martes, 4 de agosto de 2015
COLEGIO SAN FRANCISCO DE ASIS - TACNA: COLEGIO SAN FRANCISCO DE ASIS - TACNA: FELIZ 28 DE...
COLEGIO SAN FRANCISCO DE ASIS - TACNA: COLEGIO SAN FRANCISCO DE ASIS - TACNA: FELIZ 28 DE...: COLEGIO SAN FRANCISCO DE ASIS - TACNA: FELIZ 28 DE JULIO : UNA BENDICIÒN DE DIOS PARA MI PERU QUERIDO EN SUS 194 AÑOS 28 DE JULIO DEL 2...
DOMINGO XVIII - B (domingo 02 de agosto del 2015)
DOMINGO XVIII – B (02 de agosto del 2015)
Proclamación del Santo Evangelio según San Juan 6,22-35:
En aquel tiempo, al día siguiente, la multitud que se había
quedado en la otra orilla vio que Jesús no había subido con sus discípulos en
la única barca que había allí, sino que ellos habían partido solos. Mientras
tanto, unas barcas de Tiberíades atracaron cerca del lugar donde habían comido
el pan, después que el Señor pronunció la acción de gracias. Cuando la multitud
se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban allí, subieron a las
barcas y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra
orilla, le preguntaron: Maestro, ¿cuándo llegaste? Jesús les respondió: Les
aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido
pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que
permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es
él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello.
Ellos le preguntaron: "¿Qué debemos hacer para realizar
las obras de Dios? Jesús les respondió: "La obra de Dios es que ustedes
crean en aquel que él ha enviado. Y volvieron a preguntarle: "¿Qué signos
haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres
comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio de comer el
pan bajado del cielo". Jesús respondió: Les aseguro que no es Moisés el
que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo;
porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo".
Ellos le dijeron: "Señor, danos siempre de ese pan. Jesús les respondió:
Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí
jamás tendrá sed. PALABRA DEL SEÑOR
Amigos en el Señor Paz y Bien.
Tres puntos que Jesús acentúa y con los cuales le abre
nuevos caminos a la “búsqueda” de parte de la gente: Primero Jesús les dice:
“Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece
para vida eterna” (Jn 6,27). Trabajar por la comida del día es importante es
importante, es necesaria para vivir y uno tiene que ganársela todos los días
con el sudor de la frente (Gn 3,19). Pero ésta no es la única razón por la cual
madrugamos para trabajar. Hay que trabajar “por el alimento que permanece hasta
la vida eterna” (Mt 26,26).
La multitud de esa ocasión, como también mucha gente hoy,
sentía que lo más importante en la vida era sobrevivir. Muchas cosas se hacen
simplemente para sobrevivir más que para construir una vida con calidad. Hoy
Jesús nos está planteando la pregunta: “¿Para qué estoy trabajando?”, “¿Trabajo
para vivir o vivo para trabajar?”. Y no perdamos de vista esto: a diferencia de
los animales, nosotros los hombres somos los únicos seres del planeta que, por
más que resolvamos lo básico, por más confort que tengamos, siempre estamos
insatisfechos. Jesús nos dice que más allá de lo inmediato de la vida –que
tiene su importancia, es claro– tenemos una necesidad más profunda que tenemos
que resolver y que si sabemos resolver lo segundo –el vivir plenamente–
podremos resolver con mayor sentido lo primero –el sostener y promover la vida
hoy–.
Luego les dice: “...El que os dará el Hijo del hombre” (Jn
6, 27b). Jesús se da a sí mismo un título: “Hijo del hombre”. Es curiosamente
un título de “gloria”, pero que pasa por la “pasión”.
El problema que Jesús enfrenta con la multitud que lo busca
para que repita el milagro del pan abundante, tiene que ver con la imagen que
tienen de Él. Jesús les hace entender que en Él hay mucho más de lo que ven a
primera vista. La gente se deja arrastrar por el mesianismo, quiere respuestas
inmediatas y corre detrás del primero que le ofrezca soluciones inmediatas. Por
eso, al final de la multiplicación de los panes ya querían hacer a Jesús Rey,
pero Jesús –para desconcierto de ellos– lo que hizo fue esconderse. La gente de
la multiplicación de los panes pensaba en un Mesías Rey que usara su poder para
eliminar a los romanos, un mesías que les repartiera pan gratuito todos los
días sin tener que hacer ningún esfuerzo, un mesías que los mantuviera, un
mesías hecho a la medida de las expectativas populares, un mesías que no le
corrigiera al pueblo sus actitudes egoístas para perder puntaje. Finalmente
dice: “... Porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello”. La
autoridad de Jesús viene de Dios. Esto lo expresa con una imagen: “el sello de
Dios”.
¿Por qué esta imagen del “sello”? En la antigüedad no era la
firma sino el “sello” lo que autenticaba los documentos. En el caso de
documentos comerciales y políticos éstos se imprimían con un anillo, así las
decisiones eran válidas y permanecían garantizadas. Los sellos se hacían de
arcilla, de metal o de joyas, en los dos primeros casos parte del material se
quedaba pegado en el documento y así se expresaba que el asunto allí contenido
era en firme. En Jesús está el “sello” de Dios: (1) Dios lo ha autenticado con
la unción del Espíritu Santo: “El que acepta su testimonio certifica que Dios
es veraz; porque aquel a quien Dios ha enviado habla las palabras de Dios, porque
da el Espíritu sin medida” (Juan 3,33-34). (2) Él es la “verdad” encarnada de
Dios (término que en Juan traduce el hebreo “emet”, que describe la fidelidad
de Dios con su pueblo). (3) Por todo lo anterior, Él es único que puede
satisfacer el hambre de eternidad que está impresa en el corazón de todo
hombre.
Ellos le dijeron: ¿Qué hemos de hacer para obrar en el
querer de Dios? Jesús les respondió: “La obra de Dios es que crean en quien él
ha enviado” (Jn 6,28-29). Tener esa firmeza, creer en el que Dios envió: Jesús,
el Hijo único (Jn 1,18). Ante el imperativo “¡Obrad!”, la reacción no se deja
esperar: ¿Cómo llevarlo a cabo? En otras palabras: ¿dónde hay que poner los
mejores esfuerzos de la vida espiritual para que nuestra vida se realice en la
dirección del proyecto de Dios? En esta parte del diálogo de Jesús con la
gente, aparecen a la luz nuevas luces sobre lo que debe caracterizar la
relación de los hombres con Dios.
Notamos, en primer lugar, que la pregunta que le plantean a
Jesús requiere una aclaración. Cuando Jesús habló de las “obras de Dios”, la
gente entendió “las buenas obras”. Desde pequeños han sido educados en la
convicción de que el favor de Dios se gana haciendo “buenas obras”. Por lo
tanto, la pregunta “¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?”, espera
una respuesta concreta, casi prevista: cuál es la lista de las “Buenas Obras”
que agradan a Dios. La respuesta breve de Jesús corrige el intento de sus
interlocutores y abre la puerta para entender las relaciones con Dios desde otro
ángulo que es mucho más profundo y de grandes consecuencias. En la frase “La
obra de Dios es que creáis en quien él ha enviado”, se deja entender que lo que
Dios espera del hombre es la “fe”: primero que sus “manos” les pide su
“corazón”. Y esto es importante.
La espiritualidad es “acción”, pero es ante todo “relación”.
Se corre el riesgo de perder de vista lo esencial cuando todo se reduce a
procedimientos mecánicos de parte nuestra (ritos religiosos, de caridad, etc.),
y peor aún, se ve a Dios como alguien que también se comporta mecánicamente con
nosotros, al ritmo de nuestros requerimientos, en una lógica de
contraprestación. Dios es Padre y Amigo, la relación con Él debe ser de
confianza, de entrega, de obediencia, de amor, de gratuidad. La “obra” que
Jesús propone, entonces, es que construyamos una nueva relación con Dios: más
cercana y profunda, determinada por su Palabra en la Escritura, avivada por la
oración, recreada en la comunidad, coherente con nuestro estilo de vida,
consistente con nuestros principios de acción.
