SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI
Evangelio según San Lucas 9,11 - 17:
En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar a la multitud sobre
el reino de Dios y curó a los que necesitaban. Caía la tarde y los Doce se le
acercaron para decirles: "Despide a la gente para que vayan a los pueblos
y aldeas del contorno y busquen alojamiento y comida, porque aquí estamos en un
lugar deshabitado."
Pero él les dijo: "Denles Uds. de comer." Pero
ellos respondieron: "No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser
que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente." Pues había
como cinco mil hombres. Él dijo a sus discípulos: "Hagan que se acomoden
por grupos de unos cincuenta." Lo hicieron así, e hicieron acomodarse a
todos. Tomó entonces los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al
cielo, pronunció sobre ellos la bendición y los partió, y los iba dando a los
discípulos para que los fueran sirviendo a la gente. Comieron todos hasta
saciarse. Se recogieron los trozos que les habían sobrado: doce canastos. PALABRA
DE DIOS.
COMENTARIO
Estimados hermanos(as) en el
señor sacramentado Paz y Bien.
Estamos Celebrando la fiesta de las
fiestas Jesús eucaristía porque hablar de Cuerpo y Sangre de Cristo es hablar
de Eucaristía y hablar de Eucaristía es hablar del ágape celestial, porque la
santa misa es eso realmente: “Dichos los invitados al banquete de bodas del
cordero celestial” (Ap. 19,9). Hablar de Eucaristía es hablar de un nuevo
estilo de encarnación de Jesús, como un nuevo estilo de estar presente entre
los hombres, porque nos había dicho “No os dejare huérfanos, sino que volveré”
(Jn 14,18). Pero estas palabras del Señor tienen sentido real a lo dicho más
luego: “Salí del Padre, vine al mundo; ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre”
(Jn 16,28). Sería bueno ahora preguntarnos ¿A qué vino Jesús? El gran Teólogo
san Pablo lo define sabiamente esta revelación del amor de Dios y lo dice: “Dios
salvador nuestro quiere que todos los hombres se salven llegando al
conocimiento de la verdad” (I Tm 2,4). Y ¿Qué es pues la verdad? Jesús dijo “yo
soy la verdad, camino y vida. Nadie va al Padre son por mi” (Jn 14,6). Es decir
Jesús vino a salvarnos a toda la humanidad.
¿Por qué, cómo y de qué nos salvó
Jesús?
San Juan ha dicho: “Quien ama a
Dios conoce a Dios, quien no ama a Dios no conoce Dios, porque Dios es amor” (I
Jn 4,8) Luego san Juan es más enfático al decir: “Si uno dice Yo amo a Dios y
odia a su hermano, es un mentiroso. Si no ama a su hermano, a quien ve, no
puede amar a Dios, a quien no ve” (I Jn 4,20). Mismo Jesús lo ha dicho en este sentido: “Les
doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Ustedes deben
amarse unos a otros como yo los he amado. En esto reconocerán todos que son mis
discípulos, en que se amen unos a otros” (Jn 13,34). Por tanto la única motivación
que tiene Dios para con la humanidad es esto: su amor a la humanidad.
Ahora el cómo de la salvación en
favor nuestro por parte de Dios es lo que no detiene. Al sexto mes el ángel
Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una
joven virgen que estaba comprometida en matrimonio con un hombre llamado José,
de la familia de David. La virgen se llamaba María. Llegó el ángel hasta ella y
le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» María quedó muy
conmovida al oír estas palabras, y se preguntaba qué significaría tal saludo. Pero
el ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado el favor de Dios. Concebirás
en tu seno y darás a luz un hijo, al que pondrás el nombre de Jesús. Será
grande y justamente será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el
trono de su antepasado David; gobernará por siempre al pueblo de Jacob y su
reinado no terminará jamás.» María entonces dijo al ángel: «¿Cómo puede ser
eso, si yo soy virgen?»
Contestó el ángel: «El Espíritu
Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por
eso el niño santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios…Porque para Dios,
nada es imposible.» Dijo María: «Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí
tal como has dicho.» (Lc 1,26-38). Pero en gran teólogo san Juan lo resume en
estos términos: “La palabra de Dios se hizo hombre a habitó entre nosotros”
(Jn, 1,14). Dios Padre lo reafirma su identidad en el bautismo de Jesús: “Tu
eres mi hijo amado, yo te he engendrado hoy” (Lc. 3,22). Por eso mismo Jesús más
tarde dirá: “¿No creen que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras
que yo les digo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que vive
en mí es el que hace las obras” (Jn 14,10). En el inicio de su ministerio Jesús
se valió de los profetas del A.T. quienes anunciaron la cercanía y llegada del Mesías
(Is 61 1ss). Mismo Jesús Dijo: “El Espíritu del Señor está sobre mí: Por cuanto
me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres: Me ha enviado para sanar a
los pobres, Para predicar libertad a los cautivos. Y a los ciegos vista. Para
poner en libertad a los cautivos y anunciar
el año de gracia de Dios” (Lc.4,18).
