DOMINGO X
(T.O.) 9 DE JUNIO 2013
Evangelio: San Lucas 10 11- 17
En aquel tiempo, iba Jesús de camino de una ciudad llamada
Naím, e iban con él sus discípulos y una gran muchedumbre. Cuando se acercaba a
la puerta de la ciudad, sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre,
que era viuda, a la que acompañaba mucha gente de la ciudad. Al verla el Señor,
tuvo compasión de ella, y le dijo: "No llores." Y, acercándose, tocó
el féretro. Los que lo llevaban se pararon, y él dijo: "Joven, a ti te
digo: Levántate." El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo
entregó a su madre.
Todos sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo: "Un
gran profeta ha surgido entre nosotros", "Dios ha visitado a su
pueblo". Y la noticia se divulgó por toda la comarca y Judea entera.
PALABRA DEL SEÑOR.
COMENTARIO:
Muy estimados amigos en el señor Paz y Bien.
En este domingo el tema de nuestra reflexión es el tema de
la muerte y la resurrección. La resurrección
es efecto de la muerte y la muerte no es sino efecto del pecado y el pecado no
es obra de Dios. “Po un solo hombre entró
el pecado en el mundo, y con el pecado la muerte. Después la muerte se propagó
a todos los hombres, porque todos pecaron (Rm 5,12). Así pues, el pecado es obra
del hombre. “Si decimos que no tenemos pecado, nos estamos engañando a nosotros
mismos, y la verdad no está en nosotros. Pero si confesamos nuestros pecados,
él, que es fiel y justo, nos perdonará nuestros pecados y nos limpiará de toda
maldad. Si dijéramos que no hemos pecado, sería como decir que él miente, y su
palabra no estaría en nosotros” (IJn 1,8-10).
El daño está hecho, habrá que hacer frente al Pecado porque
conduce a muerte y la muerte no es sino el infierno. “Dios salvador nuestro
quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Dios
es único, y único también es el mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús
hombre” (ITm 2,4-5). Mismo Jesús dice. “Entonces Tomás preguntó: «Señor,
nosotros no sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino? Jesús
contestó: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí”
(Jn 14,6-7). Resáltese esta afirmación de
Jesús “yo soy la vida”. “Le dijo Jesús: «Yo soy la resurrección (y la vida). El
que cree en mí, aunque muera, vivirá. El que vive, el que cree en mí, no morirá
para siempre. ¿Crees esto?» Ella contestó: «Sí, Señor; yo creo que tú eres el
Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.» (Jn 11, 25-26).
Ahora bien, conviene situarnos en algunas escenas de la resurrección
las que suscita el mismo Señor Jesús salvador nuestro que ha venido a
arrancarnos del poder de la muerte:
1).-Naim: Jesús se dirigió poco después a un pueblo llamado
Naím, y con él iban sus discípulos y un buen número de personas. Cuando llegó a
la puerta del pueblo, sacaban a enterrar a un muerto: era el hijo único de su
madre, que era viuda, y mucha gente del pueblo la acompañaba. Al verla, el
Señor se compadeció de ella y le dijo: «No llores.» Después se acercó y tocó el
féretro. Los que lo llevaban se detuvieron. Dijo Jesús entonces: «Joven, yo te
lo mando, levántate.» Se incorporó el muerto inmediatamente y se puso a hablar.
Y Jesús se lo entregó a su madre: Mujer ahí tienes a tu hijo. (Lc. 7. 12-15).
La parte ultima similar a la escena de su propia muerte: Jesús, al ver a la
Madre y junto a ella al discípulo que más quería, dijo a la Madre: «Mujer, ahí
tienes a tu hijo.» (Jn 19,26).
2).- Casa de Jairo: Estaba aún Jesús hablando, cuando
alguien vino a decir al dirigente de la sinagoga: «Tu hija ha muerto; no tienes
por qué molestar más al Maestro.» Jesús lo oyó y dijo al dirigente: «No temas:
basta que creas, y tu hija se salvará.» Al llegar a la casa, no permitió entrar
con él más que a Pedro, Juan y Santiago, y al padre y la madre de la niña. Los
demás se lamentaban y lloraban en voz alta, pero Jesús les dijo: «No lloren; la
niña no está muerta, sino dormida.» Pero la gente se burlaba de él, pues sabían
que estaba muerta. Jesús la tomó de la mano y le dijo: «Niña, levántate.» Le
volvió su espíritu; al instante se levantó y Jesús insistió en que le dieran de
comer (Lc 8, 49-52)
3) Betania: Jesús ordenó: «Quiten la piedra.» Marta, hermana
del muerto, le dijo: «Señor, ya tiene mal olor, pues lleva cuatro días.» Jesús
le respondió: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios? Y quitaron
la piedra. Jesús levantó los ojos al cielo y exclamó: «Te doy gracias, Padre,
porque me has escuchado. Yo sabía que siempre me escuchas; pero lo he dicho por
esta gente, para que crean que tú me has enviado.» Al decir esto, gritó con fuerte
voz: «¡Lázaro, sal fuera!» Y salió el muerto. Tenía las manos y los pies atados
con vendas y la cabeza cubierta con un velo. Jesús les dijo: «Desátenlo y
déjenlo caminar.» Muchos judíos que habían ido a casa de María creyeron en
Jesús al ver lo que había hecho. (Jn 11,19-45).
