domingo, 25 de agosto de 2024

DOMINGO XXII – B (01 de Setiembre del 2024)

 DOMINGO XXII – B (01 de Setiembre del 2024)

Lectura del santo evangelio según san Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23

7:1 Los fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús,

7:2 y vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar.

7:3 Los fariseos, en efecto, y los judíos en general, no comen sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus antepasados;

7:4 y al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que están aferrados por tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras y de la vajilla de bronce.

7:5 Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: "¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?"

7:6 Él les respondió: "¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Isaías 29, 13 Mateo 15, 8-9

7:7 En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos. Isaías 29, 13 Mateo 15, 8

7:8 Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres".

7:14 Y Jesús, llamando otra vez a la gente, les dijo: "Escúchenme todos y entiéndanlo bien.

7:15 Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre.

7:21 Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios,

7:22 los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino.

7: 23 Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre" PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados hermano Paz y Bien.

El Evangelio será, en definitiva, esto: la revelación de que el Reino de Dios es todo  aquello que haga a los hombres más humanos; la revelación de que el camino de Dios es  combatir todo lo que hace daño al hombre y dedicarse a todo lo que le hace bien: el amor. El Evangelio será revelar que  Dios no manda cosas arbitrarias e injustificables, sino tan sólo lo que humaniza y realiza al  hombre. Eso es, al fin y al cabo, lo que Jesús enseño y vivió. Y todo hombre limpio de corazón, aunque no sea creyente, si lee el Evangelio fácilmente  reconocerá que en él se revela lo más auténtico del ser hombre.

No las leyes y ritos que no santifican sino la vida ceñida en el amor: la fe en Jesús no tiene su  fundamento en leyes y ritos sino en sacar de nosotros todo aquello que nos contamina:  todo aquello que nos estropea por dentro, y sobre todo aquello que hace daño a los demás,  sea por acción o por omisión. La lista que hace Jesús es muy significativa, y afecta a la  relación personal, a la vida de matrimonio, a la vida económica y laboral, a todo lo que  hacemos (Mt 15,19).

Es aquí, en todas las realidades y aspectos de nuestra vida de cada día, donde  se juega la realidad o la falsedad de nuestro seguimiento a Jesús. Y aquí irá bien leer la  claridad y contundencia con que Santiago, en la segunda lectura, expresa cuál es "la  religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre", en perfecta sintonía con lo que ha  dicho Jesús en el evangelio de hoy.

Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede hacerlo impuro; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre. Porque es del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre" (Mc 7,15-23). “Haz una obra de caridad con amor de lo que tienes y todo será puro” (Lc 11,41).

Las lecturas de hoy nos hablan de la Ley de Dios y de los legalismos y anexos que se le habían ido haciendo a esa Ley divina a lo largo del tiempo, hasta que Jesús decide desglosar de todo lo que los hombres le habían ido agregando. Dios entregó a Moisés la ley para el cumplimiento estricto de todos: del viejo pueblo de Israel y del nuevo pueblo de Israel, que es hoy la Iglesia de Cristo.  Más aún, es una Ley tan sabia, tan prudente y tan necesaria que es indispensable seguirla, tanto para el bien personal y como para el bien de los grupos, pequeños o grandes, y hasta para el bien mundial.

Por eso, aparte de estar esa Ley escrita en las piedras que Dios entregó a Moisés en el Monte Sinaí, está también inscrita en el corazón de los seres humanos ( Ez 36,26).  Y cuando nos apartamos de esa Ley, porque creemos encontrar la felicidad fuera de ella, nos hacemos daño a nosotros mismos y hacemos daño a los demás. Porque aquello que hace feliz y no santifica es falso.

Y la Palabra de Dios, en la cual está contenida esa Ley, ha sido sembrada en nosotros para nuestra salvación, como nos lo recuerda el Apóstol Santiago en la Segunda Lectura (St. 1, 17-18.21-22.27): “ha sido sembrada en ustedes y es capaz de salvarlos”.   Es por ello que nos recomienda ponerla en práctica y no simplemente escucharla y hablar de ella (Rm2,13).

Moisés, quien había recibido las instrucciones directamente de Dios, había instruido al pueblo así: “No añadirán nada ni quitarán nada a lo que les mando” (Dt 4,2).

Pero sucedió que, a lo largo del tiempo, se fueron anexando a la Ley una serie de detalles minuciosos prácticamente imposibles de cumplir (248 mandamientos positivos,365 mandamientos prohibitivos, que suman un total de 613 mandamientos) , además de interpretaciones legalistas y absurdas que hacían perder de vista el verdadero espíritu de la Ley.

Por todo esto Cristo tuvo que aclarar bien lo que era la Ley y lo que eran los anexos y legalismos.  Y tuvo que ser sumamente severo contra los Fariseos, que regían la vida religiosa de los judíos, y contra los Escribas, que eran los que fungían de intérpretes de la Ley. (Mt. 23, 1-34 y Lc. 11, 37-47) Tal es el caso que nos narra San Marcos en el Evangelio de hoy (Mc. 7, 1-8.14-15.21-23):  en una ocasión los discípulos de Jesús no cumplieron las normas de purificación de manos y recipientes, según se exigía de acuerdo a estos anexos y legalismos.

Ante el reclamo de unos Escribas y Fariseos, el Señor les responde algo bien fuerte: “¡Qué bien profetizó de ustedes Isaías! ¡hipócritas!  cuando escribió:  Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de Mí ... Ustedes dejan de un lado el mandamiento de Dios para aferrarse a las tradiciones de los hombres” (Is 29,13;Mt 15,7).

A juzgar por la respuesta de Jesús, definitivamente se habían agregado cosas humanas a la Ley divina.  No habían cumplido lo que Moisés, por orden de Dios, había instruido:  no quitar ni agregar nada a la Ley.  Y por eso habían puesto cargas tan pesadas que ni ellos mismos cumplían.  Y cada vez que le reclamaban a Jesús el incumplimiento de estas cargas absurdas, con gran severidad les iba tumbando todos los legalismos y anexos que habían ido agregando a la Ley de Dios.

En otra oportunidad fue Jesús mismo quien se sentó a la mesa, precisamente casa de un Fariseo, sin la rigurosa purificación exigida.  Al anfitrión reclamarle, Jesús no se midió en su respuesta, ni siquiera por ser el invitado: “Eso son ustedes, fariseos.  Purifican el exterior de copas y platos, pero el interior de ustedes está lleno de rapiñas y perversidades.  ¡Estúpidos! ... Según ustedes, basta dar limosna sin reformar lo interior y todo está limpio” (Lc. 11, 37-41).   Ver también Mt. 23, 1-37.

Por eso Jesús les insiste en este Evangelio que lo importante no es lo exterior sino lo interior.  Lo importante no son los detalles que se habían inventado, sino el corazón del hombre.  Es hipocresía lavarse muy bien las manos y tener el corazón lleno de vicios y malos deseos.  Es hipocresía aparentar por fuera y estar podrido por dentro.  Lo que hay que purificar es el interior, lo que el ser humano lleva por dentro:  en su pensamiento, en sus deseos.  Los pecados brotan del interior, no del exterior...

Por eso, para corregir el legalismo absurdo, dice Jesús: “Escúchenme todos y entiéndanme.  Nada que entre de fuera puede manchar al hombre; lo que sí lo mancha es lo que sale de dentro, porque del corazón del hombre salen las intenciones malas, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, las envidias, la difamación, el orgullo y la frivolidad.  Todas estas maldades salen de dentro y manchan al hombre”.  Son todas cosas que nos ensucian y que debemos expulsar de nuestro interior para no estar manchados.

Nosotros tal vez no tengamos legalismos agregados, pero sí podríamos revisar nuestro interior a ver si tenemos cosas de esas que nos ensucian.  Y entonces limpiarnos con el arrepentimiento y la confesión.

La Segunda Lectura de la Carta del Apóstol Santiago (Stgo. 1, 17-18; 21-22.27) nos recuerda la importancia de “aceptar dócilmente la palabra que ha sido sembrada” en nosotros, y que no basta escucharla, sino que hay que ponerla en práctica, sobre todo en obras de justicia, caridad y santidad: “visitar a huérfanos y viudas en sus tribulaciones, y guardarse de este mundo corrompido”.

“Este mandamiento que hoy te prescribo no es superior a tus fuerzas ni está fuera de tu alcance. No está en el cielo, para que digas: "¿Quién subirá por nosotros al cielo y lo traerá hasta aquí, (Romanos 10, 6-7) de manera que podamos escucharlo y ponerlo en práctica?" Ni tampoco está más allá del mar, para que digas: "¿Quién cruzará por nosotros a la otra orilla y lo traerá hasta aquí, de manera que podamos escucharlo y ponerlo en práctica?". No, la palabra está muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón, para que la practiques” (Dt 30,11-13).

domingo, 18 de agosto de 2024

DOMINGO XXI - B (25 de Agosto del 2024)

 DOMINGO XXI - B  (25 de Agosto del 2024)

Proclamación del Santo Evangelio según San Juan 6, 60 - 69:

6:60 Después de oírlo, muchos de sus discípulos decían: "¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?"

