viene como un viento irresistible, que sopla donde quiere (Jn 3,8). Y la comunidad está reunida, y está reunida "en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús". La comunidad reunida en oración, y "con María la madre de Jesús" (Hch 1,14). Estos son aspectos fundamentales de todo grupo cristiano si quiere ser una comunidad que experimente y viva del Espíritu: comunidad que reza, y en la que "María la madre de Jesús" está muy presente.

"Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas que se repartían" (Hch 2,3). Estamos en la nueva y definitiva Alianza (Jer 33,11), inaugurada por obra del Espíritu que el Padre y el Hijo envían. En la alianza del Sinaí aparecen también el "ruido" y el "fuego". Es el "fuego" del Espíritu, la llama del amor viviente. Fuego que significa amor, amor nupcial, celoso, fiel, exclusivo, posesivo; amor más fuerte que la muerte. Fuego que es indomable e incontrolable. El Espíritu Santo, como dicen los Padres de la Iglesia, es "Fuego que procede del Fuego". El Espíritu Santo es el "amor que procede del Amor". Por eso dejémonos inflamar por Él; dejémonos amar por Él.

En la Iglesia siempre es Pentecostés: Pentecostés en griego significa 50, que en el simbolismo de los números bíblicos significa la perfección, plenitud, cumplimiento. San Lucas nos describe cinco "pentecostés", venidas del Espíritu Santo en diferentes momentos de la vida de la comunidad cristiana, para mostrarnos que siempre que viene el Espíritu es Pentecostés. No fue un solo y aislado Pentecostés. Nuestro bautismo fue Pentecostés, en la confirmación recibimos como "Don" el mismo de Pentecostés; la Eucaristía es acción del Espíritu Santo que nos reúne, nos comunica y hace entender la Palabra, y hace que la Palabra se haga Pan que alimenta, y nos envía a hacer las obras que el Padre quiere en favor de los hermanos.

Todos nosotros somos testigos de cómo el Espíritu nos va transformando, personal y comunitariamente; cómo el Espíritu va suscitando hombres y mujeres que luchan para la transformación de nuestro mundo. El E.S. nos santifica (Lv 19,2). Y santifica a la Iglesia (Mt 16,18).

"Todos nosotros hemos sido bautizados en un mismo Espíritu". Por eso el misterio de Pentecostés está actuando siempre. Es el Espíritu que nos da la fe por la que confesamos que "Jesús es Seńor" (ICor 12,3). Es el Espíritu que nos congrega y nos hace una comunidad, la Iglesia. Es el Espíritu que suscita múltiples carismas, servicios, dones, regalos, ministerios, al servicio de la comunidad (I Cor 12,4). El Espíritu es el que hace posible que siendo muchos, y teniendo distintas maneras de pensar y actuar, sepamos amarnos y ser "uno". El Espíritu Santo nos hace superar todas las divisiones, fruto del pecado, y salta todas las barreras sociales, de raza, de religión. El Espíritu Santo es la única bebida que da la Vida de Dios, vida en santidad (Mt 5,8).

lunes, 26 de mayo de 2025

DOMINGO DE LA ASCENCION DEL SEÑOR (01 de Junio de 2025)

 DOMINGO DE LA ASCENCION DEL SEÑOR (01 de Junio de 2025)

Proclamación del santo evangelio según San Lucas. 24, 46-53

24:46 y añadió: "Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día,

24:47 y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados.

24:48 Ustedes son testigos de todo esto.

24:49 Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto".

24:50 Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y, elevando sus manos, los bendijo.

24:51 Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo.

24:52 Los discípulos, que se habían postrado delante de él, volvieron a Jerusalén con gran alegría,

24:53 y permanecían continuamente en el Templo alabando a Dios. PALABRA DEL SEÑOR

Reflexión:

Querido amigos en el señor Paz y bien.

"Les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes" (Jn 16:7). Es mejor para los discípulos que Jesús se vaya al Padre, porque al partir, Jesús enviará al Espíritu Santo, conocido como el Paráclito o Consolador. 

El enunciado enfatiza la importancia de la partida de Jesús. Aunque los discípulos estarían tristes por su ausencia, Jesús asegura que su partida es fundamental para que ellos reciban el Espíritu Santo, que les guiará en la verdad, los fortalecerá y los consolará (Jn 16,12-13). El Espíritu Santo, como el Paráclito, no podría venir mientras Jesús estuviera presente físicamente, ya que su papel es el de guiar y consolar a los creyentes después de la partida de Jesús.

La ascensión de Jesús: dos modos de entender la situación actual de la Iglesia en lo referente a Jesús; o bien, viceversa, de Jesús en relación a su Iglesia.

El evangelio deja oír más las resonancias de una partida: Jesús "se separó" de sus discípulos, precisa el texto. Además, se muestra a Jesús "bendiciendo" a sus amigos; el gesto puede tener diversos significados, pero el más verosímil es el de la bendición-adiós; de la misma manera lo padres de Rebeca la bendicen antes de dejarla partir (Gn 24, 60), Isaac "bendice a Jacob" que se aleja (28, 1) y Tobías bendice a sus suegros antes de partir en compańía de la hija de éstos, su nueva esposa.

Con estos versículos, Lucas quiere, por lo tanto, insistir en un hecho: termina una página de la historia evangélica. La experiencia que algunos hombres tuvieron de una cercanía inmediata y visible con Jesús, ha terminado. A partir de ahora, Jesús está "ausente". Nadie volverá a verle ni a oírle. Jesús no volverá ya a acercarse a ninguno de sus amigos, de camino y con cara triste, para recorrer el camino con él y hacer que su corazón arda al explicarle las Escrituras...

Sin embargo, esta marcha no es una simple separación. Los discípulos dan pruebas de ello al contemplar marchar a Jesús no con la tristeza que cabría esperar, sino "con gran alegría"; prolongan esa hora gozosa "permaneciendo continuamente en el Templo bendiciendo a Dios" por los beneficios que les ha concedido y especialmente por el don que se les hace en ese instante en que Jesús es "llevado al cielo". Y es que la desaparición de Jesús deja sitio a otra presencia. Jesús está ya "libre" para ese otro tipo de presencia que evoca el texto paulino que leemos más adelante. Además, la promesa del don divino, de la que está lleno el Antiguo Testamento, va a tener su realización con la efusión del Espíritu. Ahora bien, esa efusión es posible porque Jesús, "llevado al cielo", es él mismo su fuente: "Les enviaré lo que mi Padre ha prometido". Así, a medida que se ausenta, Jesús deja detrás de sí una presencia.