4) Propia muerte y resurrección: y Jesús gritó muy fuerte:
«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Y dichas estas palabras, Jesús murió.
El capitán romano, al ver lo que había sucedido, reconoció la mano de Dios y
dijo: «Realmente este hombre era un justo.» Y toda la gente que se había
reunido para ver este espectáculo, al ver lo ocurrido, comenzó a irse
golpeándose el pecho. (Lc 23, 46-48) … (María de Magdala, Juana y María, la
madre de Santiago) al entrar en la tumba no encontraron el cuerpo del Señor
Jesús. No sabían qué pensar, pero en ese momento vieron a su lado a dos hombres
con ropas fulgurantes. Estaban tan asustadas que no se atrevían a levantar los
ojos del suelo. Pero ellos les dijeron: «¿Por qué buscan entre los muertos al
que vive? No está aquí. Resucitó. Acuérdense de lo que les dijo cuando todavía
estaba en Galilea: El Hijo del Hombre debe ser entregado en manos de los
pecadores y ser crucificado, y al tercer día resucitará.» Ellas entonces recordaron
las palabras de Jesús. Al volver del sepulcro, les contaron a los Once y a
todos los demás lo que les había sucedido. (Lc 26,4-9).
La pregunta exegética que nos hacemos es. ¿Por qué las
resurrecciones que hizo Jesús se describen con detalles pero hay tres puntos
suspensivos en la resurrección de nuestro Señor Jesucristo? L respuesta la
hallamos en la resurrección de Lázaro (Jn 11,41). Porque todas las
resurrecciones que hace Jesús es el cuarto día, es decir resucitan en el mismo
cuerpo mortal. En cambio la resurrección del Señor es el tercer día, una resurrección
en el estado glorioso. Y ¿en qué consiste este estado glorioso?. Veamos:
Jesús se Transfiguró:
“Unos ocho días después de estos discursos, Jesús tomó consigo a Pedro, a
Santiago y a Juan y subió a un cerro a orar. Y mientras estaba orando, su cara
cambió de aspecto y su ropa se volvió de una blancura fulgurante. Dos hombres,
que eran Moisés y Elías, conversaban con él. Se veían en un estado de gloria y
hablaban de su partida, que debía cumplirse en Jerusalén. Un sueño pesado se
había apoderado de Pedro y sus compañeros, pero se despertaron de repente y
vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él. Como éstos
estaban para irse, Pedro dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bueno que estemos aquí!
Levantemos tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» Pero
no sabía lo que decía. Estaba todavía hablando, cuando se formó una nube que
los cubrió con su sombra, y al quedar envueltos en la nube se atemorizaron. Pero
de la nube llegó una voz que decía: «Este es mi Hijo, mi Elegido; escúchenlo.»
(Lc 9,28-35). Esta explicación de la transfiguración del señor en el monte
Tabor es la que entra a tallar los puntos suspensivos dejados en la tumba vacía
(Lc 24,6) Jesús resucito y ahora está en estado glorioso ya no unos segundos
como se dejó ver con Pedro Santiago y Juan sino para siempre, este estado está
fuera del tiempo y es la eternidad.
Ahora estando en este estado glorioso Jesús se dejó ve
durante 50 días por sus apóstoles y una de ellas es esta: “Ese mismo día, el
primero después del sábado, los discípulos estaban reunidos por la tarde, con
las puertas cerradas por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se puso de pie en
medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!» Dicho esto, les mostró
las manos y el costado. Los discípulos se alegraron mucho al ver al Señor. Jesús
les volvió a decir: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envío a mí, así
los envío yo también.» Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban el
Espíritu Santo: a quienes descarguen de sus pecados, serán liberados, y a
quienes se los retengan, les serán retenidos.» Tomás, uno de los Doce, llamado
el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le
dijeron: «Hemos visto al Señor.» Pero él contestó: «Hasta que no vea la marca
de los clavos en sus manos, no meta mis dedos en el agujero de los clavos y no
introduzca mi mano en la herida de su costado, no creeré.» Ocho días después,
los discípulos de Jesús estaban otra vez en casa, y Tomás con ellos. Estando
las puertas cerradas, Jesús vino y se puso en medio de ellos. Les dijo: «La paz
esté con ustedes.» Después dijo a Tomás: «Pon aquí tu dedo y mira mis manos;
extiende tu mano y métela en mi costado. Deja de negar y cree.» Tomás exclamó:
«Tú eres mi Señor y mi Dios.» Jesús replicó: «Crees porque me has visto.
