lunes, 6 de mayo de 2019
EVANGELIO VIVIENTE: IV DOMINGO T.P. – C (Domingo 12 de abril de 2019)
EVANGELIO VIVIENTE: IV DOMINGO T.P. – C (Domingo 12 de abril de 2019): IV DOMINGO T.P. – C (Domingo 12 de abril de 2019) Proclamación del Santo Evangelio según San Juan: 10,27-30 10:27 Mis ovejas escuch...
EVANGELIO VIVIENTE: IV DOMINGO T.P. – C (Domingo 12 de abril de 2019)
EVANGELIO VIVIENTE: IV DOMINGO T.P. – C (Domingo 12 de abril de 2019): IV DOMINGO T.P. – C (Domingo 12 de abril de 2019) Proclamación del Santo Evangelio según San Juan: 10,27-30 10:27 Mis ovejas escuch...
IV DOMINGO T.P. – C (Domingo 12 de abril de 2019)
IV DOMINGO T.P. – C (Domingo 12 de abril de 2019)
Proclamación del Santo Evangelio según San Juan: 10,27-30
10:27 Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me
siguen.
10:28 Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y
nadie las arrebatará de mis manos.
10:29 Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y
nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre.
10:30 El Padre y yo somos una sola cosa". PALABRA DEL
SEÑOR.
Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.
“Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me
siguen” (Jn 10,27). ¿Cuál es la verdadera voz de Dios? La de Jesús, porque nos
ama y nos llama al amor. “El que es de Dios escucha las palabras de Dios; si
ustedes no las escuchan, es porque no son de Dios"( Jn 8,47). Él es la Palabra de Dios. Este Hijo de Dios
se hizo hombre (Jn 1,14) para dar a conocer a Dios-Padre (Jn 1,18) y darnos
vida en plenitud (Jn 10,10): la vida eterna. ¿Cómo? “Yo soy el buen Pastor. El
buen Pastor que da su vida por las ovejas” (Jn 10,11).
Jesús como buen pastor se preocupa de los más débiles, de
los enfermos, de la oveja perdida, de cuando tenemos problemas. Nosotros
obtenemos la vida eterna creyendo en Jesús, y acogiéndolo en nuestra propia
vida, teniendo una duradera y fructífera relación personal con él (Jn 15,1-17).
De esta forma nos capacita para convertirnos en hijos adoptivos de Dios (Jn
1,12-13). Él nos habla. El comienzo de una amistad y de un amor está siempre en
la escucha de una palabra, de un saludo (Jn 20,21), de una invitación (Jn
21,19). La escucha es el abono que hace fértil una relación humana y también
una relación divina.
Jesús ya había dicho: “Yo he venido para que tengan vida y
la tengan en abundancia” (10,10). Ahora
Jesús muestra la contundencia de dicha afirmación: “Nadie las arrebatará de mi
mano...” (10,29). Con esto Jesús nos
asegura lo que ningún ser humano, ni siquiera con todo el cariño que nos tenga
ni con todos los cuidados que nos prodigue, podría prometernos: 1) la vida
eterna, 2) la defensa de todo mal y 3) la comunión indestructible.
Las palabras de Jesús en (Jn 10,27-30), tiene como trasfondo
la preciosa imagen del pastoreo de las ovejas, se centran todas ellas en la
descripción de la relación entre Él y todas las personas que le pertenecen,
esto es, todos aquellos que han entrado en el camino de la fe, confiando en Él
sus vidas. “Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás
al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus
fuerzas. Graba en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Incúlcalas a
tus hijos, y háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas de viaje,
al acostarte y al levantarte” (Dt 6,4-7).
Notemos las características de la relación con Jesús:
1) “Mis ovejas escuchan mi voz... y ellas me siguen” (Jn 10,27):
Las dos acciones que caracterizan a un discípulo de Jesús son (a) la escucha
del Maestro y (b) el ejercicio del seguimiento, mediante la obediencia a la
Palabra. Pero es interesante leer esta misma frase desde la perspectiva de
Jesús. Jesús habla de “mis” ovejas. Les dice en primera persona. Las ovejas son
de Él, el Padre se las ha dado y el las cuida con amor responsable. Decir que las ovejas son “suyas”, implica
mucho.
Este “mis ovejas”, que luego se vuelve “me” (siguen), es
como una pequeña ventana que nos descubre el amplio panorama del estilo del Pastor:
Jesús, como buen pastor a quien el Padre le ha confiado sus ovejas, vive toda
su misión con una dedicación gratuita e incondicionada, en la disposición de
ofrecer la propia vida, dispuesto a afrontar la muerte, dispuesto a exponerse
en primera persona para salvar a sus ovejitas, dispuesto a tomar sobre sus
hombros el mal y las heridas provocadas por los lobos para impedir que las
ovejas le sean raptadas al Padre.
2) “Yo las conozco... Yo les doy vida eterna” (Jn 10,27-28):
Para Jesús no somos números en medio de una gran masa de gente, ¡no! Jesús, más bien, nos identifica claramente en
el cálido ámbito de una gran familiaridad: conoce nuestra historia, nuestras
dificultades, nuestros defectos y todas las características de nuestra
personalidad. Porque nos conoce nos acepta como somos, nos quiere todavía más
(Jn 10,14-15), y nos introduce dentro de la relación todavía más profunda que
habita su corazón: la amistad con el Padre. Esta amistad es eterna. En ella nos
ofrece una “vida eterna”. De aquí deriva el sentido de responsabilidad propio
del verdadero pastor: Jesús está cercano a sus ovejas con premura, con
atención, con paciencia, con delicadeza, con una dedicación incansable hasta el
don total de sí mismo sobre la Cruz, para que las ovejas tengan vida.
3) “Mis ovejas no perecerán jamás y nadie las arrebatará
de mi mano” (Jn 10,28): Ninguno de los que entra en este tipo de relación con
Jesús irá a la perdición ni podrá ser arrebatado de la mano de Jesús, porque Él
es Buen Pastor. Cuando hay amor nadie se
quiere morir, más bien al contrario: el amor pide eternidad. La relación con
Jesús da vida y seguridad. Para ello hace falta dejarnos pastorear por nuestro
buen pastor siendo fieles al rebaño que Jesús instituyo como Iglesia (Mt
16,18).
domingo, 28 de abril de 2019
III DOMINGO DE PASCUA – C (Domingo 05-05-19)
III DOMINGO DE PASCUA – C (Domingo 05-05-19)
Lectura del santo evangelio según
san Juan 21,1-19:
21:1 Después de
esto, Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de
Tiberíades. Sucedió así:
21:2 estaban
juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea,
los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos.
21:3 Simón
Pedro les dijo: "Voy a pescar". Ellos le respondieron: "Vamos
también nosotros". Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no
pescaron nada.
21:4 Al
amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era
él.
21:5 Jesús les
dijo: "Muchachos, ¿tienen algo para comer?". Ellos respondieron:
"No".
21:6 Él les
dijo: "Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán". Ellos la
tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla.
21:7 El
discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: "¡Es el Señor!" Cuando
Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que
llevaba puesto, y se tiró al agua.
21:8 Los otros
discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban
sólo a unos cien metros de la orilla.
21:9 Al bajar a
tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan.
21:10 Jesús les
dijo: "Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar".
21:11 Simón
Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran
ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió.
21:12 Jesús les
dijo: "Vengan a comer". Ninguno de los discípulos se atrevía a
preguntarle: "¿Quién eres?", porque sabían que era el Señor.
21:13 Jesús se
acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado.
21:14 Esta fue
la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos.
21:15 Después
de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que
estos?" Él le respondió: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero".