La nueva relación con Dios (el caminar de la fe en Jesús)
desemboca en un estilo de vida. Esta relación se convierte en proyecto de vida
compartida entre Él y uno, entre uno y la comunidad de fe y de amor a la que
pertenece. De ahí se desprenden todas las “obras buenas” de amor y de servicio,
institucionales y espontáneas, porque todo lo que hacemos (y no solamente unas
cuantas cosas) refleja ese conocimiento de Dios en Cristo que habita nuestra
vida. Para esta “obra” el mismo Jesús nos capacita. Esto es lo que se va a
profundizar enseguida.
Segundo movimiento: De Dios hacia el hombre. Aprender a leer
los signos de su amor y salvación (Jn 6,30-33): “Ellos entonces le dijeron:
“¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros
padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: “Pan del cielo les
dio a comer” (Jn 6,31-32). Pero la respuesta del Señor es: “En verdad, en
verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que
os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del
cielo y da la vida al mundo” (Jn 6,33).
La última frase pronunciada por Jesús suscita una nueva
pregunta de este tipo: “Si tú te presentas como el Mesías (= “el enviado”, “el
que Dios Padre ha marcado con su sello”), y esto supone que te aceptemos con
todas las implicaciones (= “creer”), entonces muéstrenos sus credenciales”. En
otras palabras: ¿En qué debemos apoyar nuestra fe?
La interpelación a Jesús por parte de los judíos: Ellos
entonces le dijeron: ¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué
obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está
escrito: Pan del cielo les dio a comer” (Jn 6,30-31) Esta parte de la
conversación es típicamente judía y nos recuerda tanto los temas como el estilo
de las discusiones entre los rabinos: se plantea una pregunta difícil y se da
una pista de solución en la que se indica el tipo de respuesta que el rabino
estaría esperando. Tomando como base la carta que Jesús acaba de poner sobre la
mesa, que el creer en Él era verdadera obra de Dios, los judíos le hacen una
interpelación académica: “Si tú eres el Mesías, ¡demuéstralo!”. Esto se plantea
con dos preguntas sobre el “obrar” y un ejemplo “modelo” del “obrar” de Dios en
la historia: “¿Qué señal haces... qué obra realizas?” (Jn 6,30). Jesús es
interpelado explícitamente sobre lo que Él “hace”. De hecho, si miramos la
historia de la salvación el “hacer” de Dios siempre ha precedido el “hacer” del
hombre. La obra del hombre es “creer”, pero previamente debe hacer una obra de
parte de Dios que sirva de base y de ruta para el camino del creer. Esta es
como la “prueba” de la confiabilidad de Dios.
Las dos preguntas, que en realidad plantean lo mismo (“¿Y
qué prueba nos das, para que al verla te creamos?”), suenan extrañas. ¿Cómo se
plantea semejante pregunta después de la multiplicación de los panes, en la que
todos estuvieron de acuerdo de que se trataba de un hecho extraordinario? (Mt
14,16-21). Es claro que la multitud no está satisfecha con el signo de los
panes y los peces. No creen que sea un signo de que Jesús es el Mesías y por
eso le piden un “signo” todavía mayor.
Los interlocutores de Jesús, teniendo en cuenta que Él se
presenta como el que “obra” de parte de Dios, se remiten inmediatamente una de
las grandes acciones de Dios a favor de su pueblo en el caminar pascual y le
piden que actúe en ese plano. El ejemplo “modelo”: “Nuestros padres comieron
del maná en el desierto...” (Jn 6,31). El hecho de que todavía tengan en mente
la multiplicación de los panes, los lleva a traer de la historia de la pascua
uno de sus momentos más deslumbrantes: el don del maná en el desierto, cuando
Dios alimentó milagrosamente al pueblo peregrino y los salvó de morirse de
hambre. Toman este ejemplo y no otro por la conexión que se da en el “pan”.
El relato del don del maná en el desierto lo encontramos en
Éxodo 16 (vale la pena volverlo a leer). Se cree que más tarde se había
conservado en un recipiente algo de ese maná y se había depositado en el arca
de la alianza que estaba en el templo de Salomón. Se cree también que, cuando
el templo fue destruido por Nabucodonosor, el profeta Jeremías lo había
escondido para sacarlo a la luz cuando llegara el Mesías. Pero, ¿qué es lo que
tienen en mente los interlocutores de Jesús trayendo a colación el caso del
“maná”?
Se le pide que repita un milagro de bellísimas implicaciones
o evidencias: 1) En el maná hay un alimento ordinario, natural (grano de
coriandro), pero también una provocación al misterio. La palabra “maná”
significa “¿Qué es esto?” (ver Éxodo 16,15; de la etimología popular: man hu).
¿Se imagina Usted comiendo “¿Qué es esto?” durante cuarenta años, todos los
días sin falta, y luego mirar atrás y concluir que fue una gran experiencia? 2)
Se trata de una acción típica de Dios: su origen es el mismo Dios providente.
Esta comprensión se apoya en dos citas bíblicas que califican el maná como “el
pan del Dios”: “Este es el pan que
Yahveh os da por alimento” (Éxodo 16,15) y “les dio el trigo de los cielos”
(Salmo 78,24). 3) Es un signo identificador del Mesías, porque éste actúa en
sintonía con Dios para atender las expectativas vitales del pueblo; de ahí que
se creyera que cuando viniera el Mesías se repetiría el milagro del maná, como
dice el Talmud: “Así como fue el primer redentor, así será el redentor final;
como el primer redentor hizo que cayera maná del cielo, así el postrer redentor
hará descender maná del cielo”.
Los interlocutores de Jesús no han visto en el milagro de la
multiplicación de los panes el signo pedido. Es como si estuvieran pensando:
“Lo que hiciste ayer fue simplemente darnos panes y peces, nos diste comida
común y corriente, lo que comemos todos los días aquí a la orilla del lago de
Galilea. No hay nada extraordinario en los panes y los peces, aunque el hecho
de multiplicarlos superó un poquito lo normal. Pero Moisés alimentó a nuestros
padres cuarenta años con maná, comida del cielo. El pan y el pescado vienen de
la tierra, en cambio el maná viene del cielo. ¿Qué haces para superarlo?”. Por
lo tanto, los judíos están interpelando la propuesta de Jesús de que “crean en
el enviado” desafiándolo para que produzca “el pan de Dios”, “el pan del cielo”
(como se le llama, a partir de las referencias ya citadas) y de esta manera
justifique sus pretensiones y les dé un apoyo para depositar en Él su fe, al
mismo nivel de su fe en Yahveh “Señor” y “Padre providente” del Pueblo que
lleva su nombre.
Respuesta de Jesús: "En verdad, en verdad os digo: (a)
No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; (b) es mi Padre el que os da el
verdadero pan del cielo; 33 porque el pan de Dios (a) es el que baja del cielo
(b) y da la vida al mundo” (Jn 6,32-33). La raíz de las dificultades para
“creer”, hasta ahora presentadas, es la incapacidad de interpretar los “signos”
de Jesús. Los judíos que conversan con Jesús no han sido capaces de “ver más
allá” del milagro: el pan que comieron los cinco mil no era más que pan
terrenal, multiplicado como pan terrenal. Para ellos el maná sí era una prueba
contundente. La respuesta de Jesús se va por la línea educativa, no sólo
corrige la visión estrecha que ellos tienen con relación a los asuntos de Dios,
sino que también les da pistas para saber entender a fondo los signos de
presencia salvífica de Dios en la historia. Dicho de otra manera, su respuesta,
con palabras bien precisas, les abre los horizontes de la mente y el corazón
para poder leer a fondo la presencia y la obra de Dios en la persona de Él.
Veamos los pasos, bien exactos, que da Jesús. En su
respuesta, que hace con toda la fuerza de su autoridad (“En verdad, en verdad
os digo...”) hace básicamente dos afirmaciones:
La primera hace una corrección al pensamiento “teológico” de
sus interlocutores acerca del dador del pan: ¿Quién es el que da el pan? (Jn
6,32). La segunda hace dos precisiones sobre la naturaleza del “verdadero pan
del cielo”: ¿Cómo es este pan? (Jn 6,33).
domingo, 26 de julio de 2015
DOMINGO XVII - B (26 de julio de 2015)
DOMINGO XVII – B
(26 de julio de 2015)
Proclamación del
Santo evangelio según San Juan 6,1-15:
En
aquel tiempo, después de esto, Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado
Tiberíades. Lo seguía una gran multitud, al ver los signos que hacía curando a
los enfermos. Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Se
acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos.