¡Felices los que no han visto, pero creen!» (Jn 20, 20-19).
San Pablo: En su teología de la Parusía parte propedéutica sostiene
este mismo principio: En primer lugar les he transmitido esto, tal como yo
mismo lo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, como dicen las
Escrituras; que fue sepultado; que resucitó al tercer día, también según las
Escrituras; que se apareció a Pedro y luego a los Doce. Después se dejó ver por
más de quinientos hermanos juntos, algunos de los cuales ya han entrado en el
descanso, pero la mayoría vive todavía. Después se le apareció a Santiago, y
seguidamente a todos los apóstoles. Y se
me apareció también a mí, iba a decir al aborto, el último de todos Porque yo
soy el último de los apóstoles y ni siquiera merezco ser llamado apóstol, pues
perseguí a la Iglesia de Dios. Sin embargo, por la gracia de Dios soy lo que
soy y el favor que me hizo no fue en vano; he trabajado más que todos ellos,
aunque no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo. Pues bien, esto es lo
que predicamos tanto ellos como yo, y esto es lo que han creído. Ahora bien, si
proclamamos un Mesías resucitado de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos ahí
que no hay resurrección de los muertos? Si los muertos no resucitan, tampoco
Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, nuestra predicación no tiene
contenido, como tampoco la fe de ustedes. Con eso pasamos a ser falsos testigos
de Dios, pues afirmamos que Dios resucitó a Cristo, siendo así que no lo
resucitó, si es cierto que los muertos no resucitan. Pues si los muertos no
resucitan, tampoco Cristo pudo resucitar. Y si Cristo no resucitó, de nada les
sirve su fe: ustedes siguen en sus pecados. Y, para decirlo sin rodeos, los que
se durmieron en Cristo están totalmente perdidos. Si nuestra esperanza en
Cristo se termina con la vida presente, somos los más infelices de todos los
hombres. Pero no, Cristo resucitó de entre los muertos, siendo él primero y
primicia de los que se durmieron.
Un hombre trajo la muerte, y un hombre también trae la
resurrección de los muertos. Todos mueren por estar incluidos en Adán, y todos
también recibirán la vida en Cristo. Pero se respeta el lugar de cada uno:
Cristo es primero, y más tarde le tocará a los suyos, cuando Cristo nos visite.
Luego llegará el fin. Cristo entregará a Dios Padre el Reino después de haber
desarmado todas las estructuras, autoridades y fuerzas del universo. Está dicho
que debe ejercer el poder hasta que haya puesto a todos sus enemigos bajo sus
pies, y el último de los enemigos sometidos será la muerte. Dios pondrá todas
las cosas bajo sus pies. Todo le será sometido; pero es evidente que se excluye
a Aquel que le somete el universo. Y cuando el universo le quede sometido, el
Hijo se someterá a Aquel que le sometió todas las cosas, para que en adelante,
Dios sea todo en todos. Pero, díganme, ¿qué buscan esos que se hacen bautizar
por los muertos? Si los muertos de ningún modo pueden resucitar, ¿de qué sirve
ese bautismo por ellos? Y nosotros mismos, ¿para qué arriesgamos continuamente
la vida? Sí, hermanos, porque todos los días estoy muriendo, se lo juro por
ustedes mismos que son mi gloria en Cristo Jesús nuestro Señor. Si no hay más
que esta existencia, ¿de qué me sirve haber luchado contra leones en Éfeso? Si
los muertos no resucitan, comamos y bebamos, que mañana moriremos. No se dejen
engañar: las doctrinas malas corrompen las buenas conductas. Despiértense y no
pequen: de conocimiento de Dios algunos de ustedes no tienen nada, se lo digo
para su vergüenza.
Algunos dirán: ¿Cómo resurgen los muertos? ¿Con qué clase de
cuerpo vuelven? ¡Necio! Lo que tú siembras debe morir para recobrar la vida. Y
lo que tú siembras no es el cuerpo de la futura planta, sino un grano desnudo,
ya sea de trigo o de cualquier otra semilla. Dios le dará después un cuerpo
según lo ha dispuesto, pues a cada semilla le da un cuerpo diferente. Hablamos
de carne, pero no es siempre la misma carne: una es la carne del hombre, otra
la de los animales, otra la de las aves y otra la de los peces. Y si hablamos
de cuerpos, el resplandor de los «cuerpos celestes» no tiene nada que ver con
el de los cuerpos terrestres. También el resplandor del sol es muy diferente
del resplandor de la luna y las estrellas, y el brillo de una estrella difiere
del brillo de otra.