Jesús le dijo: "Apacienta mis corderos".
21:16 Le volvió
a decir por segunda vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?" Él le
respondió: "Sí, Señor, sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta
mis ovejas".
21:17 Le
preguntó por tercera vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?" Pedro
se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo:
"Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero". Jesús le dijo:
"Apacienta mis ovejas.
21:18 Te
aseguro que cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero
cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde
no quieras".
21:19 De esta
manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de
hablar así, le dijo: "Sígueme". PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXION:
Estimados
amigos y hermanos en la fe paz y bien.
“Al atardecer
de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del
lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos” (Jn 2019).
Jesús les dijo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo
también los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió:
Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,21-22). Los discípulos resucitan al recibir
el soplo del Espíritu Santo, ahora los discípulos pasan a ser apóstoles. Como se ve, la noche cruel que acechaba como
un lobo rapaz, el temor, pánico, congoja, decepción, el desánimo y no era para menos;
recordemos que acaban de asesinar al maestro supremo y los apóstoles a dudas
penas pudieron escapar para no ser también crucificados conjuntamente con su
maestro, tal escena disipa poco a poco. Los apóstoles reinician con sus labores
habituales, quizá con mucha desidia al saber que tanto tiempo perdieron y para
nada; quizá hasta olvidaron las estrategias de la pesca.
Jesús había
dicho a Simón: "No temas, de ahora en adelante serás pescador de
hombres" (Lc 5,10). Pedro dice me voy a pescar, los demás compañeros
reflejan alguna identidad aún de vida fraterna que aprendieron de su maestro:
“vamos también nosotros contigo” (Jn 21,3). Esta actitud se sitúa ya en un
contexto eclesial; Pedro, decide salir a anunciar el Evangelio, pero no irá él
solo también el resto se le une en la misión. Es que la Iglesia no es solo el
Papa, ni solo el Obispo, ni solo el sacerdote, la Iglesia somos todos los
bautizados (Mt 28,19-20). Todos somos responsables y todos estamos llamados a
"ir de pesca", aunque la expresión pueda parecer un tanto extraña. Desde
luego hubo épocas en que la Iglesia nunca dijo a los bautizados vamos a pescar,
pero felizmente aunque todavía de modo muy lento, vamos tomando conciencia de
que el anuncio del Evangelio tiene que ser obra de todos. No aislados, sino
formando una comunidad y comunión con el Pedro de hoy que es el Papa.
Es sumamente
importante tener una convicción firme y SIN MIEDO A LOS FRACASOS. No siempre
basta la buena voluntad y no siempre nos sonríe el éxito. También hay momentos
en los que el éxito brilla por su ausencia. No todos son éxitos en la Iglesia.
No todos son éxitos en el anuncio del Evangelio. "Aquella noche no
cogieron nada" (Jn 21,5). Son esos momentos de oscuridad que terminan, con
frecuencia, invitándonos al desaliento. Hablo por experiencia como sacerdote y
religioso consagrado, no siempre he sido escuchado y no siempre he logrado lo
que con todo corazón buscaba en mi predicación. Alguna vez he desistido de
ofrecer el Evangelio a alguien, de lo cual luego me he arrepentido. Felizmente,
he ido aprendiendo de la propia experiencia y cuanto más me queda por aprender
de la gente sencilla y de los niños.
Es posible que
aquella noche Pedro y los suyos fuesen demasiado confiados en sus propias artes
de pesca y fracasaron. Hasta que se aparece Jesús y nos dice: "Tiren la
red a la derecha de la barca y encontrarán" (Jn 21,6). El supremo maestro
si sabe de pesca, pero para que Jesús coopere en la obra de la pesca requerimos
hacer un alto en la jornada de trabajo (Lc 10,39-42), conviene echar una mirada
a Jesús que muy respetuoso espera su turno nos sugiere cómo, cuándo y dónde
tenemos que echar la red. Este momento sin duda es el domingo, día del Señor y
el día de la familia el hacer un alto en la jornada de trabajo, dejar la red a
un lado y dar una mirada de apertura al Señor tiene mucho sentido en el
domingo. Y Él nos dirá donde tenemos que echar la red y veremos que la red si
tiene peces si hay pan suficiente para los hijos. Ya había dicho: “Sin mi nada
pueden hacer” (Jn 15,5).
No somos
nosotros los que cambiamos los corazones de los demás. No somos nosotros los
que podemos cambiar la vida de los demás. Esa es obra de Jesús. Por eso, para
anunciar el Evangelio necesitamos estar acompañados de Él, confiados en Él.
Fiándonos de Él. Los fracasos también entran en la pedagogía de Dios. Nos
enseñan a confiar y fiarnos más de Él que de nosotros. De ahí que el
evangelizador primero ha de hablar con Dios y escuchar a Dios. Evangelización
(Mc 16,15) y oración (Lc 17,5) caminan juntas son los dos brazos del Evangelio.
¿No será también esta la pedagogía de los padres cuando ven que sus hijos se
alejan de la fe? No basta enfadarse, ni echarles grandes discursos. Primero
oremos por ellos. Desde la orilla Jesús grita a los discípulos que están
pescando y les hace una pregunta: "¿Tienen pescado? (Jn 21,5) La respuesta
es tajante: "No." Jesús les dice: "Echen la red a la derecha de
la barca y encontraran." Así fue. El problema está dónde echar las redes,
para ello hay que conocer bien el mar y el movimiento de los peces. Para
evangelizar hay que conocer la realidad del mundo, de la historia y de los
hombres.
A veces me temo
que a nosotros nos suceda algo parecido a los discípulos, queremos pescar en
las Iglesias vacías. Mientras tanto, la gente anda por la calle. La Iglesia
puede estar vacía y las playas están a abarrotadas de gente, pero ¿alguien se
atreve a proclamar el Evangelio en la playa? La Iglesia puede estar vacía y las
calles están llenas de gente, pero ¿alguien se atreve a hablar del Evangelio en
la calle? Tenemos que conocer dónde está la gente. Posiblemente tendremos que
cambiar nuestro estilo de evangelización. Los templos se van vaciando cada vez
más, pero nosotros seguimos empeñados en no salir de lo habitual. Seguimos
echando las redes a la "izquierda" cuando Jesús nos invita a echarlas
a la derecha. No esperemos que los peces vengan a nuestras redes, es preciso
echar las redes donde están los peces. No esperemos que la gente venga a
buscarnos, es preciso que nosotros salgamos a buscar a la gente. Y digo
nosotros porque esta Iglesia es nuestra, iglesia de todos los bautizados. El
problema no estaba en las redes, tampoco en los peces. El problema estaba en
los pescadores que pescaban donde no había peces.
Estimados
hermanos en la fe, no es hora de llorar sobre la tumba vacía, no es hora de
mirar el cielo, no es hora de bonitas idea de Dios (Mt 7,21), eso es lindo pero
algo más importante es sabernos comprometer y decir yo en qué y cómo puedo
ayudar en esta tarea de la pesca. Jesús nos ha dicho algo lindo en los
apóstoles pescadores: Sígueme (Jn 21,19). Dios a pesar de todo cuanto somos,
sigue fiándose de nosotros, sigue apostando por nosotros. Olvidó de las
traiciones, de las negaciones (Jn 18,17); ahora dice a Pedro ¿me amas? Si
Señor; pastorea mis ovejas (Jn 21,15). Todos los bautizados somos sacerdotes de
Cristo y tenemos la misión de pastorear y depende de este trabajo la vida
eterna que nos prometió cuando dice: “Todo el que haya dejado casas, o
hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o esposa, o hijos, o tierras por mí,
recibirá cien veces más en esta vida, y heredará la vida eterna (Mt 19,29).