Este presencia, nueva, va a cambiar la vida de los discípulos tanto más cuanto que es a la vez realidad y signo. La venida del Espíritu será realidad eficaz; pero será también el signo del poder único de Jesús. Si él es quien envía el Espíritu, y el Espíritu prometido por el Padre, es que Jesús dispone, en la intimidad del Padre y en la relación con el Espíritu, de un puesto único. Jesús no aparece ya únicamente como el hombre que vive al lado de Dios, a imagen del rey bíblico de antaño, "hijo de Dios" y entronizado junto a él, sino que es, en el sentido fuerte de la palabra, "el Hijo": "mi Padre", dice. Y esta realidad nueva reduce a nada los inconvenientes de la ausencia aparente. Tienen razón los Apóstoles al sentir una "gran alegría" en el momento en que Jesús parte. Hay ausentes, y Jesús más que ningún otro, cuyo aparente alejamiento es más elocuente que su presencia visible (¿no quedaba fuera de lugar el rito nostálgico del cirio apagado después de la lectura de este evangelio?).

Meditando en la misma realidad, la marcha de Jesús, el relato de los Hechos, leído en la 1ra lectura, la ve más como un comienzo que como un final. No ignora que en ese preciso momento algo acaba. Un tiempo que podría llamarse de Jesús, ese tiempo durante el cual Jesús "hizo y enseñó", ha llegado a su término.

Pero es consciente también de otra cosa en la que precisamente quiere insistir: algo va a empezar. Es la razón por la que el autor inaugura un libro nuevo que estará dedicado a una época distinta: lo que podría llamarse el tiempo de la Iglesia y que es prolongación del actuar de Jesús.

Este tiempo nuevo sigue siendo el tiempo de Jesús. Por lo menos, porque Jesús es el término hacia el que todo converge: "El volverá"; y también porque Jesús sigue siendo la finalidad de toda actividad apostólica: los Apóstoles van a dar testimonio de Jesús: "Seran mis testigos". Y también, en fin, porque Jesús, establecido ahora en el cielo (el término se cita dos veces), oculto a los ojos de los hombres por una nube que le cubre, sugiriendo el misterio divino que está ligado a su persona, no puede estar realmente ausente de la tierra.

Pero este tiempo es también el del Espíritu: la continuación del libro mostrará al Espíritu presente y referirá sus eficaces intervenciones. Es, en fin, el tiempo de la Iglesia; el tiempo dado a los discípulos para "dar testimonio hasta los confines de la tierra".

De este modo, a través de ambos textos, se perfila la silueta de una Iglesia que conserva el recuerdo de la pasada presencia de Jesús, pero que vive en profundidad de su presencia actual; una Iglesia cuya vida está penetrada por el Espíritu, y penetrada también por la certeza de tener una misión que cumplir, con vistas a aquel momento en que Jesús se mostrará definitivamente presente.

Completando estas dos reflexiones, el texto a los Efesios, leído en la 2da lectura, dice la realidad de la presencia actual de Jesús y su eficacia. Para el autor paulino, la Ascensión no es un simple cambio de lugar, aunque haya que utilizar una imaginería topográfica para expresar este misterio: "a la derecha... por encima... bajo sus pies... por encima de todo"; es una glorificación que lleva a Jesús, Cristo resucitado, junto al trono mismo de Dios; tan cerca, que comparte sus poderes sobre todas las cosas.

La Ascensión es incluso más; es el momento en que Jesús es revelado a los hombres como Señor, investido de la dignidad propia de "Dios, el Padre de la Gloria".

De hecho, los discípulos que habían visto a Jesús por última vez, percibieron después la eficacia de su poder: un descubrimiento que el autor describe con entusiasmo (vv. 18 y 19); percibieron que no había fuerza alguna superior a él, que Jesús estaba "establecido por encima de todo". Al descubrir, de este modo, la eficacia divina de la asistencia de Jesús, entrevieron que Jesucristo era ciertamente el Señor, totalmente cercano a Dios.

Y así, al final de su reflexión, la Ascensión, ese momento en que los discípulos se habían separado de un hombre-hijo de Dios, aparecía como el momento en que descubrían en Jesucristo al "Hijo de Dios". ¿Cómo no iban a redefinir todas las cosas a la luz de ese descubrimiento? Todas las cosas, también la Iglesia e incluso el mundo.

Con la ascensión del Señor empieza el tiempo de la parusía: “Que el Dios de la paz los santifique plenamente, para que ustedes se conserven irreprochables en todo su ser —espíritu, alma y cuerpo— hasta la Venida (Parusía) de nuestro Señor Jesucristo” (I Tes 5,23).

 “Salí del Padre, vine al mundo, ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre” (Jn 16,28). Este episodio resume integro el actuar de Dios en su hijo Jesucristo, pero ahora conviene preguntarnos ¿Para qué vino? Responde Jesús: “He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió. La voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda nada de lo que él me dio, sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que el que ve al Hijo y cree en él, tenga Vida eterna” (Jn 6,38-40). San Pablo dice: “Dios salvador nuestro quiere que todos los hombres se salven llegando al conocimiento de la verdad” (1Tm 2,3). Es decir Jesús ha venido a salvarnos a todos los hombres pero tenemos que conocer la verdad y ¿cuál verdad? Jesús mismo lo dice: “yo soy la verdad, vida y camino, nadie va al Padre sino por mi” (Jn 14,6). Si en conocer a Jesús consiste la verdad, entonces con razón dijo Jesús: “Si alguien guarda mi palabra mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14,23) Es decir la salvación no consiste en saber de memoria sobre el cielo, sino de vivir en Jesús.

San Lucas pone el acento de la ascensión del Señor en tres detalles importantes que conviene resaltar:

Primero: Jesús sabe que sus discípulos todavía no están como para afrontar la misión de ser apóstoles y por eso les pide que no se muevan hasta que "sean revestidos del poder de lo alto" (Lc 24,49), es decir, hasta que reciban el Espíritu Santo que los consagrará como apóstoles propiamente dicho. Porque solo entonces estarán suficientemente capacitados para dar cara por el Evangelio sin miedo ni cobardía siendo testigos.

Segundo: Jesús se despide dándoles la bendición. "Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo" (Lc 24,51). ¿Cómo o qué palabras dijo al bendecir? "La paz esté con ustedes, como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes.  Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan" (Jn 20,21-23).

Finalmente, Lucas destaca, más que el miedo y la duda, la alegría que inunda el corazón de los apóstoles: “Les aseguro que ustedes van a llorar y se van a lamentar; el mundo, en cambio, se alegrará. Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo. La mujer, cuando va a dar a luz, siente angustia porque le llegó la hora; pero cuando nace el niño, se olvida de su dolor, por la alegría que siente al ver que ha venido un hombre al mundo. También ustedes ahora están tristes, pero yo los volveré a ver, y tendrán una alegría que nadie les podrá quitar” (Jn 16,20-22).