Jesús la segunda divina Persona
como sabemos que es el salvador nuestro en resumidas cuentas dio tres pasos:
1) Inicio con la proclamación del
evangelio: “El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado;
arrepentíos y creed en el evangelio” (Mc 1,15). Y algunos pescadores son los
primeros que siguen a Jesús: “Jesús subió al monte y llamó a los que él quiso,
y se reunieron con él. Así instituyó a los Doce (a los que llamó también
apóstoles), para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar, dándoles
poder para echar demonios. Estos son los Doce: Simón, a quien puso por nombre
Pedro; Santiago y su hermano Juan, hijos de Zebedeo, a quienes puso el sobrenombre
de Boanerges, es decir, hijos del trueno; Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo,
Tomás, Santiago, el hijo de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo,
y Judas Iscariote, el que después
lo traicionó” (Mc 3,13-19).
2) Fundó una única iglesia: “Y
ahora yo te digo tú eres Pedro (o sea Piedra), y sobre esta piedra edificaré mi
Iglesia; el poder del infierno jamás la podrá vencer. Yo te daré las llaves del
Reino de los Cielos: lo que ates en la tierra quedará atado en el Cielo, y lo
que desates en la tierra quedará desatado en el Cielo.» (Mt 16,18-19). Pero no
fue solo los doce quienes siguen a Jesús sino una muchedumbre inmensa de gente:
“Después Jesús pasó a la otra orilla del lago de Galilea, cerca de Tiberíades. Le
seguía un enorme gentío, a causa de las señales milagrosas que le veían hacer
en los enfermos. Jesús subió al monte y se sentó allí con sus discípulos. Se
acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús, pues, levantó los ojos y,
al ver el numeroso gentío que acudía a él, dijo a Felipe: «¿Dónde iremos a
comprar pan para que coma esa gente?» Felipe le respondió: «Doscientas monedas
de plata no alcanzarían para dar a cada uno un pedazo.» Otro discípulo, Andrés,
hermano de Simón Pedro, dijo: Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de
cebada y dos pescados. Pero, ¿qué es esto para tanta gente? «Hagan que se
sienta la gente. Entonces Jesús tomó los panes, lo bendijo y los repartió entre
los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, y todos recibieron
cuanto quisieron. Cuando quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos:
«Recojan los pedazos que han sobrado para que no se pierda nada. Los recogieron
y llenaron doce canastos con los pedazos que no se habían comido: eran las
sobras de los cinco panes de cebada” (Jn
6,1-13).
Alguno muy ilusionado como el
joven rico corrió al encuentro con Jesús, se arrodilló delante de él y le
preguntó: «Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para conseguir la vida eterna?» Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie
es bueno, sino sólo Dios. Ya conoces los mandamientos: No mates, no cometas
adulterio, no robes, no digas cosas falsas de tu hermano, no seas injusto, honra
a tu padre y a tu madre.» El joven le contestó: «Maestro, todo eso lo he
practicado desde muy pequeño.» Jesús fijó su mirada en él, le tomó cariño y le
dijo: «Sólo te falta una cosa: vete, vende todo lo que tienes y reparte el
dinero entre los pobres, y tendrás un tesoro en el Cielo. Después, ven y
sígueme. Al oír esto se desanimó totalmente, pues era muy rico, y se fue triste”
(Mc 10,17-18). Pedro interviene y dijo: «Señor nosotros lo hemos dejado todo
para seguirte.» Y Jesús contestó: «En verdad les digo: Ninguno que haya dejado
casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o campos por mi causa y por el Evangelio
quedará sin recompensa. Pues, aun con persecuciones, recibirá cien veces más en
la presente vida y en el mundo venidero la vida eterna” (Mc 10,28-30). Alguno
vacilaron y dijeron: “¡Este lenguaje es muy duro! ¿Quién podrá escucharle?” Jesús
se dio cuenta de que sus discípulos criticaban su discurso y les dijo: «¿Quieren
marcharse también ustedes?» Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién iríamos? Tú
tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo
de Dios.» (Jn 6,60-69).