Jesús ya había
manifestado, cuando dijo: “Yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la
tengan en abundancia. Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las
ovejas. El asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen
las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata
y las dispersa. Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas. Yo soy el
buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí” (Jn 10,10-14).
Recordemos también cuando había dicho: “Tu eres Pedro y sobre esta piedra
edificare mi Iglesia” (Mt 16,18). Ahora Jesús dijo: "Simón, hijo de Juan,
¿me amas?" Él le respondió: "Sí, Señor, sabes que te quiero". Jesús
le dijo: "Pastorea mis ovejas" (Jn 21,16).
Termina el
evangelio con una atenta invitación: “Sígueme” (Jn 21,19). Esto requiere:
"El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con
su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que
pierda su vida a causa de mí, la encontrará. ¿De qué le servirá al hombre ganar
el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su
vida? Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus
ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras” (Mt 16,24-27).
II DOMINGO DE PASCUA – C (28 de abril del 2019)
II DOMINGO DE PASCUA – C (28 de abril del
2019)
Proclamación
del santo evangelio según San Juan 20,19-31:
20:19 Al
atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las
puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos,
llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con
ustedes!"
20:20 Mientras
decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de
alegría cuando vieron al Señor.
20:21 Jesús les
dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo
también los envío a ustedes".
20:22 Al
decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo.
20:23 Los
pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a
los que ustedes se los retengan".
20:24 Tomás,
uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó
Jesús.
20:25 Los otros
discípulos le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!" Él les respondió:
"Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el
lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré".
20:26 Ocho días
más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con
ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en
medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!"
20:27 Luego
dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano:
métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe".
20:28 Tomás
respondió: "¡Señor mío y Dios mío!"
20:29 Jesús le
dijo: "Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber
visto!".
20:30 Jesús
realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se
encuentran relatados en este Libro.
20:31 Estos han
sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y
creyendo, tengan Vida en su Nombre. PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXION:
Estimados
amigos(as) en el Señor Resucitado Paz y Bien.
"¡La paz
esté con ustedes!" (Jn 20,29). Es domingo de la misericordia porque el
Señor resucitado nunca echó en cara el abandono de sus discípulos en la Cruz,
ni siquiera increpo a Pedro que negó conocerle: “No lo conozco, no sé de qué
hablas” (Lc 22,60). Jesús el Señor resucitado se olvida de todo y les saluda
con ternura: “La paz este con Uds.” (Jn 20,29).
¿Si llevas
cuenta de nuestros delitos quien podrá resistir? (Slm 129,2). “El Señor es
clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es
bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas” (Slm 144,8). Con estas
citas del salmo iniciamos nuestra reflexión porque es el domingo de la
misericordia. En efecto, esta semana hemos revivido una serie de encuentros con
Palabra de Dios hecha carne (Jn 1,14), el hombre perfecto resucitado de entre
los muertos, quien es el centro de la alegría de cada corazón y la plenitud de
sus aspiraciones, como nos enseña el Concilio Vaticano II (GS 45). Para
culminar esta serie de encuentros con el resucitado (Jn 20,16-18). Tomemos contacto
con el evangelio que dimos lectura y que para su mejor comprensión las podemos
dividir en tres partes:
1) ¿Qué dones
trae el Resucitado para la comunidad? "¡La paz esté con ustedes!... les
mostró sus manos y su costado… Reciban el Espíritu Santo… como el Padre me
envió así les envío…” (Jn 20,19-23).
2) ¿Cómo pueden
llegar a creer en Jesús glorificado? ¿Ver para creer como Tomas o creer para
ver como Jesús exhorta al final a Tomas? (Jn 20,24-29) El mismo Señor
glorificado conduce a la fe pascual al incrédulo.
3) ¿Qué
pretende suscitar la proclamación del Evangelio, en cuanto anuncio de los
signos del Resucitado para las personas y comunidades de todos los tiempos? (Jn
20, 30-31). En estos dos versículos el cuarto evangelio se presenta a Jesús
como un camino de fe: “Para que crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios,
y creyendo en su Nombre, tengan Vida y vida eterna”.
Primera parte:
Primer encuentro con la comunidad reunida (Jn 20,19-23)
Ese mismo día
–el primero de la semana- por la mañana, María Magdalena les había comunicado:
“He visto al Señor” (Jn 20,18). Ahora,
al atardecer (Jn 20,19), es el mismo Jesús quien viene donde los discípulos y
se deja ver por los once. Jesús los encuentra con la puerta cerrada. Todavía
están en el sepulcro del miedo y no están participando de su nueva vida (Jn
20,19). Notemos lo que va sucediendo en la medida en que Jesús se manifiesta en
medio de la comunidad:
1) Jesús “Se
presentó en medio de ellos” (Jn 20,19): Lo primero que hace Jesús es mostrarles
que lo tienen a él, vivo, en medio de ellos, y su presencia los llena de paz y
alegría. En un mundo que les infunde miedo, ellos tienen en medio al vencedor
del mundo. Recordemos que la última palabra de su enseñanza cuando se despidió
de ellos fue: “Les he dicho estas cosas para que tengan paz en mí. En el mundo
tendrán tribulación, pero ¡ánimo!, yo he vencido al mundo” (Jn 16,33); “Ustedes
ahora están tristes, pero yo los volveré a ver, y tendrán una alegría que nadie
les podrá quitar” (Jn 16,22).
2) Jesús les da
la paz: “Y les dijo: La paz con ustedes” (Jn 20,19): El don primero y
fundamental del Resucitado es la paz. Tres veces en este pasaje del evangelio
se repite el saludo: “Paz este con Uds.” (Jn 20,19.21.26) Jesús les había
prometido esa paz que el mundo no puede dar (Jn 14,27). Ahora, en el tiempo pascual, cumple su
palabra porque está en el Padre y porque ha vencido al mundo (Jn 16,33). Esta
victoria de Jesús es el fundamento de la paz que él ofrece. Y, si bien Jesús no
pretende eximir a sus discípulos de las aflicciones del mundo (Jn 16,33),
ciertamente su intención es darles seguridad, serenidad y confianza en medio de
ellas.
3) Jesús les
muestra las llagas de sus manos: “Dicho esto, les mostró las manos...” (Jn
20,20): El Resucitado no sólo habla de paz, sino que se legitima delante de sus
discípulos, dándole un fundamento sólido a su palabra. Para ello les muestra
sus llagas. Los discípulos aprenden
entonces que el que está vivo delante de ellos es el mismo Jesús que murió en
la Cruz: el Resucitado es el Crucificado (Jn 12,24). Mostrar las llagas tiene
doble connotación en la comunidad: 1) es una expresión de su victoria sobre la
muerte; es como si nos dijera: “Mira he vencido”. 2) Es un signo de su inmenso
amor, un amor que no retrocedió a la hora de dar la vida por los amigos (Jn
15,13); y es como si nos dijera: “Mira cuánto te he amado, hasta dónde llega mi
amor por ti” (I Jn 4,8). El Resucitado estará siempre lleno de esta victoria y
de este amor que se nos revela tras la Cruz.
En otras palabras, en el Resucitado permanece para siempre el increíble
amor del Crucificado (Jn 14,18).
4) Jesús les
muestra la herida del pecho: “...y el costado” (Jn 20,20): Jesús les muestra
las llagas de los clavos y también su pecho traspasado por la lanza. De esa herida había fluido sangre y agua
cuando estuvo en la Cruz. Por lo tanto el gesto nos remite a lo que observó el
Discípulo Amado cuando estuvo al pie de la Cruz: “Uno de los soldados le
atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua” (Jn 19,33).