Al
levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe:
"¿Dónde compraremos pan para darles de comer?" Él decía esto para
ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer. Felipe le respondió:
"Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un
pedazo de pan". Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro,
le dijo: "Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados,
pero ¿qué es esto para tanta gente?"
Jesús
le respondió: "Háganlos sentar". Había mucho pasto en ese lugar.
Todos se sentaron y eran unos cinco mil hombres. Jesús tomó los panes, dio
gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los
pescados, dándoles todo lo que quisieron.
Cuando
todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: "Recojan los
pedazos que sobran, para que no se pierda nada". Los recogieron y llenaron
doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada. Al ver
el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: "Este es,
verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo". Jesús, sabiendo que
querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la
montaña. PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados
hermanos en el Señor Paz y Bien.
En
el domingo anterior resaltamos este episodio: “Los apóstoles se volvieron a
reunir con Jesús y le contaron todo lo habían hecho y enseñado y Jesús les
dijo; Vengan Uds. Solos a descansar un poco” (Mc 6,30). Y decíamos que cada
domingo hacemos un espacio para descansar un poco y lo hacemos en la santa
misa. Hoy el tema que trata es la multiplicación de los panes y bien se puede
dividir el evangelio leído en: 1) Introducción (6,1-4). 2) El diálogo de Jesús
con sus discípulos (6,5-9). 3) La multiplicación de los panes (6,10-11). 4) La
colecta de las sobras y las reacciones de la multitud ante Jesús y de Jesús
ante las multitudes (6,12-15). De los cuatro partes la tercera sección es la
parte central y nos detendremos en detallar.
“Jesús
tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados” (Jn
6,11). ¿Qué panes los tomó? Los cinco panes que un muchacho tenia (Jn 6,9).
Este episodio nos recuerda aquel otro episodio del desprendimiento: “Llegó una
viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre en el arca de
la ofrenda. Entonces Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: Les aseguro que
esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han
dado de lo que les sobraba, pero ella en su pobreza dio todo lo que tenía para
vivir" (Mc 12,42). Y los mismo aquel episodio: “Quien tacañamente da,
tacañamente cosechará” (II Cor 9,6).
Jesús
pudo hacer que se convierta las piedras en pan, pero quiso que de las ofrendas
se conviertan en pan para alimentar a más de cinco mil hombres. Para hacernos
entender que todo gesto de caridad hecha con amor trae siempre su recompensa. Y
es ese gesto que se hace en cada Misa, hacer una colecta de ofrenda para los
actos de caridad.
La
segunda idea que merece mayores detalles el evangelio que hoy leímos es el
mensaje central del tema: “Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y
los distribuyó a los que estaban sentados” (Jn 6,11). ¿Cómo es esa acción de
gracias que Jesús dijo? Vamos al siguiente episodio: Mientras comían, Jesús
tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos,
diciendo: "Tomen y coman, esto es mi Cuerpo". Después tomó una copa,
dio gracias y se la entregó, diciendo: "Beban todos de ella, porque esta
es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, para la remisión de los pecados” (Mt
26,26). Hizo la multiplicación de los panes y alimento a más de cinco mil
hombres.
Cómo
habría sido ese acontecimiento! Una
multitud de unas cinco mil personas que seguía a Jesús para escuchar sus
enseñanzas. Llega la hora de comer, y con
sólo cinco panes y dos pescados el Señor va repartiéndolos y saca comida para
saciar a toda esa multitud... y todavía
quedaron sobras. ¿De dónde salieron los cinco panes y los dos pescados? Ya destacamos (Jn 6,9). Había un muchacho
entre los presentes que los llevaba consigo.
Hay muchos pasajes bíblicos similares. Por cierto no es éste el único
pasaje en que Dios utiliza un aporte humano para remediar una necesidad. En efecto, nos cuenta la Primera Lectura de
este domingo (2 R 4, 42-44) de una situación similar. El Profeta Eliseo recibe
veinte panes y ordena a su criado repartirlo entre cien personas. Ante la objeción del criado por lo
insuficiente del alimento, Eliseo insiste aduciendo que “dice el Señor: ‘Comerán
todos y sobrará’”. Y así fue, tal como
dijo el Señor. Otro milagro de
multiplicación.
En
el caso de Eliseo, de veinte panes comieron cien. En el caso de Jesús, de cinco panes y dos
peces comieron unos quince mil. Las
cantidades no importan, sino como dato referencial. Lo que importa es el milagro de la
multiplicación, la providencia del Señor para con los que necesitan, y el
aporte requerido para proveer en forma milagrosa. Cabría preguntarnos, ¿por qué
entonces hay tanta hambre en el mundo, si Dios es todopoderoso y puede
multiplicar lo poco que los seres humanos aportemos? Notemos que los dos milagros no se
realizaron de la nada, sino a partir de insuficientes y realmente escasos
comestibles.
Dios,
como Omnipotente y Todopoderoso que es, podría haber alimentado a la gente de
la nada. Si nos creó de la nada, por
supuesto puede alimentarnos de la nada. Pero Dios desea nuestra participación,
nuestro aporte. Y ese aporte suele ser
como el del chico: muy insuficiente, muy poca cosa, una nada. Pero Dios lo
quiere y hasta lo exige para El intervenir.
Y cuando el hombre da su aporte, Dios interviene multiplicándolo. El
muchacho de este alimento multiplicado donó toda la comida que llevaba para
él. Fue muy generoso. En el caso de Eliseo, fue un hombre que le
llevó los primeros frutos de su cultivo.
Y nosotros... ¿damos al menos de lo que nos sobra para que Dios haga
milagros con nuestros aportes?
“Abres,
Señor tus manos generosas y cuantos viven quedan satisfechos. Tú alimentas a todos a su tiempo” (Sal. 144).
Así hemos cantado en el Salmo de hoy.
Esta atención amorosa de Dios se denomina “Divina Providencia”, por
medio de la cual Dios nos da el alimento cuando se necesita, nos da cada cosa a
su tiempo, y todos quedan saciados. Dios conoce todas nuestras necesidades
mejor que nosotros mismos y se ocupará de ellas si se las dejamos a El. Debemos estar siempre confiados en la Divina
Providencia. Nos lo muestran las
Lecturas de hoy y lo hemos orado en el Salmo.
Además Jesucristo nos lo manifiesta en otros pasajes evangélicos: “No
anden tan preocupados ni digan: ¿tendremos alimento? ¿Qué beberemos?, o ¿tendremos ropas para
vestirnos? Los que no conocen a Dios se
afanan por eso, pero el Padre del Cielo, Padre de ustedes, sabe que necesitan
todo eso”. (Mt. 6, 31-32). “Fíjense en
las aves del cielo, que no siembran, ni cosechan, no guardan alimentos en
graneros. Sin embargo, el Padre del
Cielo, el Padre de ustedes, las alimenta.
¿No valen ustedes mucho más que las aves?” (Mt. 6, 26).
Pero
Dios también nos pide solidaridad con los demás y el compartir de lo mucho o
poco que tenemos. Si tal vez diéramos todo nuestro amor, es decir, si amáramos
a Dios sobre todas las cosas, podríamos darnos cuenta de las necesidades que
requieren ser remediadas, podríamos aprender a amar, comenzaríamos a ser
generosos, como el chico del Evangelio, comenzaríamos a dar de lo mucho o de lo
poco que tenemos. Y, más allá de atender a las necesidades materiales, el amor
–si es verdadero amor, si está fundado en nuestro amor a Dios- debe alcanzar
también las necesidades espirituales.
Inclusive, puede “mantenernos unidos en el espíritu con el vínculo de la
paz”, como nos indica San Pablo en la Segunda Lectura (Ef. 4, 1-6), de manera
que “Dios, Padre de todos, que reina sobre todos, actúe a través de
todos”. Ahora bien, para Dios actuar a
través de cada uno de nosotros, cada uno debe amar a Dios. Y amar a Dios significa buscar su Voluntad
para ser y hacer como El desea. Sólo así
estaremos unidos a Dios, unidos entre sí, y sensibles a las necesidades ajenas,
pendientes de ayudar a remediar las carencias de nuestros hermanos.
