DOMINGO XIII – C / 30 DE Junio 2013
San Lc. 9,51-62:
En aquel tiempo, sucedió que como se iban cumpliendo los
días de su ascensión, Él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén, y envió
mensajeros delante de sí, que fueron y entraron en un pueblo de samaritanos
para prepararle posada; pero no le recibieron porque tenía intención de ir a
Jerusalén. Al verlo sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: "Señor,
¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?" Pero
volviéndose, les reprendió; y se fueron a otro pueblo.
Mientras iban caminando, uno le dijo: "Te seguiré
adondequiera que vayas." Jesús le dijo: "Las zorras tienen guaridas,
y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la
cabeza." A otro dijo: "Sígueme." Él respondió: "Déjame ir primero
a enterrar a mi padre." Le respondió: "Deja que los muertos entierren
a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios." También otro le dijo:
"Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi casa." Le
dijo Jesús: "Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto
para el Reino de Dios."
PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXIÒN:
Muy estimados amigos en
el Señor Paz y Bien.
¿Nos sentimos aludidos con
el Evangelio de hoy o somos de los que son indiferentes a quienes les da lo mismo
estar con Dios o con el demonio? Dice la Biblia que Dios quiere el corazón del
hombre sincero: “Cuando me invoquen y vengan a suplicarme, yo los escucharé; y
cuando me busquen me encontrarán, siempre que me imploren con un corazón puro y
sincero” (Jer 29,12-13). Bien, presumo que se dieron cuenta de que el relato
del Evangelio de hoy tiene dos partes pero que en el fondo son el complemento
de una sola realidad: el estar con Dios, ya de camino, ya en la alegría, o en
la tristeza y en toda circunstancia. Al respecto Pedro dijo: “Maestro, ¡qué bueno que estemos aquí!
Levantemos tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Pero
no sabía lo que decía. Estaba todavía hablando, cuando se formó una nube que
los cubrió con su sombra, y al quedar envueltos en la nube se atemorizaron. Pero
de la nube llegó una voz que decía: Este es mi Hijo, mi Elegido; escúchenlo”
(Lc 9,33-35).
En la primera escena es
de advertirse que los apóstoles reflejan el lado humano, una reacción violenta
de los discípulos que quieren pedir fuego para quemar vivos a aquellos
samaritanos que no quieren dar alojamiento a Jesús por la sencilla razón que va
camino de los judíos (Lc. 9,53). Los discípulos llevaban fuego más que amor.
Ante el rechazo de Jesús por los samaritanos, tratan de solucionar el problema
"pidiendo fuego para que acabe con ellos". La gran tentación de hoy
es esto precisamente, hacer las cosas como se nos parezca. Estar con Dios, pero
hacer como nosotros queremos.
Ya había advertido Jesús a
los apóstoles: “No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán
condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará... Porque con la
medida que ustedes midan, serán medidos ustedes” (Lc 6,36). Las revoluciones
necesitan sangre, pero es el criterio humano. Por eso todas las revoluciones
terminan dividiendo: vencedores y vencidos. Comprométete en una revolución en
la que todos terminemos siendo más hermanos. Las revoluciones se hacen con
violencia, pero tú puedes hacer una revolución diferente: la revolución del
amor. La revolución del amor no necesita sangre, le basta el amor (Jn 13,34).
El reto nuestro es esto:
Si queremos un mundo distinto, no
esperemos el cambio de los demás, comencemos a cambiar nosotros mismo. El mundo
comienza a ser distinto cuando tú has cambiado. No pretendas cambiar el mundo
con el sacrificio de los demás eso no es querer de Dios. Jesús también quiso
cambiar el mundo, pero para ello comenzó por ofrecerse a sí mismo hasta la
muerte. Cuando alguien es capaz de morir por el otro, el otro comienza a ser
diferente. “Estamos subiendo a Jerusalén y el Hijo del Hombre va a ser
entregado a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la Ley; lo
condenarán a muerte y lo entregarán a los extranjeros y lo mataran, pero al
tercer día resucitara” (Mc 10,33)
Si anhelamos una sociedad
más justa, comencemos por ser justo con los demás: “Traten a los demás como
quieren que ellos les traten a ustedes” (Lc 6,31). Así pues, se justo con tu
esposa, con tu esposo. Justo con tus hijos. Justo con tus padres y tus
hermanos. Justo con todos. Ahí comienza la justicia del mundo.