La herida del costado de Jesús permanece para siempre en el cuerpo del
Resucitado como una prueba de que él es la fuente de la verdad y vida (Jn
7,38-39), esa vida nos hace nacer de nuevo en el Espíritu Santo en los
sacramentos (Jn 3,5).
5) Los
discípulos, finalmente, reaccionan con una inmensa alegría: “Los discípulos se
alegraron de ver al Señor” (Jn 20,20). La alegría pascual había sido una
promesa de Jesús antes de su muerte: “Estarán tristes, pero su tristeza se
convertirá en gozo... Uds. están tristes ahora, pero volveré a verlos y se
alegrará su corazón y su alegría nadie les podrá quitar” (Jn 16,20.22). Así,
pues, cuando los discípulos “ven” a Jesús, la promesa se convierte en
realidad. Jesús resucitado es el
fundamento indestructible de la paz y la fuente inagotable de la alegría. En
fin, el Resucitado viene y se deja ver. Contemplar al Resucitado es
experimentar el amor sin límite ni medida del Crucificado, participar de su
victoria sobre la muerte y recibir plenamente el don de su vida. Cuanto más comprendan esto los discípulos,
mucho más se llenarán de paz y de alegría.
Jesús Resucitado es el fundamento de la paz y la fuente de la alegría.
La experiencia
de vida del Resucitado que lleva a la comunidad a hacer propia la victoria de
Jesús sobre la Cruz, tiene enseguida consecuencias: ella es enviada con la
misma misión, vida y autoridad de Jesús resucitado. De esta manera Jesús les
abre las puertas del sepulcro a los discípulos encerrados por el miedo (estaban
también muertos) y los lanza al mundo con una nueva identidad y como portadores
de sus dones (Aquí nace el Kerigma apostólico). Veamos:
1) Los
discípulos reciben la misma misión de Jesús: “Como el Padre me envió, así
también los envío yo” (Jn 20,21). Jesús les transmite la paz a sus discípulos
por segunda vez y conecta este don con la misión que les confía. Quien
participa de la misión de Jesús, también participa de su destino de Cruz, por
eso los misioneros pascuales deben estar arraigados en la paz de Jesús. Jesús
envía a sus discípulos al mundo con plena autoridad (“Yo les envío”), así como
el Padre lo envió a Él (Jn 17,18). En la
pascua se participa de la vida del Verbo encarnado (Jn 1,14) y una forma
concreta de participar de su vida es continuar su misión en el mundo. Como se ve enseguida, el Espíritu Santo es
también el principio creador de la misión.
2) Los
discípulos reciben la misma vida de Jesús: “Dicho esto, sopló sobre ellos y les
dijo: ‘Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,22). Los discípulos resucitan a una
nueva condición, ahora son apóstoles propiamente dicho. Para que la misión sea
posible, los discípulos deben estar revestidos del Espíritu Santo (Mt
22,12). Cuando Jesús sopla el Espíritu
Santo sobre ellos los hace “hombres nuevos” (Jn 3,8). El mismo Jesús de cuyo costado herido por la
lanza brotó el agua que es símbolo del Espíritu Santo (Jn 7,39), él mismo –como
en el día de la creación- infunde en los
discípulos el “Ruah”, esto es, el “Soplo vital” de Dios (Jn 20,22). Los
discípulos resucitan y pasan propiamente a ser apóstoles de Jesús. El
resucitado les da una vida nueva que no pasará nunca, su misma vida de
resucitado, esa vida que tiene en común con el Padre. Ahora el temor se acabó y
los apóstoles proclaman abiertamente la verdad: “A Jesús de Nazaret, el hombre
que Dios acreditó ante ustedes realizando por su intermedio los milagros,
prodigios y signos que todos conocen, a ese hombre que había sido entregado
conforme al plan y a la previsión de Dios, ustedes lo hicieron morir,
clavándolo en la cruz por medio de los infieles. Pero Dios lo resucitó,
librándolo de las angustias de la muerte, porque no era posible que ella
tuviera dominio sobre él” (Hc 2,22-24).
3) Los
discípulos reciben la misma autoridad de Jesús: “A quienes perdonen los pecados
les quedan perdonados...” (Jn 20,23). El Resucitado envía a los discípulos con
plena autoridad para perdonar pecados (Lc 5,24). El perdón de los pecados es acción del
Espíritu, porque ser perdonado es dejarse crear por Dios. Es así como en la Pascua
se realizan plenamente las palabras que Juan Bautista dijo acerca de Jesús:
“Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). Quien acoge a Jesús resucitado, experimenta
su salvación, sus pecados son perdonados y entra en la comunión con Dios (Jn
5,24). Los discípulos pueden ser rechazados en la misión. En realidad, el
rechazo del evangelizador no es un rechazo de él sino de Jesús que fue quien lo
envió (Jn 20,21). Y el rechazo de Jesús es el rechazo de su obra pascual, el
negarse una vida en paz y alegría, porque el pecado es conflicto interno y
tristeza continua (Lc 10,16). Por eso,
cuando hay “obstinación” ante el mensaje pascual de los discípulos, ellos
pueden “retener los pecados”, que en realidad es “retener el perdón”. Por tanto,
el que se opone a creer en el resucita esta condenado a permanecer en la tumba
de la muerte: “El que cree en él, no es
condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre
del Hijo único de Dios” (Jn 3,18). La comunidad de los seguidores de Jesús
queda consagrada para la misión de vida nueva. Por eso la Iglesia es por su
naturaleza propia: misionera (Mc 16,15).
Segunda parte:
El nacimiento de la fe en el corazón del incrédulo Tomás (Jn 20,24-29)
El apóstol
Tomás, ausente en el primer encuentro con el Resucitado, rechaza el testimonio
de los otros discípulos (“Hemos visto al Señor”, Jn 20,24), no confía en ellos,
porque los considera víctimas de una alucinación colectiva. Él exige ver a
Jesús personalmente para constatar que se trata del mismo Jesús que conoció terrenalmente,
con las cicatrices de los clavos y la herida de lanza (Jn 20,24-25). Y el Señor
acepta el desafío de Tomás. Jesús no rechaza su solicitud sino que,
contrariamente a lo que se podría esperar, le concede lo pedido. Pero si bien mediante el contacto con sus
llagas lo conduce a la fe, una fe nunca antes vista, Jesús recalca que la
verdadera fe que merece bienaventuranza es de los que creen sin haber visto.
Por propia
iniciativa se va hasta donde está Tomás, Jesús le muestra las marcas de su
muerte y de su amor: “No seas incrédulo sino creyente”(Jn 20,27), es decir, le
hace sentir que lo ama y que al dar la vida por él, Jesús es la fuente de su
salvación. Al mostrarle las llagas responde plenamente a la pregunta que Tomás
le hizo en el ambiente de la última cena: esas llagas son el camino de la
resurrección, la verdad de un Dios que lo ama y lo Salva, y la fuente de la
vida nueva.
Tomas reacciona
(pasa de la muerte a la vida) con una altísima confesión de fe, como ninguno
antes que él: “¡Señor mío y Dios mío!” (Jn 20,28). Tomás se demoró más que todos los demás para
llegar a la fe, pero cuando llegó los sobrepasó a todos. Cuando dice “Señor
mío”, Tomás está reconociendo que con su resurrección Jesús ha mostrado que es
verdadero Dios, ya que “Señor” es la forma como la Biblia griega lee el nombre
de “Yahveh”. Por tanto Jesús es Dios así como Dios Padre: con la resurrección
Él ha entrado en la posesión de la gloria divina, la gloria que tenía en el
Padre antes de la creación del mundo (Jn 17,5.24). Cuando dice “Mío”, Tomás se
somete a su voluntad y se abre a la acción de su mano poderosa.