El
acto de caridad nace del amor. Y Dios
actúa siempre caritativamente con nosotros, así nos recuerda por ejemplo el
episodio: “Acuérdate del largo camino que el Señor, tu Dios, te hizo recorrer
por el desierto durante esos cuarenta años. Allí él te afligió y te puso a
prueba, para conocer el fondo de tu corazón y ver si eres capaz o no de guardar
sus mandamientos. Te afligió y te hizo sentir hambre, pero te dio a comer el
maná, ese alimento que ni tú ni tus padres conocían, para enseñarte que el hombre
no vive solamente de pan, sino de todo lo que sale de la boca del Señor” (Dt
8,2-3).
Después
de este gesto del compartir el pan material tenemos que pasar a la dimensión
espiritual, porque no podemos quedarnos en el pan material. Mismo Jesús nos
invita a trascender: "Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron
signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento
perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el
Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello"
(Jn 6,26-27). A esta contundente afirmación hay que agregar:
“El
pan que Dios da viene del cielo y da Vida al mundo. Ellos le dijeron: Señor,
danos siempre de ese pan. Jesús les respondió: Yo soy el pan de Vida. El que
viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed” (Jn
6,33-35).
Y
terminamos esta reflexión con esta y más contundente respuesta de Jesús
respecto a la santa comunión: "Les aseguro que si no comen la carne del
Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come
mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último
día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (Jn 6,51-56).
viernes, 17 de julio de 2015
DOMINGO XVI - B (18 DE JULIO DE 2015)
DOMINGO XVI – B (18 de julio
del 2015)
Proclamación del Santo
Evangelio según San Marcos 6,30-34:
En aquel tiempo, apóstoles se
reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y lo que habían
enseñado. El, entonces, les dice: ‘Vengan Uds. solos aparte, a un lugar
solitario, para descansar un poco’. Pues los que iban y venían eran muchos, y
no les quedaba tiempo ni para comer. Y se fueron en la barca, aparte, a un
lugar solitario. Pero les vieron marcharse y muchos cayeron en cuenta; y fueron
allá corriendo, a pie, de todas las ciudades y llegaron antes que ellos. Y al
desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como
ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas”. PALABRA DEL
SEÑOR.
Amigos en el Señor Paz y Bien.
Por el profeta ya Dios nos había
dicho: “Yo mismo iré a pastorear a mi Pueblo” (Ez 34,11). Jesús mismo nos reafirmó
al decir: “Yo soy el buen Pastor que da la vida por sus ovejas” (Jn 10,11). Y
el salmista canta y dice: “El Señor es mi Pastor nada me falta, aun que camine
por cañadas oscuras nada temo” (Slm 23).
La comunidad apostólica con Jesús
el buen Pastor (Mc 30-31)
Los apóstoles regresan de la
misión y, a causa del flujo de gente, Jesús les propone que se detengan a
reposar en un lugar apartado. Notemos que el centro de la escena es Jesús: 1)
en torno a él se reúnen los misioneros, 2) a él le reportan todo lo que han
dicho y hecho, 3) él toma la iniciativa de llevárselos aparte a descansar. Los
apóstoles no dejan de ser discípulos, el Maestro sigue conduciéndolos para
indicarles no sólo la forma de hacer la misión sino qué hacer también después
de ella.
El regreso de los apóstoles: “Los
apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y lo
que habían enseñado” (Mc 6,30). Como ya anotamos, Jesús es el centro de la
comunidad apostólica. Los discípulos, que regresan fatigados de la misión, se
congregan en torno al Maestro y le cuentan los detalles de la misión vivida. Con
relación al “congregarse”, en el texto griego se nota una verdadera reunión, un
“estar juntos”, una experiencia comunitaria a la cual se le da valor. La
comunidad misionera corre el riesgo de dispersarse en las diversas tareas
apostólicas y perder su centro, su núcleo, lo que hoy podríamos llamar el
“calor del hogar”. Para que se vea la importancia de esto, véase más adelante,
en Marcos 6,45, al final de la multiplicación de los panes, cómo con la simple
pero precisa anotación “obligó a sus discípulos a subir en la barca”, Jesús
presiona a los discípulos para que eviten una de las tentaciones apostólicas
más frecuentes: es más fácil quedarse con la gente recibiendo los aplausos, que
estar en la comunidad fraterna, donde eventualmente se viven confrontaciones.
El ambiente de la reunión que
menciona Marcos debía ser gozoso. En Lucas 10,17, se habla explícitamente de
una reunión festiva. Pero Marcos prefiere acentuar el hecho de que el contenido
de la reunión con Jesús fue la narración de las vivencias en la misión “todo lo
que habían hecho y lo que habían enseñado”. “Todo”. Supone que nada se le
oculta a Jesús, todo se convierte en tema de oración, el corazón se abre sin
tapujos. Además, este “informe” –realizado en el diálogo fraterno- es una
expresión de la “responsabilidad” del misionero con aquél que lo envió: “No hay
nada oculto que no llegue a saberse ni secreto que no llegue a descubrirse” (Mt
10,26).
Los dos verbos que describen
la misión apostólica, “hacer” y “enseñar”, recuerda que la misión no consiste
solamente en “palabras” sino también en “acciones” transformadoras que realizan
lo que la anuncia la predicación. Se recuerda también que la enseñanza de los
apóstoles tiene su raíz en la vida de Jesús y que su acción corresponde
puntualmente al encargo recibido de “predicar la conversión” (Mc 6,12) y de
hacer acciones liberadoras del mal y de restauración de las personas
(“exorcismos y curaciones”, (Mc 6,13). En esta primera parte, Jesús simplemente
escucha, acoge lo que los discípulos le presentan. Pero viene enseguida su
reacción.
La invitación a descansar (Mc.6,31):
El, entonces, les dice: ‘Vengan también Uds. aparte, a un lugar solitario, para
descansar un poco’. Pues los que iban y venían eran muchos, y no les quedaba
tiempo ni para comer”. En este evangelio de Marcos, Jesús no se pronuncia
(haciendo algún tipo de valoración) sobre el reporte de los discípulos, ya que
se ha dado por sentado que entre el Maestro y los discípulos hay una estrecha
comunión. En este evangelio Jesús más bien da un paso hacia delante, inédito
con relación a los otros evangelistas, para indicarles qué deben “hacer”
inmediatamente después de la misión. La palabra de orden ahora es “descansar”. “Para
descansar un poco”. Se trata del reposo de la fatiga de la misión. Recordemos
que el Jesús que describe el evangelio de Marcos es un misionero que conoce
pocos reposos, razón por lo cual alguno que otro lo ha calificado de
“hiperactivo”; y al mismo ritmo van los discípulos. Este retrato de Jesús y
comunidad refleja la intensidad con que la Iglesia, desde sus orígenes, asumió
la misión. Pero, ¡atención!, Jesús también dijo una palabra sobre el descanso.
Su palabra sobre el descanso
le hace eco a una frase del Salmo 23 donde domina la atmósfera del reposo: “por
praderas de fresca hierba me apacienta”. Para quien peregrina en la geografía
palestinense, en el paisaje veraniego caracterizado por el calor y la aridez de
los campos quemados por el sol inclemente, esta frase es fuerte. En este camino
se encuentra un poco de agua que mitiga la sed, de alimento que restaura la
fuerza, de fresca brisa que reconforta. Todo esto está contenido en el
“descansar” y a es esta deliciosa experiencia que invita Jesús a sus discípulos.
Jesús, entonces, se está comportando como buen pastor de sus discípulos. El
pastor “competente” es el que conoce los lugares secretos y las rutas seguras
para llevar a su rebaño allí donde hay frescura, hierba abundante y agua pura.
Allí el rebaño se recuesta satisfecho y sereno, bajo la mirada amorosa del
pastor. ¿No es este el contenido de la invitación de Jesús a sus discípulos? Si
esto es así, entonces, las palabras de Jesús van mucho más allá de la propuesta
de una escala técnica en medio de la misión. Más bien se trata de una profunda
enseñanza sobre el ritmo de vida del misionero. Podríamos decir que éste
consiste en un entrar constantemente en la presencia de Dios desde la presencia
de la sociedad y salir de la presencia de Dios a la presencia de los
semejantes. Vamos a explicarnos.