Aclarado algunos impases Jesús envía
a los doce a la misión con estas instrucciones: Por el camino proclamen que ¡El
Reino de los Cielos está ahora cerca! Sanen enfermos, resuciten muertos,
limpien leprosos y echen los demonios. Ustedes lo recibieron sin pagar, denlo
sin cobrar. No lleven oro, plata o monedas en el cinturón. Nada de provisiones
para el viaje, o vestidos de repuesto; no lleven bastón ni sandalias, porque el
que trabaja por el evangelio merece su alimento. En todo pueblo o aldea en que
entren, busquen alguna persona que valga, y quédense en su casa hasta que se
vayan. Al entrar en la casa, deséenle la paz. Y si en algún lugar no los
reciben ni escuchan sus palabras, salgan de esa familia o de esa ciudad, sacudiendo
el polvo de los pies. Yo les aseguro que esa ciudad, en el día del juicio, será
tratada con mayor rigor que Sodoma y Gomorra. Miren que los envío como ovejas
en medio de lobos: sean, pues, precavidos como la serpiente, pero sencillos
como la paloma. ¡Cuídense de los hombres! A ustedes los arrastrarán ante sus
consejos, y los azotarán en sus sinagogas. (Mt 10,5-17). “Quien crea en el evangelio y se bautice será salvo,
quien no crea será condenado” (Mc 16,15-16). “Vayan y hagan que todos los
pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el Nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado a
ustedes. Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia.» (Mt
28,19-20).
3) Jesús Instituyó los sacramentos
como la Santa Eucaristía: ¿Qué es la Eucaristía?
Jesús antes de su pasión
advierte: «Estamos subiendo a Jerusalén y el Hijo del Hombre va a ser entregado
a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la Ley; lo condenarán a
muerte y lo entregarán a los extranjeros, y que se burlarán de él, le
escupirán, lo azotarán y lo matarán. Pero tres días después resucitará” (Mc.
10,33-34). “El hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y dar
su vida en rescato por todos” (Mc 10,45). El último gesto de amor a su Iglesia
es la institución de la santa Eucaristía: Jesús tomó pan y, dando gracias, lo
partió y se lo dio diciendo: «Esto es mi cuerpo, que es entregado por ustedes.
(Hagan esto en memoria mía).» Hizo lo mismo con la copa después de cenar,
diciendo: «Esta copa es la alianza nueva sellada con mi sangre, que es derramada
por Uds. para el perdón de los pecados, hagan esto en conmemoración mía» (Lc
22,19-20). El Evangelio de san Juan es más explícito al respecto. Jesús dijo: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo…En
verdad les digo que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre,
no tienen vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre vive de vida
eterna, y yo lo resucitaré el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre
es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo
en él… El que coma este pan vivirá para siempre” (Jn 6,48-58). Y nuestro gran
amigo San pablo se expresa cuestionando al respecto: “La copa de bendición que
bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no
es comunión con el cuerpo de Cristo? Así, siendo muchos formamos un solo cuerpo,
porque el pan es uno y todos participamos del mismo pan” (Icor 10,16-17).
Requisitos para recibir la Santa Eucaristía:
San pablo previo recuerdo para la santa comunión: “Yo he recibido la tradición
lo que a mi vez les he transmitido. Que el Señor Jesús, la noche en que fue
entregado, tomó pan y, después de dar gracias, lo partió diciendo: «Esto es mi
cuerpo, que es entregado por ustedes; hagan esto en memoria mía.» De igual
manera, tomando la copa, después de haber cenado, dijo: «Esta copa es la Nueva
Alianza en mi sangre. Todas las veces que la beban háganlo en memoria mía.» (Icor
11,23-25).
San Pablo sigue y dice: Fíjense
bien, cada vez que comemos de este pan y bebemos de esta copa estamos
proclamando la muerte del Señor hasta que venga. Por tanto, el que come el pan
o bebe la copa del Señor indignamente peca contra el cuerpo y la sangre del
Señor. (Icor 11,26-27).
Por lo tanto: “Cada uno, pues,
examine su conciencia y luego podrá comer el pan y beber de la copa. En caso
contrario, el que come y bebe indignamente, come y bebe su propia condenación por
no reconocer al Señor en su cuerpo bendito y sacramentado”. (Icor 11,28-29).
Reflexión de la santa misa.
Como hemos sido explícitos según la
santa Biblia; esta multiplicación de los panes se sitúa en el contexto de la última
cena del Señor. La Misa celebrada en la falda del monte, al aire libre.