Esta relación
con Jesús, basada en su Señorío, tiene validez porque Jesús es Dios. Por eso lo
acepta como “¡Mi Dios!”. Tomás reconoce
a Jesús como el mismo Dios en persona que se acerca a cada hombre en su
realidad histórica para salvarlo dándole vida en abundancia. Para Tomás, todo lo que Jesús obra como
Señor, en realidad es lo que Dios obra. En el corazón del discípulo incrédulo
se enciende entonces la llama de una fe profunda que supera la de los demás.
Tomás comprende que al resucitar de entre los muertos, el Maestro ha demostrado
de forma clara y contundente que Él es el Señor Dios, como Yahvéh, soberano de
la vida y de la muerte.
3. El evangelio
como signo permanente que invita a la fe pascual (Jn 20,30-31). La voz pasa de
Jesús a la del evangelista Juan quien dialoga directamente con nosotros. Si
leemos estos versículos en conexión con Jn 20,29, notaremos enseguida la
continuidad. Jesús pronunció la bienaventuranza del “creer”, pero no dejó claro
con base en qué se daría este “creer”.
Ahora Juan nos dice que el “creer” está basado en el “testimonio
pascual”, y dicho testimonio llega a nosotros por medio del evangelio escrito y
por la predicación de la Iglesia que le da viva voz y la actualiza. Los signos
“escritos” (Jn 20,30-31) hacen referencia al itinerario de la fe propio del
evangelio de Juan: sus siete signos reveladores transversales, las tres pascuas
de Jesús y sobre todo el relato de la Pasión-gloriosa del Maestro. Por esta
razón termina diciendo que redactó su evangelio precisamente con este fin: que
los lectores de su libro crean que Jesús es el Mesías y el Hijo de Dios (Jn
20,30-31). La fe en el mesianismo divino
de Jesús se alimenta de la meditación de los signos realizados por el Señor,
entre los cuales el más estrepitoso consiste en su resurrección de entre los
muertos al tercer día (Jn 2,18), precisamente allí donde nos comunicó su misma
vida.
Recordemos aquella escena en que Jesús dijo a
los judíos: "Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar…
Él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus
discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en
la palabra que había pronunciado” (Jn 2,19-22). Los discípulos de Emaús se
asombraron y dijeron: “¿Con razón, no nos ardía el corazón cuando Él nos
hablaba en el camino y nos explicaba las escrituras?” (Lc 24,32). San Pablo por su parte dice: “Si se anuncia
que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo algunos de ustedes afirman que
los muertos no resucitan? ¡Si no hay resurrección, Cristo no resucitó! Y si
Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también la fe de
ustedes… Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si
Cristo no resucitó, la fe de ustedes es inútil y sus pecados no han sido
perdonados. En consecuencia, los que murieron con la fe en Cristo han perecido
para siempre… Pero no, Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de
todos. Porque la muerte vino al mundo por medio de un hombre, y también por
medio de un hombre viene la resurrección. En efecto, así como todos mueren en
Adán, así también todos revivirán en Cristo” (I Cor 15,12-22).
DOMINGO DE LA PASCUA DE RESURRECCIÓN – C (21 de abril de 2019)
DOMINGO DE LA PASCUA DE RESURRECCIÓN – C
(21 de abril de 2019)
Proclamación
del Santo Evangelio según San Juan 20, 1-9:
20:1 El primer
día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena
fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada.
20:2 Corrió al
encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo:
"Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han
puesto".
20:3 Pedro y el
otro discípulo salieron y fueron al sepulcro.
20:4 Corrían
los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó
antes.
20:5 Asomándose
al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró.
20:6 Después
llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro: vio las vendas en el
suelo
20:7 y también
el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino
enrollado en un lugar aparte.
20:8 Luego
entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él vio y creyó.
20:9 Todavía no
habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los
muertos. PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXIÓN:
Amigos en el Señor resucitado Paz y Bien.
Si queremos ser
parte del triunfo de Jesús sobre la muerte, tenemos que pasar de la muerte a la
vida. Jesús nos había dicho adelantándose a esta escena lo siguiente: “El que
escucha mi palabra y cree en aquel que me ha enviado, tiene Vida eterna y no
está sometido al juicio, sino que ya ha pasado de la muerte a la Vida” (Jn
5,24). Y el mismo Resucitado dijo a Tomas: "Trae aquí tu dedo: aquí están
mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo,
sino creyente” (Jn 20,27). En la parte final del evangelio de hoy hemos leído:
“Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de
entre los muertos” (Jn 20,9). De modo que, el Evangelio leído en esta fiesta de
las fiestas podemos titular con este anuncio: DE INCRÉDULOS A CREYENTES.
Recordemos la cita que trae el evangelista San Lucas: “¿Por qué buscan entre
los muertos al que vive? No está aquí. Resucitó. Acuérdense de lo que les dijo
cuando todavía estaba en Galilea: el Hijo del Hombre debe ser entregado en
manos de los pecadores y ser crucificado, y al tercer día resucitará.” (Lc
24,5-7).
“Sabiendo que
el Padre había puesto todas las cosas en sus manos y que había salido de Dios y
que a Dios volvía” (Jn 13,3). “Salí del Padre y vine al mundo… Ahora dejo el
mundo y vuelvo al Padre” (Jn 16,28) ¿Por qué vino y a qué vino Jesús? Vino
porque Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva (Ez
33,11). El hijo tiene la misión que Él mismo explica en estos términos a
Nicodemo: “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo Único, para que quien
cree en él no muera, sino que tenga vida eterna. Porque, Dios no envió al Hijo
al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn
3,16). La misma idea plantea usando la figura del pastor cuando explica a la
gente en estos termino: “Yo he venido para que las ovejas tengan vida, y la
tengan en abundancia. Yo soy el buen Pastor que da su vida por las ovejas"
(Jn 10,10-11). Y en tercera persona es más enfático y directo en decir: “Así
como Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también el Hijo del
hombre será levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida
eterna” (Jn 3,14). “Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre,
entonces sabrán que Yo Soy y que no hago nada por mí mismo, sino que digo lo
que el Padre me enseñó. El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo,
porque yo hago siempre lo que le agrada” (Jn 8,29-29).
En este Domingo
de la pascua de resurrección conviene reflexionar con detalles este episodio de
(Jn. 20, 1-9):
En primer
lugar: María Magdalena descubre que la tumba está vacía (Jn 20,1-2).Notemos los
movimientos de María Magdalena destacando la figura de la mujer en el anuncio
de la Buena Noticia (La tumba vacía, Jesús resucitado): María muy madrugada:
“Va al sepulcro cuando todavía estaba oscuro” (Jn 20,1). Esta acción es signo evidente de que su
corazón latía fuertemente por aquel que vio morir en la cruz. Pero también es
cierto que la hora de la mañana y los nuevos acontecimientos tienen
correspondencia: de madrugada muchos detalles anuncian un gran y radical
cambio, la noche se aleja, el horizonte se aclara y bajo la luz todas las cosas
van dando poco a poco su forma. Así
sucederá con la fe en el Resucitado: habrá signos que anuncian algo grande,
pero sólo en el encuentro personal y comunitario con el Resucitado todo será
claro, el nuevo sol se habrá levantado e irradiará la gloria de su vida
inmortal.