Para Lucas lo importante es que para anunciar el Evangelio primero es necesario ser revestidos del Espíritu Santo. Es precisamente Él quién impulsa a la misión. Es Él quien da el coraje y la valentía del anuncio. Es Él quien nos hace sentir y experimentar la fuerza del Evangelio. Por eso, evangelizar no es hacer propaganda del Evangelio. Evangelizar es ser testigo movidos por el Espíritu y bajo la actuación del Espíritu, lo que Lucas pondrá de manifiesto en el relato de Pentecostés en el libro de los Hechos: “Recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8). Ser misionero es ser testigo de esta verdad: “Ustedes son testigos de todo esto” (Lc 24,48).

La Ascensión da comienza a un tiempo y camino nuevo. Recordemos lo que ya nos dijo el mismo Señor: “Yo soy camino, verdad y vida, nadie va al Odre sino por mi” (Jn 14,6). Un camino donde es preciso caminar sin Jesús pero con Jesús. Los discípulos tendrán que acostumbrarse a vivir sin la presencia humana de Jesús. Serán ellos los que tendrán que dar cara por Él. Es la presencia invisible de Jesús, aunque una presencia real. Un camino donde la iniciativa será de Jesús, pero la obra tendrá que ser nuestra. Es el camino de la Iglesia.

Jesús advierte con anticipación al decir: “En adelante, el Paráclito, el intérprete, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho” (Jn 14,26).

El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia. El Espíritu es el motor del dinamismo de la Iglesia. La Iglesia, es esencialmente misionera y el Espíritu Santo tiene como misión lanzar a la Iglesia en la actividad misionera. Es saliendo de ella misma que la Iglesia se hace misionera. La Iglesia cuanto más preocupada está de sí misma más se cierra sobre sí misma. La Iglesia tiene que mirarse a sí misma, claro está, pero tiene que hablar más del Evangelio que de ella misma, tiene que preocuparse por anunciar el Evangelio que anunciarse a sí misma. La Iglesia será más Iglesia cuanto más salga de sí misma para proclamar el Evangelio.

Gracias al poder dinámico del Espíritu santo que la iglesia posee, tiene fuerza para promover una "nueva evangelización", ¿por qué? Porque se necesita un espíritu nuevo de dar a conocer el Evangelio a los demás. Nueva porque surgen situaciones y problemas nuevos. Nueva porque el hombre es siempre nuevo y la historia es siempre nueva. Por tanto, el anuncio del Evangelio también tiene que ser nuevo si no queremos quedarnos estancados en la historia: "Yo hago nuevas todas las cosas. Escribe que estas palabras son verdaderas y dignas de crédito” (Ap 21,5).

"Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir" (Hc 1,11). Hoy comienza el tiempo de la parusía (I Tes 5,23), un tiempo de espera de la esta promesa, la segunda venida, pero una espera haciendo:

“Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20). “El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán" (Mc 16,16-18). “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan" (Jn 20,21-23).

viernes, 23 de mayo de 2025

VI DOMINGO DE PASCUA - C (25 de mayo del 2025)

 VI DOMINGO DE PASCUA  - C (25 de mayo del 2025)

Proclamación del Evangelio del santo evangelio según San Juan 14,23 - 29:

14:23 Jesús le respondió: "El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y haremos morada en él.

14:24 El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió.

14:25 Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes.

14:26 Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.

14:27 Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman!

14:28 Me han oído decir: "Me voy y volveré a ustedes". Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo.

14:29 Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean. PALABRA DEL SEÑOR.

Amigos en el Señor Paz y Bien.

Ya llegamos al sexto y último domingo de Pascua, el próximo domingo celebraremos la Ascensión del Señor. En este Evangelio, Jesús hace una síntesis de toda la experiencia pascual.

LA MORADA DE DIOS: El cielo es la morada de Dios con los hombres que se salvan (Ap 21,3).

Hay una escena famosa y clásica de los psiquíatras. Es la de preguntar por una cosa y que el paciente o el cliente responda con lo que aquella cosa le sugiere. Si a los cristianos nos dijesen: ¿Qué es morada de Dios?, para que respondiéramos sobre lo que tal pregunta nos sugería, es muy posible que en un porcentaje altísimo contestáramos: Templo. Y, sin embargo, el evangelio de hoy responde a esa pregunta de modo totalmente distinto. Para el evangelio de hoy la morada de Dios es el propio cristiano. A él, al cristiano, dice Jesús que vendrá con su Padre para morar en él (Jn 14,23). Para que esta realidad insospechada se dé, Cristo pone un presupuesto: que el cristiano lo ame y guarde su palabra.

Es propio del mensaje de Cristo inaugurar un modo nuevo de relación del hombre con Dios. A la idea antigua del Dios lejano, Señor sobre todo, que se presenta con el rayo, el trueno o el fuego, sucede la imagen de un Dios-Padre, cercano al hombre en el que ya no ven a un esclavo sino a un hijo querido cuya cercanía busca con extraordinario interés. Y de la misma manera que a la persona que amamos la tenemos presente, más aún, dentro de nosotros mismos y la vemos sólo con cerrar los ojos y vivimos con ella, así Dios quiere que lo busquemos en la intimidad de nuestro ser y lo encontraremos allí dibujado y presente.

Porque es ahí, en el interior del ser, en ese hondón donde se libran las batallas calladas y a veces sangrientas que nadie más que nosotros conoce, donde Dios quiere reinar. Es dentro de nosotros mismos, en ese interior de donde salen (lo dijo El en el Evangelio) los pensamientos, los sanos o dañinos, en donde fluyen las intenciones y los impulsos, en donde se fraguan los deseos, en donde se ganan o se pierden las auténticas batallas de la vida, ahí es donde El quiere estar presente y donde quiere reflejarse.

Dios vendrá a morar dentro de nosotros mismos para transformarnos paulatinamente en El para darnos su estilo, para que tengamos sus rasgos, para que podamos enseńarlo al mundo, si somos capaces de amarlo y guardar sus palabras. Exigencia que, dicho sea de paso, no tiene nada de particular porque es así como actuamos en la vida corrientemente con aquéllos a los que amamos. Es amor el gesto, el regalo, el detalle, ciertamente; pero es amor la intimidad, la identificación con aquél a quien amamos, el parecido que alcanzamos con él porque llegamos a pensar como él, a hablar como él, a ser, poco a poco, un poco aquella otra persona que "mora" ciertamente en el fondo de nuestro corazón.

