SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI
Proclamación del Santo Evangelio según San Marcos
14,12-16.22-26:
14:12 El primer día de la fiesta de los panes Ácimos, cuando
se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: "¿Dónde
quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?"
14:13 Él envió a dos de sus discípulos, diciéndoles:
"Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro
de agua. Síganlo,
14:14 y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro
dice: "¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con
mis discípulos?"
14:15 Él les mostrará en el piso alto una pieza grande,
arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario".
14:16 Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad,
encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua.
14:22 Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la
bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomen, esto es
mi Cuerpo".
14:23 Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y
todos bebieron de ella.
14:24 Y les dijo: "Esta es mi Sangre, la Sangre de la
Alianza, que se derrama por muchos.
14:25 Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid
hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios".
14:26 Después del canto de los Salmos, salieron hacia el
monte de los Olivos. PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados(as) hermanos(as) en el Señor Paz y Bien.
Jesús les dijo: “Les
aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no
tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida
eterna, y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6,53-54).
Jesús al ver que mucha gente lo buscaba les dijo:
"Ustedes me buscan, no porque entendieron el signo, sino porque han comido
pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que
permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es
él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello" (Jn 6,26-27). Aquí, el
Señor nos distingue dos tipos de alimento: el alimento del pan material que
perece, y el alimento que perdura hasta la vida eterna y el pan celestial, el
pan de la vida espiritual (Eucaristía).
En el evangelio de Juan todo el capítulo 6 nos habla sobre
el sentido y el valor real de la eucaristía, así por ejemplo nos dice: “Yo soy
el pan vivo que ha bajado del cielo, quien come de esta pan vivirá para
siempre” (Jn 6,51).
Inmediatamente la gente se pregunta: “¿Cómo puede éste
hombre darnos a comer su carne?” (Jn 6,52). La gente no entendió, y hasta hoy
todavía hay muchos que no quieren entender aquella palabra que el Ángel dijo a María:
“Nada es imposible para Dios” (Lc 1,37) Jesús mismo nos ha dicho: “Todo es posible
para Dios” (Mt 19,26). Y así un día convirtió el agua en vino: Al decir a los
sirvientes: "Llenen de agua estas tinajas". Y las llenaron hasta el
borde.
"Saquen ahora, -agregó Jesús- y lleven al encargado del
banquete". Así lo hicieron. El encargado probó el agua cambiada en vino y
como ignoraba su origen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el
agua, llamó al esposo y le dijo: "Siempre se sirve primero el buen vino y
cuando todos han bebido bien, se trae el de inferior calidad. Tú, en cambio,
has guardado el buen vino hasta este momento" (Jn 2,3ss). Este fue el
primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su
gloria, y sus discípulos creyeron en él. (Jn 27-11). Así pues, la omnipotencia
de Dios hizo posible que su Palabra se hiciera carne (Jn 1,14), que esa Palabra
que es su Hijo, tiene el poder de convertir el agua en vino, hoy convierte ante
nuestros ojos el Pan en su cuerpo y el vino en su sangre al decir: "Tomen
y coman que esto es mi Cuerpo". Después tomó una copa, dio gracias y se la
entregó, diciendo: "Tomen y beban todos de él, porque esta es mi Sangre,
la Sangre de la Alianza que será derramada por Uds para el perdón de los
pecados, y hagan esto en conmemoración mía” (Mc 14,22).
En la oración del Padre Nuestro pedimos: “Danos hoy nuestro
pan de cada día” (Mt. 6, 11),. Sin embargo, ese alimento diario, que pedimos y
que Dios nos proporciona a través de su Divina Providencia, no es sólo el pan
material, sino también -muy especialmente- el Pan Espiritual, el Pan de Vida.
No podemos estar pendientes solamente del alimento material. El pan material es
necesario para la vida del cuerpo, pero el Pan Espiritual es indispensable para
la vida del alma. Dios nos provee ambos.