María una vez
descubierta la puerta movida “corre” enseguida porque presupone que el cuerpo
del señor no está porque no entró a la tumba y va a informarles a los
discípulos más autorizados, apenas se percata que el sepulcro del Maestro está
vacío (Jn 20,2). Esta carrera insinúa el amor de María por el Señor. Lo seguirá
demostrando en su llanto junto a la tumba vacía (Jn 20,11ss). Así María se
presenta ante Pedro y el Discípulo Amado como símbolo y modelo del auténtico
discípulo del Señor Jesús, que debe ser siempre movido por un amor vivo por el
Hijo de Dios.
María confiesa
a Jesús como “Señor”: “Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde
le han puesto” (Jn 20,2). A pesar de no haberlo descubierto vivo, para ella
Jesús es el “Señor” (Kýrios), el Dios de la gloria y por lo tanto inmortal (lo
seguirá diciendo: Jn 20,13.10). Ella está animada por una fe vivísima en el
Señor Jesús y personifica así a todos los discípulos de Cristo, que reconocen
en el Crucificado al Hijo de Dios y viven para Él.
En segundo
lugar: Los dos discípulos corren hacia la tumba vacía fuente de información de
la Buena noticia (Jn 20,3-10). Según el evangelista Juan los dos seguidores más
cercanos a Jesús se impresionan con la noticia e inmediatamente se ponen en
movimiento, ellos no permanecen indiferentes ni inertes sino que toman en serio
un anuncio (que tiene sujeto comunitario: no sabemos). Notemos cómo las
acciones de los dos discípulos se entrecruzan entre sí y superan cada vez más
las primeras observaciones de María Magdalena.
“Se encaminaron
al sepulcro” (Jn 20,3): La mención de los dos discípulos no es casual, ambos
gozan de amplio prestigio en la comunidad y la representan. Se distingue en
primer lugar a Pedro, a quien Jesús llamó “Kefas” (Jn 1,42), quien confiesa la
fe en nombre de todos (Jn 6,68-69), dialoga con Jesús en la cena
(13,6-10.36-38) y al final del evangelio recibe el encargo de pastorear a sus
hermanos (Jn 21,15-17). Por su parte el
Discípulo Amado es el modelo del “amado” por el Señor, pero también del que
“ama” al Señor (Jn 13,23; 19,26; 21,7.20). El discípulo amado llega primero a
la tumba, pero no entra, respeta el rol de Pedro. Se limita a inclinarse y ver
las vendas tiradas en la tierra. Él ve un poco más que María, quien sólo vio la
piedra quitada del sepulcro. “Simón Pedro entra en el sepulcro y ve las vendas
en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino
plegado en un lugar aparte” (Jn 20,6-7). Al principio Pedro ve lo mismo que vio
el Discipulado Amado, pero luego ve un poco más: ve que también el sudario que
estaba sobre la cabeza de Jesús, estaba doblado aparte en un solo lugar (Jn
20,7). Este detalle quiere indicar que
el cadáver del Maestro no ha sido robado, ya que lo más probable es que los
ladrones no se hubieran tomado tanto trabajo y darse el tiempo para dejar en
orden las cosas. Por lo tanto Jesús se
ha liberado a sí mismo de los lienzos y del sudario que lo envolvían, a diferencia
de Lázaro, que debió ser desenvuelto o ayudado por otros (Jn.11,42-44). Lo que
significa a diferencia de la resurrección de Lázaro, Jesús rompió las ataduras
de la muerte.
Desde luego que
la tumba vacía y las vendas no son una prueba de la resurrección, son
simplemente un signo de que Jesús ha vencido la muerte. Sin embargo Pedro no
comprende el signo. En cambio el discípulo amado “Entró... vio y creyó” (Jn
20,8) “...que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos”
(Jn 20,9) El Discípulo Amado ahora entra en la tumba, ve todo lo que vio Pedro
y da el nuevo paso que éste no dio: cree en la resurrección de Jesús. La
constatación de simples detalles despierta la fe del Discípulo Amado en la
resurrección de Jesús, el orden que reinaba dentro de la tumba para él fue
suficiente. No necesitó más para creer, como sí necesitó Tomás. A él se le
aplica el dicho de Jesús: “Dichosos los que creen sin haber visto” (Jn 20,29).
El Discípulo
Amado vio y creyó en la Escritura que anunciaba la resurrección de Jesús (Jn
20,9). Esto ya se había anunciado en Juan 2,22.
Aquí el evangelista no cita ningún pasaje particular del Antiguo
Testamento, tampoco ningún anuncio por parte de Jesús. Pero queda claro que la ignorancia de la
Escritura por parte de los discípulos implica una cierta dosis de incredulidad
por cuanto el Señor ya los anticipó del hecho (Jn 1,26; 7,28; 8,14). Así pues,
la asociación entre el “ver” y el “creer” (Jn 20,8) formará en adelante uno de
los temas centrales del resto del capítulo, donde se describen las apariciones
del resucitado a los discípulos, para terminar diciendo: “Porque me has visto
has creído. Dichosos los que no han visto y han creído” (Jn 20,29). ¿Qué hace
falta para pasar de incrédulo a creyente? Recordemos lo que ya nos había dicho
Jesús: “Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden
comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en
toda la verdad” (Jn 16,12-13).
Nos había dicho
también que: “Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo
cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto
para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto” (Jn 15,10-11).
Pues bien, ahora; la búsqueda amorosa del Señor se convierte en impulso
misionero. Como lo muestra el relato, se
trata de una experiencia contagiosa la que los envuelve a todos, uno tras otro.
Es así como este pasaje nos enseña que el evento histórico de la resurrección
de Jesús no se conoce solamente con áridas especulaciones sino con gestos
contagiosos de amor gozoso y apasionado. El acto de fe brota de uno que se
siente amado y que ama. Así todos nosotros, discípulos de Jesús, debiéramos
amar intensamente a Jesús y buscar los signos de su presencia resucitada en la
pascua de nuestra vida.
“Cuando Jesús
resucitó, sus discípulos recién recordaron que él había dicho esto, y creyeron
en la Escritura y en la palabra que había pronunciado” (Jn 2,22). Es decir, la
experiencia del resucitado tiene que ser como aquella escena descrita: “Con
razón, no nos ardía el corazón cuando Él nos hablaba en el camino y nos
explicaba las escrituras?” (Lc 24,32). Y asi, ahora podemos dar una mirada
hacia atrás desde la pasión, muerte y resurrección del Señor con nueva visión.
Así podremos recordar aquellas palabras: “Cuando ustedes hayan levantado en
alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy y que no hago nada por mí
mismo, sino que digo lo que el Padre me enseñó. El que me envió está conmigo y
no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Jn 8,28-29). Además
los milagros que hacen lo demuestra que si es Dios: “Ellos quitaron la piedra,
y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, te doy gracias porque me
oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero le he dicho por esta gente que me rodea,
para que crean que tú me has enviado». Después de decir esto, gritó con voz
fuerte: «¡Lázaro, ven afuera!». El muerto salió con los pies y las manos atadas
con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: «Desátenlo para
que pueda caminar” (Jn 11,41-44).