No es por casualidad que
Marcos ha colocado la motivación principal del descanso: “Pues los que iban y
venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni para comer” (Mc.31b). De aquí
podemos sacar dos lecciones sobre la vida del misionero, una en positivo y otra
en negativo: En positivo, el hecho que los discípulos no tengan tiempo “ni para
comer”, en medio de la multiplicidad de sus tareas, debería ser un motivo de
orgullo (en el buen sentido), ya que así le sucedía también al Maestro (Mc
3,20: “Vuelve a casa. Se aglomera otra vez la muchedumbre de modo que no podían
comer”. De ahí, que el sentirse acosado por las tareas apostólicas indique un
buen nivel de sintonía con Jesús. En negativo, y como ya se anotó antes, no es
bueno dejarse absorber por el “corre corre” apostólico. En el equilibrio de
vida hay que vencer dos tendencias erradas:
1) Perder nuestros espacios.
¿Cómo asumir las cargas de la vida si no tenemos contacto con el Señor de la
Vida y si no tenemos espacios personales para hacer una apropiación del
proyecto que él tiene para nosotros? ¿Cómo hacer la obra de Dios si las fuerzas
no se toman del mismo Dios? 2) Retirarnos demasiado. ¿Qué hacer para que la
oración no sea el entrar en un espacio cómodo que nos aleja de los conflictos
con los demás? ¿Qué hacer para que la comunión con Dios no sea un evitar la
comunión con los demás, sino más bien un prepararnos para ella? ¡La verdadera
oración siempre debe desembocar en la acción comprometida con los hermanos!
Las dos tendencias que
acabamos de mencionar se pueden superar si también “seguimos” a Jesús en su
manera de enfrentarlas y vencerlas. Jesús tenía a Dios siempre en el centro de
su ministerio, lo encontraba en la oración y también en el campo de sus
actividades. Desde su primer día de “seguimiento” los discípulos recibieron del
Maestro una lección sobre el equilibrio de vida del misionero: después de un
día intenso de trabajo “de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se
levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración” (Mc
1,35;), y después de ello dijo “Vayamos a otra parte... para que también allí
predique” (Mc 1,38).
Jesús no les pide a los
discípulos nada que él no haya hecho primero. Por eso, el comportamiento de
Jesús al final de ese mismo día, después de la multiplicación de los panes,
realiza lo que se había propuesto cuando los invitó a estar “a solas”: “Después
de despedirse de ellos, se fue al monte a orar” (Mc 6,46). Jesús es el modelo.
Él sabe estar en la presencia de Dios y en la presencia de la sociedad, sin
perder el centro ni la fuerza. Por este camino de misión y oración, de
expansión y concentración, de trabajo y descanso, lo siguen sus discípulos.
Las multitudes venidas de las
ciudades en torno a Jesús Pastor (Mc.32-34): Jesús y sus discípulos se marchan
con el propósito de realizar el plan propuesto en el (Mc 6,31). Y enseguida
notamos una doble correría: 1) la de la comunidad apostólica, en barca y 2) la
de las multitudes, a pie, por la orilla del mar. La gente, que capta el
propósito de Jesús (“muchos cayeron en cuenta”), se le anticipa al Maestro para
que prolongue todavía un poco más –antes del descanso y la oración- su misión
en medio de ellos. La toma de distancia de la gente termina en todo lo
contrario: una monumental jornada misionera.
El viaje de Jesús y los
apóstoles: “Se fueron en la barca, aparte, a un lugar solitario. Pero les
vieron marcharse y muchos cayeron en cuenta; y fueron allá corriendo, a pie, de
todas las ciudades y llegaron antes que ellos” (Mc 6,32-33).
Nos encontramos en la ribera
norte del lago de Galilea. En esta parte (donde están Magdala, Genesareth,
Cafarnaum y Betsaida), el lago tiene unos 6 kms de ancho –si lo atravesamos en
barca en línea recta- y unos 15 kms –si lo atravesamos por tierra siguiendo los
bordes-. Esta desproporción se explica por el hecho de que la costa norte del
lago está llena de ensenadas profundas, cuyas entradas y salidas triplican su
longitud. Lo curioso es que, cuando no hay brisa favorable las proporciones se
invierten y el camino terrestre resulta más corto, y esto podría explicar por
qué las multitudes llegan primero que Jesús al sitio donde iban a descansar
(que, por lo visto, no era secreto; hasta en eso era conocido Jesús). Mientras
el evangelista Marcos se limita a decir de manera vaga que se fueron “aparte, a
un lugar solitario”, tanto Lucas (“a Betsaida”, Lc 9.10) y Juan (“al otro lado
del mar”, Jn 6,1) son más precisos. La amplitud de Marcos permite que se
destaque que lo esencial es el estar a solas con el Maestro, el mapa del
discípulo es el caminar de Jesús, el punto de referencia es él mismo, lo demás
(el dónde) es secundario. El hecho de ir juntos en la misma barca, en el
espacio apretado y en medio del calor humano que ésta provoca, esto es, el
estar juntos (como en los espacios comunitarios en la barca en Mc 5,21.24.27.30.31)
es lo que cuenta. El recogimiento es “juntos”. El retiro no es un aislamiento
de la comunidad sino apenas una toma de distancia de la actividad misionera.
Frente a la comunidad, ya
compacta, de los Doce, se coloca ahora el cuadro de una multitud que comienza a
fluir de “todas la ciudades”. Llama la atención el énfasis en lo urbano, que es
el espacio donde el tejido social suele ser más fuerte. Pero estas “ciudades”
no parecen ser “comunidad”, ya que Jesús los ve “como ovejas que no tienen
pastor” (Mc.34). Pero aquí no sólo hay una lección sobre la soledad y la
dispersión que se vive en el mundo urbano, sino que se apunta al hecho de que
la misión de Jesús es universal (como se muestra también en Mc 3,7-8 y
6,53-56): todos los hombres y su realidad toda son el centro de atención de la
obra de Jesús, nada ni nadie está fuera de su actuar salvífico. Toda esta
multitud de gente citadina que “corre” al encuentro de Jesús porque amaba lo
que él les podía dar, logra su propósito: llega primero que la barca; y así, el
lugar “solitario” se convierte en el lugar de las personas “solas” (“como
ovejas que no tienen pastor”) que necesitan ser congregadas.
El encuentro de Jesús con las
multitudes: “Al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues
estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas”
(Mc 6,34). Jesús desciende de la barca y se encuentra con la multitud de gente.
Anotemos enseguida que Jesús no se molesta ni se incomoda por el hecho de ver
invadida su intimidad, sino que más bien se conmueve y los involucra, los hace
parte de la comunidad. Pongámosle atención a las acciones de Jesús 1) los “ve”,
2) “sintió compasión de ellos”, 3) “se puso a enseñarles”. Hay un movimiento
interno en la persona de Jesús, que es ejemplar para el discípulo y misionero:
1) captar la realidad; 2) apropiársela; 3) responder a ella.
Lo que Jesús ve y se apropia
se sintetiza en la frase “estaban como ovejas que no tienen pastor”. ¿Qué le
sucede a una oveja sin pastor? Le sucede una de estas tres cosas: 1) No puede
encontrar el camino. Es claro que solos nos perdemos en la vida. Como escribió
una vez Dante: “Me desperté en medio del bosque, y estaba oscuro, y no se veía
ningún camino”. 2) No puede encontrar pastos ni agua. Es claro que mientras
estemos en esta vida, tenemos que buscar constantemente el sustento para
recuperar las fuerzas. El problema es que buscamos donde no es y por eso
andamos insatisfechos, con el espíritu en ayunas, con el corazón inquieto. 3)
No tiene defensa frente a los peligros que la acechan. Una oveja sin su pastor
está perdida frente a los peligros: los ladrones, las fieras. Es claro que
tampoco nosotros nos bastamos a nosotros mismos frente a los peligros de la
vida, necesitamos de los otros y de este Otro en particular que es Dios.
Esta frase, “como ovejas que
no tienen pastor”, viene de un trasfondo espiritual mucho más profundo de lo
que parece a primera vista, es una evocación de otra ya conocida en la Biblia,
veámosla completa para que le captemos el contexto: “Habló Moisés a Yahveh y le
dijo: ‘Que Yahveh, Dios de los espíritus de toda carne, ponga un hombre al
frente de esta comunidad, uno que salga y entre delante de ellos y que los haga
salir y entrar, para que no quede la comunidad de Yahveh como rebaño sin
pastor’” (Números 27,15-17; y ecos de esta frase los encontramos en 1 Reyes
22,17; 2 Crónicas 18,16; Judith 11,19; Ezequiel 34,5-6). Moisés le pedía a
Yahveh un sucesor, uno como él, capaz de conducir al pueblo hasta la tierra,
uno capaz de congregar al pueblo entre sí y con Dios, un hombre con corazón de
pueblo y con corazón de Dios, un hombre de alianza. Por eso, Marcos nos está
dejando entender que Jesús es esa persona que el pueblo estaba esperando, aquel
que encarnaría la premura pastoral de Dios con su pueblo de Israel (como lo
describe bellamente: Génesis 48,15; Isaías 40,11; Jeremías 31,10 y el Salmo
23).