6:61 Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: "¿Esto los escandaliza?

6:62 ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes?

6:63 El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida.

6:64 Pero hay entre ustedes algunos que no creen". En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar.

6:65 Y agregó: "Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede".

6:66 Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo.

6:67 Jesús preguntó entonces a los Doce: "¿También ustedes quieren irse?"

6:68 Simón Pedro le respondió: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna.

6:69 Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios". PALABRA DEL SEÑOR.

 Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

 Les dijo Jesús: “Las palabras que les he dicho son Espíritu y Vida” (Jn 6,63) ¿Qué dijo Jesús en sus enseñanzas?: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6,54), y “El que me envió esta en la verdad y lo que El me enseño, eso es lo que yo enseño” (Jn 8,26).

Cuando sucedió que alguno o muchos se retiraron, Jesús tuvo que llevarse una gran desilusión. Ver que toda aquella gente que decía seguirlo, de pronto se echa atrás y lo abandona. Jesús tuvo una gran desilusión, y no lo siente tanto por Él y sus enseñanzas cuanto por la gente misma. ¿Por qué por la gente misma? Porque no acepta el mensaje porque el precio del cielo es muy alto y se cierra a la buena noticia del Reino. Comenzaron el nuevo camino y se desalentaron. Comienzan a buscar excusas. “Esta palabra es dura. ¿Quién puede escucharle?” (Jn 6,60). ¿Qué Palabra del Maestro fue muy dura para la gente que se marchó? Jesús les dijo: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo". ¿Cómo reaccionaron los judíos? Se escandalizaron y discutían entre sí, diciendo: "¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?" (Jn 6,51-52). Estas afirmaciones de Jesús como “el pan que tenemos que comer”, tenían sin duda que sonarles a algo bien extraño.

Mientras Jesús nos habla del pan material o de la mesa, todo va bien. Recordemos aquella advertencia que Jesús  ya había hecho a la gente: "Les aseguro que ustedes no me buscan, porque entendieron el signo que les mostré sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento que dura un día, sino por el pan que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello" (Jn 6,26-27). Como vemos, ya Jesús advierte a la gente que los que lo siguen lo hacen por interés de saciar el estómago y no porque buscan saciar el espíritu. Al respecto san Pablo nos aclara que: “El reino de Dios no es cuestión de comida o bebida, sino alegría y vida en el espíritu” (Rm 14,17).

Pues, ahora bien, cuando nos hablan de un nuevo pan: “Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente" (Jn 6,58). Simplemente ya no entendieron ni entendemos nada. Lo mismo le sucedió a Nicodemo cuando Jesús le dice que tiene que “nacer de nuevo” (Jn 3,3-5) y él no entiende otro nacimiento que el regresar al vientre de su madre.

 En ese discurso y enseñanza respecto al pan y el reino del cielo, se produce el conflicto del seguimiento y consiguientemente el requerimiento y decisión del hombre respecto a Jesús. Es una decisión libre y responsable de los hombres, como veremos, pero Jesús reitera que la iniciativa es totalmente de Dios. El primer paso es tener en cuenta cuando dijo: “Quien quiera venirse conmigo, que se niegue a si miso, que cargue con su cruz de cada día y me siga” (Mt 16,24). El siguiente paso es entender el consejo: “Lo que Dios espera de Uds. es que crean en el que Él envió. Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí. Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae. Por esto les he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre” (Jn 6,29.37.44.65). Es una decisión radical y no a medias, así nos advierte cuando nos dice: “Quien pone mano al arado y mira atrás no es digno del reino celestial” (Lc 9,62). Es decir, optar por Dios, no es cuestión de mera ilusión o de bonitas palabras, así por ejemplo aclara al joven inquieto que le dijo te seguiré a donde quiera que vayas: “Las zorras tienen madrigueras, las aves su nido, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Lc 9,57).

Hasta ahora la decisión de la mayoría, incluidos de algunos discípulos, ha sido rechazar sus palabras y abandonarlo. Los únicos que no se han pronunciado aún son los Doce. Pero Jesús también va a urgir una decisión personal libre de ellos: “¿También Uds. quieren marcharse?” (Jn 6,67). La respuesta de Pedro es libre y representa a los Doce, y también a todos los que creemos en Cristo: “Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna”(Jn 6,68). Pero, según la afirmación de Jesús, ellos y nosotros respondemos así porque somos de aquellos a quienes “el Padre ha atraído”(Jn 6,65). Por eso nosotros seguimos diciendo con Pedro: “Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (Jn 6,68). Y, sin embargo, “uno de los Doce” (Jn 6,70) lo iba a entregar. Ante esto no podemos más que exclamar: ¡Que insondable misterio el de la libertad humana! (Slm 8,5).

En resumen: “Dios hizo al hombre en el principio y lo dejó librado a su propio albedrío. Si quieres, puedes observar los mandamientos y cumplir fielmente lo que le agrada. Él puso ante ti el fuego y el agua: hacia lo que quieras, extenderás tu mano. Ante los hombres están la vida y la muerte: a cada uno se le dará lo que el escoja” (Eclo 15,14).

Las doce tribus de Israel (Iglesia en el A.T.) llegan a la tierra prometida, Josué las convoca para sellar un  pacto de fidelidad al Señor. Podemos recordar aquí el largo camino por el desierto, tantas  dificultades que ahora llegan a término. Ahora es un momento decisivo. Y en este momento  decisivo hay que escoger: el Dios que ha conducido a Israel (con todo lo que eso también  implica de estilo de vida liberado y liberador), o los dioses antiguos y los dioses de los  pueblos vecinos (Jos 24,15-18). Tres aspectos resultan especialmente significativos:

1. Es una decisión. Y una decisión nada fácil, que el mismo Josué presenta de manera  polémica e incluso desafiante. Nuestra voluntad de seguimiento de Jesús también es una  decisión, y no algo que vamos arrastrando sin planteárnoslo nunca (¡Y sin que, en  consecuencia, nos implique nunca nada!)

2. La decisión se toma por un convencimiento experiencial profundo. Los motivos que el  pueblo da para seguir al Señor no son motivos teóricos: es la experiencia, la liberación  vivida, toda una historia que hace inimaginable ninguna otra posibilidad que no sea esta de  seguir al Señor. La última frase es maravillosa: "También nosotros serviremos al Señor: ¡es  nuestro Dios!" (Jos 24,18). El motivo es éste: él "es nuestro Dios". También el seguimiento de Jesús  funciona así. Es la gran síntesis de Pedro: "¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras  de vida eterna, Tu eres el santo de Dios"(Jn 6,68-69).

3.  La asamblea (Iglesia- Mt ,18) es el lugar de la decisión. La  decisión de seguir al Señor no es una decisión individual, sino una decisión que se plantea  colectivamente, en asamblea. La asamblea es el lugar en donde se afirma y se renueva  esta voluntad de seguimiento. Y eso nos ha de interpelar a nosotros. Nosotros tampoco  somos cristianos individualmente, como si fuera una cuestión de línea directa entre cada  uno y Dios. Nuestra asamblea eucarística de cada domingo es el lugar donde se hace  visible y real esta característica básica del ser cristiano en comunidad. Y la Eucaristía  tiene que ser un lugar donde se reafirma y renueva, cada domingo, la adhesión al Señor:"¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios" (Jn 6,68-69).

“Desde ese momento muchos se retiraron”(Jn 6,66): ¿DONDE ESTA LO INACEPTABLE? El evangelio de hoy concluye esta serie de cinco domingos de Juan. Y la concluye, como  la primera lectura, con una exigencia de decisión.

Lo inaceptable para los seguidores de Jesús (¡son los seguidores los que se  escandalizan, no los de fuera del grupo!) no es, ciertamente, sólo una comprensión  antropofágica del anuncio de la Eucaristía. Eso es más bien la excusa. Lo inaceptable es que, todo lo que pretende Jesús: por un lado, ser él, un hombre como los demás, el hijo de José (Jn 6,52),  el único criterio de vida, el único camino a seguir si uno tiene ganas de "obrar como Dios  quiere"; por otro, ser él -recordémoslo: un hombre- quien da vida, y vida eterna, e invita a  unirse a él de una manera que supera toda unión humana y que llega incluso a la  experiencia física del alimento.

Lo inaceptable, al fin y al cabo, es que Jesús lo pretende todo (Jn 14,6). Pretende que quien quiera llegar a Dios debe cambiar radicalmente su vida y asumir una  vida entregada hasta la muerte por amor; y pretende ser él el objeto de fe, el depositario de  la vida divina, quien puede hacer pasar a los hombres de la realidad débil y contingente de  este mundo a una realidad definitiva, la realidad de Dios (Jn 5,24).