Cuando amamos de verdad, "guardamos" las palabras de la persona amada, complacemos sus gustos, nos anticipamos a sus deseos. Y todo ello con gran naturalidad, sin esfuerzo, porque, al hacerlo, al propio tiempo que complacemos al otro estamos alcanzando la propia felicidad.

Cristo pide otro tanto a los cristianos. En estos domingos después de Pascua, en los que ya el resplandor de la resurrección ha podido alejarse, viene hoy a dejar claro, de un modo terminante, que la vida del cristiano en la tierra es una maravilla si es capaz de guardar fielmente sus palabras, porque esa vida será, ni más ni menos, que la morada de Dios, o lo que es lo mismo, la morada de la alegría, de la vida, de la paz, de la serenidad. Lo dice El seguidamente: no tiemblen ni se acobarden sino, por el contrario, reciban la paz.

Si eso fuera así, si el cristiano fuera capaz de recorrer el mundo siendo una muestra sencilla de serenidad y de paz, de ausencia de miedo y de cobardía, no podría hacer un mejor servicio a este mundo nuestro tan lleno de inquietud, de temor y de ausencia de paz. A este mundo nuestro amenazado no sólo por la guerra atómica o por cualquier otra guerra, sino por el desencanto, el desaliento, la frustración, la indolencia, este mundo nuestro en donde los niños empiezan a aburrirse y los jóvenes pasan de las cosas que todavía no han saboreado, y en donde todos, todos, suspiramos por la paz.

Morada de Dios igual a cristiano. Presupuesto para que esta ecuación se dé; amar a Cristo y guardar sus palabras. En este Sexto Domingo de Pascua deberíamos formular un deseo (como lo formulábamos de pequeños cuando se producía un silencio o aparecía una estrella fugaz) y el deseo podría ser éste: que el pueblo cristiano pudiera vivir sincera y profundamente la promesa que hoy hace Cristo; que el pueblo cristiano estuviera integrado por hombres y mujeres capaces de acoger en su intimidad la grandeza incontenible de Dios.

Jesús establece una relación de Dios con nosotros como la misma relación que Dios tiene con Él (Jn 14,23-24). Nos incorpora al misterio íntimo de la Trinidad, para formar una familia con Él. En un el segundo momento, Jesús nos anuncia el don del Espíritu Santo, el que nos ayudará a entender las enseñanzas del mismo Jesús (Jn 14,25-26).  Para terminar nos anuncia el don de la paz. Una paz que es fruto del estar con Dios. Esto tiene que ser una invitación a la alegría (Jn 14, 27-29).

"Ven que te mostraré a la novia, a la esposa del Cordero. Me llevó en espíritu a una montaña de enorme altura, y me mostró la Ciudad santa, Jerusalén, que descendía del cielo y venía de Dios. La gloria de Dios estaba en ella” (Ap 21,10-11): Jesús nos incorpora al misterio íntimo de la Trinidad cuando hoy nos dice: "El que me ama guardará mi palabra (Jn 13,34), y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él” (Jn 14,23). ¿Cómo ser parte del misterio trinitario? Eh, aquí algunas pautas:

En primer término el hombre es imagen de Dios. Dijo Dios: "Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra, y manden en los peces del mar y en las aves de los cielos, y en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todas los reptiles que serpean por la tierra. Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, varón y mujer los creó” (Gn 1,26-27). “Entonces el Señor Dios formó al hombre con polvo de tierra, y sopló en su nariz aliento de vida (Espíritu), y resultó el hombre un ser viviente” (Gn 2,7). Jesús es ungido por este mismo don del espíritu de Dios en el bautismo: “El Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: "Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección" (Lc 3,22). Luego Jesús mismo dice: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4,18-19).

En la misma resurrección nos transmite este noble don cuando nos dice: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,21.22).  O, recordemos la última recomendación a la misión: “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 20,19.20). De modo que, todos los bautizados somos incorporados el misterio que Jesús hoy nos ha reafirmado al decirnos: "El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él” (Jn 14,23).

Otra función o misión del Espíritu Santo en la Iglesia es: “El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho” (Jn 14,26). Ya no se trata aquí de ese proceso cerebral e intelectual del recuerdo del pasado, es el recuerdo que actualiza y que da vida a la doctrina y a la Palabra de Jesús hoy. Ya nos había dicho antes: “Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo” (Jn 16,12-13). El Espíritu Santo hace actual las palabras de Jesús como dichas hoy y para hoy. Jesús me habla hoy en el evangelio y no un recuerdo de hace más de dos mil años.

Así como la consagración actualiza el Cuerpo y la Sangre de Cristo (Mt 26,26), transformando sacramentalmente, el pan y el vino y lo convierte en Cuerpo y Sangre hoy y ahora para nosotros; el Espíritu Santo hace que la Palabra de Jesús sea una palabra dicha hoy. Esta es una de las funciones principales del Espíritu Santo en la Iglesia, hacer presente hoy a Jesús y hacer presente hoy su Palabra. No proclamamos el Evangelio como noticia para los hombres de hace dos mil años. Proclamamos el Evangelio como noticia de Dios para nosotros hoy. Por eso podemos decir que “Dios nos habla hoy en su Hijo” . Todo lo que Jesús dijo nos lo dice hoy. Todo lo que Jesús hizo lo hace hoy. Por eso mismo, escuchar la Palabra de Dios no es simplemente saberla o conocerla de memoria, es hacerla vida hoy, es hacerla buena noticia para nosotros hoy y que también hoy requiere nuestra respuesta. No se trata de “Alguien que habló” sino de “Alguien que habla hoy”.

Finalmente, la enseñanza de hoy nos trae otro don como fruto del Espíritu, la paz. “Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman! (Jn 14,27). La paz no es sino el indicio de que nuestra comunión con Dios es plena y ello amerita gozo y alegría. Por eso Jesús glorificado lo primero que anuncia a sus apóstoles ese gozo al decir:

“Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!" Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.  Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan" (Jn 20,19-23).

Así, queda claro que aquí se cumple todo lo dicho por el profeta: “Yo los tomaré de entre las naciones, los reuniré de entre todos los países y los llevaré a su propio suelo. Los rociaré con agua pura, y ustedes quedarán purificados. Los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que sigan mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes. Ustedes habitarán en la tierra que yo he dado a sus padres. Ustedes serán mi Pueblo y yo seré su Dios” (Jer 36,24-28). Por eso el Señor mismo les dará un signo. Miren, la joven está embarazada y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Emmanuel” (Is 7,14), que significa: "Dios con nosotros" (Mt 1, 23).