Moisés y David fueron los pastores
“fieles” del pueblo de Israel, pero Jesús los supera a todos ellos porque es el
pastor de los tiempos definitivos (ver Jeremías 23,4), quien forma realmente el
pueblo de Dios, quien genera a fondo la comunión entre los hombres y con Dios
(ver Marcos 14,27-28 y 16,7), finalidad última de toda la historia de la salvación
y destino de la historia. El pastoreo de Jesús tiene su raíz en la
“misericordia”: “Sintió compasión de ellos”. Jesús está involucrado totalmente
desde el fondo de su ser en la misión. El término que acabamos de traducir por
“amor” corresponde al hebreo “Hésed”, que significa “fidelidad amorosa”, el
cual pertenece al vocabulario de la misericordia en la biblia hebrea. Encarnado
en la persona de Jesús, quien interpreta esta “fidelidad amorosa” del Dios
compañero y amigo de su pueblo, nos permite comprender la grandeza del amor de
Dios: él camina solidariamente al lado de los suyos, comparte sus alegrías y
sus percances, su amor no para nunca y acompaña a todo hombre en el arco entero
de su existencia. Esta es la “compasión” del pastor, que en realidad es su
“fidelidad”.
Jesús “se puso a enseñarles
muchas cosas”. En contraste con los maestros de Israel, que fracasaron en su
tarea (al final la gente seguía dispersa y desorientada), Jesús es el verdadero
Maestro de Israel que conduce eficazmente al pueblo en el proyecto de Dios. El
Salmo 23 sigue siendo interpretado por Jesús, aún en este aspecto, por el
Pastor que es un Maestro (Salmo 23,3: “me guías”).
¿Por qué Jesús responde
precisamente con la “educación”? Jesús le pone remedio a la dramática situación
de un pueblo que percibe “como ovejas sin pastor” con su enseñanza, porque ella
trata de la conversión, de un nuevo estilo de vida (Mc 1,14-15). No se trata de
palabras vacías. Jesús quiere ayudar al pueblo con una instrucción válida, que
les de criterios de vida sólidos y un proyecto común. Precisamente la falta de
criterios, de valores y de proyectos comunes destruye la unidad y la comunión
de un pueblo y lo reduce a una masa de hombres y mujeres privados de
orientación, en lucha de intereses entre sí y, por lo tanto, víctimas fáciles
de los falsos pastores y de sus promesas embusteras. Por eso, el primer don, el
primer servicio, que Jesús le ofrece al pueblo sin pastor es su enseñanza.
Concluyamos recordando que el
interés principal del pastor es la vida de sus ovejas, y para ello tarea
ineludible es la nutrición. Jesús es el nuevo Moisés que nutre al pueblo con el
pan de la enseñanza (Mc 8,14-21) y enseguida lo hará –lo veremos los próximos
domingos- con el pan de la Eucaristía, con su propia vida (Palabra hecha
carne).
Con toda razón, siendo
pastor, Cristo exclamaba: ‘Yo soy el buen pastor’ (Jn 10,11). ‘Yo mismo vendaré
la oveja herida y cuidaré de la enferma, iré en búsqueda de la oveja perdida y
reconduciré al redil a la extraviada’ (Ez 34,16). Vi el rebaño de los
israelitas apresados por el mal, acabar en la morada de los demonios,
dilacerado por éstos como por lobos. Y no me quedé indiferente ante lo que vi.
Soy yo, en efecto, el buen pastor: no los fariseos que tienen envidia de las
ovejas; no aquellos que cuentan como daño propio los beneficios conferidos al
rebaño; no aquellos que se afligen porque los otros son liberados de los males
o que se disgustan por la dolencias curadas. El muerto resucita, y el fariseo
llora; el paralítico es curado y los escribas se lamentan; al ciego se le
restituye la vista y los sacerdotes quedan despechados; el leproso es
purificado y los sacerdotes contestan. ¡Oh pastores soberbios del mísero rebaño,
que se regocijan con sus desgracias! ‘Yo soy el buen pastor. El buen pastor da
la vida por las ovejas’”.
sábado, 11 de julio de 2015
DOMINGO XV - B (12 de julio de 2015)
DOMINGO XV – B (12 de julio de 2015)
Proclamación del Santo Evangelio según San Marcos 6,7-13:
En aquel tiempo Jesús llamó a los Doce y los envió de dos en
dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros. Y les ordenó que no llevaran
para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero; que fueran calzados con sandalias y que no
tuvieran dos túnicas. Les dijo: "Permanezcan en la casa donde les den
alojamiento hasta el momento de partir. Si no los reciben en un lugar y la
gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en
testimonio contra ellos". Entonces fueron a predicar, exhortando a la
conversión; expulsaron a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos,
ungiéndolos con óleo. PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.
En el pasaje distinguimos las siguientes partes: 1)
Convocatoria a los Doce (Mc 6,7). 2) Instrucciones para la misión (Mc 6,8-11): Acerca
de lo que se debe llevar consigo (Mc 6,8-9). Acerca del comportamiento que hay
que tener en caso de acogida o de rechazo (Mc 6,10-11). 3) La realización de la
misión (Mc 6,12-13). Aunque la mirada está puesta en la acción misionera que
van a realizar los Doce, es notable que la persona de Jesús está en el centro
de todo: él llama, él envía, él les reviste de poder y él es quien determina
cómo deben comportase los misioneros.
1. Convocatoria y envío de los Doce (Mc 6,7): “Llama a los
Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus
inmundos”. Tres breves frases en progresión temporal abren el relato: Él llamó a
los Doce, y los envío de dos en dos dándoles
poder sobre los espíritus impuros. Jesús está en el centro de todo: llama hacia
él, les capacita y envía al mismo tiempo.
Jesús llama a los Doce (Mc 6,7). En el inicio del Evangelio
ya se menciona lo que hoy leemos en estos términos: “Jesús subió a la montaña y
llamó a su lado a los que Él quiso. Ellos fueron hacia él, y Jesús instituyó a
Doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con el poder de
expulsar a los demonios” (Mc 3,13-15). En otro episodio dice Jesús: “No son ustedes
los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné
para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al
Padre en mi Nombre, él se lo concederá” (Jn 15,16). “Mis ovejas escuchan mi
voz, yo las conozco y ellas me siguen” (Jn 10,27). La vocación a la vida
consagrada al servicio de Dios no es de uno sino de Dios. En esta línea también manifiestan
los profetas, así por ejemplo se dice: "Antes de formarte en el vientre materno,
yo te conocía; antes de que salieras del seno, yo te había consagrado, te había
constituido profeta de las naciones. Yo respondí: ¡Ah, Señor! Mira que no sé
hablar, porque soy demasiado joven. El Señor me dijo: No digas: 'Soy demasiado
joven', porque tú irás adonde yo te envíe y dirás todo lo que yo te ordene. No
temas delante de ellos, porque yo estoy contigo para librarte —oráculo del
Señor—. El Señor extendió su mano, tocó mi boca y me dijo: Yo pongo mis
palabras en tu boca. Yo te establezco profeta en este día sobre las naciones y
sobre los reinos, para arrancar y derribar, para perder y demoler, para
edificar y plantar" (Jer 1,5-10).
Jesús advierte dificultades en la misión cuando dice: “Yo
los envío como a ovejas en medio de lobos… Cuídense de la gente, porque los entregarán a
los tribunales y los azotarán en sus sinagogas a causa de mí, los harán comparecer
ante gobernadores y reyes, pero así darán testimonio delante de ellos y de los
paganos. Cuando los entreguen a los tribunales, no se preocupen de cómo van a
hablar o qué van a decir: lo que deban decir se les dará a conocer en ese
momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su
Padre hablará en ustedes. El hermano entregará a su hermano para que sea
condenado a muerte, y el padre a su hijo; los hijos se rebelarán contra sus
padres y los harán morir. Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre,
pero aquel que persevere hasta el fin se salvará” (Mt 10,16-22).