Hoy Jesús mismo muestra dónde está realmente el problema: el momento  clave, en el que culminará todo lo que él ha querido decir, será el misterio pascual: cuando  el Hijo del hombre "suba a donde estaba antes" (Jn 6,62). Aquel será el gran momento de la decisión,  el momento en que habrá incluso quien le traicionará y le llevará a la muerte.

La pregunta final de Jesús es la versión joánica de la confesión de Cesarea, pero con  más dramatismo. En Cesarea Jesús constata que nadie comprende quién es él y pregunta  a ver si los discípulos lo han comprendido (Mt 16,15). Ahora, aquí, la pregunta es si también los doce  le abandonarán. Y la respuesta también es de Pedro, y con un toque fuertemente vivencial:  "¿A quién vamos a acudir?" (Jn 6,67-68). Al hablar de la primera lectura ya dábamos algunas concreciones para la homilía. De todo  cuanto llevamos dicho, la concreción más clara es hacernos la pregunta de si nosotros  realmente asumimos todo lo que Jesús pretende, o si sólo asumimos una parte (¿el estilo  de vida?, ¿el tenerlo como punto de referencia personal? ¿la fe en su salvación? ¿el don  de la Eucaristía?...), y si todo lo que él pretende forma de verdad parte inseparable de  nuestra vida.

domingo, 11 de agosto de 2024

DOMINGO XX – B (18 de agosto del 2024)

 DOMINGO XX – B (18 de agosto del 2024)

Proclamación del santo evangelio según san Juan 6,51-58:

6:51 Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo".

6:52 Los judíos discutían entre sí, diciendo: "¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?"

6:53 Jesús les respondió: "Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.

6:54 El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.

6:55 Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.

6:56 El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él.

6:57 Así como, el que me envió posee la vida, y yo vivo por el Padre, de la misma manera, el que come mi carne vivirá por mí.

6:58 Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) hermanos(as) en el Señor Paz y bien.

¿Qué es y a que venimos a la misa? Quizá, venimos a la misa como quien va al mercado a buscar esto o aquello. Lo primero es lo que nosotros buscamos, no lo que la misa es. Nuestra actitud debería ser todo lo contrario: Lo primero es la eucaristía, no somos nosotros y nuestras necesidades. Lo primero, en la Eucaristía, ES EL SEÑOR JC. La misa es sobre todo esto: EL ENCUENTRO CON JC, (Jn 6,56). El reunirnos en torno a la mesa para renovar su memorial, su recuerdo vivo, mediante la participación en el Pan que es su Cuerpo, su Carne entregada por nosotros, para dar vida al mundo. El pan del que habla JC, antes de ser este pan de la eucaristía, es él mismo. JC que nos da el Pan de vida; nos da su Cuerpo. Sería mejor decir: JC SE NOS DA EL MISMO, EL PAN ES EL. No comulgamos en el Cuerpo de JC, sino en JC, que tiene cuerpo y que se hace pan y viatico para la vida eterna.

LA EUCARISTÍA ES EL MEMORIAL DE UN HOMBRE AJUSTICIADO: “EL ES EL DORDERO DE DIOS QUE QUITA EL PECADO DEL MUNDO” (Jn 1,29). Por eso hablamos de la carne de JC atravesada en la cruz, por eso hablamos de la sangre derramada hasta el fin. Pero al mismo tiempo la Eucaristía es también es el acto de fe en la resurrección. En la de JC y en la nuestra. Es lo que hemos leído en el evangelio de hoy: hay una carne y una sangre que son comida y bebida que da vida. Por eso utilizamos estos signos sencillos que expresan comunicación de vida: El pan que alimenta y el vino que alegra el alma. Comulgamos en la Vida de JC, en una vida que creemos es una realidad, una fuerza, un camino. Mejor dicho: creemos que es la Vida, la Fuerza, el Camino. Esto es para los creyentes la santa misa: injertarnos en la vida santa de JC, lucha y entrega. Pero que por eso mismo creemos que es realidad y esperanza de vida eterna y absoluta

Dijo Jesús a los judíos: “Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán cuando les hable de las cosas del cielo? Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo” (Jn 3,12-13). Más aun, pusieron férrea resistencia ante las palabras de Jesús cuando dijo “He bajado del cielo no para hacer mi voluntad sino la voluntad de aquel que me envió” (Jn 6,38). Ellos reaccionaron en el nivel humano y dijeron: pero si conocemos a la mamá, al papá, si este es Jesús y como dice que ha bajado del cielo. Como ya sabemos también, la encarnación (Jn 1,14) suscitó una gran dificultad en el entendimiento de los judíos.

Hoy nos encontramos con otra resistencia según la lógica de la razón humana de los judíos. Cuando Jesús les dijo “Yo soy el pan vivo bajado del cielo, el que coma de este pan vivirá para siempre” (Jn 6,51). Inmediatamente la gente reaccionó y se preguntaron: “¿Cómo puede éste hombre darnos a comer su carne?” (Jn 6,52). La gente no entendía (Mc 6,52). Y si no entendían en aquella época las palabras dichas por el mismo Señor, menos hoy nosotros si aún persistimos en tomar las cosas de Dios con razones humanas y no con el don de la fe (Lc 17,5).

El evangelio de este domingo contiene siete afirmaciones que como resumen recapitula el discurso del pan de vida. Hay siete preguntas que sirven de hilo conductor y que dan la estructura de todo el discurso del pan de vida, de esta bella catequesis sobre el pan trascendente. Hay siete preguntas y siete afirmaciones.

En efecto, una vez que en el domingo pasado, descubrimos que no solo Jesús es el verdadero pan del cielo (Jn 6,55) y que hoy nos reitera, el pan de vida sino que hay que comerlo (Jn 6,53). Hay que pasar de comer el pan que dura un día a comer la carne de Jesús que dura hasta la vida eterna (Jn 6,26). Y con esto se aludía al misterio de la Encarnación, porque el término carne aquí evocaba “la Palabra se hizo carne” (Jn 1,14). Se añadió entonces una especificación importantísima: “Yo la doy para la vida del mundo y es mi carne para la vida del mundo” (Jn 6,51). De esta manera se nos estaba enseñando a comprender, a acoger el misterio del sacrificio redentor de Cristo en la cruz en el pan eucarístico, escena que resaltan los evangelios sinópticos: “Tomen y coman que esto es mi cuerpo, tomen y beban que este es el cáliz de mi sangre” (Mt 26,26; Mc22,19; Mc 14,22). Escenas que anteceden a la pasión de la cruz redentora.

En las siete afirmaciones se repite siempre y ni una sola vez falta, la palabra “comer”. Comer significa asimilar, significa saber decir Amén que es un “si” eucarístico, significa hacer verdaderamente la comunión. No un Jesús al cual contemplamos a distancia. Es Jesús a quien ahora encarnamos. A quien ahora nosotros nos hacemos uno con Él. Y para mayores luces acudimos dos afirmaciones textuales: 1) Dijo Jesús: “Yo y el Padre somos una sola cosa” (Jn 10,30). 2) San Pablo exclamó: “Vivo yo pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mi” (Gal 2,20).

La primera afirmación que comienza en negativo, en condicional. “Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tienen vida en Uds” (Jn 6,53).

La segunda afirmación, por el contrario es positiva: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6,54).

La tercera afirmación es reiterativa: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida” (Jn 6,55).

La cuarta afirmación es de orden proposicional sobre la alianza. “El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él” (Jn 6,56).

La quinta afirmación es una comparación: “Así como el Padre que me ha enviado posee la vida y yo vivo por Él, así también el que me coma vivirá por mí” (Jn 6,57). La naturaleza de la alianza entre el discípulo y el Maestro viene de la comunión del Padre y del Hijo porque comulgar es hacer viva alianza con Cristo y en Él con la Trinidad. Y esta afirmación corona toda la enseñanza respecto a la sagrada comunión.

La sexta afirmación es de orden demostrativa, presencial y comparativa cuando Jesús dice: “Este es el pan que ha bajado del cielo, no como el pan que comieron sus antepasados y murieron” (Jn 6,58).

La séptima afirmación y la última, es de orden exclamativa y definitiva, para aquel que entra en alianza y en comunión con Cristo a través de la Eucaristía: “El que coma de este pan vivirá para siempre” (Jn 6,58b).

Estas siete afirmaciones categóricas respectico a la sagrada comunión con Jesús eucaristía en necesario para el trabajo pastoral agregar dos afirmaciones condicionales propuestas por San Pablo respecto a la sagrada comunión: 1) “Que cada uno se examine a sí mismo antes de comer este pan y beber esta copa” (I Cor 11,28). Se refiere al sacramento de la confesión. 2) “Porque, quien come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación” (I Cor 11,29).