Jesucristo murió, resucitó (Lc 24,6) y subió a los Cielos, y
está sentado a la derecha de Dios Padre (Credo). Pero también permanece en la
Hostia Consagrada (Mt 26,26), en todos los sagrarios del mundo. Y allí está
vivo, en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad; es decir: con todo su ser de Hombre
y todo su Ser de Dios, para ser ese alimento que nuestra vida espiritual
requiere. Es este gran misterio lo que conmemoramos en la Fiesta de Corpus
Christi. El Jueves Santo Jesucristo instituyó el Sacramento de la Eucaristía,
pero la alegría de este Regalo tan inmenso que nos dejó el Señor antes de
partir, se ve opacada por tantos otros sucesos de ese día, por los mensajes
importantísimos que nos dejó en su Cena de despedida, y sobre todo, por la
tristeza de su inminente Pasión y Muerte.
Por eso la Iglesia, con gran sabiduría, ha instituido esta
festividad en esta época en que ya hemos superado la tristeza de su Pasión y
Muerte, hemos disfrutado la alegría de su Resurrección, hemos también sentido
la nostalgia de su Ascensión al Cielo y posteriormente hemos sido consolados y
fortalecidos con la Venida del Espíritu Santo en Pentecostés (Jn 20,21-22).
En el domingo anterior se nos dijo: “Yo estaré con ustedes
todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Lo mismo: “No les dejare
huérfanos” (Jn 14,18). Y saben por qué; porque como Juan dice: Dios es amor (I Jn
4,8). “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único, para todo el que cree
en Él tenga vida eterna” (Jn 3,16).
Jesús mismo nos ha dicho: “Si alguien me ama, guardará mis palabras y mi
padre lo amara y vendremos y haremos morada en él” (Jn 14,23). Por eso, pienso
que fue la mejor definición que dio de sí el Hijo al decirnos: “Yo soy el pan
vivo que ha bajado del cielo, quien come de este pan vivirá para siempre” (Jn
6,51). Al menos en su relación con nosotros es Jesús quien se dona en la
Eucaristía. Convertirse en pan sin necesidad de panaderos porque de ello hace
el Espíritu santo y darse a comer como pan y carne. Todo ello, ¿qué significa
sino que Jesús no vive para sí sino que vive para que todos tengamos vida
eterna. Pero pensar que Dios se hace pan y se hace carne para que podamos
comerlo, realmente es todo un exceso de amor y de entrega. El pan no sirve para
nada si no es para que lo comamos. El pan no es para sí mismo ni para
guardarlo. El pan es siempre para los otros. La carne no es para sí misma, es
para que otros puedan alimentarse.
Los judíos que escuchaban a Jesús se escandalizaron y
disputaban entre sí: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? (Jn 6,52). Dios
siempre ha sido escandaloso para los hombres porque es tan creativo que hace
cosas que ni se nos ocurre pensarlas. Esa es la Eucaristía. Algo tan sencillo
como es comulgar y algo tan misterioso que es comernos a Dios entero. Algo tan
misterioso que Dios en su loco amor por nosotros se hace vida en nuestra vida.
Por eso, no cabe duda que, la Eucaristía es uno de los mayores milagros del
amor de Dios. Por tanto, debiera ser también una de las experiencias más
maravillosas de los hombres. Sin embargo, uno siente cierta sensación de
insatisfacción. ¿No la habremos devaluado demasiado? Y no porque no
comulguemos, sino porque es posible que no le demos el verdadero sentido a la
Comunión que es comunión con el mismo Hijo que nació de las entrañas de María
la virgen y con el mismo Jesús crucificado y resucitado. Es comunión con el pan
glorificado.
Dios buscó el camino fácil y lo más sencillo posible para
nuestro encuentro. Y a nosotros pareciera que lo fácil no nos va, como que
preferimos lo complicado y difícil. Una de las maneras de deformar la
Eucaristía es no vivir lo que en realidad significa. En la segunda lectura,
Pablo nos dice: “El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos
un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan.” (I Cor 10,16) Somos muchos
y somos diferentes. Somos muchos y pensamos distinto. Sin embargo, todos juntos
formamos un solo cuerpo, una sola comunidad, una sola Iglesia, una sola familia
(Mt 16,18). ¿Por qué? Sencillamente porque “todos comemos del mismo pan”. Por
tanto, comulgar significa unidad, sentirnos un mismo cuerpo, una misma familia.