V DOMINGO DE PASCUA – C (18 de Abril del 2025)

 V DOMINGO DE PASCUA  – C (18 de Abril del 2025)

Proclamación del santo evangelio según San Juan 13,31-33.34-35:

13:31 Después que Judas salió, Jesús dijo: "Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en él.

13:32 Si Dios ha sido glorificado en él, también lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto.

13:33 Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes.

13:34 Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros.

13:35 En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN

Estimado y queridos hermanos(as) paz y bien en el Señor.

“La prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores” (Rm 5,8). ¿Por qué es importante tener pruebas que Dios nos ama? Porque Dios es amor (I Jn 4,8). “Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la Vida, porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte” (IJn 3,24). Hoy nos ha dicho Jesús: “En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros" (Jn 13,35).

“Les doy un mandamiento nuevo” (Jn 13,34).  No necesitarán otras leyes. Los códigos hay que reducirlos, porque si no se convierten en cargas durísimas y yugos insoportables. Hoy también la Iglesia va reduciendo sus cánones: los 2.414 del código antiguo quedan en 1.752. Jesús se limita a un mandamiento.

Mandamiento: que se amen unos a otros. Digase que, más que un mandamiento es una necesidad. ¿Se puede mandar amar? Un amor forzado no sería verdadero. Con este mandamiento, Jesús quiere expresarnos lo que realmente necesitamos. ¿Se puede vivir sin amar? El amor es nuestra savia y nuestro aliento. Ni un solo minuto sin amor, ni un solo momento sin ser amado. El que no ama se atrofia y muere; el que no es amado se seca y muere.

Una gracia: Antes que mandamiento, el amor es un don. No podía Jesús mandarnos amar, si no nos hubiera amado él primero. Ni nos podría exigir el amor, si no nos diera antes la capacidad para realizarlo. ¿Cómo podríamos nosotros amar con un corazón de piedra? Sólo Dios puede cambiar nuestro corazón de piedra en un corazón de carne. Dios nos capacita para amar amándonos.

"Nuevo". ¿Cómo nuevo? Nada más antiguo que el amor. La exigencia del amor es algo muy antiguo, es cosa de siempre. Es la ley primera del hombre, la realidad fundante de la humanidad. Podemos afirmar que el hombre empezó a ser hombre cuando aprendió a amar.

"Como yo". Pero el mandamiento de Jesús es nuevo. Nuevo por la extensión y por la intensidad, por el estilo, el modo y las calidades. Jesús nos pide que amemos como él. En eso está lo nuevo, no en el qué, sino en el "como". Amor como el de Jesús, es decir, gratuito, generoso, universal, incondicional, sin límites. Lo nuevo está en la ruptura de límites. Nosotros ponemos límites a todas las cosas: limitamos las personas, el tiempo, la intensidad. ˇSin límites! Amar a todos, especialmente a los que más lo necesitan. Amar incluso a los que te resultan desagradables. Amar incluso a los que te ofenden y te odian. Sin límites: amar a lo largo de los días y los ańos; amar hasta la muerte y aun más allá de la muerte. Sin límites: hasta despojarte de todo, hasta gastarte del todo, hasta darte todo. O sea, amar a todos y del todo y en todo. Esto era algo tan nuevo que hubo que inventar la palabra. No el eros ni la filía, sino el ágape: la bendición de Dios.

El amor cristiano: Alguien ha calculado estos grados de amor cristiano.

1.° Amar al prójimo como a ti mismo. Es la base, Jesús también lo exigió. Tienes que quererte bien y así tienes que querer también al hermano, sea próximo o lejano. 

2.° Amar al prójimo como a Dios. Esta sí que es una gran novedad. En Cristo y por Cristo, Dios y el hombre se identifican. Es el resultado de la Encarnación que no cesa. No hay peligro de esquizofrenia. No hay dos amores. El amor a Dios y el amor al prójimo se identifican. Lo que se hace con el prójimo, especialmente con el más pobre y necesitado, se hace con Jesús, se hace con Dios. ¿Qué cuánto amas a Dios? Pues mira a ver lo que amas a tu prójimo. Esa es la medida.

3.° ¿Cabe más? Amar al prójimo como Dios, "como yo". Esto parece casi una blasfemia. ¿Soy yo acaso Dios? ¿Quién puede amar como Dios? Pero El viene en nuestra ayuda. Nosotros no podemos ni sabemos, pero Dios derrama en nuestros corazones su Espíritu, que es Amor. Así puedes amar como Dios, o Dios puede amar en ti.

El inicio del evangelio se nos ha dicho: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16-17). Hoy nos ha recalcado el tema del amor al decirnos: “Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros como yo les he amado. La señal por la que conocerán que son mis discípulos será que se amen unos a otros” (Jn 13,34). Otras enseñanzas según los sinópticos también se nos dice: “Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir su sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos. Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos? Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo” (Mt 5,43-48).

¿Por qué tanta insistencia sobre el amor? Porque Dios es amor (I Jn 4,8). El amor autentico a Dios pasa por el amor al hermano: “El que dice amo a Dios, y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?” (I Jn 4,20). San Pablo agrega al respecto y dice: “Toda la Ley se resume en este precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Gal 5,14). “Que la única deuda con los demás sea la del amor mutuo porque el que ama al prójimo ya cumplió toda la Ley” (Rm 13,8).

En este quinto domingo del tiempo de pascua, tiempo de manifestación del amor de Dios para con cada uno de nosotros, manifiesto expresado simplemente en el acontecimiento de Jesús crucificado y resucitado. Y en este contexto o despliegue festivo del amor de Dios, el evangelio nos aporta tres ideas principales, es a saber:

a) Judas que ya salió a hacer de las suyas. Jesús ve con mucha serenidad lo que se viene, por más que sabe a lo que va a pasar, Jesús mira con ojos nuevos su futuro. Sabe lo que le espera, pero no lo ve ni como algo trágico ni como una desgracia. Al contrario, siente que ahora ha llegado la hora de su propia glorificación y la glorificación del Padre en Él. Lo que para muchos serán unas momentos de dolor, frustración o fracaso, Jesús es capaz de ver en ello el momento de dar gloria a Dios y Él mismo ser glorificado. Y es que Jesús siempre ve las cosas desde el otro lado, desde el proyecto amoroso del Padre celestial.