Las siete afirmaciones repiten una sola idea. Que Jesús es el verdadero pan, el pan que da la vida, la vida eterna, vivimos de Él. Vivimos de lo que recibimos y este pan tiene que ser comido, y comerlo significa no solamente asimilarlo como palabra y como ejemplo, como modelo de vida sino asimilarlo como víctima ofrecida en sacrificio por mí. Víctima con la cual hay que entrar en una misteriosa comunión.

Cada vez que comulgamos (I Cor 11,26) nosotros estamos invitados a asimilar el pan; Cristo. Tu no puede decir que desayunaste simplemente colocando el pan sobre la mesa, mirándolo un par de minutos y pensando que ya desayunaste, ¡No! Tienes que coger el pan y tienes que masticarlo y comerlo. Pues bien, esa analogía explica la comunión. A Jesús hay que comerlo. ¿Qué quiere decir eso? No basta únicamente con mirarlo y mirarlo y mirarlo. Eso ocurre con los que van a la misa y no comulgan, solo miran y creen que es suficiente que hayan ido a la misa el domingo y no comulgan. Para comulgar válidamente y para que produzca gracia en mí, tengo que estar en gracia. Y si la conciencia me acusa que estoy en pecado, debo de confesarme y luego comulgar.

Lo que nosotros encarnamos, asimilamos, lo hacemos una sola cosa con nosotros y es nada más y nada menos VIDA NUEVA. Vida nueva porque, llevamos a Jesús eucaristía y porque Jesús dijo: “ Yo y el Padre somos una sola realidad” (Jn 10,30). Por esta razón dijo Pablo: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mi” (Gal 2,20). Ahora en una vida ceñida en Jesús glorificado, mis actos tienen que reflejar esa vida nueva en cada acto de mi vida diaria que en resumen nos lo dice Juan: “El que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (I Jn 4,7-8). Y algo más: “El que dice: Amo a Dios, y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? Este es el mandamiento que hemos recibido de él: el que ama a Dios debe amar también a su hermano” (I Jn 4,20-21).

San Pablo dice: “El pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único pan” (Icor 10,16-17). En efecto, el pan es unión cantidad de trigo; así el pan eucarístico nos une con Dios y con los hermanos en la iglesia. De Ahí que, no podemos comulgar en la Eucaristía y regresar a la casa egoístas ceñidos en el odio o rencor. Cuando comulgamos hacemos alianza con Cristo, nos hacemos uno con Él: ‘Él en mí y yo en Él’.

Jesús en su enseñanza subraya que el hombre: nosotros, ustedes y yo, estamos llamados a alimentarnos del Verbo hecho carne (Jn 1,14), alimentarnos de Él como Palabra en la que hay que creer, como ejemplo que hay que seguir, como víctima propiciatoria a la que hay que adherirse. Adherirse místicamente, profundamente en un acto sacramental. En términos más sencillos y más pobres, Jesús es la vida del hombre y su enseñanza da sentido a lo que hacemos cuando nos dice: “El que me envió esta en la verdad, y lo que El me enseño, eso es lo que yo enseño al mundo” (Jn 8,26).

“Dios creó al hombre a imagen suya, a imagen de Dios le creó, varón y mujer los creó” (Gn 1,27). El hombre ha sido creado para vivir en y con Dios y el Hijo, Cristo Jesús es el medio para llegar a Dios. Vivir de Él mediante la fe que escucha su Palabra. Que le recibe como un Hijo de Dios, que cree que Él es el Hijo de Dios encarnado, el Hijo de Dios que ha dado su vida por mí. Comulgar es encarnar el sentido de la muerte y resurrección de Cristo, el acto salvífico por excelencia. Es traer a mí todo el poder y la fuerza de la cruz y hacerme uno con el crucificado mediante la comunión misteriosa con su sacrificio, su muerte, su cuerpo y su sangre benditos, entregados por nosotros en la cruz. Nosotros estamos destinados a vivir de Jesús. A encontrar en Cristo la plenitud de nosotros mismos y a realizar su destino en la comunión y en la identificación con Él. Comulgamos con sus opciones, con sus actitudes, con sus comportamientos, con todo el evangelio. Y comulgamos con la mayor de todas sus opciones, la de dar la vida por los demás.

Dios nos habla por el profeta que hará con su pueblo nueva alianza: “No será como la Alianza que establecí con sus padres el día en que los tomé de la mano para hacerlos salir del país de Egipto, mi Alianza que ellos rompieron, aunque yo era su dueño —oráculo del Señor—. Esta es la Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días —oráculo del Señor—: pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo (Jer 31,32-33). Como es de ver, Dios hizo en su Hijo Jesús esta nueva alianza y definitiva. Por eso el Hijo tiene la misión de perdonar y reconciliar a la humanidad entera con Dios: “Porque yo habré perdonado su iniquidad y no me acordaré más de su pecado” (Jer 31.34).

En la última cena Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomen y coman, esto es mi Cuerpo". Después tomó el cáliz, dio gracias y se la entregó, diciendo: "Tomen y beban, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por Uds. para el perdón de los pecados” (Mt 2,26). “Aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y yo en ustedes. El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y al que me ama mi Padre lo amara, y vendremos y haremos morada en él" (Jn 14,20-21). En la sagrada comunión entramos en comunión con Jesús Eucaristía y por Jesús entramos en comunión con Dios: “Así como, el que me envió posee la vida, y yo vivo por el Padre, de la misma manera, el que come mi carne vivirá por mí” (Jn 6,57). Porque –dice Jesús- mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él” (Jn 6,55-56).

“Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que sigan mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes. Ustedes habitarán en la tierra que yo he dado a sus padres. Ustedes serán mi Pueblo y yo seré su Dios” (Ez 36,26-28)

martes, 6 de agosto de 2024

DOMINGO XIX T.O. CICLO – B (11 de Agosto del 2024)

 DOMINGO XIX T.O. CICLO – B (11 de Agosto del 2024)

Proclamación del Santo evangelio según San Juan 6, 41-51

6:41 Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: "Yo soy el pan bajado del cielo".

6:42 Y decían: "¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir ahora: "Yo he bajado del cielo"?"

6:43 Jesús tomó la palabra y les dijo: "No murmuren entre ustedes.

6:44 Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió; y yo lo resucitaré en el último día.

6:45 Está escrito en el libro de los Profetas: Todos serán instruidos por Dios. Todo el que oyó al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí.

6:46 Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios sólo él ha visto al Padre.

6:47 Les aseguro que el que cree, tiene Vida eterna.

6:48 Yo soy el pan de Vida.

6:49 Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron.

6:50 Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera.

6:51 Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo". PALABRA DEL SEÑOR.

 Estimados(as) amigos(as) en la fe Paz y Bien.

“Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera” (Jn 6,49-50).

El profeta Elías, es defensor infatigable de la pureza de la fe en Yahveh, Dios de Israel, alzó su voz contra la idolatría de su pueblo; pero su voz de fuego despertó también, e inevitablemente, las iras de la impía reina Jezabel. Y Elias tuvo que huir de la persecución de la reina. Sin embargo, la fuga del profeta no significaba, por su parte, renuncia alguna a la misión que había recibido y que consistía en restaurar el culto verdadero. Por eso Elías orienta sus pasos hacia el monte Horeb y convierte la fuga en peregrinación: el hombre de Dios, heredero de la mejor tradición, vuelve a los orígenes de la fe de Israel. Y Dios le conforta en su camino dándole a comer pan del cielo. Es como en los días del éxodo. Porque es preciso renovar la alianza y comenzar de nuevo, porque es necesario escuchar otra vez la palabra de Dios.

El pan que recibe el profeta Elías y el maná que comieron los israelitas en el desierto no son más que una imagen del verdadero pan de vida al que se refiere Jesús cuando dice: "Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre" (Jn 6,51) Y en los tres casos se trata de un pan que da fuerza al caminante, de un viático para el éxodo a través del desierto hacia la tierra prometida (Cielo).

Jesús habla del pan de vida en tres sentidos distintos o, mejor, en tres niveles distintos de un mismo significado. En primer lugar, llama pan de vida a la palabra de Dios; esto es, a la palabra que él anuncia como enviado de Dios. El que coma de este pan, el que crea, vivirá y no morirá para siempre. La palabra de Dios, el evangelio, es proclamación y promesa al mismo tiempo.

Como proclamación revela la presencia de Dios en Jesucristo, como promesa anuncia la plena manifestación de Dios al fin de los tiempos, cuando vuelva el Señor con poder y majestad.

Como promesa, la palabra de Dios pone en esperanza al que la escucha con fe; esto es, en camino hacia la tierra prometida, que es el reino de Dios. Y como proclamación, mantiene a los creyentes y les ayuda a superar las dificultades y peligros en el desierto de este mundo que pasa.