No exijas porque
encontrarás resistencias. Ofrece y verás cómo los corazones se te abren y se
hacen más blandos. No pidas, no reclames. Haz de tu vida un ofrecimiento y un
regalo, verás que alguien comenzará ya diciéndote: gracias. Cuando alguien te
dice gracias, algo está cambiando dentro de su corazón. ¿No creen ustedes que
todos llevamos dentro también mucha violencia (fuego) contra todos, pero
sobretodo contra aquellos que atacan a la Iglesia, hablan más de la Iglesia o
atacan a la Iglesia o incluso a nuestras ideas políticas? Habría que mirar bien
dentro de nosotros. Es posible no seamos tan mansos como parecemos. Jesús había
dicho: “El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena
semilla en su campo. Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró
encima cizaña entre el trigo, y se fue. Cuando brotó la hierba y produjo fruto,
apareció entonces también la cizaña. Los siervos del amo se acercaron a
decirle: "Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que
tiene cizaña?" El les contestó: "Algún enemigo ha hecho esto." Le
dice los siervos: "¿Quieres, pues, que vayamos a recogerla?" Les dice:
"No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquen a la vez el trigo. Déjenlo
que ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los
segadores: Recojan primero la cizaña y atenla en gavillas para quemarla, y el trigo
recojan en mi granero" (Mt 13,24-30).
Como complemento de lo
tratado, en la parte segunda se nos plantea el problema fundamental de nuestra
fe y nuestra relación con Jesús. Con frecuencia, damos mucha importancia a
nuestras devociones, sobretodo, aquellas que nos ofrecen seguridad, pero nos
olvidamos que lo esencial del cristiano es el "seguimiento de Jesús".
Esto es lo serio del Evangelio, de ahí que nos encontremos con tres situaciones
que, de alguna manera nos marcan el camino y el sentido de lo que significa
"seguir a Jesús". Digamos que aquí hay algo más que estampitas
bonitas con bonitas oraciones. Aquí hay decisiones radicales donde el sí es sí
y el no es no. Jesús no anda con medias tintas. Ni el cristiano está llamado a
"vivir a la moda" o según soplan los vientos. Ello presupone
renunciar radicalmente a los peros que en decir verdad vienen de nuestros
caprichitos. Y es que nos gusta engreírnos y Dios como nos gustaría o quisiéramos
que nos engría. Pero mucho cuidado, estas cositas personales no tienen nada que
ver con el querer de Dios o sino recordemos aquel caprichito de Pedro:
Cuando llegó a Simón
Pedro, éste le dijo: «¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?» Jesús le
contestó: «Tú no puedes comprender ahora lo que estoy haciendo. Lo comprenderás
más tarde.» Pedro replicó: «Jamás me lavarás los pies.» Jesús le respondió: «Si
no te lavo, no podrás tener parte conmigo.» Entonces Pedro le dijo: «Señor,
lávame no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.» Jesús le dijo:
«El que se ha bañado, está completamente limpio y le basta lavarse los pies. Y
ustedes están limpios, aunque no todos.» (Jn 13,6-10)
Hay un radicalismo donde
se trata de nadar contra corriente, muchas veces, ni se trata de agarrarnos al
pasado. El seguimiento es siempre un camino que hay que andar y que
constantemente nos desinstala de nuestras seguridades. El seguimiento de Jesús
no nos asegura contra nada sino que nos sitúa frente al desafío con frecuencia
de la imprevisible.
El Evangelio de hoy nos
plantea un problema al que posiblemente le estamos dando poca importancia. Se
habla aquí de tres pretensiones de seguimiento y de tres respuestas que pueden
sonarnos algo extrañas. Jesús que pone dificultades a quien, sin ser llamado,
pretende seguirle. A otro lo invita a seguirle, no se niega, pero pone
condiciones que en sí parecen razonables, pero que Jesús no acepta. Un tercero
que también se ofrece, pero con ciertas condiciones. Total que ninguno de los tres
termina siguiendo a Jesús. El seguimiento es ante todo una llamada y nuestra
condición de cristianos es la de "seguidores de Jesús", pero aquí
surgen serios problemas. Seguir a Jesús no es nada fácil porque seguirle es
andar su propio camino y es correr los mismos riesgos que Él. Seguir a Jesús no
puede quedarse en simple buena voluntad ni en simples actos de piedad, seguir a
Jesús es poner en riesgo lo que somos y lo que tenemos, nuestro presente y
nuestro futuro. Seguir a Jesús requiere un convencimiento radical por el que
estamos dispuestos a no tener donde reclinar la cabeza, no tener una cama para
descansar tranquilo, sino vivir constantemente a impulsos del Espíritu.