La gran prueba
de la divinidad de Cristo es su propia resurrección. Cristo profetizó que al
tercer día resucitaría, para demostrar que era Dios (Mc 10,33). Para estar
seguros de la resurrección de Cristo, primero, tenemos que estar seguros de que
murió. Si no murió, no pudo resucitar. Y tenemos cuatro clases de testigos de
que Cristo murió en la cruz y resucito:
1) Para LOS VERDUGOS: JESÚS ESTA MUERTO. (Jn
19,33): Los verdugos sabían que Cristo estaba muerto, porque cuando fueron a
rematarle, a partirle las piernas, no lo hicieron. A los crucificados les
partían las piernas con una maza de madera o de hierro, para que al partirle
las piernas, el crucificado no pueda apoyarse en el clavo de los pies, y al
quedar colgado de los brazos, los brazos tiran del diafragma, el diafragma
oprime los pulmones y se asfixia. Cuando van a rematar a Cristo, lo ven muerto
y no le parten las piernas. En opinión de los verdugos, que estaban muy
acostumbrados a crucificar, y sabían muy bien cuándo un hombre está muerto. En
opinión de los verdugos Cristo estaba muerto en la cruz.
2) Para la
AUTORIDADES: Cristo estaba muerto. (Mc 15,44-45): Cuando Nicodemo y José de
Arimatea van a pedirle a Pilato permiso para llevarse el cuerpo de Cristo,
Pilato se extraña de que Cristo esté muerto tan pronto, y no concede el permiso
sin recibir el aviso oficial de que Cristo está muerto. Así lo cuenta San
Marcos. Sólo entonces, concede el permiso a Nicodemo y a José de Arimatea para
que se lleven el cadáver de Cristo. Según la ley romana los familiares y amigos
tenían derecho a llevarse el cadáver del ajusticiado para darle sepultura. Por
lo tanto, oficialmente, Cristo está muerto para las autoridades cuando conceden
permiso a José de Arimatea para que se lleven el cadáver de Jesús.
3) Para los ENEMIGOS,
Cristo estaba muerto. (Mt 27,62-66): Porque los fariseos, con el trabajo que
les costó llevar a Cristo a la cruz, ¿podemos pensar que permitieran que se
llevaran el cadáver sin estar seguros de que Cristo estaba muerto? Ellos sabían
que Cristo había profetizado que al tercer día iba a resucitar (Mc 10,33). Para
evitar que nadie se llevara el cadáver y simulara una resurrección, pusieron
una guardia a la puerta del sepulcro (Mt 27,63-65).
¿Cómo los
fariseos iban a dejar que bajaran a Cristo de la cruz todavía vivo, para que se
curara y volver a empezar la historia? ¡Con el trabajo que les costó que Pilato
les permitiera crucificar a Cristo, después de que repetidas veces manifestó
que Cristo era inocente y que no encontraba culpa en Él! Por fin ellos lograron
atemorizarle amenazándole con denunciarle al César, pues Cristo era un
revolucionario que sublevaba al pueblo. Al fin, Pilato, sin estar convencido de
la culpabilidad de Cristo, les permite que lo lleven a la cruz. Los fariseos no
podían permitir que la historia volviera a empezar. Los fariseos tuvieron mucho
cuidado de que a Cristo no le descolgaran hasta que estuviera totalmente
muerto. Cuando los fariseos permiten que bajen a Cristo de la cruz y lo
entierren, es porque los fariseos sabían que Cristo estaba muerto. Allí no
había nada que hacer, porque Cristo estaba muerto. En opinión de los fariseos,
Cristo estaba muerto.
4) Para los
AMIGOS, Jesús está muerto (Mc 15,47): ¿Cómo es posible pensar que María
Santísima dejara a Cristo en el sepulcro y se fuera, si hubiera advertido en Él
la más mínima esperanza de vida? Cuando María Santísima, José de Arimatea y
Nicodemo dejan a Cristo en la tumba y se van, es porque estaban seguros de que
estaba muerto. Porque si hubieran observado la más mínima esperanza de
recuperación, ¿iban a dejarlo en la tumba y marcharse? María Santísima, José de
Arimatea, Nicodemo y San Juan estaban seguros de que Cristo estaba muerto. Por
eso lo dejaron en la tumba y se fueron. Y después de la fiesta volverían las
mujeres a terminar de hacer todas las ceremonias de la sepultura. En opinión de
los verdugos, en opinión de las autoridades, en opinión de los enemigos y en
opinión de los amigos, Cristo estaba totalmente muerto en la cruz.
¿Por qué es
importante que Jesús muriese de verdad? La muerte de Jesús en la cruz tiene
connotaciones trascendentales para nuestra fe: Si Jesús murió de verdad,
entonces es hombre de verdad y sufrió de verdad y si murió de verdad, entonces resucitó de verdad. Porque
si no ha muerto Jesús entonces no puede haber resurrección, solo si Jesús murió
entonces resucitó. Y Jesús si resucitó. Por tanto se comprueba que todo lo que
dijo Jesús es verdadero: “Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar
testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz” (Jn 18, 37).
Si murió Jesús;
¿Dónde está el cuerpo de Jesús el crucificado? No está en la tumba y si no está
en la tumba solo cabe dos posibilidades:
Primera
hipótesis: La tumba está vacía porque se lo robaron el cuerpo del Señor.
Segunda hipótesis: La tumba está vacía porque el Señor resucito. Si robaron el
cuerpo del Señor ¿Quién o quiénes pudieron robar? solo dos posibilidades: O los
enemigos o los amigos, porque a otras personas no les interesa el cuerpo del
crucificado. Luego si los enemigos robaron, sin duda que lo mostrarían el
cuerpo del crucificado porque se alborotó mayor escándalo al ser proclamado por
los apóstoles que Jesús resucitó (Hch 2,36). Los enemigos no lo mostraron el
cuerpo, por tanto no robaron los enemigos. Pero tampoco robaron los amigos o
los discípulos porque nadie daría la vida por una mentira. Si los apóstoles dan
su vida por una verdad: Que Jesús si resucitó. Porque nadie da su vida por una
mentira. Por tanto Jesús si resucitó: "Es verdad, ¡el Señor ha resucitado
y se apareció a Simón!" (Lc 24,34).
DOMINGO DE RAMOS – C (14 de abril de 2019)
DOMINGO DE RAMOS – C (14 de abril de 2019)
Proclamamos la
Pasión de Jesucristo según San Lucas en el Capítulo 23, 33-49 (Lectura
abreviada)
23:33 Cuando
llegaron al lugar llamado "del Cráneo", lo crucificaron junto con los
malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda.
23:34 Jesús
decía: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". Después se
repartieron sus vestiduras, sorteándolas entre ellos.
23:35 El pueblo
permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: "Ha salvado a
otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!"
23:36 También
los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre,
23:37 le
decían: "Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!"
23:38 Sobre su
cabeza había una inscripción: "Este es el rey de los judíos".
23:39 Uno de
los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: "¿No eres tú el
Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros".
23:40 Pero el
otro lo increpaba, diciéndole: "¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la
misma pena que él?
23:41 Nosotros
la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho
nada malo".
23:42 Y decía:
"Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino".
23:43 Él le
respondió: "Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso".
23:44 Era
alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la tierra
hasta las tres de la tarde.
23:45 El velo
del Templo se rasgó por el medio.
23:46 Jesús,
con un grito, exclamó: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu".
Y diciendo esto, expiró.
23:47 Cuando el
centurión vio lo que había pasado, alabó a Dios, exclamando: "Realmente
este hombre era un justo".
23:48 Y la
multitud que se había reunido para contemplar el espectáculo, al ver lo
sucedido, regresaba golpeándose el pecho.
23:49 Todos sus
amigos y las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea permanecían a
distancia, contemplando lo sucedido. PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXION:
Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.