Jesús dice que él mismo y no otra cosa es el verdadero pan de vida bajado del cielo. Porque él es también la Palabra de Dios en persona (Jn 1,14) . De manera que en cada una de sus palabras y de sus obras él mismo es el que se ofrece como alimento a los creyentes, como vida de nuestras vidas. Por lo tanto, el que escucha a Jesús con fe no recibe solamente palabras de Jesús o sobre Jesús, sino la Palabra de Dios, que es el mismo Jesús (Lc 10,16). La fe cristiana no es propiamente la creencia en una doctrina, sino un encuentro personal con Cristo: una verdadera comunión con Cristo. De suerte que Pablo pudo decir que "Vivo yo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mi" (Gal 2,20).

Por último, Jesús dice que el pan de vida es su cuerpo. Más exactamente: "El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo" (Jn 6,51). Fijémonos bien en estas palabras. No dice solamente "mi carne", sino "mi carne para la vida del mundo". Por lo tanto, el pan de vida es el cuerpo de Cristo que se entrega para que todos tengan vida. Y esto significa que comulgar es para los discípulos de Jesús -debe ser- recibir a Jesús e incorporarse a la vez a la causa de Jesús: "para la vida del mundo". No recibimos el pan de vida, y si lo recibimos no lo recibimos con provecho, cuando sólo buscamos nuestro provecho; esto es, cuando no aceptamos con fe a Cristo y a Cristo crucificado, cuando estamos con él el Jueves Santo y le abandonamos al llegar la hora de dar la vida. Para recibir a Cristo en la comunión hay que comulgar con Cristo, con los sentimientos de Cristo y con la causa de Cristo.

En definitiva resulta que el pan que da la vida es siempre el amor (IJn4,8).  Un amor que viene de Dios para los hombres y se realiza en Cristo y por Cristo. Un amor que recibimos de Cristo y que debemos hacer extensivo a todos los hombres. Un amor que está en camino hacia su plenitud y que nos pone en camino hasta que Dios, que es Amor, sea todo en todos. Este es el amor que nos eleva por encima de los egoísmos y nos hace luchar no sólo por el pan, sino para que todos tengan pan. Y esto puede ser un primer paso, pues el que lucha para que todos tengan pan ya no busca sólo pan. Tiene hambre de algo más, hambre de justicia y de fraternidad, hambre de todo aquello que soñamos cuando en nuestras eucaristías compartimos un mismo pan.

“El Señor, Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en su nariz aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente” (Gn 2,7). El hombre participa de la doble dimensión: humana (formado por Dios del polvo de la tierra) y espiritual (Dios insuflo en su nariz aliento de vida), por eso es imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26). Por lo mismo requiere de dos tipos de alimentos: Pan material y pan espiritual. El pan material es importante pero, solo es fuente de energía para el cuerpo: “Comieron pan hasta saciarse”; sus padres comieron mana y murieron” (Jn 6,49). El pan del alma (espiritual) es otro alimento: “Este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera” (Jn 6,50); “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo" (Jn 6,51).

Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomen y coman, esto es mi Cuerpo. Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: Beban todos de ella,  porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos para la remisión de los pecados” (Mt 26,26-28). Jesús, estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista. Y se decían: "¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?" (Lc 24,30-32). “Lo reconocieron al partir el pan” (Lc 24,35). Si no tenemos fe, no sabremos reconocer a Jesús en la eucaristía.

La fe es la certeza de lo que esperamos, y la convicción de lo que no se ve (Heb 11,1). Por ella fueron alabados nuestros mayores. Por la fe, sabemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, (Gn 1,1) de manera que lo que se ve resultase de lo que no aparece. Por la fe, ofreció Abel a Dios un sacrificio más excelente que Caín, por ella fue declarado justo, con la aprobación que dio Dios a sus ofrendas; y por ella, aun muerto, habla todavía” (Heb 11,1-4). ¿Por qué cito el tema de la fe?:

En primer lugar, la Encarnación de Jesús (Jn 1,14) que es el acercamiento de Dios al hombre (Jn 14,7-10) se convierte en el gran obstáculo para creer en Él. Porque no siempre coincide el pensar humano con la de Dios. Recordemos por ejemplo la escena de Pedro con una inquietud humana ante Jesús que dijo que el hijo del hombre será entregado en manos d sus enemigos y lo mataran pero al tercer día resucitará: Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: "Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá". Pero Jesús, dándose vuelta, dijo a Pedro: "¡Apártate, de mi vista Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tú piensas como los hombres y no como Dios” (Mt 16,22-23). Hoy se reitera este impase ya no con sus discípulos sino con todo el pueblo cuando Jesús les dijo: "Yo soy el pan bajado del cielo". Ellos murmuraron: "¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir ahora: "Yo he bajado del cielo"? (Jn 6,41-42).

En segundo lugar, conviene saltar estas frases: “Serán todos discípulos de Dios” o como dice el texto “serán todos enseñados por Dios” (Jn 6,45). Para ser discípulos hay que aprender del maestro y eso implica pensar como el maestro y no como uno desearía. Por eso en otro episodio cita Jesús estas afirmaciones: “El que no cree al Hijo, no cree al Padre que lo envió. Les aseguro que el que escucha mi palabra y cree en aquel que me ha enviado, tiene Vida eterna y no está sometido al juicio, sino que ya ha pasado de la muerte a la Vida” (Jn 5,23-24).

En tercer lugar, se nos anuncia una gran verdad: “El que cree ya tiene la vida eterna.” (Jn 6,47). No tenemos por qué esperar la muerte para tener en nosotros la vida eterna de Dios. Ya la llevamos dentro. Así nos lo dice San Pablo: Ahora que ha llegado la fe, ya no estamos sometidos a la ley. Porque todos ustedes, por la fe, son hijos de Dios en Cristo Jesús, ya que todos ustedes, que fueron bautizados en Cristo, han sido revestidos de Cristo. Por lo tanto, ya no hay judío ni pagano, esclavo ni hombre libre, varón ni mujer, porque todos ustedes no son más que uno en Cristo Jesús. Y si ustedes pertenecen a Cristo, entonces son descendientes de Abraham, herederos en virtud de la promesa” (Gal 3,25-29). O entro momento dice: “De Jesús aprendieron que es preciso renunciar a la vida que llevaban, despojándose del hombre viejo, que se va corrompiendo dejándose arrastras por los deseos engañosos, para renovarse en lo más íntimo de su espíritu y revestirse del hombre nuevo” (Ef 4,22-24).

Y, en cuarto lugar, una afirmación que es todo un misterio de gracia: “Nadie puede conocer a Jesús si el Padre no le atrae.”(Jn 6,44) Lo cual nos está planteando todo un mundo de cuestionamientos sobre la fe. Con razón un día los mismos discípulos dijeron: "Auméntanos la fe. Él respondió: "Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa montaña que está ahí: "Arráncate de raíz y plántate en el mar", ella les obedecería” (Lc 17,5-6). Así pues, si movidos por el don de la fe nos acercamos al Maestro supremo, sus enseñanzas tienen profundo sentido cuando hoy nos ha dicho; “Les aseguro que el que cree, tiene Vida eterna. Yo soy el pan de Vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo" (Jn 6,47-51).

domingo, 28 de julio de 2024

DOMINGO XVIII T.O. CICLO – B (04 de agosto del 2024)

 DOMINGO XVIII T.O. CICLO – B (04 de agosto del 2024)

Proclamación del Santo Evangelio según San Juan 6,22-35:

6:22 Al día siguiente, la multitud que se había quedado en la otra orilla vio que Jesús no había subido con sus discípulos en la única barca que había allí, sino que ellos habían partido solos.

6:23 Mientras tanto, unas barcas de Tiberíades atracaron cerca del lugar donde habían comido el pan, después que el Señor pronunció la acción de gracias.

6:24 Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban allí, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús.

6:25 Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo llegaste?"

6:26 Jesús les respondió: "Les aseguro que ustedes me buscan, no porque comprendieron los signos, sino porque han comido pan hasta saciarse.

6:27 Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello".

6:28 Ellos le preguntaron: "¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?"

6:29 Jesús les respondió: "La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado".

6:30 Y volvieron a preguntarle: "¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas?

6:31 Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio de comer el pan bajado del cielo".

6:32 Jesús respondió: "Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo;

6:33 porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo".

6:34 Ellos le dijeron: "Señor, danos siempre de ese pan".

6:35 Jesús les respondió: "Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed. PALABRA DEL SEÑOR.

Paz y bien en el Señor.

La multiplicación de los panes y peces, tema del domingo anterior supuso un notable éxito popular para Jesús. Sin embargo, no era ése el éxito que Jesús deseaba. La multitud de seguidores comió, se sació y con ello se dio por satisfecha. Todo lo que deseaban era satisfacer el hambre. Por eso todos estaban de acuerdo en proclamar rey a Jesús. Con un rey así, pensaron, tenían resuelta de una vez por todas, sus necesidades. Pero Jesús declinó a esta propuesta y el compromiso. Su misión no era dar de comer a los hambrientos, sino despertar el hambre de los satisfechos hacia el hambre de la palabra de Dios (Am 8,11). Para eso había venido al mundo, para descubrir a los hombres que la vocación humana es la libertad y la solidaridad que lleva a la felicidad y santidad.