Pero, además, cuando
decimos seguirle asumimos la decisión de romper con todo y comprometernos con
la libertad del Reino por encima de todos los demás intereses. Tendríamos que
preguntarnos la razón por la que somos cristianos y tendríamos que preguntarnos
si nuestro ser cristiano nos lleva realmente a jugarnos enteros porque Dios en
su Hijo se jugó todo por el hombre y su salvación (Jn3,16).
Puede que muchos seamos
cristianos para asegurarnos la benevolencia de Dios y estar seguros de que Dios
no nos fallará. Puede que le sigamos para asegurarnos la salvación. Cumplimos
para salvarnos. En el fondo, decidimos ser cristianos como quien quiere
asegurar su futuro y su salvación. Es un precio que tenemos que pagar. En tanto
que cuando hablamos de seguimiento implica que hemos descubierto de verdad el tesoro
que es Jesús y que estamos dispuestos a vivir en la inseguridad, porque cada
día la ponemos en riesgo por fidelidad al Evangelio. La religión no puede ser
ni una caja de seguridad, ni tampoco pensar que con ello Dios está obligado a
escucharnos y sacarnos de nuestras dificultades. Pero eso sí, quede muy claro,
quien sigue sin peros a Jesús tendrá su recompensa: “Pedro dijo a Jesús: Nosotros
lo hemos dejado todo para seguirte. Y Jesús contestó: En verdad les digo:
Ninguno que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o campos
por mi causa y por el Evangelio quedará sin recompensa. Pues, aun con
persecuciones, recibirá cien veces más en la presente vida en casas, hermanos,
hermanas, hijos y campos, y en el mundo venidero la vida eterna” (Mc. 10,28).
Terminamos nuestra reflexión
con la misma cita con la que Jesús terminaba en el domingo anterior: “El Hijo
del Hombre tiene que sufrir mucho y ser rechazado por las autoridades judías,
por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la Ley. Lo condenarán a
muerte, pero tres días después resucitará. También Jesús decía a toda la gente:
Si alguno quiere seguirme, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz de
cada día y que me siga. Les digo: el que quiera salvarse a sí mismo se perderá,
y el que pierda su vida por causa mía, se salvará. ¿De qué le sirve al hombre
ganar el mundo entero si se pierde o se disminuye a sí mismo? Si alguien se
avergüenza de mí y de mis palabras, también el Hijo del Hombre se avergonzará
de él cuando venga en su gloria y en la gloria de su Padre con los ángeles
santos (Lc. 9,22-26).
Por tanto vale la pena
seguir a Jesús porque él es todo en todo y así lo dicen San Pablo: “Den gracias
al Padre que nos preparó para recibir nuestra parte en la herencia reservada a
los santos en su reino de luz. Él nos arrancó del poder de las tinieblas y nos
trasladó al Reino de su Hijo amado Cristo Jesús. En él nos encontramos
liberados y perdonados. Porque él es la imagen del Dios que no se puede ver, y
para toda criatura es el Primogénito, porque en él fueron creadas todas las
cosas, en el cielo y en la tierra, el universo visible y el invisible, Tronos,
Gobiernos, Autoridades, Poderes. Todo fue hecho por medio de él y para él. El
existía antes que todos, y todo se mantiene en él. Y él es la cabeza del
cuerpo, es decir, de la Iglesia, él que renació primero de entre los muertos,
para que estuviera en el primer lugar en todo. Así quiso Dios que «el todo» se
encontrara en él y gracias a él fuera reconciliado con Dios, porque la sangre
de su cruz ha restablecido la paz tanto sobre la tierra como en el mundo de
arriba… Pero con su muerte Cristo los reconcilió y los integró a su mismo ser
humano mortal, de modo que ahora son santos, sin culpa ni mancha ante él” (Col
1,12-22). Así, Jesús es modelo de vida a seguir para toda la humanidad, por eso
san Pablo mismo exclamó de gozo: “Más aún, todo lo considero al presente como
peso muerto, en comparación con eso tan extraordinario que es conocer a Cristo
Jesús, mi Señor. A causa de él ya nada tiene valor para mí, y todo lo considero
basura con tal de ganar a Cristo” (Flp 3,8).