b) La idea central que resalta el evangelio de hoy es el gran mandamiento que nos deja. Lo hace como todo buen padre lo haría con sus hijos al momento de morirse: que se amen unos a otros. Pero, no se trata de un amor como lo entiende el hombre del siglo XXI (amor eros, amor filia, amor interesado) un amor vacío. Se trata del amor como Él mismo nos ha amado. Aquí no se trata de palabras bonitas y románticas de corte novelesca y menos de una poesía bonita que todo eso no sirve de nada. El amor de verdad del que nos habla Jesús es ese amor ágape, el amor sublime, el amor incondicional y este tipo del amor verdadero solo puede venir de Dios. El amor de verdad es amar como Jesús ama, hasta dar su vida por el mundo.

c) La otra idea que me parece valioso es que: El verdadero testimonio cristiano que hace creíble nuestra fe y hace creíble nuestra fe en Jesús, no es hacer grandes cosas ni ocupar altos puestos, sino el "amarnos los unos a los otros. Los cristianos solemos ser gente normal, gente como el resto de la gente. Comemos, bebemos, dormimos, nos divertimos, trabajamos. Vamos en el autobús, nos molesta el frío. Nos agobia, con frecuencia el calor. Igualitos a todos. En estos actos simples se ve desplegado el amor autentico de todo discípulo y los demás de por si entienden el mensaje y dicen mira cómo se aman. Entonces es cuando nos sabemos que somos de Jesús nuestro maestro quien nos dejó esta forma de vida evangélica. Con razón algunos eminentes santos en nuestra Iglesia universal como como San Pablo dirá: Ya no vivo yo, es Cristo que vive en mí’ (Gál 2, 20). O como el mismo hermano universal, San Francisco de Asís que propone a sus hermanos como norma de vida fraterna: vivir el santo evangelio, que no es otra que vivir en el mismo amor de Dios.

En resumen: ¿cómo se nos identifica como cristianos? ¿Cómo saber que somos seguidores de Jesús? Hay un detalle que Jesús quiere dejar bien claro para que "conozcan que son mis discípulos". Nuestro único y verdadero distintivo es el que más nos asemeja a Él y al Padre. Para Jesús no es otra cosa que el "amor". "La señal por la que conocerán todos que son discípulos míos será que se amen unos a otros como yo les he amado". La Iglesia no se identifica por su gran organización, ni tampoco por la solemnidad de sus celebraciones ni siquiera por sus grandes documentos, la Iglesia se identifica ante la sociedad por ser el sacramento del amor de Dios a los hombres. La Iglesia no se identifica por su ortodoxia, sino por ser la expresión del amor de Jesús crucificado en la Cruz y como tal es el evangelio viviente y signo de salvación. Pues, ahora entendemos del por qué Jesús respondió al maestro de la ley cuando un buen día le pregunto ¿Cuáles el mandamiento principal de la ley? A lo que Jesús respondió: amaras a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y el segundo es semejante: amaras a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22,37).

San Pablo es bien explícito sobre el tema: “Todo lo que hagan, háganlo con amor” (I Cor 16,14). Y es muy contundente al descifrar los valores que construyen el amor al decir: “Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe. Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada. Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada. El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece,  no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. Las profecías acabarán, el don de lenguas terminará, la ciencia desaparecerá, el amor no pasará jamás” (I Cor 13,1-8).


IV DOMINGO T.P. – C (Domingo 11 de abril de 2025)

 IV DOMINGO T.P. – C (Domingo 11 de abril de 2025)

Proclamación del Santo Evangelio según San Juan: 10,27-30

10:27 Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen.

10:28 Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos.

10:29 Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre.

10:30 El Padre y yo somos una sola cosa". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

“Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí – como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre – y doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño y un solo Pastor” (Jn 10,14-16).  “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen” (Jn 10,27). ¿Cuál es la verdadera voz de Dios? La de Jesús, porque nos ama y nos llama al amor. “El que es de Dios escucha las palabras de Dios; si ustedes no las escuchan, es porque no son de Dios"( Jn 8,47).  Él es la Palabra de Dios. Este Hijo de Dios se hizo hombre (Jn 1,14) para dar a conocer a Dios-Padre (Jn 1,18) y darnos vida en plenitud (Jn 10,10): la vida eterna. ¿Cómo? “Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor que da su vida por las ovejas” (Jn 10,11). 

Dios que es amor (I Jn 4,8), se propone por el profeta este proyecto amoroso: ¡Aquí estoy yo! Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él. Como el pastor se ocupa de su rebaño cuando está en medio de sus ovejas dispersas, así me ocuparé de mis ovejas y las libraré de todos los lugares donde se habían dispersado, en un día de nubes y tinieblas. Las sacaré de entre los pueblos, las reuniré de entre las naciones, las traeré a su propio suelo y las apacentaré sobre las montañas de Israel, en los cauces de los torrentes y en todos los poblados del país. Las apacentaré en buenos pastizales y su lugar de pastoreo estará en las montañas altas de Israel. Allí descansarán en un buen lugar de pastoreo, y se alimentarán con ricos pastos sobre las montañas de Israel. Yo mismo apacentaré a mis ovejas y las llevaré a descansar- dice el Señor-. Buscaré a la oveja perdida, haré volver a la descarriada, vendaré a la herida y curaré a la enferma, pero exterminaré a la que está gorda y robusta” (Ez 34,11-16). Dios viene hacia nosotros como buen pastor en su Hijo.

Jesús como buen pastor se preocupa de los más débiles, de los enfermos, de la oveja perdida, de cuando tenemos problemas. Nosotros obtenemos la vida eterna creyendo en Jesús, y acogiéndolo en nuestra propia vida, teniendo una duradera y fructífera relación personal con él (Jn 15,1-17). De esta forma nos capacita para convertirnos en hijos adoptivos de Dios (Jn 1,12-13). Él nos habla. El comienzo de una amistad y de un amor está siempre en la escucha de una palabra, de un saludo (Jn 20,21), de una invitación (Jn 21,19). La escucha es el abono que hace fértil una relación humana y también una relación divina.

Jesús ya había dicho: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (10,10).  Ahora Jesús muestra la contundencia de dicha afirmación: “Nadie las arrebatará de mi mano...” (10,29).  Con esto Jesús nos asegura lo que ningún ser humano, ni siquiera con todo el cariño que nos tenga ni con todos los cuidados que nos prodigue, podría prometernos: 1) la vida eterna, 2) la defensa de todo mal y 3) la comunión indestructible.

Las palabras de Jesús en (Jn 10,27-30), tiene como trasfondo la preciosa imagen del pastoreo de las ovejas, se centran todas ellas en la descripción de la relación entre Él y todas las personas que le pertenecen, esto es, todos aquellos que han entrado en el camino de la fe, confiando en Él sus vidas. “Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Graba en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Incúlcalas a tus hijos, y háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas de viaje, al acostarte y al levantarte” (Dt 6,4-7).