“El pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo" ( Jn 6,33). El pan del cielo es el pan de vida, el que no sólo sirve para sustentar la vida, sino que le da sentido. Por eso Jesús nos dice hoy que trabajemos no por el pan que perece, sino por el que perdura (Jn 6,26). Es perecedero el pan que sólo sirve para consumir y nos hace consumidores. Perdura el pan que se reparte y comparte y que nos hace hermanos ((Mt 25,46).

Tres puntos que Jesús acentúa y con los cuales les abre nuevos caminos a la “búsqueda” de parte de la gente: Primero Jesús les dice: “Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna” (Jn 6,27). Trabajar por la comida del día es importante, es necesaria para vivir y uno tiene que ganársela todos los días con el sudor de la frente (Gn 3,19). Pero ésta no es la única razón por la cual madrugamos para trabajar. Hay que trabajar “por el alimento que permanece hasta la vida eterna” (Mt 26,26).

La multitud de esa ocasión, como también mucha gente hoy, sentía que lo más importante en la vida era sobrevivir. Muchas cosas se hacen simplemente para sobrevivir más que para construir una vida con calidad. Hoy Jesús nos está planteando la pregunta: “¿Para qué estoy trabajando?”, “¿Trabajo para vivir o vivo para trabajar?”. Y no perdamos de vista esto: a diferencia de los animales, nosotros los hombres somos los únicos seres del planeta que, por más que resolvamos lo básico, por más confort que tengamos, siempre estamos insatisfechos. Jesús nos dice que más allá de lo inmediato de la vida (que tiene su importancia, es claro) tenemos una necesidad más profunda que tenemos que resolver y que si sabemos resolver lo segundo: el vivir plenamente podremos resolver con mayor sentido lo primero, el sostener y promover la vida hoy.

El problema que Jesús enfrenta con la multitud que lo busca para que repita el milagro del pan abundante, tiene que ver con la imagen que tienen de Él. Jesús les hace entender que en Él hay mucho más de lo que ven a primera vista. La gente se deja arrastrar por el mesianismo, quiere respuestas inmediatas y corre detrás del primero que le ofrezca soluciones inmediatas. Por eso, al final de la multiplicación de los panes ya querían hacer a Jesús Rey, pero Jesús –para desconcierto de ellos– lo que hizo fue esconderse. La gente de la multiplicación de los panes pensaba en un Mesías Rey que usara su poder para eliminar a los romanos, un mesías que les repartiera pan gratuito todos los días sin tener que hacer ningún esfuerzo, un mesías que los mantuviera, un mesías hecho a la medida de las expectativas populares, un mesías que no le corrigiera al pueblo sus actitudes egoístas para perder puntaje. Finalmente dice: “Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello" (Jn 6,27) La autoridad de Jesús viene de Dios. Esto lo expresa con una imagen: “el sello de Dios”.

¿Por qué esta imagen del “sello”? En la antigüedad no era la firma sino el “sello” lo que autenticaba los documentos. En el caso de documentos comerciales y políticos éstos se imprimían con un anillo, así las decisiones eran válidas y permanecían garantizadas. Los sellos se hacían de arcilla, de metal o de joyas, en los dos primeros casos parte del material se quedaba pegado en el documento y así se expresaba que el asunto allí contenido era en firme. En Jesús está el “sello” de Dios: (1) Dios lo ha autenticado con la unción del Espíritu Santo: “El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz; porque aquel a quien Dios ha enviado habla las palabras de Dios, porque da el Espíritu sin medida” (Juan 3,33-34). (2) Él es la “verdad” encarnada de Dios (la fidelidad de Dios con su pueblo). (3) Por todo lo anterior, Él es único que puede satisfacer el hambre de eternidad que está impresa en el corazón de todo hombre.

Ellos le dijeron: ¿Qué hemos de hacer para obrar en el querer de Dios? Jesús les respondió: “La obra de Dios es que crean en quien él ha enviado” (Jn 6,28-29). Tener esa firmeza, creer en el que Dios envió: Jesús, el Hijo único (Jn 1,18). Ante el imperativo “¡Obrad!”, la reacción no se deja esperar: ¿Cómo llevarlo a cabo? En otras palabras: ¿dónde hay que poner los mejores esfuerzos de la vida espiritual para que nuestra vida se realice en la dirección del proyecto de Dios? En esta parte del diálogo de Jesús con la gente, aparecen a la luz nuevas luces sobre lo que debe caracterizar la relación de los hombres con Dios.

Notamos, en primer lugar, que la pregunta que le plantean a Jesús requiere una aclaración. Cuando Jesús habló de las “obras de Dios”, la gente entendió “las buenas obras”. Desde pequeños han sido educados en la convicción de que el favor de Dios se gana haciendo “buenas obras”. Por lo tanto, la pregunta “¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?”, espera una respuesta concreta, casi prevista: cuál es la lista de las “Buenas Obras” que agradan a Dios. La respuesta breve de Jesús corrige el intento de sus interlocutores y abre la puerta para entender las relaciones con Dios desde otro ángulo que es mucho más profundo y de grandes consecuencias. En la frase “La obra de Dios es que creáis en quien él ha enviado”, se deja entender que lo que Dios espera del hombre es la “fe”: primero que sus “manos” les pide su “corazón”. Y esto es importante.

La espiritualidad es “acción”, pero es ante todo “relación”. Se corre el riesgo de perder de vista lo esencial cuando todo se reduce a procedimientos mecánicos de parte nuestra (ritos religiosos, de caridad, etc.), y peor aún, se ve a Dios como alguien que también se comporta mecánicamente con nosotros, al ritmo de nuestros requerimientos, en una lógica de contraprestación. Dios es Padre y Amigo, la relación con Él debe ser de confianza, de entrega, de obediencia, de amor, de gratuidad. La “obra” que Jesús propone, entonces, es que construyamos una nueva relación con Dios: más cercana y profunda, determinada por su Palabra en la Escritura, avivada por la oración, recreada en la comunidad, coherente con nuestro estilo de vida, consistente con nuestros principios de acción.

La nueva relación con Dios (el caminar de la fe en Jesús) desemboca en un estilo de vida. Esta relación se convierte en proyecto de vida compartida entre Él y uno, entre uno y la comunidad de fe y de amor a la que pertenece. De ahí se desprenden todas las “obras buenas” de amor y de servicio, institucionales y espontáneas, porque todo lo que hacemos (y no solamente unas cuantas cosas) refleja ese conocimiento de Dios en Cristo que habita nuestra vida. Para esta “obra” el mismo Jesús nos capacita. Esto es lo que se va a profundizar enseguida.

Segundo movimiento: De Dios hacia el hombre. Aprender a leer los signos de su amor y salvación (Jn 6,30-33): “Ellos entonces le dijeron: “¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: “Pan del cielo les dio a comer” (Jn 6,31-32). Pero la respuesta del Señor es: “En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo” (Jn 6,33).

La última frase pronunciada por Jesús suscita una nueva pregunta de este tipo: “Si tú te presentas como el Mesías (= “el enviado”, “el que Dios Padre ha marcado con su sello”), y esto supone que te aceptemos con todas las implicaciones (= “creer”), entonces muéstrenos sus credenciales”. En otras palabras: ¿En qué debemos apoyar nuestra fe?

La interpelación a Jesús por parte de los judíos: Ellos entonces le dijeron: ¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer” (Jn 6,30-31) Esta parte de la conversación es típicamente judía y nos recuerda tanto los temas como el estilo de las discusiones entre los rabinos: se plantea una pregunta difícil y se da una pista de solución en la que se indica el tipo de respuesta que el rabino estaría esperando. Tomando como base la carta que Jesús acaba de poner sobre la mesa, que el creer en Él era verdadera obra de Dios, los judíos le hacen una interpelación académica: “Si tú eres el Mesías, ¡demuéstralo!”. Esto se plantea con dos preguntas sobre el “obrar” y un ejemplo “modelo” del “obrar” de Dios en la historia: “¿Qué señal haces... qué obra realizas?” (Jn 6,30). Jesús es interpelado explícitamente sobre lo que Él “hace”. De hecho, si miramos la historia de la salvación el “hacer” de Dios siempre ha precedido el “hacer” del hombre. La obra del hombre es “creer”, pero previamente debe hacer una obra de parte de Dios que sirva de base y de ruta para el camino del creer. Esta es como la “prueba” de la confiabilidad de Dios.