“Los envió de dos en dos” (Mc 6,7). De aquí entendemos que
los misioneros: No van en nombre propio, sino como testigos de un mensaje
recibido de Jesús. Deben ayudarse y apoyarse entre sí (incluso corregirse). Tienen
una visión comunitaria de la misión: parte de la comunidad, se realiza en
comunidad y apunta a la formación de la comunidad y una vida fraterna. La vida
de hermandad es el talante fortaleza de la Iglesia y lo que caracteriza a la
comunidad es el amor cuando dice Jesús: “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen
los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos
a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el
amor que se tengan los unos a los otros" (Jn 13,34-35). En suma – Dice el
Señor- “Todos Uds. son hermanos” (Mt 23,8). Y por algo decimos “Padre Nuestro
que estas en el cielo” (Mt 6,9).
2) Jesús les da poder sobre los espíritus impuros (Mc 6,7).
Esta prerrogativa suya (Mc 1,22-27) ahora Jesús se la transfiere al grupo de
los Doce. Se entiende que dicho poder es para expulsar los demonios, tal como
se afirma al final: “Expulsaban a muchos demonios” (Mc 6,13). Hasta ahora se
han mencionado seis veces los exorcismos de Jesús en el evangelio de Marcos:
1,22-27.34.39; 3,11-12.22; 5,1-20; esto muestra que dentro del anuncio del
Reino ésta es una actividad esencial. Pues bien, siguiendo a Jesús en la misión
el cristianismo también tendrá como tarea la expulsión de los demonios del
mundo, enfrentar las diversas manifestaciones del mal y vencerlo con el poder
de Jesús. En este episodio es contundente cuando Jesús dice: “Si yo expulso a
los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios
ha llegado a ustedes” (Lc 11,20).
Jesús Resucitado se apareció a los 11 y les dijo: "¡La
paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a
ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu
Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán
retenidos a los que ustedes se los retengan" (Jn 20,21-23). Aquí se
entiende que los apóstoles ahora tiene el poder a autoridad sobre los demonios.
Al principio la acción principal de los misioneros son los exorcismos, pero al
final del relato vemos que Jesús también les confió, junto a esta, otras dos
tareas: la predicación de la conversión y la curación de los enfermos (Mc 6,13).
En la práctica los aspectos de la misión son tres, los
cuales se refieren a la obra eficaz del acontecer del Reino rescatando al
hombre de una dirección equivocada en la vida y de las garras destructoras del
mal que desfigura su belleza, para que el hombre sea lo que está llamado a ser
según el proyecto divino: Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos,
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y
enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta
el fin del mundo" (Mt 28,19-20).
3) ¿Qué llevar para la misión? (Mc 6,8-9): “Les ordenó que
nada tomasen para el camino, fuera de un bastón: ni pan, ni alforja, ni
calderilla en la faja; sino: Calzados con sandalias y no lleven dos túnicas”. Porque
la riqueza, poder y fuerza para misión está en la misma fuente del Evangelio. Más
aun dice el Señor: “No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la
herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban. Acumulen,
en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los
consuma, ni ladrones que perforen y roben. Allí donde esté tu tesoro, estará
también tu corazón” (Mt 6,19-21). El tesoro del misionero es el mismo Señor (Jn
1,41). Y porque el mismo Señor manifiesta que: “Nadie puede servir a dos
señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien, se interesará por el
primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero” (Mt
6,24).
Los misioneros son caminantes que van en busca de la gente,
ellos no se permiten acomodaciones e instalaciones. Este también es un rasgo esencial
de la misión cristiana. La itinerancia requiere previsiones, mucho más en un
contexto en que los trayectos son largos y escabrosos y las vías son inseguras.
Por tanto, ¿qué es lo que deben llevar consigo? La respuesta ya hemos dicho y
con mucha razón un buen día San Pablo exclamó: “Todo lo que hasta ahora consideraba
una ganancia, nada tiene valor para mí, todo estimo por basura a causa de
Cristo. Más aún, todo me parece una desventaja comparado con el inapreciable
conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él, he sacrificado todas las cosas,
a las que considero como desperdicio, con tal de ganar a Cristo” (Flp 3,7-8).
4) La radicalidad en el desprendimiento: Primero Jesús les ordena
que no lleven nada para el camino: “Les ordenó que nada tomasen para el camino”
(Mc 6,8). La renuncia total a las posesiones exigida para el seguimiento
también lo es para la misión: “Pedro se puso a decirle: ‘Ya lo ves, nosotros lo
hemos dejado todo y te hemos seguido y Jesús respondió, ninguno que haya dejado
casa, campos, familia, hijos en por mí en este mundo quedará sin recompensa,
pues recibirá cien veces más y en la otra la vida eterna” (Mc. 10,28).
Los apóstoles “salieron
a predicar, exhortando a la conversión; expulsaron a muchos demonios y curaron
a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo” (Mc 6,12-13). En los Hechos se
narra un episodio: “En la puerta Hermosa del Templo Pedro y los demás apóstoles
se encontraron con un paralitico y le dijeron: “No tengo plata ni oro; pero lo
que tengo, te doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, ponte a andar” (Hch
3,6).
“Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al
salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos”
(Mc 6,10-11). Las cosas de Dios no imponen, no se hacen por obligación, sino
por amor y convicción. Pero en caso que el misionero sea rechazado asuma su
responsabilidad porque dice el Señor: “El que los escucha a ustedes, me escucha
a mí; el que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y el que me rechaza,
rechaza a aquel que me envió" (Lc 10,16).
La regla de la constancia (Mc 6,10): Se debe presuponer que,
en principio, el misionero que viene en son de paz, completamente desprendido
de todas las cosas, encuentre la benévola acogida de familias que le ofrecen un
espacio en sus casas. Si ocurre así, se le prohíbe al misionero cambiar de
alojamiento. Con esto se busca que el misionero: No ande buscando espacios más
cómodos y más bien se contente con lo que una pobre familia tiene para
compartirle. Se dé el tiempo suficiente para acompañar a una familia que inicia
un camino de fe (no hay que abrir procesos para dejarlos rápidamente); esto
exige constancia y cierta estabilidad por parte del misionero, sólo así se
podrá formar una comunidad. No haga distinción de personas en pro de sus
propias preferencias.
¿Qué hacer cuando hay rechazo? Hay que partir “de allí”, pero esto no quiere
decir que se le cierren todos los horizontes a la misión, se abrirán nuevos
espacios. Pero el momento de partida está marcado por un gesto significativo:
“sacudiendo el polvo de la planta de vuestros pies, en testimonio contra ellos”
(Mc 6,11b). El gesto quiere decir el fin de toda relación. Quitarse el polvo de
los pies o de la ropa pertenecía a un ritual simbólico con el que el israelita
se purificaba cuando regresaba de tierra pagana; puesto que se pensaba que la
tierra participaba del carácter de sus habitantes (Números 5,17), había que
liberarse de él. El israelita no entraba en comunión con estilo de vida del
pagano ni mucho menos participaría del destino que le aguardaba. Por eso el
gesto, ahora realizado por misioneros cristianos, tenía el valor de un
testimonio de advertencia de no estar de acuerdo con su actitud negativa y un
último llamado a la conversión, ya que el rechazo del anuncio del Reino traería
consecuencias funestas. Quien rechaza al misionero rechaza también la Buena
Nueva que anuncia.
sábado, 4 de julio de 2015
DOMINGO XIV - B (05 de julio de 2015)
DOMINGO XIV – B (05 de julio del 2015)
Proclamación del Santo Evangelio según San Marcos 6,1 - 6:
En aquel tiempo, Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo,
seguido de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la
sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: "¿De
dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes
milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de
María, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre
nosotros?". Y Jesús era para ellos un motivo de tropiezo. Por eso les
dijo: "Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y
en su casa". Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos
pocos enfermos, imponiéndoselos las manos. Y él se asombraba de su falta de fe.
PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.
San Pablo resume en pocas palabras toda la figura del Hijo
de Dios: “Tengan entre ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús. Porque Él
siendo de condición divina, no hizo alarde de su categoría Dios; sino, todo lo
contrario, se rebajó a sí mismo, tomando la condición de esclavo y haciéndose
semejante a los hombres… se humilló hasta someterse por obediencia la muerte y una
muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo
nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la
tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre” (Flp
2,5-11). Las mismas palabras de Jesús resaltan la humildad y sencillez como don y querer
de Dios al decir: "Te alabo, Padre, Señor de cielo y tierra, por haber
ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a la
gente sencilla. Sí, Padre, porque así lo has querido” (Mt 11,25-26). Y en
muchos pasajes vamos constatando que efectivamente Dios se revela en la
sencillez de las cosas.