Posiblemente, un Evangelio escrito para recordarles a los primeros cristianos
cómo han de celebrar la Eucaristía. Una Eucaristía en la que Jesús vuelve a
preocuparse de los hombres necesitados y con el estómago vacío. Hasta la
actitud de Jesús pone de manifiesto este significado eucarístico de la
multiplicación. Los discípulos ponen lo que tienen, cinco panes y dos peces,
Jesús toma en sus manos los panes, levanta los ojos al cielo, pronuncia la
bendición y se los diciendo que los repartiesen entre todos hasta saciarse.
No se trata de dar una lección
teórica del significado de la Misa, se trata de realizar el sentido y la verdad
de la Misa. Levantar los ojos al cielo, como oración al Padre, y mirar a los
hombres para compartirse con ellos. Levantar los ojos al cielo, sí. Pero luego,
con esos mismos ojos, mirar de otra manera a los hombres, a los hermanos. ¿No
tendría que ser también nuestra Misa de cada domingo?
Jesús primero se hace hombre y al
final se hace pan. Cada vez acercándose más al hombre. Fue el último gesto de
Jesús antes de dar comienzo a su Pasión. Un estilo de vida de estar con el
hombre da comienzo a otro estilo nuevo. El primero fue en un pesebre. Este
segundo lo hace en una mesa de familia, en ambiente de familia.
La Eucaristía como presencia. En
primer lugar celebrar la Eucaristía es celebrar la continuación de su presencia
en medio de nosotros. "No os dejaré solos." "Esto es mi cuerpo y
esta es mi sangre." La primera era una presencia de quien camina con los
hombres. La segunda es la presencia de quien invita a los hombres a encontrarse
con El sentados a la misma mesa de la familia. Y ahí lo tenemos a diario en el
Sagrario. Y ahí lo tenemos cada vez que celebramos la Misa. Nunca está solo
quien quiera visitarlo en su Sagrario.
La Eucaristía como memoria. Pero
además, Jesús instituye la Eucaristía no solo como presencia sino como
sacramento que nos reúne a todos a hacer de memoria de Él, para que no nos
olvidemos de cuanto Él ha hecho por nosotros, para recordar, sobre todo el gran
momento de su amor por nosotros, el misterio pascual de la Cruz y la Resurrección.
"Haced esto en memoria mía." Por eso participar en la misa es algo
más que estar presente y responder a las invitaciones del Sacerdote. Es
recordar su amor, es recordar su Pasión, su Muerte y su Resurrección. Por eso
decimos: "Anunciamos tu muerte y proclamamos tu resurrección..."
Vivir la Eucaristía es vivir actualizando el misterio de su Muerte y
Resurrección, es revivirla en nuestros corazones y es comprometernos a
anunciarlas y proclamarlas luego en la vida a todos los hombres.
La Eucaristía es vivir la vida
eterna. "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna." No
es necesario esperar a morir para vivir ya en nosotros la vida de Dios. No la
podremos vivir en plenitud, pero ya la llevamos en germen dentro de nosotros.
Por eso, participar de la Eucaristía es ir a cargarnos de vida, es salir de la
Iglesia como con las pilas de la vida recargadas.
Por eso la vida no puede ser un
momento de aburrimiento y bostezo por el sermón del sacerdote, sino es vivir lo
que todos juntos celebramos. No celebramos Misa solo con estar presente, sino
viviendo lo que celebramos.
Resulta inquietante el hecho de
que fue precisamente cuando Jesús anuncia la Eucaristía se arma el escándalo.
¿A quién se puede ocurrir convertirse en pan para que comamos su cuerpo?
"Estas palabras son duras, ¿quién le puede hacer caso?" La gente se
fue alejando de él hasta quedarse solo con sus Discípulos. Y Jesús los reta:
"¿también vosotros queréis marcharos?"
Es que la Eucaristía es el
corazón de la Iglesia, una Iglesia sin corazón deja de ser Iglesia. Hasta
nosotros solemos morir muchos de infarto porque el corazón se nos paralizó.
¿No es también hoy la Eucaristía
uno de los momentos centrales de cuantos nos decimos creyentes? ¿No es la Misa
Dominical uno de los criterios de evaluación de la vida cristiana de las
parroquias?
Lo malo que la vemos más como
"una obligación" que como una vivencia y experiencia de fe. De ahí
que muchos jóvenes comienzan a alejarse en primer lugar de la Misa. Uno de los
problemas que suelen tener los padres es cómo "obligarlos" a ir a
Misa. La mejor opción es el testimonio de vida y la educación en la vida
espiritual.