Las dos preguntas, que en realidad plantean lo mismo (“¿Y qué prueba nos das, para que al verla te creamos?”), suenan extrañas. ¿Cómo se plantea semejante pregunta después de la multiplicación de los panes, en la que todos estuvieron de acuerdo de que se trataba de un hecho extraordinario? (Mt 14,16-21). Es claro que la multitud no está satisfecha con el signo de los panes y los peces. No creen que sea un signo de que Jesús es el Mesías y por eso le piden un “signo” todavía mayor.

Los interlocutores de Jesús, teniendo en cuenta que Él se presenta como el que “obra” de parte de Dios, se remiten inmediatamente una de las grandes acciones de Dios a favor de su pueblo en el caminar pascual y le piden que actúe en ese plano. El ejemplo “modelo”: “Nuestros padres comieron del maná en el desierto...” (Jn 6,31). El hecho de que todavía tengan en mente la multiplicación de los panes, los lleva a traer de la historia de la pascua uno de sus momentos más deslumbrantes: el don del maná en el desierto, cuando Dios alimentó milagrosamente al pueblo peregrino y los salvó de morirse de hambre. Toman este ejemplo y no otro por la conexión que se da en el “pan”.

El relato del don del maná en el desierto lo encontramos en Éxodo 16 (vale la pena volverlo a leer). Se cree que más tarde se había conservado en un recipiente algo de ese maná y se había depositado en el arca de la alianza que estaba en el templo de Salomón. Se cree también que, cuando el templo fue destruido por Nabucodonosor, el profeta Jeremías lo había escondido para sacarlo a la luz cuando llegara el Mesías. Pero, ¿qué es lo que tienen en mente los interlocutores de Jesús trayendo a colación el caso del “maná”?

Se le pide que repita un milagro de bellísimas implicaciones o evidencias: 1) En el maná hay un alimento ordinario, natural (grano de coriandro), pero también una provocación al misterio. La palabra “maná” significa “¿Qué es esto?” (ver Éxodo 16,15; de la etimología popular: man hu). ¿Se imagina Usted comiendo “¿Qué es esto?” durante cuarenta años, todos los días sin falta, y luego mirar atrás y concluir que fue una gran experiencia? 2) Se trata de una acción típica de Dios: su origen es el mismo Dios providente. Esta comprensión se apoya en dos citas bíblicas que califican el maná como “el pan del Dios”:  “Este es el pan que Yahveh os da por alimento” (Éxodo 16,15) y “les dio el trigo de los cielos” (Salmo 78,24). 3) Es un signo identificador del Mesías, porque éste actúa en sintonía con Dios para atender las expectativas vitales del pueblo; de ahí que se creyera que cuando viniera el Mesías se repetiría el milagro del maná, como dice el Talmud: “Así como fue el primer redentor, así será el redentor final; como el primer redentor hizo que cayera maná del cielo, así el postrer redentor hará descender maná del cielo”.

Los interlocutores de Jesús no han visto en el milagro de la multiplicación de los panes el signo pedido. Es como si estuvieran pensando: “Lo que hiciste ayer fue simplemente darnos panes y peces, nos diste comida común y corriente, lo que comemos todos los días aquí a la orilla del lago de Galilea. No hay nada extraordinario en los panes y los peces, aunque el hecho de multiplicarlos superó un poquito lo normal. Pero Moisés alimentó a nuestros padres cuarenta años con maná, comida del cielo. El pan y el pescado vienen de la tierra, en cambio el maná viene del cielo. ¿Qué haces para superarlo?”. Por lo tanto, los judíos están interpelando la propuesta de Jesús de que “crean en el enviado” desafiándolo para que produzca “el pan de Dios”, “el pan del cielo” (como se le llama, a partir de las referencias ya citadas) y de esta manera justifique sus pretensiones y les dé un apoyo para depositar en Él su fe, al mismo nivel de su fe en Yahveh “Señor” y “Padre providente” del Pueblo que lleva su nombre.

Respuesta de Jesús: "En verdad, en verdad os digo: (a) No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; (b) es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; 33 porque el pan de Dios (a) es el que baja del cielo (b) y da la vida al mundo” (Jn 6,32-33). La raíz de las dificultades para “creer”, hasta ahora presentadas, es la incapacidad de interpretar los “signos” de Jesús. Los judíos que conversan con Jesús no han sido capaces de “ver más allá” del milagro: el pan que comieron los cinco mil no era más que pan terrenal, multiplicado como pan terrenal. Para ellos el maná sí era una prueba contundente. La respuesta de Jesús se va por la línea educativa, no sólo corrige la visión estrecha que ellos tienen con relación a los asuntos de Dios, sino que también les da pistas para saber entender a fondo los signos de presencia salvífica de Dios en la historia. Dicho de otra manera, su respuesta, con palabras bien precisas, les abre los horizontes de la mente y el corazón para poder leer a fondo la presencia y la obra de Dios en la persona de Él.

Veamos los pasos, bien exactos, que da Jesús. En su respuesta, que hace con toda la fuerza de su autoridad (“En verdad, en verdad os digo...”) hace básicamente dos afirmaciones: La primera hace una corrección al pensamiento “teológico” de sus interlocutores acerca del dador del pan: ¿Quién es el que da el pan? (Jn 6,32). La segunda hace dos precisiones sobre la naturaleza del “verdadero pan del cielo”: ¿Cómo es este pan? (Jn 6,33).

domingo, 21 de julio de 2024

DOMINGO XVII – B (28 de Julio de 2024)

 DOMINGO XVII – B (28 de Julio de 2024)

Proclamación del Santo evangelio según San Juan 6,1-15:

6:1 Después de esto, Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado Tiberíades.

6:2 Lo seguía una gran multitud, al ver los signos que hacía curando a los enfermos.

6:3 Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos.

6:4 Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos.

6:5 Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe: "¿Dónde compraremos pan para darles de comer?"

6:6 Él decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer.

6:7 Felipe le respondió: "Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan".

6:8 Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo:

6:9 "Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?"

6:10 Jesús le respondió: "Háganlos sentar". Había mucho pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran unos cinco mil hombres.

6:11 Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron.

6:12 Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: "Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada".

6:13 Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada.

6:14 Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: "Este es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo".

6:15 Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados hermanos en el Señor Paz y Bien.

“Vendrán días –Dice el Señor– en que enviaré hambre sobre el país, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de escuchar la palabra del Señor. Se arrastrarán de un mar a otro e irán errantes del norte al este, buscando la palabra del Señor, pero no la encontrarán” (Am ,8,11). “Los discípulos le dijeron a Jesús: «Este es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos». Pero Jesús les dijo: «No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos» (Mt 14,15).

¿Por qué hay tanta hambre en el mundo, si Dios es todopoderoso y puede multiplicar lo poco que los seres humanos aportemos? Precisamente hay hambre en el mundo porque muy pocos dan poco y hay gente que no da nada para compartir. Teniendo cinco panes e incluso tienen más de cinco panes, pero no quieren compartir. Los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: "Este es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la gente para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos". Pero Jesús les dijo: "No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos" (Mt 14,15-16).

Se puede dividir el evangelio leído en: 1) Introducción (6,1-4). 2) El diálogo de Jesús con sus discípulos (6,5-9). 3) La multiplicación de los panes (6,10-11). 4) La colecta de las sobras y las reacciones de la multitud ante Jesús y de Jesús ante las multitudes (6,12-15). De los cuatro partes la tercera sección es la parte central y nos detendremos en detallar.

“Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados” (Jn 6,11). ¿Qué panes los tomó? Los cinco panes que un muchacho tenia (Jn 6,9). Este episodio nos recuerda aquel otro episodio del desprendimiento: “Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre en el arca de la ofrenda. Entonces Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella en su pobreza dio todo lo que tenía para vivir" (Mc 12,42). Y los mismo aquel episodio: “Quien tacañamente da, tacañamente cosechará” (II Cor 9,6).

Jesús pudo hacer que se convierta las piedras en pan, pero quiso que de las ofrendas se conviertan en pan para alimentar a más de cinco mil hombres. Para hacernos entender que todo gesto de caridad hecha con amor trae siempre su recompensa. Y es ese gesto que se hace en cada Misa, hacer una colecta de ofrenda para los actos de caridad.

La segunda idea que merece mayores detalles el evangelio que hoy leímos es el mensaje central del tema: “Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los distribuyó a los que estaban sentados” (Jn 6,11). ¿Cómo es esa acción de gracias que Jesús dijo? Vamos al siguiente episodio: Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomen y coman, esto es mi Cuerpo". Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: "Beban todos de ella, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, para la remisión de los pecados” (Mt 26,26). Hizo la multiplicación de los panes y alimento a más de cinco mil hombres.