Las características de la relación con Jesús:

1) “Mis ovejas escuchan mi voz... y ellas me siguen” (Jn 10,27): Las dos acciones que caracterizan a un discípulo de Jesús son (a) la escucha del Maestro y (b) el ejercicio del seguimiento, mediante la obediencia a la Palabra. Pero es interesante leer esta misma frase desde la perspectiva de Jesús. Jesús habla de “mis” ovejas. Les dice en primera persona. Las ovejas son de Él, el Padre se las ha dado y el las cuida con amor responsable.  Decir que las ovejas son “suyas”, implica mucho.

Este “mis ovejas”, que luego se vuelve “me” (siguen), es como una pequeña ventana que nos descubre el amplio panorama del estilo del Pastor: Jesús, como buen pastor a quien el Padre le ha confiado sus ovejas, vive toda su misión con una dedicación gratuita e incondicionada, en la disposición de ofrecer la propia vida, dispuesto a afrontar la muerte, dispuesto a exponerse en primera persona para salvar a sus ovejitas, dispuesto a tomar sobre sus hombros el mal y las heridas provocadas por los lobos para impedir que las ovejas le sean raptadas al Padre.

2) “Yo las conozco... Yo les doy vida eterna” (Jn 10,27-28): Para Jesús no somos números en medio de una gran masa de gente, ¡no!  Jesús, más bien, nos identifica claramente en el cálido ámbito de una gran familiaridad: conoce nuestra historia, nuestras dificultades, nuestros defectos y todas las características de nuestra personalidad. Porque nos conoce nos acepta como somos, nos quiere todavía más (Jn 10,14-15), y nos introduce dentro de la relación todavía más profunda que habita su corazón: la amistad con el Padre. Esta amistad es eterna. En ella nos ofrece una “vida eterna”. De aquí deriva el sentido de responsabilidad propio del verdadero pastor: Jesús está cercano a sus ovejas con premura, con atención, con paciencia, con delicadeza, con una dedicación incansable hasta el don total de sí mismo sobre la Cruz, para que las ovejas tengan vida.

3) “Mis ovejas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mi mano” (Jn 10,28): Ninguno de los que entra en este tipo de relación con Jesús irá a la perdición ni podrá ser arrebatado de la mano de Jesús, porque Él es Buen Pastor.  Cuando hay amor nadie se quiere morir, más bien al contrario: el amor pide eternidad. La relación con Jesús da vida y seguridad. Para ello hace falta dejarnos pastorear por nuestro buen pastor siendo fieles al rebaño que Jesús instituyo como Iglesia (Mt 16,18).

domingo, 27 de abril de 2025

III DOMINGO DE PASCUA – C (Domingo 04 de mayo del 2025)

 III DOMINGO DE PASCUA – C (Domingo 04 de mayo del 2025)

Lectura del santo evangelio según san Juan 21,1-19:

21:1 Después de esto, Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así:

21:2 estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos.

21:3 Simón Pedro les dijo: "Voy a pescar". Ellos le respondieron: "Vamos también nosotros". Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada.

21:4 Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él.

21:5 Jesús les dijo: "Muchachos, ¿tienen algo para comer?". Ellos respondieron: "No".

21:6 Él les dijo: "Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán". Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla.

21:7 El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: "¡Es el Señor!" Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua.

21:8 Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla.

21:9 Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan.

21:10 Jesús les dijo: "Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar".

21:11 Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió.

21:12 Jesús les dijo: "Vengan a comer". Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: "¿Quién eres?", porque sabían que era el Señor.

21:13 Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado.

21:14 Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos.

21:15 Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?" Él le respondió: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis corderos".

21:16 Le volvió a decir por segunda vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?" Él le respondió: "Sí, Señor, sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas".

21:17 Le preguntó por tercera vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?" Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: "Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas.

21:18 Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras".

21:19 De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: "Sígueme". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados amigos y hermanos en la fe paz y bien.

En la noche de la cena, Jesús había respondido a la pregunta de Pedro: "Señor, a dónde vas?"; "Adonde yo voy, no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde" (Jn 13,36). Ha llegado la hora de la vocación: "Sígueme" (Jn 21,19). Entonces Pedro había dicho: "Daré mi vida por tí". Ya puedes, Pedro, comenzar a dar la vida, porque "el buen pastor da la vida por sus ovejas" (Jn 10,11). Y las ovejas de Cristo, te han sido confiadas ahora. Sólo con mucho amor podrás cumplir tu misión, por eso te han examinado cuanto eres capaz de amar. El amor, ha sido tu tesis doctoral, la que figura en tu "Ficha". Y Jesús le predice que al fin morirá extendiendo las manos. Pero el amor le dará fuerza para afrontar la pasión. Cristo resucitado restaura, alimenta y envía a la misión. La historia de Pedro ilustra que el amor verdadero se prueba en el servicio y al discípulo se le exige seguir a Jesús hasta la cruz.

Jesús a Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?" Él le respondió: "Sí, Señor, sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas".  “El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre” (Jn 14,21).  “¿Cómo sabemos que somos de Dios? En que cumplimos sus mandamientos, pero quien dice amo a Dios y no cumple sus mandamientos es un mentiroso” (IJn 2,3). Es el amigo que quiere saber, quiere estar seguro, como si tuviese necesidad de su apoyo, de su amistad, de su fidelidad; como si quisiera asegurarse de poder contar con él para siempre. Y Pedro responde: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero", conoce su debilidad y no se enorgullece ahora de su amor ni de su lealtad hacia Jesús. El, que conoce su corazón, sabe que lo ama de verdad.

Tres veces la pregunta de Jesús, como tres veces le había negado. Pedro no puede afirmar nada después de lo que ha sucedido, aunque ahora declare ser su amigo, quizá vuelva a negarle otra vez. Y Pedro mide su debilidad, se da cuenta de sus limitaciones, de su pobreza radical. A pesar de todo, quiere a Jesús, porque es su amigo, porque es todo para él. No puede explicarlo, pero es así. Y se remite al conocimiento que Jesús tiene de él; el puede juzgar de la veracidad de sus palabras.

A este hombre que conoce ahora su valía -es decir, lo poco que vale para ser fiel a ese amor de Jesús- Jesús le va a confiar la dirección de su propia misión: extender el amor por el mundo.

"Apacienta mis corderos... apacienta mis ovejas". Jesús le confía lo que más quiere en el mundo, porque Pedro ha hablado esta vez no únicamente por sí mismo, sino por el Espíritu que está en él. Jesús le pide que el amor que le tiene a él lo demuestre en la entrega y servicio sin límites a los demás pastoreando.