Lo mismo ocurre con la resurrección de los muertos. Se
siembra un cuerpo en descomposición, y resucita incorruptible. Se siembra como
cosa despreciable, y resucita para la gloria. Se siembra un cuerpo impotente, y
resucita lleno de vigor. Se siembra un cuerpo animal, y despierta un cuerpo
espiritual. Pues si los cuerpos con vida animal son una realidad, también lo
son los cuerpos espirituales. Está escrito que el primer Adán era hombre dotado
de aliento y vida; el último Adán, en cambio, será espíritu que da vida. La
vida animal es la que aparece primero, y no la vida espiritual; lo espiritual
viene después. El primer hombre, sacado de la tierra, es terrenal; el segundo
viene del cielo. Los de esta tierra son como el hombre terrenal, pero los que
alcanzan el cielo son como el hombre del cielo. Y del mismo modo que ahora
llevamos la imagen del hombre terrenal, llevaremos también la imagen del
celestial. Entiéndanme bien, hermanos: lo que es carne y sangre no puede entrar
en el Reino de Dios. En la vida que nunca terminará no hay lugar para las
fuerzas de descomposición. Por eso les enseño algo misterioso: aunque no todos
muramos, todos tendremos que ser transformados cuando suene la última trompeta.
Será cosa de un instante, de un abrir y cerrar de ojos. Al toque de la trompeta
los muertos resucitarán como seres inmortales, y nosotros también seremos
transformados. Porque es necesario que nuestro ser mortal y corruptible se
revista de la vida que no conoce la muerte ni la corrupción. Cuando nuestro ser
corruptible se revista de su forma inalterable y esta vida mortal sea absorbida
por la inmortal, entonces se cumplirá la palabra de la Escritura: ¡Qué victoria
tan grande! La muerte ha sido devorada. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?
¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado, y la
Ley lo hacía más poderoso. Pero demos gracias a Dios que nos da la victoria por
medio de Cristo Jesús, nuestro Señor. Así, pues, hermanos míos muy amados,
manténganse firmes y no se dejen conmover. Dedíquense a la obra del Señor en
todo momento, conscientes de que con él no será estéril su trabajo.
REFELXION PASTORAL:
Solo quien ha experimentado el dolor auténtico de la muerte
es el que ha perdido un ser querido en este mundo. Nadie sabe el dolor del
corazón de una madre que ha perdido a su hijo. Su camino más doloroso es sin
duda el del cementerio. De ahí las dolorosas escenas de despedida cuando ven
que meten a su hijo en la tumba. Incluso, a veces, es preciso tomarla de la
mano porque no quiere soltarse del último abrazo en el ataúd. Pero todos somos
testigos del dolor de las madres que sienten que también están perdiendo a su
hijo, no porque la gente cargue con el ataúd. Es el dolor de las madres que ven
que sus hijos se alejan del hogar en busca de otras compañías, que andan por
otros caminos de muerte en la vida.
El dolor de las madres que ven a su hijo dominado por el
alcohol y que regresa a casa de madrugada, cuando no se queda por ahí todo el
fin de semana. El dolor de las madres que ven como su hijo se está hundiendo en
el infierno de la droga. El dolor de las madres que sienten que su hijo se
niega a abrir sus ojos a un futuro digno y que los haga hombres signos en la
sociedad. Todos, de alguna manera, hemos sido y somos testigos del dolor de
muchas madres. Engendraron al hijo con todo el cariño de su corazón y ahora ven
cómo se les escapa de las manos.
A estas madres no podemos mirarlas con indiferencia y muchos
menos con críticas y reproches. También ellas necesitan de un Jesús que sienta
compasión por ellas y les devuelva a su hijo medio muerto en vida. Hijo no
camino del cementerio, pero sí camino de una vida que cada día se va
destruyendo. También ellas necesitan de una palabra de consuelo por parte
nuestra. También ellas necesitan de esa ayuda que pueda devolverles al hijo.
Felizmente existen hoy distintos movimientos de ayuda, pero necesitan también
ellas de mucha fe en Jesús que es capaz de decir: "Muchacho, a ti te lo
digo: "Levántate." Todas las terapias son de alabar y apreciar, pero
no podemos olvidar a ese Jesús que, a veces como quien no hace nada, sale a
nuestro encuentro. Hay muertes que sólo Él puede devolverlas la vida. Jesús no
puede ser indiferente ante las lágrimas de las madres.