Cómo habría sido ese acontecimiento!  Una multitud de unas cinco mil personas que seguía a Jesús para escuchar sus enseñanzas.  Llega la hora de comer, y con sólo cinco panes y dos pescados el Señor va repartiéndolos y saca comida para saciar a toda esa multitud... y  todavía quedaron sobras. ¿De dónde salieron los cinco panes y los dos pescados?  Ya destacamos (Jn 6,9). Había un muchacho entre los presentes que los llevaba consigo.  Hay muchos pasajes bíblicos similares. Por cierto no es éste el único pasaje en que Dios utiliza un aporte humano para remediar una necesidad.  En efecto, nos cuenta la Primera Lectura de este domingo (2 R 4, 42-44) de una situación similar. El Profeta Eliseo recibe veinte panes y ordena a su criado repartirlo entre cien personas.  Ante la objeción del criado por lo insuficiente del alimento, Eliseo insiste aduciendo que “dice el Señor: ‘Comerán todos y sobrará’”.   Y así fue, tal como dijo el Señor.  Otro milagro de multiplicación.

En el caso de Eliseo, de veinte panes comieron cien.  En el caso de Jesús, de cinco panes y dos peces comieron unos quince mil.  Las cantidades no importan, sino como dato referencial.  Lo que importa es el milagro de la multiplicación, la providencia del Señor para con los que necesitan, y el aporte requerido para proveer en forma milagrosa. Cabría preguntarnos, ¿por qué entonces hay tanta hambre en el mundo, si Dios es todopoderoso y puede multiplicar lo poco que los seres humanos aportemos?   Notemos que los dos milagros no se realizaron de la nada, sino a partir de insuficientes y realmente escasos comestibles.

Dios, como Omnipotente y Todopoderoso que es, podría haber alimentado a la gente de la nada.  Si nos creó de la nada, por supuesto puede alimentarnos de la nada. Pero Dios desea nuestra participación, nuestro aporte.  Y ese aporte suele ser como el del chico: muy insuficiente, muy poca cosa, una nada. Pero Dios lo quiere y hasta lo exige para El intervenir.  Y cuando el hombre da su aporte, Dios interviene multiplicándolo. El muchacho de este alimento multiplicado donó toda la comida que llevaba para él.  Fue muy generoso.  En el caso de Eliseo, fue un hombre que le llevó los primeros frutos de su cultivo.  Y nosotros... ¿damos al menos de lo que nos sobra para que Dios haga milagros con nuestros aportes?

“Abres, Señor tus manos generosas y cuantos viven quedan satisfechos.  Tú alimentas a todos a su tiempo” (Sal. 144). Así hemos cantado en el Salmo de hoy.  Esta atención amorosa de Dios se denomina “Divina Providencia”, por medio de la cual Dios nos da el alimento cuando se necesita, nos da cada cosa a su tiempo, y todos quedan saciados. Dios conoce todas nuestras necesidades mejor que nosotros mismos y se ocupará de ellas si se las dejamos a El.  Debemos estar siempre confiados en la Divina Providencia.  Nos lo muestran las Lecturas de hoy y lo hemos orado en el Salmo.  Además Jesucristo nos lo manifiesta en otros pasajes evangélicos: “No anden tan preocupados ni digan: ¿tendremos alimento?  ¿Qué beberemos?, o ¿tendremos ropas para vestirnos?  Los que no conocen a Dios se afanan por eso, pero el Padre del Cielo, Padre de ustedes, sabe que necesitan todo eso”.  (Mt. 6, 31-32). “Fíjense en las aves del cielo, que no siembran, ni cosechan, no guardan alimentos en graneros.  Sin embargo, el Padre del Cielo, el Padre de ustedes, las alimenta.  ¿No valen ustedes mucho más que las aves?” (Mt. 6, 26).

Dios también nos pide solidaridad con los demás y el compartir de lo mucho o poco que tenemos. Si tal vez diéramos todo nuestro amor, es decir, si amáramos a Dios sobre todas las cosas, podríamos darnos cuenta de las necesidades que requieren ser remediadas, podríamos aprender a amar, comenzaríamos a ser generosos, como el chico del Evangelio, comenzaríamos a dar de lo mucho o de lo poco que tenemos. Y, más allá de atender a las necesidades materiales, el amor –si es verdadero amor, si está fundado en nuestro amor a Dios- debe alcanzar también las necesidades espirituales.  Inclusive, puede “mantenernos unidos en el espíritu con el vínculo de la paz”, como nos indica San Pablo en la Segunda Lectura (Ef. 4, 1-6), de manera que “Dios, Padre de todos, que reina sobre todos, actúe a través de todos”.  Ahora bien, para Dios actuar a través de cada uno de nosotros, cada uno debe amar a Dios.  Y amar a Dios significa buscar su Voluntad para ser y hacer como El desea.  Sólo así estaremos unidos a Dios, unidos entre sí, y sensibles a las necesidades ajenas, pendientes de ayudar a remediar las carencias de nuestros hermanos.

El acto de caridad nace del amor.  Y Dios actúa siempre caritativamente con nosotros, así nos recuerda por ejemplo el episodio: “Acuérdate del largo camino que el Señor, tu Dios, te hizo recorrer por el desierto durante esos cuarenta años. Allí él te afligió y te puso a prueba, para conocer el fondo de tu corazón y ver si eres capaz o no de guardar sus mandamientos. Te afligió y te hizo sentir hambre, pero te dio a comer el maná, ese alimento que ni tú ni tus padres conocían, para enseñarte que el hombre no vive solamente de pan, sino de todo lo que sale de la boca del Señor” (Dt 8,2-3).

Después de este gesto del compartir el pan material tenemos que pasar a la dimensión espiritual, porque no podemos quedarnos en el pan material. Mismo Jesús nos invita a trascender: "Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello" (Jn 6,26-27). A esta contundente afirmación hay que agregar:

¿Qué ocurrió después de aquella comida? Todo el mundo quedó admirado, y decían: "Este sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo". Y así es: aquel pan inacabable es como un signo. Lo primero es que todo el mundo pueda tener lo necesario para vivir. Pero la misión de Jesús, lo que Jesús viene a decir y a hacer, no termina con esto. EL PAN ES UN SIGNO DE UN BANQUETE MAS PLENO, más definitivo, más para siempre. Así como para nosotros, por ejemplo, la cena de Nochebuena no es sólo una comida que hacemos porque tenemos hambre, sino que es signo de fiesta, de unión familiar, de alegría compartida, lo mismo ocurre con la comida que Jesús dispuso para la multitud.

Aquella maravilla de pan y de pescado que en un lugar tan lejano se multiplica sin fin y alcanza para todos, es UN SIGNO DE TODOS LOS ANHELOS, DE TODAS LAS ESPERANZAS, DE TODOS LOS DESEOS DE LOS HOMBRES, QUE JESÚS, QUE DIOS, VIENE A LLENAR. Está el anhelo del pan de cada día, y ése es el primero. Pero luego está el anhelo de unas condiciones de vida dignas, de una cultura, del respeto para todos. Y después los anhelos de paz, de justicia, de entendimiento entre los hombres, de solidaridad. Y el anhelo de romper todo lo que nos estropea por dentro: la envidia, el egoísmo, el afán de imponer siempre nuestros criterios, el afán de poder y de prestigio. Y muchas cosas más. Y, más allá de todo, el anhelo de una vida que nunca termine.

Aquel pan repartido llevaba en sí todas estas otras clases de pan. Y nosotros, ¿tenemos hambre, deseamos el alimento completo que aquel pan significaba?

¿Qué buscamos nosotros en Jesús? Porque resulta que, leyendo como termina el evangelio que hemos escuchado, PARECE MAS BIEN QUE A LA MULTITUD QUE SEGUÍA A JESÚS LE BASTASE CON EL PAN que Jesús había multiplicado, y no deseasen nada más.

Porque ya lo han oído: Jesús tiene que retirarse rápidamente, porque "iban a llevárselo para proclamarlo rey". Querían que Jesús mandara, para poner orden y asegurar que nunca faltase el pan, y listos. Porque claro, todos los demás anhelos, los demás tipos de pan, no se arreglan con que un señor mande y ya está: son anhelos que se viven y cultivan por dentro, y no mediante simples leyes y mandamientos...

Por todo ello, hoy podríamos terminar nuestra reflexión preguntándonos: ¿qué buscamos nosotros en Jesús? Preguntémonos SI NUESTRAS ÚNICAS ASPIRACIONES SON LOGRAR QUE LA VIDA NOS FUNCIONE BIEN Y SIN PROBLEMAS, o si esperamos de él algo más. Cuando venimos aquí los domingos a la misa, cuando participamos en este banquete de la Eucaristía, ¿qué buscamos? PREGUNTEMONOSLO AHORA, EN ESTOS DÍAS, MUY DE VERDAD: ¿QUE BUSCAMOS NOSOTROS EN JESÚS? 

“El pan que Dios da viene del cielo y da Vida al mundo. Ellos le dijeron: Señor, danos siempre de ese pan. Jesús les respondió: Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed” (Jn 6,33-35).