Jesús dijo a Simón: "No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres" (Lc 5,10). Pedro dice me voy a pescar, los demás compañeros reflejan alguna identidad aún de vida fraterna que aprendieron de su maestro: “vamos también nosotros contigo” (Jn 21,3). Esta actitud se sitúa ya en un contexto eclesial; Pedro, decide salir a anunciar el Evangelio, pero no irá él solo también el resto se le une en la misión. Es que la Iglesia no es solo el Papa, ni solo el Obispo, ni solo el sacerdote, la Iglesia somos todos los bautizados (Mt 28,19-20). Todos somos responsables y todos estamos llamados a "ir de pesca", aunque la expresión pueda parecer un tanto extraña. Desde luego hubo épocas en que la Iglesia nunca dijo a los bautizados vamos a pescar, pero felizmente aunque todavía de modo muy lento, vamos tomando conciencia de que el anuncio del Evangelio tiene que ser obra de todos. No aislados, sino formando una comunidad y comunión con el Pedro de hoy que es el Papa.

Es sumamente importante tener una convicción firme y SIN MIEDO A LOS FRACASOS. No siempre basta la buena voluntad y no siempre nos sonríe el éxito. También hay momentos en los que el éxito brilla por su ausencia. No todos son éxitos en la Iglesia. No todos son éxitos en el anuncio del Evangelio. "Aquella noche no cogieron nada" (Jn 21,5). Son esos momentos de oscuridad que terminan, con frecuencia, invitándonos al desaliento. Hablo por experiencia como sacerdote y religioso consagrado, no siempre he sido escuchado y no siempre he logrado lo que con todo corazón buscaba en mi predicación. Alguna vez he desistido de ofrecer el Evangelio a alguien, de lo cual luego me he arrepentido. Felizmente, he ido aprendiendo de la propia experiencia y cuanto más me queda por aprender de la gente sencilla y de los niños.

Es posible que aquella noche Pedro y los suyos fuesen demasiado confiados en sus propias artes de pesca y fracasaron. Hasta que se aparece Jesús y nos dice: "Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán" (Jn 21,6). El supremo maestro si sabe de pesca, pero para que Jesús coopere en la obra de la pesca requerimos hacer un alto en la jornada de trabajo (Lc 10,39-42), conviene echar una mirada a Jesús que muy respetuoso espera su turno nos sugiere cómo, cuándo y dónde tenemos que echar la red. Este momento sin duda es el domingo, día del Señor y el día de la familia el hacer un alto en la jornada de trabajo, dejar la red a un lado y dar una mirada de apertura al Señor tiene mucho sentido en el domingo. Y Él nos dirá donde tenemos que echar la red y veremos que la red si tiene peces si hay pan suficiente para los hijos. Ya había dicho: “Sin mi nada pueden hacer” (Jn 15,5).

No somos nosotros los que cambiamos los corazones de los demás. No somos nosotros los que podemos cambiar la vida de los demás. Esa es obra de Jesús. Por eso, para anunciar el Evangelio necesitamos estar acompañados de Él, confiados en Él. Fiándonos de Él. Los fracasos también entran en la pedagogía de Dios. Nos enseñan a confiar y fiarnos más de Él que de nosotros. De ahí que el evangelizador primero ha de hablar con Dios y escuchar a Dios. Evangelización (Mc 16,15) y oración (Lc 17,5) caminan juntas son los dos brazos del Evangelio. ¿No será también esta la pedagogía de los padres cuando ven que sus hijos se alejan de la fe? No basta enfadarse, ni echarles grandes discursos. Primero oremos por ellos. Desde la orilla Jesús grita a los discípulos que están pescando y les hace una pregunta: "¿Tienen pescado? (Jn 21,5) La respuesta es tajante: "No." Jesús les dice: "Echen la red a la derecha de la barca y encontraran." Así fue. El problema está dónde echar las redes, para ello hay que conocer bien el mar y el movimiento de los peces. Para evangelizar hay que conocer la realidad del mundo, de la historia y de los hombres.

A veces me temo que a nosotros nos suceda algo parecido a los discípulos, queremos pescar en las Iglesias vacías. Mientras tanto, la gente anda por la calle. La Iglesia puede estar vacía y las playas están a abarrotadas de gente, pero ¿alguien se atreve a proclamar el Evangelio en la playa? La Iglesia puede estar vacía y las calles están llenas de gente, pero ¿alguien se atreve a hablar del Evangelio en la calle? Tenemos que conocer dónde está la gente. Posiblemente tendremos que cambiar nuestro estilo de evangelización. Los templos se van vaciando cada vez más, pero nosotros seguimos empeñados en no salir de lo habitual. Seguimos echando las redes a la "izquierda" cuando Jesús nos invita a echarlas a la derecha. No esperemos que los peces vengan a nuestras redes, es preciso echar las redes donde están los peces. No esperemos que la gente venga a buscarnos, es preciso que nosotros salgamos a buscar a la gente. Y digo nosotros porque esta Iglesia es nuestra, iglesia de todos los bautizados. El problema no estaba en las redes, tampoco en los peces. El problema estaba en los pescadores que pescaban donde no había peces.

Estimados hermanos en la fe, no es hora de llorar sobre la tumba vacía, no es hora de mirar el cielo, no es hora de bonitas idea de Dios (Mt 7,21), eso es lindo pero algo más importante es sabernos comprometer y decir yo en qué y cómo puedo ayudar en esta tarea de la pesca. Jesús nos ha dicho algo lindo en los apóstoles pescadores: Sígueme (Jn 21,19). Dios a pesar de todo cuanto somos, sigue fiándose de nosotros, sigue apostando por nosotros. Olvidó de las traiciones, de las negaciones (Jn 18,17); ahora dice a Pedro ¿me amas? Si Señor; pastorea mis ovejas (Jn 21,15). Todos los bautizados somos sacerdotes de Cristo y tenemos la misión de pastorear y depende de este trabajo la vida eterna que nos prometió cuando dice: “Todo el que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o esposa, o hijos, o tierras por mí, recibirá cien veces más en esta vida, y heredará la vida eterna (Mt 19,29).

Jesús ya había manifestado, cuando dijo: “Yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia. Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas. El asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa. Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas. Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí” (Jn 10,10-14). Recordemos también cuando había dicho: “Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificare mi Iglesia” (Mt 16,18). Ahora Jesús dijo: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?" Él le respondió: "Sí, Señor, sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Pastorea mis ovejas" (Jn 21,16).

Termina el evangelio con una atenta invitación: “Sígueme” (Jn 21,19). Esto requiere: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras” (Mt 16,24-27).