De modo que no podemos comulgar “del mismo pan” y salir luego de la Iglesia tan
divididos como entramos.
No olvidemos que la Eucaristía es mucho más que un acto
piadoso individualista, es el Sacramento de la Iglesia. Es el Sacramento del
amor de Dios que nos ama a todos. Es el Sacramento de la unidad, donde por
encima de nuestras diferencias, todos nos sentimos miembros de un mismo cuerpo
que es Jesús, que es la Iglesia. Por eso San Pablo nos habla desde su
experiencia. Las primeras divisiones en la Iglesia nacieron de la celebración
de la Eucaristía. Todos participaban en la misma celebración, pero mientras
unos comían bien, los otros pasaban hambre. Pablo les dice enérgicamente: “Esto
no es celebrar la Cena del Señor”. No se puede comulgar a Cristo si a la vez no
comulgo con mi hermano. No se puede recibir el pan de la unidad, si vivimos
divididos. Por eso decimos que “la Iglesia hace la Eucaristía y la Eucaristía
hace a la Iglesia”. “Aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque todos
comemos del mismo pan.” El fruto de nuestras Eucaristías tendría que ser “la
espiritualidad de unidad y de la comunión fraterna”.
Por lo que significa esta unión con Dios en la sagrada
comunión, hay requisitos que cumplir, por eso cualquiera no comulga sino el que
está en gracia de Dios. Así es como lo describe San Pablo: “Lo que yo recibí
del Señor, y a mi vez les he transmitido, es lo siguiente: El Señor Jesús, la
noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: "Esto
es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía". De
la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo: "Esta copa es
la Nueva Alianza que se sella con mi
Sangre. Siempre que la beban, háganlo en memoria mía". Y así, siempre que
coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que él
vuelva. Por eso, el que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente
tendrá que dar cuenta del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Que cada uno se
examine a sí mismo antes de comer este pan y beber esta copa; porque si come y
bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación” (I
Cor 11,23-29). También hay citas que
diversas que resalta la importancia de la Eucaristía: Éxodo 24, 8; Jeremías 31,
31; Matero 26, 28; Marcos 14, 24; Lucas 22, 20; 2 Corintios 3, 6; Hebreos 8, 8;
Hebreos 10, 29.
La presencia de Cristo por el poder de su Palabra y del
Espíritu Santo (NC 1373-1381): "Cristo Jesús que murió, resucitó, que está
a la derecha de Dios e intercede por nosotros" (Rm 8,34), está presente de
múltiples maneras en su Iglesia (LG 48): en su Palabra, en la oración de su
Iglesia, "allí donde dos o tres estén reunidos en mi nombre" (Mt
18,20), en los pobres, los enfermos, los presos (Mt 25,31-46), en los
sacramentos de los que Él es autor, en el sacrificio de la misa y en la persona
del ministro. Pero, "sobre todo, (está presente) bajo las especies
eucarísticas" (SC 7).
El modo de presencia
de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la Eucaristía por
encima de todos los sacramentos y hace de ella "como la perfección de la
vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos" (Santo
Tomás de Aquino, Summa theologiae 3, q. 73, a. 3). En el Santísimo Sacramento
de la Eucaristía están "contenidos verdadera, real y substancialmente el
Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor
Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero" (Concilio de Trento: DS
1651). «Esta presencia se denomina "real", no a título exclusivo,
como si las otras presencias no fuesen "reales", sino por excelencia,
porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente
presente» (MF 39).