Con la
celebración del domingo de ramos iniciamos la semana santa y tiene varias
escenas, desde el día más oscuro (Viernes Santo) como el día más claro (Domingo
de Pascua). En resumidas cuentas ¿Qué significa la semana santa? Todo
pensamiento que podemos decir, queda insuficiente ante el misterio y silencio
de Jesús en la cruz. Ya el profeta Isaías hace 7 siglos, antes de la escena de
la pasión del Señor anuncio: “Todos andábamos errantes como ovejas, siguiendo
cada uno su propio camino, y el Señor hizo recaer sobre él (Hijo) las
iniquidades de todos nosotros. Al ser maltratado, se humillaba y ni siquiera
abría su boca: como un cordero llevado al matadero, como una oveja muda ante el
que la esquila, él no habría su boca. Fue detenido y juzgado injustamente, y,
¿quién se preocupó de su suerte? Porque fue arrancado de la tierra de los vivientes
y golpeado por las rebeldías de mi pueblo” (Is. 53,7-58).
El salmista
clama viendo esta escena de la pasión del Señor: “Mis enemigos me han rodeado
como toros, como bravos toros de Basán; rugen como leones feroces, abren la
boca y se lanzan contra mí. Soy como agua que se derrama; mis huesos están
dislocados. Mi corazón es como cera que se derrite dentro de mí. Tengo la boca
seca como una teja; tengo la lengua pegada al paladar. ¡Me has hundido hasta el
polvo de la muerte! Como perros, una banda de malvados me ha rodeado por
completo; me han desgarrado las manos y los pies. ¡Puedo contarme los huesos!
Mis enemigos no me quitan la vista de encima; se han repartido mi ropa entre si
y sobre ella echan suertes” (Slm 21,19). Con muchos pasajes podemos buscar su
real dimensión de la pasión del Señor, incluso el mis Señor dirá resumiendo
todo el A.T: “Estas profecías que acaban de oír, hoy se cumplen”(Lc 4,21).
En este relato
de la pasión del Señor, es tan cierto como el Profeta lo predijo: “Al ser
maltratado, se humillaba y ni siquiera abría su boca. Como un cordero llevado
al matadero, como una oveja muda ante el que la esquila, él no abría su boca
para su defensa” (Is 53,7). Donde solo hablan los hombres y tan cierto que
Jesús guarda silencio. Pero con la poca fuerza que le queda, sólo alguna que
otra palabra pronuncia, no en su defensa, sino manifestando su amor incluso a
sus verdugos. Esas que llamamos las siete palabras. Lucas pone en boca de Jesús
tres palabras: La del perdón (Lc 23,34), la de la promesa al buen ladrón (Lc
23,43) y la entrega de su espíritu en manos del Padre (Lc 23,46). Lucas trae un
detalle: la muerte de Jesús está sellada con la confesión de fe del Centurión
Romano, un pagano que reconoce a Dios en la Cruz por ver el modo como muere (Lc.23,47).
Las tres
Palabra citadas en la pasión, relatadas por Lucas son de doble dimensión:
divinas y humanas. Divinas porque sólo Dios puede olvidarse de sí mismo y de
sus sufrimientos para seguir pensando en el hombre. Sólo Dios puede morir
perdonando, que es el mejor oficio de Dios. Y sólo Dios es capaz de abrir a la
esperanza de la salvación a un facineroso que muere a su lado. Morir regalando
esperanza. Y sólo Él es dueño de la muerte. Por eso sólo Él es capaz de vencer
a la muerte (Jn 11,25) entregando voluntariamente su espíritu en las manos del
Padre (Lc 23,46). Son también, palabras profundamente humanas. Revelan la gran
sensibilidad de Jesús hacia el dolor de los demás (Lc 23,43). Revelan que se
puede morir olvidándose de su muerte para dedicar sus últimos momentos a
quienes están necesitados de perdón y de esperanza (Lc 23,34). Por eso mismo,
la Semana Santa no podemos vivirla sin sentirnos solidarios con los demás (Mc
12,28). La Semana Santa es un diálogo con Dios y con los hombres, un compromiso
con Dios y con los hombres. Porque es la gran semana del amor (Jn 13,34).
¡QUÉ DIFICIL ES
CREER EN UN DIOS QUE SE DEJA MORIR! (Lc 23,46)
¿Qué Dios se
nos manifiesta en la Semana definitiva de la Pasión? Un Dios, para muchos, un
tanto extraño, un Dios que no responde a nuestras expectativas. Pues a nosotros
nos encanta un Dios que lo sabe todo, lo puede todo. En la Pasión Dios se nos
revela con un rostro totalmente diferente. Es el Dios débil, del que los
hombres pueden hacer lo que les viene en gana: prenderlo, juzgarlo, condenarlo
y crucificarlo. Aquí no hay nada de grandeza humana, lo único que hay es
debilidad: “Pero yo no soy un hombre, sino un gusano; ¡soy el hazmerreír de la
gente!” (Slm 21,7) . Un Dios que, hasta los soldados y criados, se permiten el
lujo de escupirle en la cara, darle de bofetadas, y convertirlo en objeto de
diversión y burla. ¿A esto se ha reducido Dios? ¿Es posible que Dios se haya
podido empequeñecer más? Un Dios víctima de todos. Todos tienen derecho a jugar
con él. El único que carece de derechos es él.
¿Qué tipo de
Dios tenías en la mente? El Dios de la Pasión es el Dios débil y de los
débiles, crucificado y de los crucificados, el Dios que calla y sufre en el
silencio, mientras todos vociferan y piden a gritos su condena. Sin embargo,
todo eso no es sino el ropaje con el que se reviste Dios porque, por dentro, la
realidad es otra. El Dios de la Pasión es el Dios que encarna los valores del
Reino. El Dios que se sale del sistema humano(Razón) y anuncia un sistema
nuevo(Fe y amor). Se sale del sistema de la fuerza y el poder y proclama el
sistema del amor y la solidaridad y la fraternidad. El Dios que se comparte a
sí mismo con los débiles y ofrece la esperanza a los débiles. El Dios que no
ama el dolor, pero que es capaz de convertirlo en expresión de amor y de vida.
Un Dios que, colgado en la Cruz, es capaz de olvidarse de sí mismo y escucha y
atiende las súplicas de un crucificado que se desangra a su lado.
Hoy, propios y
extraños nos preguntamos: ¿qué hace un Dios colgado de la Cruz? ¿No parece el
mayor absurdo humano? Pues lo único que hace Dios colgado de la Cruz es
hacernos entender cuánto Dios nos ama, perdonar, salvar, dar su vida por ti.
Dar la vida por los demás, dar su vida para que otros vivan, puede ser un
absurdo humano, pero es la sabiduría divina. Con razón dijo san Pablo: “El
mensaje de la cruz es una locura para los que están en camino de perdición,
pero para los que están en camino de salvación es fuerza de Dios. Porque está
escrito: Destruiré la sabiduría de los sabios y rechazaré la ciencia de los
inteligentes. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el hombre culto? ¿Dónde el docto
sutil de este mundo? ¿Acaso Dios no ha demostrado que la sabiduría del mundo es
una necedad? En efecto, ya que el mundo, con su sabiduría, no reconoció a Dios
en las obras que manifiestan su sabiduría, Dios quiso salvar a los que creen
por la locura de la predicación. Mientras los judíos piden milagros y los
griegos van en busca de sabiduría, nosotros, en cambio, predicamos a un Cristo
crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero fuerza y
sabiduría de Dios para los que han sido llamados, tanto judíos como griegos.
Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la
debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres” (I Cor
1,18-25).
En resumidas
cuentas, la escena de la pasión del Señor no s sino la manifestación del amor
de Dios en su Hijo a la humanidad y la concreción y manifestación del Hijo que
nos enseña por su palabra y ahora por su testimonio: “Ustedes han oído que se
dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo les digo que no hagan frente al
que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla
derecha, preséntale también la otra” (Mt 5,38-39).
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