Pero nos preguntamos, si nosotros buscamos a Dios y quisiéramos
encontrar a Dios de verdad, ¿Dónde y con qué lo buscamos? Buscamos guiados por
nuestra razón porque pensamos que Dios tiene que acomodarse a nuestro modo de
pensar y actuar, así los mismos apóstoles reflejan eso y por eso un buen día
Pedro se ganó una llamada de atención: “Apártate de mi vista satanás, porque tú
piensas como los hombre y no como Dios” (Mt 16,23). El evangelio de este
domingo nos sitúa el modo de pensar de los judíos quienes con criterio humano se
dan la libertad de analizar la identidad de Jesús (Mc 6,1-6). Jesús llega a su
pueblo y nadie le hace una recepción. Entró como cualquier vecino del barrio,
incluso ni se cita el nombre de Nazaret, sencillamente se dice, “su pueblo”. Hasta
resulta curioso que no digan “el hijo de José”, ya que el padre era el que
personificaba a la familia y a la tradición. Le reconocen como el “hijo de
María”, que no lleva ni el apellido paterno. Primero, se admiran de sabiduría y
hasta se cuestionan de dónde saca todo ese saber. Pero, luego le descubren la
suela de la sandalia: “es el carpintero”. Por tanto, enviado de Dios. Dios no
puede rebajarse a ser tan poca cosa, en un
triste carpintero del pueblo.
El mensaje del Evangelio nos ilustra ese conflicto interno
de la gente. Por una parte, no pueden dudar de que allí hay un saber y una
sabiduría distinta, superior; pero, a la vez, no están dispuestos a aceptarla.
Entonces buscan todas las razones posibles para negarse a creer en Él. A Él le
conocen, es el eterno problema. Para ser famoso hay que venir de lejos
precedido de una gran campaña publicitaria porque si nos conocen, “lo nuestro
no vale y todo lo de fuera, lo de extraño si vale y vale mucho”. Muchos
quisiéramos un Dios llamativo, que nos haga milagros, y nos olvidamos de que
Dios quiere hacer milagros, pero se siente defraudado porque no encuentra fe
suficiente en nosotros para hacerlos. No nos quejemos de que “Dios no me escuchó”,
preguntémonos más bien si “nuestra fe es capaz de hacer milagros”. El problema
no es Él, sino nosotros porque queremos a menudo que Dios corresponda a nuestros criterios y caprichos humanos.
Dios tiene diverso criterio de revelarse y acercarse a
nosotros y lo hace con el vestido de la sencillez. Dios no es de los que nos
abruma con sus trajes, sus ternos de última moda, sus zapatos último modelo.
Dios nunca se manifiesta de estreno. Utiliza siempre el mismo vestido.
Digámoslo así, Dios no es ningún exhibicionista ni presume de grandeza. Por eso
mismo, Dios nunca pretende aplastarnos con lo maravilloso y lo extraordinario. Desde
que decidió encararse (Jn 1,14), “se rebajó hasta hacerse uno cualquiera” (Flp
2,6-8). Es uno más del pueblo, uno más del barrio, uno más de la calle. Por eso
Dios no inspira ni miedo. Así a Dios no tenemos que buscarlo ni lejos, ni en
las alturas ni en las grandezas, y tenemos que protegernos de Él, al contrario,
a Dios lo reconoceremos en las cosas simples y sencillas de la vida.
Los judíos lo vieron como el “hijo del carpintero”. Ese fue
el pecado de Jesús. Mientras hablaba todos admiraban su sabiduría, pero cuando
analizaron su real identidad todo se vino abajo. Un carpintero en Nazaret es un
don nadie. ¿Qué tiene que decirnos un carpintero? ¿Qué importancia puede tener
un carpintero? ¿Qué cosa buena puede salir de Nazaret? (Jn 1,45). Sin embargo,
Dios se revistió de carpintero y desde entonces se le puede encontrar en cualquier
carpintería de aldea. Como es de entenderse, nosotros nos dejamos llevar
demasiado de la grandeza y del poder. Dios se deja llevar de la sencillez de
las cosas de la vida. Él empeñado en manifestarse en lo pequeño y nosotros,
tercos, empeñados en verlo en lo grande y llamativo. Por eso pasamos a su lado
constantemente y no lo vemos porque brilla poco y deslumbra poco.
Un día preguntaron a Jesús sus discípulos: "¿Quién es
el más grande en el Reino de los Cielos? Jesús llamó a un niño, lo puso en
medio de ellos y dijo: "Les aseguro que si ustedes no cambian o no se
hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. Por lo tanto, el que
se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos”
(Mt 18,1-4). ¿Hay algo más sencillo que un niño? En los niños juega Dios con
los hombres. ¿Hay algo más sencillo que un anciano? En los ancianos se sienta
Dios en el parque y reclama cuidados de una empleada para que no le atropelle
un carro. Pero, nosotros necesitamos de un terremoto para gritarle pidiendo
compasión y misericordia. No le reconocemos en ese enfermo que necesita le den
de comer porque ya no tiene fuerzas. ¿Quieres encontrarte con Dios? Búscalo en
lo sencillo, entre los maderos, los martillos y los clavos de una carpintería.
La fe no es ver en la grandeza. La fe es ver en la pequeñez.
Si buscamos a Dios con el presupuesto de la sabiduría humana,
no lograremos encontrar a Dios. Las cabezas infladas de saber, ya lo saben
todo. No necesitan de nada. Nadie tiene nada que enseñarles. Ni Dios tiene nada
que decirles porque la ciencia ya se lo ha dicho todo. Hoy todo lo justificamos
con la ciencia o, mejor dicho, con lo que nosotros queremos llamar ciencia y
marginamos la fe como fuente de conocimiento y fuente de verdad. Tenemos miedo
a creer, a abrirnos a la verdad revelada, que es la otra dimensión de la verdad
a la que la ciencia humana no puede llegar. Se busca incompatibilidades entre
ciencia y razón, donde en realidad lo único que hay es ignorancia de la fe y no
pocas veces, reduccionismos científicos. Y donde quedan las palabras del Señor:
“Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos
y conocerán la verdad, la verdad los hará libres" (Jn 8,31-32).
Jesús se encontró con esos científicos de la religión,
dopados también ellos por sus propias convicciones y cerrados a la buena
noticia del Reino. También, se encontró con esa gente simple del pueblo, la
única que no está dopada de prejuicios ni de soberbia intelectual, esa gente
hecha de una sola pieza, abría su corazón a las llamadas de Dios. «Gracias,
Padre, porque has ocultado todo esto a los sabios y los prudentes
intelectuales, pero se lo has revelado a los pequeños.» (Mt 11,25). Así con Jesús
estamos llamados a clamar y decir: ¡Qué pequeños son los grandes! ¡Qué grandes
son los pequeños! ¡Qué poco saben los que saben y cuánto saben los que no
saben! Los sabios tienen la ciencia de los libros, pero la gente sencilla tiene
la sabiduría de la vida.
San Pablo decía: “Hermanos, tengan en cuenta quiénes son los
que han sido llamados: no hay entre ustedes muchos sabios, hablando
humanamente, ni son muchos los poderosos ni los nobles. Al contrario, Dios
eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el
mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes; lo que es vil y
despreciable y lo que no vale nada, para aniquilar a lo que vale. Así, nadie podrá
gloriarse delante de Dios. Por él, ustedes están unidos a Cristo Jesús, que por
disposición de Dios, se convirtió para nosotros en sabiduría y justicia, en
santificación y redención, a fin de que, como está escrito: El que se gloría,
que se gloríe en el Señor” (I Cor 1,26-31).
domingo, 28 de junio de 2015
EVANGELIO VIVIENTE: DOMINGO XIII - B (28 de Junio de 2015)
EVANGELIO VIVIENTE: DOMINGO XIII - B (28 de Junio de 2015): DOMINGO XIII – B (28 de Junio de 2015) Proclamación del santo evangelio según San Marcos 5,21-43: En aquel tiempo, cuando Jesús...
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