Mediante la
conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, Cristo se hace presente en
este sacramento. Los Padres de la Iglesia afirmaron con fuerza la fe de la
Iglesia en la eficacia de la Palabra de Cristo y de la acción del Espíritu
Santo para obrar esta conversión. Así, san Juan Crisóstomo declara que: «No es
el hombre quien hace que las cosas ofrecidas se conviertan en Cuerpo y Sangre
de Cristo, sino Cristo mismo que fue crucificado por nosotros. El sacerdote,
figura de Cristo, pronuncia estas palabras, pero su eficacia y su gracia
provienen de Dios. Esto es mi Cuerpo, dice. Esta palabra transforma las cosas
ofrecidas (De proditione Iudae homilia 1, 6).
Y san Ambrosio dice respecto a esta conversión: “Estemos
bien persuadidos de que esto no es lo que la naturaleza ha producido, sino lo
que la bendición ha consagrado, y de que la fuerza de la bendición supera a la
de la naturaleza, porque por la bendición la naturaleza misma resulta cambiada»
(De mysteriis 9, 50). «La palabra de Cristo, que pudo hacer de la nada lo que
no existía, ¿no podría cambiar las cosas existentes en lo que no eran todavía?
Porque no es menos dar a las cosas su naturaleza primera que cambiársela”
(Ibíd., 9,50.52).
El Concilio de Trento
resume la fe católica cuando afirma: "Porque Cristo, nuestro Redentor,
dijo que lo que ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se
ha mantenido siempre en la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el
Santo Concilio: por la consagración del pan y del vino se opera la conversión
de toda la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro
Señor y de toda la substancia del vino en la substancia de su Sangre; la
Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio
transubstanciación" (DS 1642). La presencia eucarística de Cristo comienza
en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsistan las
especies eucarísticas. Cristo está todo entero presente en cada una de las
especies y todo entero en cada una de sus partes, de modo que la fracción del
pan no divide a Cristo (cf Concilio de Trento: DS 1641).
El culto de la Eucaristía. En la liturgia de la misa
expresamos nuestra fe en la presencia real de Cristo bajo las especies de pan y
de vino, entre otras maneras, arrodillándonos o inclinándonos profundamente en
señal de adoración al Señor. "La Iglesia católica ha dado y continua dando
este culto de adoración que se debe al sacramento de la Eucaristía no solamente
durante la misa, sino también fuera de su celebración: conservando con el mayor
cuidado las hostias consagradas, presentándolas a los fieles para que las
veneren con solemnidad, llevándolas en procesión en medio de la alegría del
pueblo" (MF 56).
El sagrario (tabernáculo) estaba primeramente destinado a
guardar dignamente la Eucaristía para que pudiera ser llevada a los enfermos y
ausentes fuera de la misa. Por la profundización de la fe en la presencia real
de Cristo en su Eucaristía, la Iglesia tomó conciencia del sentido de la
adoración silenciosa del Señor presente bajo las especies eucarísticas. Por
eso, el sagrario debe estar colocado en un lugar particularmente digno de la
iglesia; debe estar construido de tal forma que subraye y manifieste la verdad
de la presencia real de Cristo en el santísimo sacramento.
Es grandemente admirable que Cristo haya querido hacerse
presente en su Iglesia de esta singular manera. Puesto que Cristo iba a dejar a
los suyos bajo su forma visible, quiso darnos su presencia sacramental; puesto
que iba a ofrecerse en la cruz por muestra salvación, quiso que tuviéramos el
memorial del amor con que nos había amado "hasta el fin" (Jn 13,1),
hasta el don de su vida. En efecto, en su presencia eucarística permanece
misteriosamente en medio de nosotros como quien nos amó y se entregó por
nosotros (cf Ga 2,20), y se queda bajo los signos que expresan y comunican este
amor: “La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico.
Jesús nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo
en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las faltas
graves y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración” (Juan Pablo II,
Carta Dominicae Cenae, 3).
“La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y
de la verdadera Sangre de Cristo en este sacramento, "no se conoce por los
sentidos, dice santo Tomás, sino sólo por la fe , la cual se apoya en la
autoridad de Dios". Por ello, comentando el texto de san Lucas 22, 19:
"Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros"